En la entrada anterior del díptico monográfico acerca de la “inteligencia” de las raíces acabamos conceptuando a una zona de su ápice, la de transición, como un “ordenador” que dirige los movimientos de la raíz, sus orientaciones y respuestas según las condiciones del medio donde se encuentra, utilizando todo un sistema de lo que realmente podemos denominar “sentidos”, funcionalmente parejos a los que tenemos nosotros, aunque difusos por todo su organismo. Vista, gusto, olfato, tacto u oído. Huye de la luz, ya que debe anclar a la planta en la profundidad del oscuro suelo; percibe con gran precisión los minúsculos gradientes químicos en la tierra que le van a impulsar a una aproximación si la información es favorable o a un distanciamiento si no lo es; saben lo que hacer al tocar un obstáculo con el ápice y deciden cómo salvarlo de la manera más eficaz; perciben una gama muy amplia de vibraciones sonoras, vibraciones que pueden influir en su dirección de crecimiento. ¿Cómo lo consigue? Mediante una serie de funciones especializadas que denominamos tropismos.[]
Fototropismo en una orquídea (Phalaenopsis): Hojas y flores crecen hacia la luz, las raíces crecen alejándose (Wikimedia, BY-SA 3.0)
Los tropismos pueden ser de diverso índole, ajustados a satisfacer las múltiples necesidades vitales de la planta: como especifica el biólogo Stefano Mancuso, el ápice de la raíz “…percibe continuamente numerosos parámetros, como la gravedad, la temperatura, la humedad, el campo eléctrico, la luz, la presión, los gradientes químicos, la presencia de sustancias tóxicas (venenos, metales pesados), vibraciones sonoras, presencia u ausencia de oxígeno y dióxido de carbono. La lista que acabamos de dar es asombrosa, pero no exhaustiva…”[] Gravitropismo, fototropismo, tigmotropismo, termotropismo, higrotropismo, quimiotropismo, aerotropismo, magnetotropismo … algo así como un panel de instintos básicos con su correspondiente manual de funcionamiento. Sigue leyendo ›