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Biografía de lo Humano 04: La anatomía femenina




Comenzamos hoy una nueva entrada de la serie sobre la Biografía de lo Humano que completará la rápida panorámica que estamos dando sobre los cambios anatómicos que tuvieron algo que ver con la emergencia de esto que precisamente entendemos como Humano. Hasta ahora, en la penúltima y en la última entrada de la seria, hemos analizado pies, manos y cabeza. Hoy nos vamos a dedicar a la anatomía femenina. Y me atrevo a decir que esta nueva entrada, sin lugar a dudas, es también merecedora de otro encabezamiento: “De cómo las hembras resultaron clave en el proceso de humanización”.

Todo lo que veremos en esta entrada tiene relación trascendental en el progresivo reforzamiento de la socialización dentro de los grupos familiares y grupales de los primates Homo. Recordemos de la primera entrada de la serie  que un vértice del triángulo de la psicobiología humana descansa precisamente en la intensidad de las relaciones sociales.

Comenzaremos con las modificaciones de la pelvis acontecidas como resultado del andar vertical, atendiendo en particular a la de las hembras.

En las hembras de los primitivos antropomorfos -orangutanes, gorilas, chimpancés y bonobos- los huesos pélvicos conforman un especie de “barril”, largo, con un eje preferentemente orientado hacia una componente horizontal, lo que se conoce como una pelvis en tensión. En el momento del parto la cría sale sin casi dificultades. Por contra, el hecho de haber adoptado la postura vertical para desplazarse produjo una serie de modificaciones mecánicas en estos huesos en los Homo. Resulta intuitivo pensar que con el bipedismo los huesos de la zona pélvica sufrieron un progresivo esfuerzo de compresión, al tener que soportar la totalidad del peso corporal superior. Efectivamente, el peso del cuerpo se transmite a través de la columna vertebral hasta el sacro, que es la porción inferior de la misma. De ahí se tiene que transmitir hacia las articulaciones de los fémures a través de las alas ilíacas y finalmente, por los huesos de las piernas, hasta el suelo. El bipedismo (2 extremidades) hacía que esta cadena descendente de tensiones en los huesos se duplicara en intensidad con respecto al caso de los cuadrúpedos (4). La nueva dinámica de esfuerzos impuso cambios que “deformaron” la estructura ósea de la zona pélvica, acercando el sacro a las articulaciones de los fémures y acortando su eje longitudinal al retrasar el pubis, lo que, al disminuir las distancias entre articulaciones, disminuía también el esfuerzo sobre el resto de la pelvis. Pero estos recortes también trajeron consigo un estrechamiento del canal pélvico. Por último, esta misma compresión abriría el círculo superior de las alas ilíacas girándolas hasta una posición más lateral.

Modificaciones experimentadas en el hueso pélvico femenino por el patrón de esfuerzos que supuso el pasar a un caminar erguido tras adoptar el bipedismo (a partir de imágenes de Medical simulator, Fair Use, y de Wikimedia, Dominio Público)

[Tengo que dar un aviso una vez vista la imagen anterior. Realmente no es que de estructuras como la del chimpancé deviniera la del humano. Sabemos que son dos líneas evolutivas que se separaron hace unos 6 millones de años. Su antecesor común es de aquella época, y su pelvis se debía parecerse más a la del chimpancé que a la nuestra. Considero que, para el propósito que nos trae en esta entrada, la imagen es suficientemente ilustrativa de lo que pretendo explicar].

La anterior descripción anatómica no tiene más sentido que entender lo que sucedió a continuación. Las modificaciones tuvieron una serie de consecuencias, positivas y negativas, aunque a efectos de esta serie lo que nos importa son las últimas: a la postre veremos que no hay mal que por bien no venga. Positivo fue el que el conjunto óseo recogía mejor el peso del intestino y que, al extenderse las alas ilíacas y girar hacia los lados, el músculo glúteo podía ejercer un mayor efecto palanca lateral para equilibrar el balanceo del cuerpo al andar.

