¡Hablémos de higos! Como poco, pensaréis… ¡se ha vuelto loco este bloguero de jreguart! Quizás tengáis razón, ya que de la demencia, o de la “friquitis”, el último en apercibirse de ello es el propio “rarito”. No obstante, dadme unos segundos de gracia y permitid explicarme. La cuestión es que hace mucho tiempo me cuestioné cual alumno de 3° de la ESO del profesor Lorenzo Hernández[1] el porqué parecía que las higueras nos fabricaran sus sabrosísimos frutos, los higos, sin pasar por la flor, tal como se da en cualquier angiosperma que se precie. Pero… ¡¿qué me está usted diciendo?! Aclaro.

Unos sabrosos frutos maduros de Ficus carica, los higos. Os invito a fijar vuestra atención en el pequeño orificio central, el ostiolo, que tiene su protagonismo en esta entrada (Wikimedia CC BY-SA 3.0)
En mi casa tengo una higuera. Me acompaña desde hace 25 años. Soy así de afortunado. Cada primavera aparecen las nuevas yemas por donde desarrollarán las hojas del año. Hay algunas que no evolucionan así: desde el inicio adoptan la forma de un globo que va creciendo con los días casi de forma homotética, hasta llegar a alanzar los colores dorados, verdes o cárdenos tan típicos, así como texturas cada vez más mórbidas, promesa de las mieles que albergan. De ahí a la boca. O al pico de un pájaro, su aparato digestivo y… al suelo, en donde, casi con total seguridad, de alguna semilla escondida en la defecación brotará una nueva higuera. Pero las semillas se generan tras ser fecundado un gameto femenino por uno masculino, casi siempre por la acción polinizadora de un agente externo, un insecto o el viento… o el hombre. Pero para ello se necesitan los órganos reproductores de ambos sexos, estambres y pistilos, que en las angiospermas se concretan en la flor. El tema es que desde que se inicia el revivir primaveral de la higuera hasta que recojo un higo nunca he visto una flor. Jamás. Y la verdad, como no podía ser menos, es que las flores están efectivamente ahí aunque no las veamos. Ese tufillo de misterio es el que me ha animado a plantear eso de “¡hablemos de higos!”.
Nuestra higuera mediterránea,[2] Ficus carica, es un árbol de la familia angiosperma conocida como las Moráceas. Esta familia pertenece al viejo orden taxonómico de los Rosales[3] en donde están también clasificadas, curiosamente, familias tan dispares como las del cannabis, la de los olmos, la de las ortigas y, como no podía ser menos, la de las rosas. En esta última familia de las rosáceas se encuentran las zarzamoras, Rubus ulmifolius, y su casi hermana gemela el rosal silvestre, Rosa canina, como podéis apreciar en la imagen siguiente.

Dos plantas, la zarzamora y el rosal silvestre, especies diferentes de la misma familia taxonómica, fenotípicamente muy parecidas… hasta que llega la hora del fruto. Agrupación abierta de frutos o agrupación cerrada de frutos, en ese caso escondidos en la cápsula rojiza ¿La naturaleza es caprichosa? No, la naturaleza permite todo aquello que sea viable en el camino de la supervivencia y éxito reproductivo (Imágenes varias extraídas de la red, fair use)
Vamos a pararnos un poco en ambas plantas, porque nos permitirá visualizar un poco mejor alguna característica de los higos, característica que nos interesa a propósito de esta entrada.
En la imagen anterior podemos observar el asombroso parecido entre ambas plantas salvo un “pequeño” detalle: sus frutos. Aparentemente la rosa silvestre produce un fruto ovoide de color rojo, al que yo siempre he conocido como tapaculos,[4] mientras que la zarza produce un buqué de pequeños frutos esféricos que conforman lo que llamamos las moras que tan buenos recuerdos nos traen del final del verano. Pero sólo es aparentemente, ya que el concepto de fruto compuesto que es la mora[5] se reproduce en el interior de la baya de la rosa. A este tipo de asamblea de frutos protegidos por la vaina externa del receptáculo de la flor se les conoce como cinorrodones.[6] Es decir, que el cinorrodón casi lo podemos imaginar cómo una mora a la que se le ha dado la vuelta como un calcetín para guardarlo en el armario.
