Regístrate | Conectar
El Tamiz Libros Recursos Series Únete 7 Users Online
Skip to content

La Biografía de la Vida 53. Desde el primer hominino hasta el nuevo Homo.




Entre otros temas, en la entrada anterior de esta serie habíamos analizado someramente las circunstancias ambientales particulares a las que se vieron sometidos los simios africanos más avanzados, para acabar de desvelar su hábitat, sus modos de vida y su camino evolutivo. Hoy iniciaremos el detalle de esto último hasta el momento en que el Homo aparece por primera vez en el escenario.

A manera de ayuda al encuadre del momento, repito aquí el árbol filogenético de los hominoideos que ya conocemos de la anterior entrada.

Los primeros fósiles conocidos de homininos, el grupo formado por los antecesores arcaicos del Homo y por él mismo, corresponden a Sahelanthropus tchadensis con una antigüedad de 6 a 7 millones de años, más o menos cuando el chimpancé inició su línea filogenética independiente de la nuestra. De “Sahe” hablamos ya en la entrada número 50 ”Oligoceno y Mioceno“. Tras los fósiles de Sahelanthropus nos encontramos con los de Orrorin tugenensis, con una antigüedad entre 6,2 y 5,6 millones de años. El nombre significa en la lengua de la etnia keniata de los Tugen -los habitantes del lugar del yacimiento- “el hombre original de Tugen“. La forma de los huesos de sus caderas permite asegurar que de alguna manera en ellos había comenzado la bipedestación como una alternativa más para la marcha.

En la cadena temporal de los fósiles nos encontramos más tarde con los del etíope Ardipithecus ramidus, que datan de hace 4,4 millones de años. El estudio de estos fósiles nos indica que Ardi debía ser del tamaño de un chimpancé y que posiblemente aún seguía manteniendo las costumbres arborícolas de sus abuelos, con desplazamientos por braquiación, colgándose de las ramas con los brazos. No obstante, del estudio de la parte superior de su pelvis se puede inducir que también era bípedo, aunque apoyándose en la parte externa de los pies. Es por eso que se cree que Ardipithecus aún tenía el dedo gordo en posición no paralela a los otros dedos del pie. Su capacidad craneal, de unos 350 centímetros cúbicos, era muy semejante a la de los actuales chimpancés.

En resumen, los sucesivos fósiles datados en esa extensa época corroboran que el bipedismo ya era una alternativa adoptada por los individuos que comenzaban a abandonar la protección de las cúpulas de los árboles. Como comenta el paleoantropólogo Bermúdez de Castro en su libro “Orígenes“, tanto Sahelanthropus, como Orrorin como Ardipithecus habían bajado de los árboles, sabían desplazarse bipedestando, pero todavía vivía en ambientes completamente cerrados y boscosos. No se habían atrevido aún con las sabanas. Andaban seguramente de forma torpe, con movimientos parejos a los que efectuaban durante sus paseos por las alturas, recordando aún el balanceo vertical del avance braquiando a través de las ramas. Quizás ayudados con los nudillos de sus manos, que apoyaban en el suelo durante la marcha. Poco a poco la estructura ósea fue cambiando, haciendo cada vez más eficaz el caminar con las dos extremidades inferiores, de tal forma que hoy en día, para una marcha por tierra, nosotros los hombres estamos mejor preparados con nuestro bipedismo que un chimpancé cuadrúpedo. No es un desdoro para ellos: nos ganan entre las ramas, nosotros sólo somos buenos en tierra.

Podríamos decir que el aparente éxito radica en determinados avances estructurales:

  • El hueso coxal (el que corresponde al conjunto de la cadera y bajo abdomen) se ha modificado, de forma que tiene una mayor resistencia estructural, compatible con los mayores esfuerzos que supone para los huesos el soportar el peso corporal durante la marcha bípeda. Recordad que hemos pasado de apoyarnos sobre cuatro patas a hacerlo en una sola durante la marcha.
  • Nuestro esqueleto está dispuesto de forma que la fuerza del peso se transmita perpendicularmente al suelo, no hay pérdidas en componentes horizontales del esfuerzo.
  • Una tercera causa es que en los bípedos el centro de gravedad está prácticamente situado en el centro geométrico, el ombligo, lo que permite un desplazamiento rectilíneo del centro de masas.
  • En lo anterior es determinante el hecho de que las “alas” coxales pasaron a abrirse hacia los laterales. En este giro se vieron implicados también determinados músculos del glúteo, cuyo punto de implante se lateralizó. Con ello se minimiza el desplazamiento lateral del centro de gravedad al andar. Ya no es preciso bambolear las caderas hacia los lados, por lo que se consigue un desplazamiento más eficaz.
  • Por último, nuestro pie es plano, con un dedo pulgar alineado con los otros cuatro compañeros, sin hacer pinza, formando una superficie segura donde asentarse. La planta se arquea formando una estructura de “ballesta” que propulsa la marcha.