Por el contrario, y como podemos observar en la figura siguiente, el canal del parto definido por la estructura ósea de la pelvis se estrechó, con la dificultad añadida de que la vagina adoptó una posición casi ortogonal con este conducto. Ello hace un parto muy complejo ya que el que está naciendo debe retorcer su cuerpo y doblar violentamente el cuello hacia atrás para adaptarse a la forma cambiante del túnel de salida. Un conducto para los alumbramientos más estrecho e intrincado sólo permitiría aquellos partos en los que las crías tuvieran el cráneo adaptado a este espacio. En los casos que no fuera así, casi con toda seguridad el alumbramiento se hacía inviable por fallecimiento de la parturienta o del neonato. La selección natural fue consolidando al hueso pélvico hasta la anatomía que hoy observamos.

Para acabar de poner las cosas más difíciles a las mujeres homo, en los fetos que gestaban se estaba produciendo un cambio evolutivo en la heterocronía del desarrollo de sus cerebros, de forma que dentro de la madre homo la cabeza del feto crecía a mayor velocidad de lo que sucedía dentro de una madre chimpancé embarazada, por ejemplo. Los cerebros de estos últimos, cuando nacen, vienen a ser un 40% del volumen del cerebro cuando adultos. La relación se mantiene casi igual en los australopitecos y en el ergaster. Pero disminuye de forma asombrosa en el sapiens, cuyos neonatos tienen un cerebro que supone solamente el 28% del que tendrán cuando adultos. La consecuencia es la poca madurez de las estructuras neuronales para el tamaño de desarrollo físico del cráneo.

Visión desde una posición superior. Diferencias en las medidas del canal del parto según especies homininas y en la disposición del feto que cambia la orientación de su eje craneal desde una alineación antero/posterior a otra lateral

Y ahora viene lo importante: el rápido crecimiento de los cráneos en los fetos homo y la mecánica del parto que hemos explicado comportó el que, a medida que el canal pélvico de la madre se estrechaba, los partos tuvieron que adelantarse en el tiempo. Así, los fetos, a la hora de nacer, no tendrían un cráneo tan grande como para que el parto fuera mecánicamente imposible. Ello implicaba expulsar al feto en un momento más temprano del desarrollo embrionario y, como consecuencia, con un cerebro menos maduro. Resumiendo, entre la población Homo evolutivamente se generalizó el adelanto temporal de los partos y unas crías más inmaduras, menos autosuficientes y con mayores necesidades de atención de su entorno familiar y grupal, situación que, además, se tenía que prolongar durante una larga época.

Tanto es así que en nuestra especie, a pesar de que la masa cerebral y su riqueza sináptica alcanza casi su óptimo aproximadamente a los seis años, el periodo de “inmadurez” cerebral se prolonga hasta finales de la adolescencia, con un periodo de unos doce años de crecimiento muy potente del cerebro, para seguir hasta los dieciocho años con otra fase de potenciación del córtex y de las redes neuronales. En los simios todo este proceso termina a los diez años.

Tengo que decir también que quizás el adelanto del parto no se deba exclusivamente a problemas derivados del dimensionado físico de la pelvis femenina. La antropóloga Holly Dunsworth, de la Universidad de Rhode Island,  sostiene en un estudio reciente (2012), que el bipedismo, la modificación de las caderas femeninas y la duración de la gestación no tienen por qué estar correlacionados. Para ella, lo que marca la duración de la gestación es la capacidad metabólica de la madre. Un ser humano puede forzar su metabolismo hasta dos veces o dos veces y media el ritmo metabólico normal. La mujer gestante, cuando llega al sexto mes del embarazo, está desarrollando un metabolismo doble del normal, por eso la gestación cursa al poco a su fin, ya que la madre no puede literalmente dar más de sí. En esta situación el feto detecta un déficit de nutrientes, por lo que se inicia el parto. Si el bebé humano naciera con el mismo grado de madurez que lo hace un bebé chimpancé, el embarazo debería durar unos dieciséis meses, cosa absolutamente imposible desde el punto de vista del potencial metabólico de la madre.

