Seguimos en la época comprendida entre 40.000/50.000 a 10.000 años antes de hoy. Dijimos en la entrada anterior de esta serie que a lo largo de este intervalo se gestó lo que se conoce como Revolución Cognitiva del Paleolítico Superior. Y estuvimos hablando de Homo sapiens como casi el único personaje de la trama, obviando a los espléndidos neandertales europeos, erectos asiáticos y heidelbergenses africanos. Pido excusas. No es un menosprecio: la cuantía en el conocimiento que de los primeros se tiene, manda. De todas formas, para lo que nos proponemos, la explosión de lo “Humano”, toda manifestación cultural nos da pistas valiosas. Quizás las veamos un poco antes en el tiempo, quizás un poco después.
Nos habíamos quedado hablando de la caza, y decíamos que los hombres de aquella época, al plantearse esta actividad lo hacían con un sentimiento de unidad indisoluble con la propia naturaleza y el objeto de su caza. Este componente de pensamiento antropomórfico puede que incorporara un nuevo valor, pudo ser uno de los antecedentes necesarios para que emergiera y se consolidara una manifestación realmente específica y personal de la especie humana: el arte.
Posiblemente las manifestaciones artísticas se iniciaron como el resultado de una necesidad de mostrar la identidad individual o colectiva. Mediante el arte, o lo que fuera esta manifestación, el artista querría comunicar algo a un observador externo… ¿qué sería lo que quiso transmitir? Habrá que focalizarnos en lo que debía ser realmente importante para aquellos hombres: la supervivencia. Es decir, vuelve de nuevo el concepto de homeostasis. Con las manifestaciones artísticas se pretendería avisar de amenazas, de la existencia de espacios vitales, presentar señales de lugares privilegiados para conseguir alimentos, acotar comportamientos sociales… Con el tiempo, la habilidad del artesano generaría unos patrones que fueron calando en los gustos de los individuos, vía formas y colores, al activar los sentimientos ancestrales, tan importantes para la vida, del placer o del bienestar, que hasta entonces sólo los habrían provocado la belleza de la naturaleza. Sentimientos que no sólo eran encontrados en las experiencias visuales, sino también en las expresiones sonoras de la naturaleza o de los propios humanos, en las que se percibían resonancias más agradables que otras, tonos y timbres que sacaban emociones del interior.
Esta componente emotiva detonante del arte coincide con la tesis que proponen el biólogo evolutivo Jordi Agustí Ballester y el antropólogo Eudald Carbonell, en su libro “La evolución sin sentido“. Parten de la idea de que el Homo sapiens presenta una emotividad “en exceso” en comparación con los otros homos, una habilidad que se generó en el proceso por el que se hacían más complejas sus estructuras neuronales. Una pauta funcional que en un inicio no era directamente necesaria para la vida, pero que así se manifestó cuando el ambiente le dio un plus evolutivo. En las propias palabras de Jordi Agustí: “Este exceso de emotividad pudo dar lugar a diversas manifestaciones simbólicas, como en el caso del arte rupestre, y después, secundariamente, estas manifestaciones adquirieron un valor adaptativo como canales de comunicación dentro del grupo y como elementos que permitían estructurarlo. Pero originariamente estas manifestaciones no habrían tenido una función en sí mismas, sino que habrían aparecido como elementos asociados a la nueva estructura de nuestro cerebro”.
¿Cómo fueron los albores de lo que creemos manifestaciones artísticas?
Hay que puntualizar que algunos autores opinan que el arte paleolítico no se ajusta a lo que concebimos hoy en día como “arte”. En aquellos momentos es difícil imaginar una intencionalidad artística en unos grupos humanos en donde primaba más el grupo que el individuo. No existiría el artista -un individuo con unos ciertos valores estéticos, en cualquier caso distintos a los nuestros actuales-, ni intencionalidad, en el sentido de querer lanzar un mensaje a los demás, ya sea concreto o emocional. No muy diferente a lo que debe pasar por las mentes de algunos aborígenes australianos que borran sus pinturas relativamente recientes, posiblemente porque su utilidad ya pasó, lo que evidentemente muestra que aquello que habían dibujado carecen de importancia estética para ellos.
De todas formas, intentaremos seguir en el rastro dejado en los restos arqueológicos evidencias de lo que consideramos el proceso que siguió una mente con una elemental intención artística: generación primaria de una imagen mental, necesidad de comunicar algo con una cierta intención y habilidad para atribuir a la imagen mental ideada de un significado apropiado a lo que se quiere comunicar. Más allá de esto, el arte, con su utilidad abstracta y su componente emocional, sería un subproducto moderno. A pesar de esta salvedad, nosotros continuaremos hablando de un arte en el Paleolítico.