Cráneo de Ardipithecus ramidus, fósil de un individuo coloquialmente conocido en el mundo de la paleoantropología como “Ardi” (Wikimedia, CC BY 2.0)

Andar, en el suelo, es eficiente. No quiere esto decir que bipedestando se sea más veloz, lo que sería una ventaja para cazar o no ser cazado, sino que el desplazamiento a dos patas es energéticamente el más eficaz, y por eso se puede andar muy lejos. Así, nuestros antepasados ganaban por agotamiento a los ungulados de los que se alimentaban tras cazarlos. O podían ir más lejos a buscar alimento. Por esta razón -además de por otras ventajas, como el poder mirar desde más arriba o el liberar las dos extremidades superiores para otras funciones- la evolución encontró que el bipedismo bien podía ser una solución competitiva y viable. Nosotros, los humanos, somos los mejores testimonios de esta afirmación.

¿Y por qué bajaron al suelo aquellos simios africanos?

Como ya comentamos en la entrada anterior, y lo podemos ver también en una entrada de la serie hermana de El Cedazo “Lo que se preguntan sus alumnos de 3º de la ESO”,[1] eso fue motivado casi con toda seguridad por la fragmentación que habían experimentado sus hábitats seculares, lo que conllevó una progresiva mayor dificultad a la hora de conseguir sus alimentos habituales, a los que habría que ir a buscar cada vez más lejos, incluso a otras “islas” boscosas, con la imperiosa necesidad de emprender una peligrosa y desconocida aventura a través del monte bajo y la sabana. Para los primeros homininos, a la larga, la marcha a dos patas se fue demostrando más resistente que la primate, semicuadrúpeda, y por tanto más segura. Quién lo consiguió sobrevivió, perfeccionándola a lo largo de su camino evolutivo.

Arriesgó en la aventura, no tenía más remedio, pero encontró una de las llaves fundamentales que le impulsaría en su camino hacia la inteligencia compleja, hacia el género Homo: se puso a dos pies y liberó las manos. La mayoría de antropólogos son de la opinión de que éste fue el primer gran cambio en el camino evolutivo que llevó desde los antropomorfos hasta los humanos.

Liberando las manos pudo usarlas para otros procesos altamente productivos y con gran valor añadido en el campo de la selección natural, como pudo ser el explotar nuevas fuentes de alimentos, desenterrando raíces e insectos, o el poder transportar la comida encontrada y en mayor cantidad hasta una zona segura. Pudo resultar también más atractivo a la hora de conseguir pareja, pues podía ser comparativamente más espléndido, ya que podía conseguir más alimento para sus hembras, que en consecuencia podían gestar más y mejor a sus crías, y podía alimentar también mejor a estas últimas. O bien defenderse mejor ante las amenazas, ya que pudo agarrar palos o lanzar piedras, lo que alargó su radio de acción defensivo.

Cráneo de Australopithecus africanus. En este caso el fósil pertenece a la “Señorita Ples” (Wikimedia, CC BY-SA 3.0 Unported)

Avanzando un poco en el tiempo nos encontramos con unos nuevos personajes homininos. Efectivamente, hace 4,2 millones de años se movían por las tierras altas de Kenia los Australopithecus, los “monos del sur”. Un género del que se conocen hasta seis especies distintas y que desaparecieron hace 2 millones de años. Se movían no sólo por territorios de la actual Kenia, sino desde Sudáfrica hasta el Chad y Etiopía. Su volumen cerebral rondaba los 500 centímetros cúbicos, un gran avance frente a los 350 de “Ardi”. Eran de complexión y musculatura robusta, brazos ya proporcionalmente más cortos, siendo el tamaño de las hembras unos dos tercios del de los machos, un marcado dimorfismo sexual señal clara de que debían seguir peleando por ellas, como ancestralmente, y así mantener un harén en continua “producción” de crías. Habían desarrollado unos molares más grandes y con una capa de esmalte más gruesa, lo que indica el inicio de un cambio alimenticio que comenzaba a pasar de frugívoro y folívoro, a comer semillas y tubérculos más duros, que manipulaban con unas manos en donde el pulgar ya participaba en la pinza de los dedos.