Esta hipótesis y la explicación clásica que se apoya en la realidad de un canal de parto más estrecho no son excluyentes. Pudieron ser dos eventualidades que coevolucionaron coincidentes en el tiempo y que influyeron por igual en lo que realmente fue trascendente: que el cerebro del recién nacido homo sapiens estaba poco desarrollado para el mundo que le esperaba y que, por tanto, necesitaba de posteriores cuidados de los adultos. Fue una cuestión de supervivencia de especie.

Un bebé menos maduro necesitaba un mayor tiempo de los mayores dedicado a su crianza y conlleva un paso de la adolescencia a la madurez cada vez más tardío, lo que inevitablemente potenció los vínculos sociales en la comunidad. En el desarrollo del hombre tiene que ser significativo el hecho diferencial con los chimpancés, los cuales llegan a la adolescencia al cabo de tres o cuatro años, mientras que el ser humano moderno lo hace a una edad próxima a los 13 o 14 años. Imaginemos lo que esto suponía para los humanos: un mayor conocimiento entre individuos, un periodo más prolongado en el que se aprenden y comparten costumbres y experiencias, un mayor arraigo de los lazos de parentesco, un grupo social en donde sus individuos comienzan a ser más participativos. El que el dimorfismo sexual -en este caso la diferencia de tamaño- entre machos y hembras de las especies Homo se haya atenuado apunta en esta dirección: el macho ya no pelea por la hembra y la hembra no decide la cópula por el tamaño del macho, lo que indica claramente una relación de colaboración a lo largo de, por lo menos, los años de crianza y menores desconfianzas en el trato con el resto de machos o hembras.

Periodos iniciales del desarrollo de las funciones cerebrales del niño (Imagen: “Developing Brain”, Charles A. Nelson, Fair Use)

A la par que los miembros del clan dedican más tiempo a compartir el cuidado de las crías, las hembras ven que se alarga su vida más allá del momento de la menopausia, llegando a doblar la edad de la de las hembras chimpancés. Aparece un nuevo segmento en la pirámide social de los individuos, las “abuelas”, que, al poder ayudar en la crianza de una tercera generación, favorecen a la comunidad. Sus “hijas” pueden acortar los periodos entre gestaciones, dándoles así, por tanto, la oportunidad de tener más hijos. Los genes de la longevidad de estas hembras maduras van pasando al acervo general, con lo que el Homo va alargando su esperanza de vida. A esta idea se la conoce como la “teoría de la abuela“, un factor más a añadir al entorno de relaciones sociales mejoradas, estables y duraderas, un entorno general, en definitiva, en el que reforzar las relaciones parentales, familiares y sociales se planteaba como decisivo en el camino hacia la inteligencia.

Hay que hablar también de un par de modificaciones más en la fisiología de la hembra Homo que, según muchos autores, también ayudaron al desarrollo de unos fuertes lazos de relaciones interfamiliares. El primero de ellos se refiere al acortamiento del periodo de lactancia, que por su corta duración parecería no ser coherente con la inmadurez y el prolongado cuidado, ya comentados, de sus recién nacidos. Lo que realmente sucede es que, en los Homo’s más sociales, realmente se intercambian meses de lactancia por meses de cuidado del niño, hecho que se concreta al prolongar el periodo de infancia. Hay que resaltar la importancia de este hecho, ya que como durante la lactancia la situación hormonal de la madre es tal que raramente se queda embarazada, el acortamiento temporal de la lactancia alarga los periodos fértiles de las hembras, incrementando así la probabilidad de subsistencia del grupo. Hay que pensar en lo que supondría la estrategia opuesta, como es el caso del orangután, cuya hembra tan sólo puede quedarse embarazada cada ocho años y de una sola cría, lo que pone en serio riesgo el mantenimiento de su especie como tal.

El segundo cambio en las hembras que anunciamos en el párrafo anterior corresponde a lo que se conoce como la “ovulación oculta”. La hembra del hombre es la única hembra primate cuyo cuerpo no experimenta transformaciones externas cuando ovula, como sucede con la inflamación genital que se da en otros primates. ¿Por qué? Evidentemente debe ser algún capricho evolutivo con su propio significado. Algunos intentan explicarlo como que al no saber el macho en cuál de las cópulas con una misma hembra sus espermatozoides van a alcanzar el éxito, debe intentarlo muchas veces, lo que generaría una relación especial y más duradera con ella. Hábito conductual que a la postre beneficiaría a las crías, al encontrarse con un padre más participativo.

