Por fin llegamos al punto de la historia en donde se formaliza el estudio de la naturaleza, que por entonces se llamaba Filosofía Natural y que hoy denominamos Física. Más que “formalizar”, convendría decir que recibe un gran impulso, mejor dicho, un gigantesco impulso, desde Copérnico hasta Newton, durante los siglos XVI y XVII.
Este bum científico, que ha sido considerado por muchos como el más importante de la historia, revolucionó la forma de entender el mundo y nuestro lugar en el Universo. Como principal figura en este escenario, el omnipresente inglés Isaac Newton (1643-1727), desarrolló –entre otras cosas– una explicación matemática sólida para el movimiento de los cuerpos y sus interacciones, además de la Ley de la Gravitación Universal.
Un contemporáneo de Newton, fue el alemán Gottfried Leibniz (1646-1716) –de muy interesante pensamiento–, que estuvo enfrentado con el inglés, por varios motivos, como fue la disputa por quién había descubierto primero el Cálculo Infinitesimal, y otros aspectos físicos y filosóficos interesantes, como la naturaleza del tiempo y el espacio: si éstos son absolutos o racionales, si son objetivos o subjetivos, por ejemplo, si dependen de los cuerpos y movimientos o son independientes de ellos, entre otras cosas, que explicaremos en este artículo.
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Antes que nada, un breve repaso: en las últimas entradas de esta serie estuvimos hablando de la riquísima reflexión de Aristóteles sobre el tiempo, que defendía cuestiones como la continuidad, es decir, la infinita divisibilidad del tiempo, la no temporalidad de los ahoras y la necesidad del movimiento y del sujeto consciente. Además echamos un vistazo a cómo cambia el concepto de tiempo y el de eternidad, con la aparición del Cristianismo, y cómo se plantea un tiempo lineal. Ahora sí, empecemos con el tema de hoy.
![Isaac Newton. Pintura de Godfrey Kneller.](http://eltamiz.com/elcedazo/wp-content/uploads/2009/02/newton.jpg)
- Isaac Newton. Pintura de Godfrey Kneller.
Ocasionalmente, encontramos en algunos textos afirmaciones como “tanto Aristóteles como Newton concebían que el tiempo era algo absoluto; los dos compartían la misma concepción del tiempo”, lo cual es algo totalmente errado. Aunque estos dos personajes estuvieran de acuerdo con la naturaleza ‘homogénea’ del tiempo –es decir, que siempre transcurre al mismo ritmo–, diferían en un montón de aspectos.
Como vimos, Aristóteles decía que sin movimiento, sin cambio, no hay tiempo, y por tanto definía a éste como la medida del movimiento, agregando la condición de la necesidad de un alma que perciba el cambio: si nadie lo percibe no se puede decir que exista como tal. Pero Newton afirmó que el tiempo es algo puramente objetivo y físico, que fluye sin relación con nada externo. Sería, junto con el espacio, como un gran contenedor del acontecer físico, que fluiría independientemente de si hay cambio o no lo hay, o si hay sujeto o no. Es decir, que el tiempo no es la medida del cambio ni de ninguna otra cosa, aunque vulgarmente utilizamos algún movimiento –el de las agujas de un reloj, el del planeta, el de las estrellas, etc.– que nos dan una noción relativa del tiempo, y que usamos en vano para intentar aprehender lo que en verdad es el tiempo, el tiempo absoluto.
De este modo, este inglés se encarga de diferenciar el tiempo absoluto y verdadero, del relativo y vulgar, en su obra Principios Matemáticos de la Filosofía Natural:
El tiempo absoluto, verdadero y matemático, en sí y por su propia naturaleza sin relación a nada externo fluye uniformemente, y se dice con otro nombre “duración”. El tiempo relativo, aparente y vulgar es una medida sensible y exterior, precisa o imprecisa, de la duración mediante el movimiento, usada por el vulgo en lugar del verdadero tiempo; hora, día, mes y año, etc. [...] Es posible que no exista un movimiento uniforme con el cual medir exactamente el tiempo [absoluto]. Todos los movimientos pueden ser acelerados o retardados, pero el flujo del tiempo absoluto no puede ser alterado.