Por tanto, parece claro que aún seguirían explotando los recursos de los bosques, que en aquel momento eran más secos y estaban más aclarados. Probablemente no habían abandonado completamente la vida arborícola, aunque pasarían mucho tiempo en el suelo, desplazándose de forma bípeda en grupos pequeños formados por un macho dominante con sus hembras y crías. Por eso la mayoría de los machos adultos serían solitarios. Durante el día, sin objetivos muy premeditados, se dedicaban a la búsqueda de frutos, vegetales, agua y cobijo, recorriendo lugares conocidos y atentos a nuevas oportunidades, muy alerta ante la posible presencia de otro grupo que pudiera suponer una seria competencia, quizás el intento de monopolizar una zona con fácil alimento. Unos chillidos amenazadores resolverían el tema. Sus cerebros eran un poco mayores que el de los actuales chimpancés, y por estudios de sus fósiles se sabe que estructuralmente no estaban aún capacitados para el habla. No obstante, debemos suponer que serían capaces de intercambiar otras señales sonoras, muy pocas, pero con un incipiente sentido. En su comportamiento no debían ser muy diferentes a los actuales mandriles que habitan las selvas ecuatoriales africanas. A la vista de la morfología de los huesos pélvicos de las hembras, muy semejantes aún a lo que se observa en chimpancés, deducimos que las crías nacían con un grado de madurez avanzado (con relación a la futura madurez como adultos) y que, por tanto, en sus primitivos grupos sólo se necesitaba una rudimentaria socialización de las tareas de cría y alimentación. Por la noche, los individuos de las hordas buscarían la protección de las ramas de los árboles, en donde se reunirían formando grandes grupos.

La primera evidencia de la marcha bípeda moderna se remonta a hace 3,7 millones de años, es decir, en plena “era” de los Australopithecus. Se trata de unas improntas de huellas de dos o tres individuos dejadas sobre cenizas volcánicas, sobre las que después llovió, cementándolas. Se han encontrado en el yacimiento tanzano de Laetoli. Claramente el pulgar de los pies no estaba separado de los otros cuatro dedos, a semejanza de lo que pasa en las manos, por lo que se reafirma la “hominidad” corporal de los Australopithecus. Aún no había aparecido ningún rastro de herramientas. Ello parece indicarnos que la bipedestación fue la primera de las conquistas en el camino del éxito evolutivo del Homo. Recordemos lo que decíamos en la entrada anterior“… la bipedestación, con todos los cambios morfológicos que ello supuso, la habilidad manipuladora de la mano que se comportó como una auténtica pinza de precisión, un aparato masticador modificado en donde los caninos se asemejaron a los incisivos, un índice de encefalización creciente, un largo periodo de maduración infantil que exigiría por tanto un cuidado de los padres más prolongado en el tiempo, la conquista del lenguaje, la conciencia del Yo y por último, la conquista de la tecnología”.

Parte de la traza de huellas de Austalopithecus en el yacimiento de Laetoli, Tanzania (Wikimedia, CC BY-SA 3.0 Unported)

De Kenia proviene uno de los fósiles más renombrados de Australopithecus. Se trata de la conocida Lucy, una hembra de Australopithecus afarensis de 3,2 millones de años de antigüedad. De un metro de altura y unos 30 kilos de peso, estaba dotada con un pequeño cráneo de unos 450 centímetros cúbicos, ligeramente superior al de un chimpancé. Esta “dama” se ha hecho importante para la antropología gracias a que se ha podido recuperar gran parte de su esqueleto, cosa inusitada para un individuo único. Conocer la mayor parte de la estructura ósea de un especimen da mucha información sobre su morfología y los hábitos de su especie. Su nombre, Lucy “…in the sky with diamons”, fue realmente un homenaje a los Beatles por parte de los paleoantropólogos que la descubrieron. Cuando se produjo el excitante suceso esta canción les estaba amenizando el trabajo.

