El artículo de hoy no es un artículo “normal”. Nada de eso. Es un mega-artículo gigantesco sobre una mega-obra gigantesca, y es un artículo que me ha llevado mucho tiempo, primero decidirme a escribirlo, después preparar la documentación, buscar los vídeos, etc, y, finalmente, escribirlo. Mucho, pero que mucho tiempo.
Y… no sé si va a tener mucho éxito. Lo sé. Lo siento, pero es así. Es más, no sé siquiera si tan monumental (por el tamaño) artículo va a tener algún éxito entre los amables lectores de tan ignorante serie. Porque la obra de hoy es una obra monumental (de monumento). Monumental en todos los sentidos, incluido el de su duración: unas tres horas y cuarto.[] Es seguramente la obra más larga del repertorio que normalmente se interpreta, si exceptuamos las inacabables óperas de Wagner… y se interpreta mucho, ciertamente, sobre todo en los alrededores de la Semana Santa.
Sé perfectamente que proponer a un seguidor de un blog de Internet, por más fiel que sea al blog y mucha confianza que tenga en el autor… Mmmm, no, perdón, creo que me he liado. Empiezo otra vez:
Sé perfectamente que proponer a un lector de un blog que pase las próximas tres horas y pico o cuatro leyendo y escuchando música es, sencillamente, mucho pedir. Sé, en una palabra, que muy pocos de vosotros, queridos lectores, si es que hay alguno, oiréis la obra completa.[] Sí, es dura para los que no estéis acostumbrados a oír música barroca. Y sí, el tema de la obra es ligeramente agobiante. Y efectivamente, es un oficio religioso, qué duda cabe. Luterano, además. En perfecto alemán. Alemán del Siglo XVIII.
Os entiendo: cualquiera que haya leído hasta aquí huiría de inmediato a buscar algo de Led Zeppelin o de Ana Belén o de La Oreja de van Gogh o de quien le pete, si es que no se han fugado ya, pensando: Seguro que esta obra es un rollo.
Sí. Todo eso es cierto. Os preguntaréis, entonces, por qué el amigo Macluskey, con lo ajetreado que está y el poco tiempo del que dispone, ha robado tanto tiempo al sueño para escribir semejante mega-artículo que no va a leer casi nadie… La respuesta es que el tal Macluskey lo ha escrito para sí mismo. Sí. Para darme el gustazo de escribir lo que yo pienso y he aprendido sobre una obra que conozco bien, que me gusta… eh, no, la palabra correcta no es me gusta;[] en realidad esta obra me emociona, me eleva, me transfigura… me hace saltar las lágrimas, invariablemente. Varias veces.
Porque, sí, también: esta obra es el culmen absoluto de la Música Universal. Sin duda alguna. Nunca, nunca, jamás, se ha unido de manera tan exquisita la perfección musical (marca de la casa del maestro Bach) con la emoción y el sentimiento más profundos. Yo no soy especialmente religioso, como quizá os hayáis dado cuenta ya leyendo mis pobres escritos, y sin embargo la espiritualidad que desborda cada frase, cada salmo, cada intervención del Evangelista, cada himno y cada aria, esa emotividad que impregna toda la obra desde su famoso principio hasta su esplendoroso final… me golpea como un bate de béisbol. En fin, no puedo expresarlo con palabras. Ojalá algunos de vosotros sintáis algo parecido al seguir el artículo… en ese caso, me sentiré más que satisfecho y daré todo el ingente trabajo por bien empleado. Entiendo bien a Diógenes, cuando se paseaba por Atenas con una lámpara, buscando a un hombre… con uno de vosotros, queridos lectores, uno solo que caiga en la fascinación que genera esta obra extraordinaria gracias a este pobre artículo, ya me sentiré satisfecho.
Sigue leyendo ›