Resumiendo: Como vemos por todo lo anterior, la aportación de la hembra al camino de la emergencia del pensamiento racional de los humanos va más allá de unas simples modificaciones anatómicas.

Hemos culminado, tras tres entradas, las modificaciones evolutivas ocurridas en el cuerpo de los homos que tuvieron una particular incidencia en su camino hacia lo Humano. Las habilidades manuales, la resistencia en la marcha para la caza, el lenguaje, la sociabilidad… como veremos, fueron claves en el proceso. A partir de la siguiente entrada nos adentraremos en el análisis de la máquina directora: el cerebro.


Sobre el autor:

jreguart ( )

 

{ 9 } Comentarios

  1. Gravatar J | 03/01/2016 at 03:56 | Permalink

    Gracias a este artículo he conocido la “teoría de la abuela”. Siempre me pregunté el porqué evolutivo de la longevidad tras la edad no-fértil (menopausia en la hembra, baja fecundidad en el macho). El objetivo de la Vida es la reproducción y por lo tanto en el momento en que no eres capaz de reproducirte, eres simplemente alguien que consume los recursos que tus congéneres (que en su mayor parte llevan tus mismos genes) necesitan, que impide que los que sí son fértiles prosperen. Incluso existen muchas especies que mueren nada más reproducirse (mariposas, salmón) o que incluso se sacrifican por la progenie (algunos insectos y arañas).

    En nuestra sociedad moderna, la medicina ha logrado que vivamos largamente después de la edad no-fértil, pero, ¿por qué? ¿Qué hace que los individuos fértiles estén dispuestos a malgastar algunos de sus recursos para dárselos a un individuo no-fértil? La respuesta es TAN obvia… porque no es un “malgasto”: la ayuda de las “abuelas” sobrepasa a su consumo de recursos y en media la familia/tribu sale ganando y por eso se perpetúan esos genes.

  2. Gravatar jreguart | 03/01/2016 at 05:28 | Permalink

    Hola J,

    y además sin pensar en la extradosis de socialización que reciben nuestras crías. Veo como bullen las redes neuronales generando nuevas y más potentes alianzas… del fémur a HAL 9000.

  3. Gravatar Cavaliery | 07/01/2016 at 05:16 | Permalink

    Gran entrada… pregunta… Que ventaja evolutiva tiene que las mujeres sean mas pequeñas y menos fuertes fisicamente que los hombres?

    Saludos

  4. Gravatar J | 07/01/2016 at 07:57 | Permalink

    Cavaliery,

    aunque seguro que jreguart responde, yo quiero devolverte la pregunta: ¿qué ventaja evolutiva tiene que los machos sean más grandes y más fuertes físicamente que las hembras? Ser más grande o más fuerte no es siempre en sí mismo una ventaja evolutiva. La prueba es que los elefantes o las ballenas son más grandes y más fuertes que los humanos y tú me dirás cuáles de los tres están más cerca de extinguirse.

    Así a bote pronto se me ocurre que cuando más pequeño menos necesidad energética (menos calorías diarias) y aunque hoy en día las calorías nos salen por las orejas, no siempre ha sido así.

  5. Gravatar jreguart | 08/01/2016 at 10:49 | Permalink

    Hola Cavaliery,

    como muy bien ha comentado J, la dimensión en sí no supone ninguna ventaja para la subsistencia. Ventaja evolutiva es todo aquello que a los individuos de una especie les permite sobrevivir y reproducirse en un determinado nicho medioambiental. ¿Qué hay que vivir en el polo? pues una ventaja evolutiva la tendrán aquellos que desarrollen un pelo más largo y áspero. Los que no lo desarrollen no podrán competir por un mismo nicho con los que si lo hayan desarrollado y, por tanto, irremisiblemente a la larga serán eliminados. Continuaran sólo los del pelo adecuado.

