La Biografía de la Vida 55. El corazón de la evolución humana
En la entrada anterior de esta serie sobre la Biografía de la Vida habíamos acompañado a alguno de los primates de las selvas ecuatoriales africanas en su aventura de supervivencia, desde los Homo más ancestrales, los habilis, con los que se inició la tecnología, hasta el Homo sapiens dominando el continente euroasiático. El clima les había cambiado drásticamente el campo de juego, pero las nuevas reglas que precisó inventar para continuar su periplo evolutivo le llevó a un nuevo estado fundamental nunca visto: la consciencia que le hizo humano. Los avances tecnológicos fueron un acicate para el cerebro, y un cerebro más activo propondría explorar nuevas oportunidades. Al final llegó el gran premio de la inteligencia racional.
Siguiendo la cronología de nuestra particular biografía nos tocaría ahora ver cómo fue su aventura viajera desde el primigenio hogar africano. Pero eso lo haremos en una próxima entrada. Porque en ésta voy a introducir un nuevo paréntesis para focalizar el pensamiento sobre aquello que pudo haber originado el cambio evolutivo a partir del que emergió la consciencia.
El trabajo se me antoja harto complejo y lo único que puedo pretender es proporcionar información para suscitar curiosidad, ya que este campo esta lleno de suficientes teorías consecuencia lógica del gran vacío de datos directos que le acompaña: la consciencia no fosiliza. Aunque podemos imaginarla escondida en las manifestaciones culturales que estudia la paleontología.
Para empezar, nos deberíamos preguntar qué es lo que nos hace humanos. Personalmente me gusta definirlo de la siguiente manera: Somos diferentes al resto de los animales porque somos conscientes de nuestra individualidad personal y somos conscientes de nuestro más próximo entorno. Ambos sentimientos conscientes los percibimos como realidades en sí mismas, cambiantes con el tiempo, y que somos capaces de comprender y manipular según nuestra voluntad con una potente habilidad personal que llamamos raciocinio.