La Biografía de la Vida 17. Paréntesis filogénico colofón del Proterozoico
Ésta es ya la entrada número 17 de la serie sobre la Biografía de la Vida. A lo largo de todas las anteriores nos hemos paseado por unos 4.000 millones de años de biosfera.
Hemos contemplado cómo a través de un camino continuo la simple química de átomos y moléculas se iba convirtiendo en algo cada vez más complejo que llamamos bioquímica y, a fin de cuentas, Vida. Desde un principio los elementos primordiales seguían escuetamente en sus interrelaciones los dictámenes de la segunda ley de la Termodinámica, buscando siempre una situación de estabilidad que encontraban en estructuras que comportaban un mínimo de energía. Pero la creciente complejidad les llevó a formar intrincados sistemas químicos en los que la anterior estabilidad termodinámica ya no era el objetivo final. Sin faltar a la segunda ley mencionada, estos sistemas adoptaban comportamientos dinámicos que los llevaban hasta posiciones que rozaban la inestabilidad, en donde se mantenían gracias a una nueva habilidad adquirida: gestionar la energía. Así, de una química de estabilidad termodinámica pasaron a una química de inestabilidad dinámica, en donde se premiaba la eficiencia en el mantenimiento de la maquinaria. Quien lo hiciera mejor sobreviviría más. Quien más habilidades obtuviera, lo que se plasmaba en una mayor complejidad, podría jugar con ventaja. Se pasó de la química “conformista”, en donde la “ambición” de los actores era la mínima energía, a una química activa en donde la “ambición” de los sistemas era sobrevivir más que el vecino en un entorno donde funciona la replicación y la competencia. Y esta química activa, sin lugar a dudas, perdió su identidad y se confundió con la Vida. Lo ha expresado de forma perfecta el biólogo australiano Addy Pross en un libro que recomiendo: “What is Life?: How Chemistry Becomes Biology“.
Hasta ahora el viaje a lomos de la Química nos ha llevado desde el organismo más elemental hasta el que poseía ya unas habilidades tales como la multicelularidad e incluso la especialización de sus células en tejidos funcionales. Parece como si ya quedara poco, tan sólo unos 542 millones de años.
Pero no va a ser así. Nos queda mucha historia por delante. En el último eón, el Fanerozoico, con sus 542 millones de años, no sólo pasaron muchas cosas y se desarrollaron muchos avances, sino que por suerte hay muchas pistas de lo que pasó. El registro fósil, dada lógicamente la “juventud” de los restos, es muy abundante. Pero voy a dejar el hilo de la curiosidad en el aire.
Antes de entrar en el detalle de esta época de florecimiento exponencial, voy a hacer un nuevo paréntesis teórico, que espero os guste por su importancia en la descripción y desarrollo de esta ciencia que es la Paleontología. Hoy nos dedicaremos a dar unas pinceladas sobre la clasificación filogenética.