Junto a la aparición de los objetos líticos del Modo 4, y con un cierto retraso, se comienzan a ver las primeras manifestaciones del “arte”, en forma de figuras de animales y hombres, que pudieran servir de colgantes o adornos, así como las de pinturas y grabados rupestres. Quizás una de las primeras manifestaciones de este tipo de arte, datadas en al menos hace 51.200 años, sea la imagen de un jabalí salvaje hallada en la cueva Leang Tedongnge de la isla indonesia de Sulawesi. Una manifestación artística un poco más moderna, 44.000 años, la encontramos en la isla de Célebes (Indonesia) en la que se pueden ver imágenes que retratan a un grupo de teriántropos –figuras humanas con características animales– cazando mamíferos con lanzas o cuerdas, lo que podría convertirlas en las pinturas rupestres con escenas de caza más antiguas conocidas de nuestra especie.
Casi de la misma época son las dos figuras de animales que se localizaron en las cuevas de Maros de la isla indonesia de Sulawesi, datadas en hace unos 40.000 años. No le van muy detrás el arte rupestre de la cueva rumana de Coliboaia, de hace 35.000 años, o de la cueva Chauvet, en Francia, datados en unos 30.000 años. O la plaqueta pintada de la cueva del Apolo 11 en Namibia, datada en 25.000 años de antigüedad. Su época más apoteósica es la que va entre hace 15.000 y 8.000 años. Es un arte en el que prácticamente no hay escenas, siendo básicamente descriptivo, lo que abundaría en el carácter simbólico específico que se reconoce en las manifestaciones artísticas del hombre primitivo y que ahora ya podemos extrapolar al sapiens. Como vemos, las manifestaciones de arte rupestre están generalizadas en los tres viejos continentes, aunque por razones fáciles de entender se conoce con mayor profundidad lo acontecido en Europa.
Una gran parte de estas expresiones artísticas se realizaron en los rincones más interiores y de difícil acceso de las cuevas, lejos de la luz exterior, y se centran en la representación casi exclusiva de animales. Muchos de los animales dibujados corresponden a individuos de especies que sabemos, por los restos arqueológicos, que no eran objeto de caza. En raras ocasiones aparece la figura humana que se introduce en estas representaciones mucho más tarde, como sucede en el arte rupestre africano o el levantino, en el entorno de hace unos 10.000 años.
Sorprende también el dominio conceptual de la tercera dimensión, manifestación clara de un pensamiento abstracto y predictivo. Y lo decimos al ver como en algunos casos, como en los paradigmáticos bisontes de la cueva de Altamira en España, el artesano acopló perfectamente su imagen mental a un relieve natural de la roca.
A la abstracción pura que conlleva la imagen por ella misma, se le ha intentado añadir su razón de ser en las conductas de aquellos hombres. La interpretación más común, dados los recónditos lugares donde se encuentra mucho del arte rupestre, atribuye a las cuevas pintadas la categoría de santuarios con un significado fuera de lo cotidiano. Idea que puede verse reforzada gracias al estudio de comportamientos similares en pueblos primitivos de hoy en día, en los que las pinturas son consecuencia de alucinaciones de sus chamanes. Como afirma el antropólogo Eudald Carbonell en su libro “Planeta humano”: “Pensamos que no sería descabellado considerar que una mitología básica hubiera coexistido con unos ritos que introdujeran la alucinación como una forma de trascendencia, y que ambas manifestaciones simbólicas hubieran compartido el mismo espacio subterráneo”. Si ello fuera así estaríamos hablando también de la existencia hace unos 30.000 años de un cierto sentido de la trascendencia en el Homo sapiens.
Relacionado también con manifestaciones de arte rupícola se especula asimismo sobre el porqué de las “manos pintadas” -estarcidos- como las que, como un ejemplo, aparecen en la cueva de la Fuente del Salín, España, con una antigüedad de 22.340 años. O las más antiguas aún, en las mencionadas cuevas indonesias de Maros, datadas en al menos 35.000 años. Probablemente con ello se puso por primera vez de manifiesto el concepto de que una forma ficticia equivaliera a algo real. Idea que pudo derivar del hecho de conexionar la abstracción de lo mágico con la realidad de lo dibujado.
El arte rupestre es sobradamente conocido por la mayoría de los curiosos de la antropología, aunque por su espectacularidad y plasticidad parecen postergar otro tipo de manifestaciones artísticas igualmente notables. Y no sólo es que oculten su valor estético, sino que también pueden postergar el mensaje que nos envían acerca de la “racionalidad” de los artistas que las hicieron. Nos estamos refiriendo a obras tan geniales -pensad en su momento- como las que siguen.
