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Historia de un ignorante, ma non troppo… Sinfonía núm. 6, “Patética”, de Tchaikowsky

Varias veces he comentado en esta ya larga serie musical obras del gran compositor ruso Piotr Ilich Tchaikowsky; de hecho resulta que, junto con Beethoven, es el compositor al que más artículos he dedicado: tres, y con éste de hoy, cuatro. El primero, dedicado a su Obertura Festival 1812, luego, a su maravilloso Concierto para Violín y Orquesta y, por fin, a su Concierto para Piano y Orquesta número 2. Por cierto, preferí comentar este segundo concierto de piano antes que el famosísimo primer concierto precisamente por lo famoso que éste último es, para así daros a conocer este precioso segundo concierto, un tanto oscurecido injustamente por su deslumbrante hermano mayor.

Sí, varias veces he traído por aquí a colación a Tchaikowsky, pero todavía no había aparecido ninguna de sus seis sinfonías, todas ellas magníficas. Y el caso es que a lo largo de la serie he citado en varios momentos la Sinfonía Patética de Tchaikowsky, por unas u otras causas. Pues bien, hoy ha llegado el día en que me atrevo por fin a comentar esta magnum opus absoluta del repertorio. Porque sí, ésta es una obra de las que nunca faltan en las temporadas musicales de las grandes orquestas del mundo. Muchas veces la he escuchado yo en Salas de Conciertos, porque muchas veces se programa. Y es porque se lo merece. A pesar de que no es ésta una sinfonía que te deje precisamente de buen humor…

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Biografía de lo Humano 01: Fijando el campo de juego

Comenzamos hoy una nueva serie sobre la Biografía de lo Humano, cuya necesidad surgió como complemento necesario a la serie ya publicada en El Cedazo que llamé “La Biografía de la Vida”. Esta última, como si tuviera vida propia, recorrió los vericuetos de las omnipresentes reglas de la evolución hasta llegar de forma casi impensada al Homo. Un animal no mucho más complejo que muchos de sus acompañantes sobre el planeta Tierra y al que, sin lugar a dudas, aún le queda mucho para demostrar si realmente va a ser el campeón del éxito de la Vida.

Pero hay que reconocer que somos unos animales especiales: tenemos una maquinaria cerebral que ha desarrollado una habilidad diferencial, la capacidad de razonar de forma recursiva, reflexiva, planificadora y proyectiva, algo más, creo yo, que la mera inteligencia.

Así nos vemos los Homo sapiens. Placa que lleva la sonda Pioneer 10, botella con mensaje lanzada al mar del espacio en 1972. En la actualidad la nave se dirige hacia la estrella Aldebarán, en la constelación de Tauro, a donde llegará dentro de 1.690.000 años. (Wikimedia, Dominio Público)

En la serie sobre la biografía de la Vida habíamos acompañado a alguno de los primates de las selvas ecuatoriales africanas en su aventura de supervivencia. El clima y la geología les habían cambiado drásticamente el campo de juego, aunque las nuevas reglas que precisó inventar para continuar adelante le llevaron a un nuevo estado fundamental nunca visto: la consciencia… que finalmente le hizo humano. En aquella serie habíamos dedicado un único capítulo a esbozar sucintamente aquello que pudo originar el cambio evolutivo a partir del cual emergió la consciencia en el Homo sapiens.

En esta serie intentaré ampliar el conocimiento. Y estaría encantado si sirviera para sembrar la semilla de la curiosidad.

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Biografía de lo Humano: Introducción

No es la más fuerte de las especies la que sobrevive, ni la más inteligente, sino la que responde mejor al cambio” (Charles Darwin).

En algún momento durante la redacción de la larga serie La Biografía de la Vida me encontré con un Macluskey imaginativo, ¡cómo no!, que se descolgó con la sugerencia, estoy seguro que fruto de su curiosidad, de que sería interesante conocer y profundizar en el desarrollo de las capacidades del hombre, aquellas que nos diferencian definitivamente del resto de compañeros en el viaje de la Vida.

En un principio me pareció un deseo muy ambicioso, muy loable, muy ilusionante y muy… trabajoso. El tema me interesaba en grado sumo, pero me obligaba, como en todo campo que no has estudiado en profundidad, a asentar el marasmo de ideas inconexas acumuladas a lo largo de la vida y a ampliar mis conocimientos en la medida de lo posible. Me pareció por tanto que la propuesta era una quimera preciosa… pero nada más que una quimera.