Como dijimos más arriba las higueras son primas de esas plantas, rosas y rubus… y en algo se tienen que parecer, aunque sea en las formas. Y es que la evolución ha llevado a las higueras por la solución “frutos en el armario” aunque solo desde un parcial punto de vista fenotípico: el cinorrodón es un fruto múltiple protegido y oculto dentro de una funda procedente de una sola flor, mientras que el higo es un ramillete de flores protegidas y ocultas por una funda, en cuyo interior se desarrollará, a partir de las flores que llegan a ser fecundadas, un ejército de frutos hermanos. A esta variedad frutal, un falso fruto, se le conoce como sicono, que en griego significa eso… ¡higo!
Así que por fin hemos descubierto las flores del higo. Cada flor es de un solo sexo, o masculino o femenino. Se encuentran protegidas dentro de la vaina del sicono a la espera de ser fecundadas para generar frutos y semillas que quedarán también arracimados en el interior del sicono.
Pero ¡oiga! aquí tenemos un problema… si las flores están escondidas en un recinto cerrado y compacto, si no hay un ambiente húmedo por el que el polen de las flores masculinas navegue hasta los gineceos de las femeninas, si no hay corrientes de aire que colaboren en ello, si los insectos polinizadores no pueden ni ver las flores ni acercarse a ellas dentro de su embalaje… ¿cómo pueden polinizarse para dar fruto y semilla? Muy sencillo, ya que realmente nuestras pegas son tramposas y no son absolutamente ciertas: SÍ que hay una especie en la clase taxonómica de los insectos cuyos miembros son los que generalmente se encargan de esta tarea.
Se trata de los agaónidos, que son una familia de himenópteros,[7] y de esta familia generalmente estaremos hablando de los individuos de su especie Blastophaga psenes conocidos vulgarmente como avispas de los higos. Podéis imaginar el pequeño tamaño que deben tener estas avispas, unos dos milímetros, cuyas hembras tienen aspecto normal, con alas, mientras que los machos carecen de ellas. La imagen siguiente nos muestra cómo son estos minúsculos animales perdidos en su hábitat.

Nuestra amiga la avispa Blastophaga psenes, hembra y macho, en sus difícil hábitat (Imágenes: de izquierda a derecha, wikimedia dominio público y ambas fotos, de Paco en su blog Faluke, fair use)
Entremos en su vida íntima. Los machos por lo general nacen, viven y mueren dentro del jardín de flores que es el interior de un higo. Las hembras nacen en esta oscuridad con la misión de abandonarla en busca de otro lugar, otro higo, donde llevar a cabo su misión vital: depositar sus huevos con la carga genética de la especie. Sigámosle la pista en este curioso periplo.
Imaginemos: acaba de nacer una avispa hembra en el interior de un higo. Allí dentro será fecundada por algún macho, tras lo que iniciará su escapada a través del orificio del ápice del higo, llamado ostiolo, (ver la imagen de cabecera) o a través de otro orificio excavado en su envolvente por los machos hermanos que seguirán en el interior. Antes de la fuga la hembra deberá culminar un importante deber: recoger de las flores machos de la higuera -que suelen desarrollarse cerca del ostiolo- el polen -los gametos masculinos de la higuera- mediante una especie de apéndice-cepillo que posee la avispa. Esta labor es completamente en favor de la higuera, ya que el polen no lo va a utilizar para su alimentación ni la de sus descendientes. Un “altruista” mutualismo o un adelanto de pago por el hospedaje de sus larvas.

Una minúscula hembra de avispa, de unos dos milímetros de longitud, sale del higo en que ha nacido cargada de polen y transportando centenares de huevos fecundados (Imagen de Cuadernos de Cultura Científica, fair use)
Una vez salida del higo inicia el vuelo en busca de otro sicono que lógicamente tiene que ser de la misma especie y que puede encontrarse a decenas de kilómetros de distancia. Debe volar rápido, porque sólo dispone de unas 48 horas para encontrarlo. La tarea, sin embargo, no es tan complicada como parece, ya que las higueras emiten unas sustancias químicas que sirven de atractor y guían a la avispa. Gracias a ello es fácil que llegue a un nuevo higo en donde culminará su función vital: depositar sus huevos en un medio favorable para sus futuras larvas. Ahora no dispondrá de la ayuda de sus hermanos machos para crear un orifico de entrada, así que no le va a quedar más remedio que intentar entrar por el ostiolo natural del higo receptor. Tan estrecho es y tan desasistida está la avispa en este trance, que en el paso de tan estrecho pasillo puede perder arrancadas sus alas o las antenas. Algo semejante a un “túnel vaginal” de tránsito hacia la nueva vida. Aunque a pesar de las dificultades al final conseguirá entrar. Empieza el trabajo.