Si el tiempo es homogéneo, quiere decir que cualquier parte que tomemos de él, debe ser exactamente igual a cualquier otra de la misma duración. Entonces, el tiempo no podría haber tenido origen ni fin, ya que esos límites romperían con la naturaleza homogénea del tiempo. El tiempo debió existir desde siempre y por siempre, independientemente de cuándo Dios decidiese crear al Universo (entendamos “Universo” por materia, en este caso); lo mismo sucede con el espacio. El tiempo absoluto, entonces, se extiende desde el infinito hasta el infinito, sin relación alguna con los objetos.
Galileo Galilei había demostrado que no existen los movimientos absolutos, sino que éstos son relativos. Esto quiere decir que si alguien está en movimiento uniforme –velocidad constante– por ejemplo en un barco, desde su punto de vista, no existe forma de comprobar si en verdad está en movimiento o se encuentra ‘fijo’. Newton no niega la relatividad del movimiento, pero sí la del tiempo y del espacio. Como vimos, al tiempo relativo lo llama vulgar, y dice que es el tiempo subjetivo intuitivo que tenemos habitualmente, por ejemplo, cuando algunos días nos parecen brevísimos y otros muy largos, lo cual no es sino producto de la percepción psicológica de las cosas que nos rodean. En realidad, estamos sometidos a un constante tic-tac-tic-tac que subyace en todo el Universo, independientemente de lo que percibamos.
En la física iniciada por Newton, el tiempo cumple el papel de ubicar y ordenar los sucesos de manera fija, como si el Universo fuese una larga película de video en donde los acontecimientos nunca pueden ser alterados. En lo que respecta a cuestiones más metafísicas, Newton señala que si el espacio y el tiempo son infinitos, eternos, omniscientes, tal como los atributos de Dios, cabría considerar que, de hecho, el espacio y el tiempo no son nada menos que los “sentidos de Dios“.
![Gottfried Wilhelm von Leibniz. Pintura de Christoph Bernhard Francke.](http://eltamiz.com/elcedazo/wp-content/uploads/2009/02/gottfried_wilhelm_von_leibniz.jpg)
- Gottfried Wilhelm von Leibniz. Pintura de Christoph Bernhard Francke.
Por la misma época, Leibniz –quien desarrolló el sistema binario, inventó la tercera máquina de calcular de la historia, entre muchas otras cosas– se encargaría de reducir toda esta concepción hasta el absurdo, adelantándose tres siglos, a la teoría de la relatividad de Einstein –de la que hablaremos en las próximas entradas– y a la física de partículas.
Para Leibniz, el tiempo es algo puramente relativo, ideal (ya habíamos hablado del concepto de idea), relacionalista, y local. No es que haya un ritmo universal de tiempo; el tiempo es local en cada acontecimiento. Esto quiere decir que el tiempo no es independiente de las cosas materiales, sino todo lo contrario: sin materia no hay sucesos, sin sucesos no hay tiempo. Si queremos entender qué argumentos utilizó este filósofo para desmontar la tesis de Newton, tenemos que mencionar los tres principios fundamentales de su filosofía:
- Principio de razón suficiente: ningún hecho puede ser verdadero o existente, sin que haya una razón suficiente para que así sea, y no de otro modo. Es decir que todas las acciones, todos los acontecimientos que existen y existieron tienen una razón por la cual son; si no la tuvieran, no podrían existir. Por ejemplo el mundo, la vida, etc. (Lo abreviaremos PRS)
- Principio de perfección: afirma que Dios eligió la mejor de todas las infinitas posibilidades alternativas con las que contó para crear nuestro mundo. Es decir que de todos los mundos posibles, el nuestro es el mejor. (Lo abreviaremos PP)
- Principio de identidad de los indiscernibles o Ley de Leibniz: dice que no existen dos cosas que puedan ser exactamente iguales, que puedan ser indiscernibles, ya que aun teniendo las mismas características, no dejan de ser dos cosas. Por ejemplo si decimos que esta letra A es exactamente igual que esta otra letra A, estamos equivocados, porque aunque sean iguales cualitativamente, no son la misma cosa. (Lo abreviaremos PII)
Este último principio nos da una clara pista de que no es posible que el tiempo sea absoluto. Si decimos que todas sus partes son iguales, es decir, que es homogéneo, estaríamos violando este principio, porque dos intervalos pueden ser exactamente iguales, pero siguen siendo dos cosas, por lo tanto, son diferentes. Entonces cada “parte” del tiempo debe ser totalmente diferente a las demás, como si el tiempo se fuese renovando constantemente.