Los homininos Australopithecus no andaban solos por sus territorios. Coetáneos a ellos, hace 3,5 millones de años, son los fósiles de un controvertido hominino distinto llamado Kenyanthropus platyops, que como se puede deducir de su nombre fueron “ciudadanos” de Kenia. Un poco más modernos aunque en un inicio también vecinos de los australopitecos, se encuentra la rama del género Paranthropus, del que se conocen tres especies. Su capacidad craneal rondaba los 500 centímetros cúbicos. Habitaban principalmente los territorios del África oriental y meridional y estaban caracterizados por una gran robustez de la mandíbula y molares, y una tremenda cresta ósea sagital en el cráneo indicadora de los potentes músculos maxilares que se afianzaban en ella. Desaparecieron hace unos 1,2 millones de años, y la explicación se sustenta en el hecho de su tremenda especialización en la dieta, centrada en vegetales, semillas y duras raíces. De ahí su potente estructura masticadora. Con esta dieta nunca se podría conseguir la energía que necesita un cerebro con aspiraciones de desarrollarse y ser inteligente. Pensamos que desaparecieron por este motivo al ser desplazados por otras especies con una alimentación más diversificada.

A estas alturas de la serie sabemos que la Vida es oportunista, explora cualquier nicho ecológico y sabe sacar provecho de él. Así, junto a Paranthropus, sabemos que sobrevivían los individuos de un nuevo género hominino que comía… carne, alimento altamente energético y de fácil digestión.

Nos estamos refiriendo a los Homo de los que tenemos noticias africanas, según los más clásicos estudios, desde hace casi 1,9 millones de años. Digo lo de los más clásicos estudios ya que recientemente se ha reanalizado fósiles del yacimiento tanzano de Olduvai con el resultado de que se debería adelantar la aparición del género Homo hasta una época de hace unos 2,3 millones de años.[2]

Sea cómo y cuándo fuera, con ellos se abrió la puerta de la humanidad de pensamiento abstracto, racional y planificador, de sociedades complejas y tecnologizadas.

Cráneos de Paranthropus y de Homo habilis donde podemos observar la mayor robustez del primero (Wikimedia, GNU FDL 1.2 y dominio público)

¿Por qué hemos clasificado a los Homo como un nuevo género? ¿cuáles fueron las características morfológicas o culturales que usan los antropólogos para abrir una nueva ficha en la filogenia?

Usando palabras del paleoantropólogo José María Bermúdez de Castro: “Los científicos hemos decidido que tener un cerebro de más de 500 centímetros cúbicos y capacidades cognitivas apropiadas para transformar la materia prima pueden ser criterios suficientes como para pertenecer al selecto club del género Homo”.[3] Daba igual si por su aspecto fueran más parecidos a un chimpancé que a ti y a mí. A efectos clasificatorios ha primado el criterio de la capacidad cerebral y del uso avanzado de esta capacidad. Y se piensa que estas dos características  aparecieron por primera vez con los nuevos Homo’s: los habilis, de ahí su nombre.

No obstante lo anterior, a los antropólogos se les plantea un serio dilema. En el yacimiento etíope de Gona se han descubierto útiles “humanos” con una antigüedad que ronda los 2,5 millones de años, si no más.[4] Y para acabar de sobrecalentar aún más las emociones antropológicas se acaba de publicar (2015) en la revista Nature un artículo[5] acerca de lo que parecen ser unas herramientas líticas aún más antiguas, datadas en 3,3 millones de años, encontradas en el yacimiento keniata de Lomekwi.

¡¡Pero ¿no eran los Homo habilis de 1,9 millones de años los que inventaron la tecnología?!!

Sólo caben dos soluciones imaginables: ¿fueron los Homo habilis más antiguos de lo que se cree hasta ahora –mandan los fósiles- o bien algún antiguo Australopithecus, u otro hominino de la época como pudo ser Kenyanthropus, ya había sido capaz de fabricar herramientas líticas?

Dado que los habilis crecían y se desarrollaban prácticamente como lo hacían los Australopithecus, ¿por qué tiene que ser más importante, a la hora de fijar criterios de clasificación, el hecho de tener un mayor cerebro? ¿No debería ser más importante el resultado de la actividad de estos cerebros, aunque fueran distintos en tamaño? Más aún sabiendo, como lo veremos en una futura entrada, que la evolución cultural del hombre siempre fue significativamente posterior a la de su encefalización.

No tenemos datos fósiles de habilis tan antiguos, aunque la información comentada más arriba que nos llega desde Olduvai lo acercan mucho, como para que fueran coetáneos de las herramientas encontradas en el yacimiento de Gona en Etiopía. A lo que habría que añadir los resultados de un estudio presentado en 2015,[6] que nos informa de la existencia de unas ciertas evidencias acerca de que, estructuralmente, las manos del Paranthropus o de las especies más modernas de Australopithecus estaban ya preparadas para el manejo “delicado” que suponía el tallar piedras.