El entorno es prometedor, repleto de flores que auguran un buen alimento y una buena habitación para su futura descendencia. La suponemos afanada en una marcha errática de flor en flor femenina, depositando en cada una de ellas un huevo y de paso polinizándola. Hasta doscientos puede llegar a poner. Los huevos deben ser depositados en el fondo del órgano femenino de la flor, los cuales los hay que son largos y otros que son cortos, lo que hace que en algunas flores la avispa logré depositar el huevo en el fondo y en otras no. Eso que parece tan simple y natural tiene una gran trascendencia que se nos escapa a primera vista. De lo dicho acerca de la forma de actuar de la avispa podemos pensar que todas las flores a donde llegue van a quedar polinizadas, es decir, todas podrán alcanzar con el tiempo la fase de fruto con semilla: bueno para la higuera y bueno para la avispa, ya que cada una de sus larvas se alimentará de la pequeña semilla que se desarrolle en la flor en donde ha nacido. Pero doblemente bueno para el higo, puesto que no todas las flores femeninas tienen huevo de avispa aunque sí han sido polinizadas: el resultado es que habrá más flores polinizadas -más semillas- que larvas. Eso quiere decir que las larvas van a dejar un stock de semillas intacto, el necesario para que, cuando más tarde se diseminen por el entorno, la proliferación de las higueras quede asegurada.
En fin, volvamos al ciclo de la avispa, que ha muerto exhausta tras la puesta. Los huevos eclosionan dentro de la flor, con lo que las larvas recién nacidas van a encontrar a su alcance una hermosa semilla para alimentarse. Con el tiempo la larva evoluciona a pupa[8] y luego a su forma adulta, lo cual sucede en el tiempo antes con los machos que con las hembras. Sabia decisión, ya que si fuera al revés posiblemente las hembras no serían fecundadas por sus hermanos porque habrían escapado del higo antes de que eso fuera posible. De hecho no podía haber habido otra alternativa evolutiva… en caso contrario la especie se habría extinguido hace tiempo (y quizás los higos, con ella). Tras la eclosión de las hembras comienza dentro del higo una lucha entre los machos siguiendo el impulso de tener que transmitir su material genético, de tener que fecundar a sus hermanas. Imaginad lo que puede ser con unos animales que están dotados de fuertes mandíbulas y virtualmente ciegos. Se trata de una lucha salvaje y cruenta, en un mundo azaroso y a oscuras, durante la que algún participante puede quedar despedazado tras un encuentro casual de competidores en el cerrado y meloso interior del higo. De todas formas, la gran mayoría acabará sus horas en esta habitación. Quizás alguno caiga antes al suelo al salir por algún agujero… para morir sobre la tierra.
Con la hembra fecundada se cierra el ciclo: Siguiente paso, empezar de nuevo… cargarse del polen en las flores macho del higo y emprender la huida hasta un nuevo hábitat.
Mientras escribo esto estamos entrando en el otoño del hemisferio boreal. El verano ha estado repleto de fruta, y mi nevera de higos. Desde que sé lo de nuestra amiga Blastophaga psenes me da un cierto repelús el mirar la deliciosa carne que voy a meterme en la boca. Prefiero enrocarme en su gusto almibarado rumiando asombrado la historia oculta en mi particular éxtasis gustativo. De todas formas, a pesar de mis neuras, animo al curioso que quiera investigar, mejor con una lupa… no hay peligro, no es tan terrible… la verdad es que nunca he visto “avispos” machos luchando en el jardín de Sauron. Y si los veis, ¡enhorabuena!, debe ser tan emocionante como asomarse al Cañón del Colorado.
