Por fin lo habéis conseguido. Los amables comentadores que me han sugerido por activa y por pasiva en artículos anteriores que me atreviera con el gran estandarte de la numerosísima saga de los Bach, por fin lo han conseguido. Aquí tenéis un artículo sobre una de las obras más conocidas del gran, el eximio, el inigualable Rey de la Música de Todos los Tiempos, Johann Sebastian Bach.[]
Efectivamente, en toda la serie no había aparecido aún ninguna obra del “Viejo Peluca”, como muy cariñosamente se refería Fernando Argenta a Bach, en su clásico (y ya extinto) programa radiofónico “Clásicos Populares”, que se mantuvo en antena treintaytantos años en Radio Nacional de España… Y no es que Bach no me guste, no, no, ya lo creo que me gusta… Es que me impone.
Porque Johann Sebastian Bach es, quizá, el culmen, el máximo exponente de una forma especial de hacer y entender la música: Música hecha por eruditos para eruditos. En la época de Bach (el barroco), la interpretación de la música (al menos la occidental, de la oriental no tengo datos) se circunscribía, salvo excepciones, bien al acompañamiento de los diferentes ritos religiosos, bien al acompañamiento de eventos cortesanos en las diferentes cortes esparcidas por toda Europa, cortes de reyes, príncipes, duques, condes, margraves, barones…Prácticamente no existía el concepto de “música popular” interpretada por orquestas “serias”: el pueblo llano, en su mayor parte analfabeto, naturalmente que hacía música en sus fiestas populares, pero era de tradición oral y casi, casi, desprestigiada para su aparición en los salones… y no digamos en las iglesias. Esto cambió más adelante, como podéis suponer, pero en los Siglos XVII y XVIII esto era lo que había.
En estas últimas, en las iglesias, quiero decir, era necesario, por una parte, ejecutar música perfecta para emular en lo humanamente posible la perfección de dios, y los asistentes a los oficios religiosos entendían muchísimo sobre este tema, y distinguían sin lugar a duda las obras de calidad de las de pobre factura. Y en los salones cortesanos, la educación de príncipes, barones, duques y demás grey comprendía una magnífica formación musical, siendo muchos de ellos no sólo grandes entendedores, sino ejecutantes ellos mismos, como era el caso del Margrave de Brandeburgo, violista da gamba que encargó a Bach los seis famosos conciertos, o sea, que también entendían una barbaridad de música y distinguían lo bueno de lo malo sin dudar. Llegar a ser un músico de prestigio en estas condiciones sólo estaba al alcance de unos pocos.
Y en este ambiente tan exigente apareció el gran Bach. A él está dedicado este artículo, con todo mi ignorante atrevimiento y mi humilde admiración… Espero que el maestro me perdone, allá donde esté.
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