Por la misma época estaba comenzando a consolidar mi interés sobre el funcionamiento del cerebro, órgano que consideraba y considero un misterio casi sublime en donde posiblemente tenía que encontrar mis más profundas raíces como persona. Pronto cayó en mis manos un libro arduo para un principiante, pero en el que se me explicaba las bases neuronales de la consciencia humana: “Y el cerebro creó al hombre” del afamado neurólogo Antonio Damasio. Y se me encendió la bombilla.

Bien podía unir lo que había aprendido de mis antropólogos favoritos, los tres tenores del yacimiento de Atapuerca -Arsuaga, Carbonell y Bermúdez de Castro-, con lo que me cautivaba la Arqueología Cognitiva, cuyo gusanillo me entró a través de las lecturas del prehistoriador Rivera Arrizabalaga, a lo que añadir el componente de neurología de la consciencia que había iniciado con Damasio, y así formar una base en la que apoyar la ampliación de mi conocimiento sobre el mundo de lo Humano.

Y así comenzó. Una vez en la rueda, como me sucedió al preparar la serie La Biografía de la Vida, todo parecía girar en un cúmulo de casualidades. Tras una cereza salía otra, de la forma más inesperada. Poco a poco, y disfrutando como un loco, veía que aparecía un cuerpo de conocimiento con sentido, que se iba desarrollando casi con vida propia e independiente, cubriendo un hueco por aquí, ampliando un dato por allá.

Y, como sucedió con la serie primera, las fichas se fueron acoplando y creando lo que yo defino como otro de mis vademécums, que realmente hace la función de apuntador de mi frágil memoria, en este caso de las circunstancias de la aventura hacia lo humano.

Hasta aquí os he contado cómo se fue pergeñando esta serie, cosa que espero no os haya aburrido demasiado, pero para mí arropa el sentido de todo lo que viene después. Y… ¿qué viene después?

Primates curiosos observando el primer lanzamiento de un cohete desde Cabo Cañaveral (Imagen: NASA Dominio Público)

Una nueva serie en la que intentaremos bucear en lo que nos hace unos animales especiales: tenemos una máquinaria cerebral que ha desarrollado una habilidad diferencial, la capacidad de razonar de forma recursiva, reflexiva, planificadora y proyectiva, algo más, creo yo, que la mera inteligencia.

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¿Has leído… Los propios dioses, de Isaac Asimov?

A mediados de los años ochenta del siglo pasado hubo una reunión conjunta de los integrantes de los premios Hugo y Nebula (y quizás de Locus también), asociaciones que conceden los más prestigiosos premios anuales a las mejores novelas, novelillas, cuentos y cuentecillos de ciencia ficción del año, con el fin de, supongo, ponerse de acuerdo en lo que fuera que tuvieran que ponerse de acuerdo, y aprovecharon la ocasión para votar cuál había sido la mejor novela de ciencia ficción de la historia,[1] así como la mejor trilogía, el mejor cuento, la mejor revista, etc, etc. Y la novela elegida como “la mejor novela de ciencia ficción de todos los tiempos” fue… pues sí, acertaste: Los Propios Dioses.

En fin: todo esto lo leí hace eones, en la época pre-internet, en alguna de las numerosas revistas, libros o publicaciones que yo leía en la época, así que estoy seguro de, al menos, haberlo leído en algún lado. El problema es que, ejem, ahora, buscando en la red de redes no encuentro absolutamente nada que lo refrende. Así que ya no sé si lo he soñado o qué, aunque los que me conocéis sabéis que mi memoria es excelente para cosas que ocurrieron hace treinta o cuarenta años… eso sí, no me preguntéis qué cené ayer… :)

En cualquier caso, sí que es cierto que Los Propios Dioses es una de las diez únicas novelas que han sido galardonadas simultáneamente con los tres premios más importantes de la ciencia ficción mundial: Hugo (concedido por votación entre aficionados y lectores); Nebula (concedido por la Asociación Americana de Escritores y Editores de Sci Fi) y Locus (otorgado por los críticos de la revista del mismo nombre), es decir, las tres patas de la industria: autores, críticos y aficionados, así que se trata de, si no la mejor, por lo menos una de las mejores, ¿no?

Pero bueno, en cualquier caso: ¿Es Los Propios Dioses, de Isaac Asimov, la mejor novela de ciencia ficción de todos los tiempos?