- Los ilustres y veteranos cedaceros sabréis de ello si habéis leído alguna entrada de la serie de El Cedazo bautizada como “Lo que se preguntan sus alumnos de 3° de la ESO”. [↩]
- Permitidme que diga “nuestra higuera mediterránea”; escribo desde España, aunque la higuera es un tipo de árbol extendido por todo el mundo. [↩]
- Se cree que los primeros especímenes aparecieron en la línea filogenética angiosperma hace un poco más de 100 millones de años. [↩]
- La acepción es absolutamente correcta, no es un nombre cuyo escatológico sonido parece sugerirnos que surja del realismo y la imaginación del vulgo, aunque quizás resulte políticamente más correcto al oído su segundo nombre, el escaramujo. [↩]
- Técnicamente a ese tipo de frutos se les llama polidrupas, una unión de pequeñas drupas arracimadas. [↩]
- En Botánica un cinorrodón es un falso fruto carnoso en el cual el receptáculo de la flor o tálamo tiene forma cóncava (con forma de copa), está hinchado y contiene en su interior numerosos aquenios, que son los frutos verdaderos. [↩]
- Los himenópteros forman uno de los órdenes más numerosos de insectos, con unas 153.000 especies descritas además de más de 2.000 extintas. Comprende a las abejas, abejorros, avispas y hormigas, entre otros. El nombre proviene de sus alas membranosas (del griego υμεν hymen, “membrana” y πτερος pteros, “ala”. [↩]
- La pupa es el estado por el que pasan algunos insectos en el curso de la metamorfosis que los lleva del último estado de larva al de imago o adulto. [↩]

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{ 6 } Comentarios
Saludos jreguart,
Interesante, pero como otro amante de los higos, este debe de ser uno de esos conocimientos que no necesitaba tener. Claro que si nos ponemos asi, me imagino que debe de haber toda una variedad de vida bacteriana participando del ciclo tambien, claro que igual necesitamos un microscopio para verla. Por cierto, no hay posibilidad de que mas de una hembra avispa entre en el mismo higo? Tanto lio para una reproduccion entre hermanos parece un poco incongruente, ya que se esta perdiendo una de las ventajas de la reproduccion sexual.
gracias Jreguart por explicar algo que por años quería saber , pero siempre se interponía algún duendecillo . si en el cole me lo pasaron debo haberlo olvidado … así que por fin y gracias a ti ya lo se . espero que nos traigas más de estas – para mi – delicias del conocimiento.
Hace años que mantenía esta curiosidad insatisfecha, y me la has resuelto. Mi suegro tenía una hermosa higuera que todos los años se llenaba de pequeños tetones que iban tomando las formas de pequeños higos que, al cabo de unos días, caían al suelo sin cuajar en higos. Era un misterio para el que se ofrecieron las soluciones más peregrinas: rodear el pie del árbol con adoquines; colgar cadenas mohosas de las ramas; pintar las ramas con vinagre… Cosas así, actuaciones cargadas de fundamentos científicos que mi suegro, siempre atento, iba comprobando sin resultado alguno. Un día comenté el caso con un labrador que tenía en su campo varias higueras: Llévate unas ramas de las mías que tengan higos y se las cuelgas a tu higuera para que se encele; me dijo y eso hice. A partir de ahí a la higuera no se le cayeron los proyectos de higos y ya todos los años daba una producción magnífica. Con el tiempo conté a un amigo esta historia y me comentó que había un bichito necesario para que maduraran los higos y que éstos habrían saltado de los de la higuera que sí los tenía. Bueno, hoy ya sé por qué aquella higuera tiraba los higos y qué bichito le faltaba. Gracias.
Hola A. Eulate,
bonita historia. Gracias por compartirla.
Hola Sergio B,
perdón por la tardanza en dar respuesta a tu comentario. Te recomiendo leas el capítulo titulado “Un jardín cerrado” del libro de Richard Dawkins “”Escalando el monte improbable”. En el encontrarás sabia respuesta a tus inquietudes acerca de las oportunidades existentes en la reproducción entre hermanos. Va de selección de parentesco. Dawkins lo analiza con amplitud y rigor como nos tiene acostumbrados, aportando una serie de casuísticas que añade al simple caso de los personajes de esta entrada. Yo cuando lo leí hace bastantes años me quedé asombrado con la sorprendente vida de estas avispas. A veces una sencillísima cosa curiosa me resulta por si sola gratificante. Qué le voy a hacer.
Hola Polo Alves,
como le acabo de decir a Sergio B. pido disculpas por la tardanza en dar señales de vida. No sé cómo… pero no me he dado cuenta de vuestros comentarios hasta hoy. Gracias por tu comentario… es satisfactorio ver a una persona contenta. Añádele la guinda de la anécdota que nos ha regalado el amigo A. Eulate en el anterior comentario #3. La vida misma. Deliciosa.
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