    Con respecto al dimorfismo sexual entre los humanos, no sé muy bien cual pueda ser el camino de “fortalezas” evolutivas que nos ha llevado a ser como somos. En la mayoría de las especies normalmente los machos son mayores que las hembras, posiblemente porque el objetivo de supervivencia del macho sea el inseminar cuanto más mejor, y el de las mujeres, sin dejar de valorar el tema de fertilización, su objetivo es cuidar de la prole como elemento esencial de supervivencia de la especie. Esto lleva a que los machos desarrollen mayores tamaños y sean más fuertes. Deben competir entre ellos por la hembra. Cuanto mayor sea la competitividad, más grandes son los machos, mayor es el dimorfismo sexual, mayores son los harenes. Podemos decir que “de fábrica” en las especies los machos son más grandes y fuertes que las hembras. En la especie homo se introduce un nuevo vector: la cultura social desarrollada. Familia, clan, enseñanza, aprendizaje, comunicación refinada,… ha modulado nuestro medioambiente particular de forma que la cooperación atemperó la necesidad de competir a los machos por las hembras. Ya no no era tan “abrumadora” como puede pasar con los gorilas. A partir de esta base algunos antropólogos opinan que las diferencias en tamaño y fuerza se mantuvieron y consolidaron como consecuencia de las recurrentes necesidades selectivas que suponía el que el sexo masculino era el que se encargara de la caza mayor. Y esto suponía buenos músculos. Y mayor aliciente para confeccionar armas… de ahí a la tentación de sojuzgar al más débil y no perder el “monopolio” todo debió ser uno.

    Son unas breves pinceladas intentando explicar lo que te intrigaba. Te recomiendo el libro del antropólogo americano Harris Marvin, “Nuestra especie“. Encontrarás el análisis de muchos otros aspectos diferenciadores de la especie humana.

  6. Gravatar Cavaliery | 08/01/2016 at 05:31 | Permalink

    Gracias a ambos por sus amables y sesudas respuestas.

  7. Gravatar nahuel | 08/01/2016 at 06:32 | Permalink

    “los científicos creen que el gen que causa el cabello pelirrojo es una respuesta evolutiva a los días nublados y permite a los habitantes obtener tanta vitamina D como sea posible. Pero si las predicciones de las temperaturas en aumento y rayos solares abrasadores en las Islas Británicas son correctas, los pelirrojos podrían dejar de existir en los próximos siglos”. por tanto el color de piel y ojos va por los mismos tiros me imagino ; lo que somos en gran medida es en respuesta a los condicionantes del medio … hombree , esto es aterrador . porque parte de nuestra sicología depende de nuestro genotipo y fenotipo también. Gracias, Jaime, por hacer que piense algunas veces .

  8. Gravatar jreguart | 10/01/2016 at 01:39 | Permalink

    ¡De nada Cavaliery!

  9. Gravatar jreguart | 10/01/2016 at 01:44 | Permalink

    Hola Nahuel,

    yo no lo veo aterrador. Es la realidad. Y esta realidad evolutiva es la que ha hecho a unos animalitos de dos patas y que no vuelan: nosotros.

    Dicho esto, es evidente que lo epigenético pesa tanto como lo genético ¡menos mal!

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  1. [...] Biografía de lo Humano 04: La anatomía femenina Hoy nos vamos a dedicar a la anatomía femenina. Y me atrevo a decir que esta nueva entrada, sin lugar a dudas, es también merecedora de otro encabezamiento: “De cómo las hembras resultaron clave en el proceso de humanización”. Todo lo que veremos en esta entrada tiene relación trascendental en el progresivo reforzamiento de la socialización dentro de los grupos familiares y grupales de los primates Homo. etiquetas: biografía, humano, anatomía, hembra, mujer, humanización, socialización, prim usuarios: 1   anónimos: 0   negativos: 0   compartir: sin comentarios cultura karma: 20 (adsbygoogle = window.adsbygoogle || []).push({}); (adsbygoogle = window.adsbygoogle || []).push({}); [...]

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