Caramba, una pregunta difícil de contestar, ¿no? Es como cuando surge el a veces inevitable debate sobre ¿quién fue el mejor músico de la historia?, o ¿el mejor futbolista (o tenista, o ajedrecista…)?, o ¿el mejor cuadro? Según cómo y quién opine, serán unos u otros o, lo más probable en el caso de un escéptico redomado, la respuesta sería… depende. Pues lo mismo ocurre con las novelas de ciencia ficción: depende. ¿Es mejor Hyperion, de Dan Simmons que El juego de Ender, de Orson Scott Card? ¿O Pórtico, de Frederick Pohl, que Crónicas Marcianas, de Ray Bradbuy? ¿O quizás Dune, de Frank Herbert, que Cita con Rama, de Arthur C. Clark? Pues eso: depende.

Lo que sí es cierto es que la publicación en 1972 de esta novela de hoy marcó un hito en la carrera de Isaac Asimov, un antes y un después… y el dominio de Asimov en el género de ciencia ficción de los años sesenta y setenta era abrumador: todos seguían al maestro del Yo, Robot o de las Fundaciones. Un hito en varios aspectos que, cómo no, voy a enumerar a continuación… a mi manera, claro, dentro de estos artículos sueltos “¿Has leído?” publicados en El Cedazo.

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  1. De la historia hasta entonces, claro. []

Lo que se preguntan sus alumnos de 3º de la ESO – XIII: ¿Por qué los extraterrestres no vienen a la Tierra?

Otro de nuestros alumnos favoritos se pregunta hoy: ¿Por qué los extraterrestres no vienen a la Tierra?

E.T. el extraterrestre, via http://mugen.wikia.com/wiki/E.T.

Aunque de momento no hemos encontrado Vida fuera de nuestro planeta (Vida, con mayúsculas), sabemos que hemos buscado solamente en nuestros alrededores más cercanos (algunos de los planetas y satélites del Sistema Solar, y además solo superficialmente) y el Universo es taaaaaaaaan grande que nos parece relativamente probable que existan seres vivos en otros planetas (probablemente en otros sistemas estelares). Si estamos en general convencidos de que eso es lo más probable… ¿por qué no nos visitan?

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La Biografía de la Vida 62. Últimas palabras. Anexos: Cronología y base documental

En la última entrada de esta larga serie sobre la Biografía de la Vida puse su punto final. Era el cierre de una larga experiencia que ha durado más de dos años y medio, a lo largo de los cuales no sólo he disfrutado trabajando con mis anotaciones y lecturas, preparando cada una de las entradas, sino también, y de forma muy especial, con todos aquellos amigos con los que he cruzado comentarios y opiniones. En especial con los editores de este blog “El Cedazo”: J y Macluskey. Con ellos y con todos vosotros, que habéis seguido con suma paciencia el deambular de unos sistemas químicos complejos que llamamos organismos vivos desde que eran tan sólo unos elementos independientes de la tabla periódica pululando por la vecindad del Universo hasta el momento actual, en que contemplamos un desmelenado árbol de parentescos, realidades e historias acabadas.

Así debió ser la masa madre de la Vida en nuestro planeta. Esta imagen corresponde a la nube molecular 1 de Tauro. (Wikimedia, CC BY-SA 3.0)

La Vida apareció en nuestro planeta. La evolución la fue disfrazando de alternativas viables, entre ellas las de un organismo reflexivo. Un organismo que se ha empeñado no sólo en desentrañar su historia familiar, sino que también su curiosidad le está llevando, como hemos visto en las dos últimas entradas, a buscar más allá de sus fronteras la confirmación de que no está sólo en el Universo. Sigue leyendo ›

La Biografía de la Vida 61. ¿Hay vida aún más lejos?

En las entradas últimas de esta serie nos hemos puesto a satisfacer una última curiosidad: ¿qué podemos decir de la Vida fuera de nuestro planeta? Habíamos visto en las entradas 58 y 59 que, dada la inmensidad del Universo con todas sus estrellas y de lo sagaz que es la Vida para colonizar ámbitos extremos, cabía una cierta esperanza de que los organismos vivos de la Tierra estuviéramos acompañados en nuestro viaje. Habíamos repasado también,en la entrada 60, nuestro entorno más cercano, dentro del Sistema Solar, por lo que hoy nos queda dar un nuevo paso y alejarnos a mucho más allá de cuatro años luz, que es donde ya se ve bien la primera estrella vecina, Alfa Centauri.