Con estos datos, una incógnita y una neblinosa realidad, algunos paleoantropólogos se comienzan a preguntar: ¿debería abandonar habilis el género Homo para ingresar en el Australopithecus? ¿Un Australopithecus habilis?

La controversia está servida. Más allá del evidente interés para los especialistas, cosa en la que no entro, me parecería asombroso el que unos seres tan atrás en la línea evolutiva fueran ya capaces de  plantearse pensamientos recursivos, los necesarios para poder racionalizar, a partir de una piedra en bruto, el proceso que tendrá como resultado una herramienta y el camino de manipulación intermedio.

Mientras esperamos para ver cómo se resuelve tan interesante hipótesis -en la próxima entrega aportaré lo que puede ser una posible pista-, nosotros seguiremos los siguientes pasos de nuestra historia sin abandonar los actuales cánones de la ortodoxia antropológica: en la siguiente entrada revisaremos el posible devenir filogenético Homo, empezando por el habilis. Hasta entonces.

  1. Se trata de la entrada VIII que enlazaréis aquí. []
  2. Esta información se publicó en la revista Nature de marzo de 2015 que podéis enlazar aquí. []
  3. Ver entrada en el blog de Bermúdez de Castro “Reflexiones de un primate“. []
  4. En esta publicación encontraréis más información sobre este tema. []
  5. Artículo que podéis encontrar aquí. []
  6. Publicado en la revista Science de enero de 2015 que podréis encontrar aquí. []

Sobre el autor:

jreguart ( )

 

{ 4 } Comentarios

  1. Gravatar Anonymous | 01/06/2015 at 07:56 | Permalink

    Sabemos que los chimpancés pueden usar herramientas a veces (hace poco se les ha visto fabricando “lanzas”). ¿Por qué no iban a poder los Australopithecus o los paranthropus, que eran más “avanzados”?

  2. Gravatar jreguart | 02/06/2015 at 09:09 | Permalink

    Hola Anonymous,

    lo que tu dices es evidente. No creo que en la línea de los homininos a uno se le encendiera la bombilla por primera vez y a partir de él ya se usaron herramientas. Como todo lo cultural debió ser un proceso progresivo e incluso multigeográfico. Australopithecus o Paranthropus con toda seguridad debían ayudarse con herramientas pero hasta ahora no se conoce con certeza de la existencia de una evidencia física de ellas. Quizás por que serían muy elementales, como las que usan los chimps, y que no dejaron rastro o un cartelito que diga “con esto rompí un hueso para comerme el tuétano” (es un decir). Yo creo que lo que sorprende es que las piezas encontradas hace poco presentan unas características que hacen pensar en un cerebro con un pensamiento de tipo recurrente más elaborado. Y este “valor añadido” de potencia de procesamiento cerebral se le estaba atribuyendo hasta ahora a los habilis y parece, sólo parece, que antes de los habilis alguien fue capaz de interpretar una piedra, valorar su capacidad cortante, imaginar la forma de producir aristas (¿con otra piedra?) y decidir raspar una carroña antes de que aparecieran las hienas. Lo que pretendo decir es que a los procesos de pensamiento recurrente de dos pasos de los chimpancés (cojo una pajita, la meto en el hormiguero y… a comer), en los homininos se comienza a apreciar más pasos de pensamiento: si yo hago esto y luego esto y luego esto, consigo esto otro. Tres pasos eran más que los dos de los chimpancés actuales. Y en aquellos momentos suponía una ventaja con relación a los dos pasos que practicaban los individuos que tenía alrededor.

    Por eso creo que más que al hecho de pensar en si se utilizaban herramientas o no, lo importante es la complejidad de este hecho cultural. Y en esto están los paleoantropólogos, dándonos sorpresas y cambiando el guión cada día. Y así será a lo largo de un muy largo futuro pues las lagunas son tremendas: por decir algo, dos millones de años y unos pocos fósiles.

  3. Gravatar franco | 03/06/2015 at 02:07 | Permalink

    el neocórtex ya estaba haciendo de las suyas .

  4. Gravatar jreguart | 03/06/2015 at 06:28 | Permalink

    Hola Franco,

    si señor, tu comentario introduce el matiz más importante, el del camino hacia “lo humano” de los pequeños cerebros. Unos 400/500 cc aún no son buenos embajadores de un neocórtex potente pero el camino se había iniciado.

Escribe un comentario

Tu dirección de correo no es mostrada. Los campos requeridos están marcados *

Al escribir un comentario aquí nos otorgas el permiso irrevocable de reproducir tus palabras y tu nombre/sitio web como atribución.