Por otro lado, si el tiempo se extendiese desde infinito hasta el infinito, Leibniz preguntó: ¿contó Dios con una Razón Suficiente para crear el Universo en el momento (y en el lugar) en que lo hizo y no en cualquier otro? Si el tiempo es totalmente homogéneo no hay nada que indique que un momento sea especial, ni un espacio especial. Por lo que siguiendo la descripción de Newton, Dios no pudo contar con ningún motivo para elegir algún momento ni lugar en donde hacer su creación, lo cual, según el alemán, es inaceptable. Newton argumentaría que la voluntad de Dios ya es razón suficiente, y que no tiene sentido el cuestionamiento. Pero el Leibniz no podía aceptar de ninguna manera que una voluntad fuera una razón — “todos los acontecimientos deben tener una razón suficiente para que así sean, y no de otro modo”, es decir, no podía asumir que las decisiones de Dios fueran simplemente caprichos.
De modo que si Dios tuviera una razón suficiente para elegir un punto determinado en el tiempo, se estaría declarando que no es homogéneo, sino que consta de partes discernibles, tal como plantea el PII. De este modo, las reflexiones de Leibniz indican que el tiempo no puede ser absoluto.
¿Y qué dice el PP? ¡¿Que nuestro mundo es el mejor de todos los mundos posibles?! A primera vista, parece un poco ingenua esta reflexión. Con tanta maldad rodeándonos, ¿cómo puede ser nuestro mundo el mejor? Por un lado se podría pensar que Leibniz es bastante optimista, que rescata lo bueno, lo que hace que existamos. Dice que Dios, como sabio es, analizó las infinitas posibilidades que tenía para construir un mundo, y eligió la mejor. Plantea que la maldad, es un ingrediente esencial para que el mundo sea, en efecto el mejor. Por ejemplo, si el león mata y come a la cebra, se puede pensar que el león es el malo. Pero si no la matara, no tendría alimento y moriría, y no sólo eso; las cebras se multiplicarían a un nivel enorme, y comerían toda hierba desertificando los paisajes y dejando sin alimento a otras especies, incluso a la suya misma, etc. Esto es sólo una metáfora, y no cuesta demasiado aplicarla a todos los aspectos de este mundo.
Leibniz manifiesta que todo está en perfecto equilibrio, que lo bueno necesita de lo malo, y que esto fue meticulosamente planeado por Dios logrando lo que él llama armonía preestablecida, que más abajo veremos cuán importante es en el tema del tiempo.
Definió al tiempo como las relaciones de los sucesos: sin acontecimientos físicos, no tendría sentido afirmar que el tiempo fluye. A su vez, los acontecimientos necesitan de las substancias materiales para tener lugar. En consecuencia, el tiempo es relacional: se relaciona totalmente con la materia y depende de ella; si ésta no existiese, entonces no tendría sentido hablar de tiempo. El tiempo queda así definido como una abstracción mental, como algo ideal, aunque sean reales las relaciones que producen esa construcción mental (la materia).
Sin embargo, el tiempo no es el orden de sucesos cualesquiera, sino de los medidos localmente desde un marco de referencia. Sí, Leibniz introduce la noción del marco de referencia que hace que cada observador tenga una línea de tiempo propia, y ya no hay un tic-tac-tic-tac válido para todo el Universo, sino que cada observador puede medir un orden de sucesos, con distintas características que otro. Por lo tanto, decir que si dos sucesos son simultáneos para alguien, así también para cualquiera, es algo incorrecto. (Curiosamente estas reflexiones de Leibniz se adelantan a la Teoría de la Relatividad).