Demos por tanto un salto fuera de nuestro sistema planetario. Y sigamos teniendo en mente las inmensas posibilidades que nos ofrecen los extremófilos. El trabajo de la búsqueda pasa por encontrar planetas en sistemas estelares distintos al de nuestro Sol. Y los hemos encontrado, muchos, pero desgraciadamente en los que conocemos no tenemos claro que pudieran desarrollar una vida como la de la Tierra… a no ser que fuera alguno de los amantes de lo muy raro. Todo podría ser posible a lo largo de una investigación maratoniana que aún se encuentra muy en sus inicios. Y el escenario es abrumadoramente extenso: el Universo, al menos el que queda dentro de nuestro campo de visión, una estupenda esfera de 46 mil millones de años luz de radio –un año luz es poco más o menos 9,5 x 1012 kilómetros-.

Representación artística de la órbita del exoplaneta 55 Cancri-f dentro de la zona de habitabilidad -cinturón verde- de su estrella 55 Cancri (Wikimedia, NASA, dominio público)

Nos podemos preguntar cómo es posible, ya que si la edad del Big Bang es de 13.720 millones de años y la información viaja como mucho a la velocidad de la luz, ¿cómo nuestro horizonte de observación, donde se encuentran los más remotos confines desde los que pudo venir la luz más primitiva, está a un radio de 46 mil millones de años luz? La explicación es bien sencilla cuando se sabe: no sólo se mueve la información, sino también el escenario. Sabemos que el tejido espacio-tiempo, el escenario donde todo discurre, ha estado en continua expansión. Por así decirlo la trama de hilos donde se apoya la luz en su recorrido se ha expandido, se ha hecho más abierta, produciendo la ilusión sorprendente de que la última luz del primer día ha viajado hasta nosotros casi un 65% más deprisa de lo que se postula como su velocidad máxima. Sigue leyendo ›

¿Has leído… Guerra mundial Z?

Hoy volvemos a traer una recomendación de lectura que probablemente se sale un poco del patrón que se estila por aquí: un libro de zombies.

Muchos son los que han unido al carro de la moda zombifílica que durante los últimos años sacude al mundo, pero pocos han logrado hacerlo como Max Brooks lo hace en esta novela. La novela, que oficialmente se llama “Guerra mundial Z: Una historia oral de la guerra zombie“, narra las desventuras de la humanidad desde los primeros casos de la enfermedad hasta que la plaga está más o menos controlada (que no erradicada).

Portada de la novela original en inglés (a través de Wikimedia, fair use)

La gracia de esta novela, lo que es también su diferencia frente a la mayoría de las otras novelas o películas de zombies, es que no cuenta cómo una persona o un grupo se enfrenta a la crisis, sino que cuenta cómo lo hace toda la humanidad… pero de una forma peculiar. Cuando la crisis ha sido controlada, la ONU pide a uno de sus agentes que realice un informe sobre dicha crisis, y él se recorre el planeta realizando entrevistas para hacer dicho informe. Al regresar a la oficina, cuando el informe va a ser entregado a sus superiores, le dicen que es demasiado emotivo, que contiene demasiada opinión, que ellos necesitan hechos objetivos y numéricos, y le recortan radicamente el informe… así que él decide publicarlo como libro independiente del informe: el resultado de ese libro es “Guerra mundial Z”.

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La Biografía de la Vida 60. ¿Tenemos vecinos?

En la anterior entrada de esta serie sobre La Biografía de la Vida habíamos iniciado la búsqueda de vida fuera de nuestro planeta intentando conocer cómo podía ser el objeto de nuestros deseos. Fuera de la Tierra las condiciones, en su mayoría, pueden ser muy inhóspitas, por lo que dirigimos nuestros ojos hacia aquellos seres que conviven con nosotros en ambientes muy, pero que muy, difíciles: los extremófilos. Con esto no quiero decir que realmente vayamos a encontrar el tipo de seres duros de la Tierra. Lo más probable es encontar seres parecidos. Hoy vamos a dedicarnos a ver el campo de búsqueda, lugares en el sistema solar en donde puede ser posible la vida.