Como si esto fuera poco, Leibniz propone que el Universo está compuesto por unas unidades infinitamente pequeñas que llama con el nombre de mónadas (que se puede traducir como ‘unidad‘), de las que podríamos hacer una analogía con las partículas físicas elementales, como el electrón, el fotón, etc. Estas mónadas, carentes de pares, son totalmente diferentes unas de otras –en virtud del PII– y constituyen toda la materia del Universo, incluso a tí y a mi. Pero lo verdaderamente interesante de este asunto es lo siguiente: cada mónada es como un pequeño mundo, que tiene un “programa interno” de infinitos pasos, que le indica todos los movimientos y cambios que debe realizar durante su existencia. Es decir, que en un principio Dios realizó la ‘programación’ de todos los sucesos que le deberían ocurrir a cada substancia individual, a cada mónada.
De modo que cada mónada sabe qué movimientos debe realizar en cada momento específico. Tú crees que ahora estás leyendo esto. Pero en realidad, son las mónadas que forman tu cuerpo, las que se mueven de una manera preestablecida, y producen la ilusión de que tu creas que estás pensando y razonando esto. Por ejemplo, levanta la mano, por favor. Tú crees que a causa de que te estoy indicando esto, decides levantar la mano. Pero lo que está sucediendo es que las mónadas de tu cuerpo realizan los movimientos que tenían programados, para llevar a cabo en este momento.
Esto quiere decir que, por más que creamos que tenemos voluntad para decidir algo, en realidad estamos siguiendo los movimientos que nuestras partículas tenían ya preestablecidos. Supongamos que presenciamos un choque automovilístico. Un automóvil A se estrella contra otro B. Afortunadamente no hay heridos. Pero los dos vehículos quedan destrozados. Desde nuestro punto de vista, podemos decir que “a causa del choque, los autos fueron destrozados”. Estamos estableciendo una relación de causa y efecto. Pero si le preguntáramos a Leibniz qué ha sucedido nos respondería algo así: “no hubo ningún contacto ni relación de causa-efecto entre los coches A y B. Lo que ha ocurrido es que las mónadas que conforman esos autos [sí, acertaste] tenían programado moverse de determinada forma en ese momento, logrando que nosotros veamos abolladuras, rupturas de ventanillas, etc.”.
¿Qué extrae este filósofo de todo esto?
- Que no existe la causalidad, es decir que no hay causas que originen efectos, eso es sólo una ilusión. Todas las partículas tienen sus movimientos preestablecidos.
- Que cada mónada tiene un tiempo propio, su propio marco de referencia. Habíamos dicho el tiempo era el orden de los sucesos, o de los cambios. Como cada mónada está aislada del resto, sigue su propio orden de cambios, su propio tiempo. Si el tiempo de una de ellas se detuviese nadie se percataría por ello. Por tanto, como hay infinitas mónadas, hay infinitas ‘cintas métricas de tiempo’, y es absurdo considerar un tiempo que valga para todo, un tiempo absoluto.
- Que el destino está escrito. Cada mónada contiene dentro de sí el programa, nada más –ni menos– que el futuro.
- Que la voluntad es una ilusión. Sólo seguimos movimientos preestablecidos.
De la misma forma que sé que no le crees ni una palabra al pobre Leibniz, en su época también fue rechazado. Durante sus múltiples disputas con Newton –como la hablada aquí–, al inglés no le faltaron aliados que defendieran sus ideas. Te puedes imaginar a que un hombre tan revolucionario y con tan buena reputación como Isaac, nadie se atrevería contradecirle. Otra cosa que me llama la atención es que también Leibniz criticó la acción instantánea de la gravedad de Newton. Afirmaba que es una proposición sin sentido. Y como bien supones, fue considerado difamador.
Pero la historia habla, y dice que el equivocado finalmente era Newton. (Bueno, Leibniz también, pero estuvo más acertado que el inglés). Ya que con la aparición de un, un, eh… la verdad es que no encuentro palabras para describirlo; un extraterrestre, digamos, llamado Albert Einstein, se iniciaría una verdadera Revolución a partir del siglo XX –en mi opinión, la mayor en la historia de la humanidad– sobre los conceptos más intuitivos y que creemos conocer bien: el tiempo y el espacio. Resucitaría de este modo la consideración relativa de Leibniz, dejando a un lado una falsedad que intuitivamente aceptamos: el tiempo absoluto de Newton, como próximamente veremos.
Pero antes, en la siguiente entrega de la serie, hablaremos acerca de la Crítica de Kant.