Está claro que no disponemos de una tecnología desarrollada como para poder llevar a cabo una observación directa de estos hipotéticos extremófilos. Por lo que nos deberemos concentrar en la búsqueda de las pistas colaterales que nos llegan con la luz que recibimos del exterior. En su espectro viene la información necesaria. Analizando la distribución de sus bandas podemos saber qué tipo de átomos las emitieron o se interpusieron en su camino. La explicación es muy sencilla. Cada átomo -elemento químico- tiene una configuración particular de sus capas electrónicas. Cada una a un nivel de energía determinada y específica del elemento. Si uno de sus electrones se muda de una a otra es porque ha recibido o ha emitido un fotón, cuya energía -frecuencia- captamos y podemos ver reflejada en su espectro.

Espectro de frecuencias de un rayo de luz. En este caso se trata de la emitida por átomos de hierro en el intervalo visible electromagnético (Wikimedia, dominio público)

¿Por qué es importante saber que átomos hay ahí? Porque la actividad biológica deja pistas químicas en sus subproductos, lo que se conoce como biomarcadores, moléculas resultantes de la actividad metabólica de los organismos vivos. Si queremos saber si en un exoplaneta o en una exoluna hay algo semejante a lo que hay en la Tierra, lo lógico es intentar seguir la pista a estos biomarcadores. Puede haber de muchos tipos en la atmósfera de un planeta habitable, pero la mayoría resultan invisibles si los observamos a varios años luz de distancia. Por este motivo nos tenemos que centrar sobre aquellos elementos que son realmente los mejores indicios de vida: oxígeno, ozono y metano. Además, podemos buscar la presencia de dióxido de carbono como producto secundario de la respiración y de agua como disolvente universal necesario para que la vida sea una realidad. Aunque no son biomarcadores, ambos juegan un papel fundamental en la biosfera terrestre. Sigue leyendo ›

Historia de un ignorante, ma non troppo… Sinfonía num. 8, “Inacabada”, de Franz Schubert

Hace ya tiempo que, dentro de esta ya longeva serie sobre música clásica, dediqué uno de mis irrespetuosos artículos a la magnífica Sonata Arpeggione de Franz Schubert, una de las piezas clave del repertorio del violonchelo (porque, como dije entonces, el arpeggione para el que estaba escrita es un instrumento olvidado del que apenas se conservan uno o dos ejemplares).

Allí conté alguna cosa sobre la biografía de este compositor vienés,[1] contemporáneo y profundo admirador de Beethoven, que falleció en 1828, a los 31 años de edad, tan sólo un año después de la muerte de su ídolo, el gran Ludwig. Y conté que era un compositor frenético, compulsivo, pues, a pesar de su desgraciadamente corta vida, compuso más de mil obras musicales, incluyendo 10 sinfonías (o 9, u 8, no se sabe muy bien exactamente cuántas compuso o medio-compuso), 10 óperas, 5 misas y otras composiciones vocales, decenas de sonatas, fantasías, etc. para piano, música de cámara, y… ¡más de 600 canciones! Pues bien, este activísimo compositor no llegó a ver publicada ni una sola obra en vida.

Schubert está considerado como el auténtico impulsor de la música romántica: sus composiciones tienen todas ellas una belleza melódica que pocos compositores han podido igualar, aunada con una gran habilidad para la armonía. Y esta obra suya de hoy, la Sinfonía número 8[2] en si menor, “Inacabada”, es casi con toda seguridad su obra más conocida por el gran público.

Pero siempre que se habla de la Inacabada, que sólo tiene dos movimientos cuando lo habitual y casi obligatorio en una sinfonía en la época es que tuviera cuatro, se produce el debate: ¿Es realmente una sinfonía inacabada, o bien Schubert quiso dejarla así, incompleta?,[3] e incluso ¿no estaría originalmente completa pero se perdieron sus dos últimos movimientos? Yo no lo sé, claro, ni creo que haya nadie que lo sepa, teniendo en cuenta que su autor falleció hace casi 200 años. Pero debate, hay un rato. Y por debatir, je, je, que no quede…

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  1. Es curioso que, siendo Viena la capital musical de toda la época de fines del siglo XVIII y principios del XIX, entre los grandes compositores de la época sólo Schubert fuera vienés. []
  2. Con el follón que hay con los números de las sinfonías schubertianas, se puede encontrar etiquetada también como número 7, pero normalmente se cataloga como la número 8. []
  3. Fijaos que no es lo mismo “inacabada” que “incompleta”. El primer término indica que nunca se terminó, mientras el segundo indica solamente que no está completa, que le faltan los otros dos movimientos por el motivo que sea. []