Hay una serie de esculturas que bien podríamos decir que tuvieron un uso familiar alejado de lo mágico. Se trata de las venus que aparecen en yacimientos europeos, tales como la de Willendorf, en Austria, de unos 20.000 años de antigüedad, o la venus de Laussel con la misma edad. Su abundancia en recintos habitacionales y el hecho de que no se encuentran en enterramientos parece darle un carácter de reconocimiento a la mujer. La abstracción de individuo se ha matizado y enriquecido al distinguir lo femenino.
Otro tipo de esculturas o figuras abundan en la idea de la riqueza de abstracción más allá de lo individual. Me refiero a la realización de figuras teriomorfizadas, mezcla de hombre y animal. El artista ya tenía una notoria capacidad de abstracción, de tal calibre que claramente podía pensar en seres imaginarios y no reales. Un ejemplo lo encontramos en la estatuilla del hombre-león de la cueva alemana de Hohlenstein-Stadel. Su antigüedad es de unos 32.000 años. Podríamos pensar que el hombre-león jugó un papel importante en la mitología humana del comienzo del Paleolítico superior.
También encontramos imágenes “teriomorfizadas” pintadas, como la de la cueva del Castillo en el norte de España, que representa un ser con cabeza y cuerpo de bisonte y extremidades inferiores aparentemente humanas en las que se puede apreciar con claridad la forma del pie humano. O el conocido como “el hechicero” de la gruta des Trois Frères en el sur de Francia, que representa a un ser antropomorfo con piernas humanas, órganos genitales masculinos, patas posteriores de oso, cola de caballo, astas y orejas de ciervo, barba de bisonte y ojos de búho. Este enigmático personaje se halla situado en un lugar casi inaccesible, a 4 m de altura, por encima del resto y dominando el espacio a su alrededor
Conviene pararse un poco en este punto. La representación de imágenes u objetos mezcla de hombres y animales no deja de ser una manifestación de lo que decíamos como pensamiento “global” del hombre del Paleolítico, por el que el propio individuo pensante no encuentra diferencia entre él y el entorno que le rodea. Todo es una misma identidad. Ello llevaba a antropoformizar -según la RAE, conceder forma o cualidades humanas a una cosa o a un ser sobrenatural- a los animales o bien a imaginar antepasados comunes de hombres y animales. Por extensión podemos pensar que eso era aplicado a cualquier aspecto u objeto de la naturaleza, costumbre que aún arrastramos los hombres modernos, en uno y otro aspecto. ¿Quién no habla de la mirada inteligente de nuestro perro, las intenciones del toro de lidia que aparece en la plaza, o incluso de un bosque amenazador? ¿O quién no conoce ejemplos de totemización -transformar algo de la naturaleza en emblema protector de la tribu o del individuo- en culturas primitivas, o quizás en más avanzadas, en donde el hechicero invoca los mundos paralelos adoptando una imagen externa metamorfosis de animal y hombre? Y cómo no encontrar en el mencionado sustrato de la antropoformización o de la totemización el dato clave para el pensamiento animista -cualquier elemento del mundo natural está dotado de alma y es venerado como un dios- sobre la naturaleza y, por extensión, el pensamiento espiritual.
La realidad de este mundo difuso nos permite sopesar la posibilidad de que en un prolongado momento inicial se sobrepusieran dos tipos de humanidades. Los hombres que se consideraban hermanos iguales al resto de compañeros animales y los hombres que “racionalmente” se sentirían seres superiores a sus antiguos “colegas de la vida”. Entre las dos “humanidades” se habría dado un salto cualificativo a la autoconciencia. Este descubrimiento, el que los animales con los que convivían eran “otros”, les habría conducido a establecer unas nuevas relaciones con ellos que sería de base simbólica. Posiblemente esta nueva relación estaría en la base del nuevo arte rupestre, en donde la manifestación de la totemización o de las figuras mixtas animal-hombre es muy intensa.
Algunos antropólogos y neurólogos opinan que en las redes neuronales, que inconscientemente aún recuerdan la época primitiva de pensamiento holístico -de unicidad-, puede estar la base del mito, tan generalizado a lo largo del tiempo en la geografía y entre los diversos pueblos, acerca del Paraíso Perdido, de lo que se conceptualiza como la edad de oro de la humanidad, en que todo se experimentaba en una misma comunión. La expulsión del paraíso sería la metáfora de la pérdida de la inocencia -unicidad con la naturaleza- del “cándido primitivo”, tras lo que apareció el pensamiento reflexivo y dual. En la tradición del Libro, Génesis 3: 7, tras comer de la fruta prohibida, “entonces fueron abiertos los ojos de ambos -Adán y Eva-, y conocieron que estaban desnudos“… clara alusión al descubrimiento de su propio yo, de su autoconsciencia. Todas estas consideraciones intentaremos ampliarlas en otra entrada. Ahora debemos seguir con el hilo interrumpido del arte paleolítico.
Algunos de los elementos que pudieron ser cotidianos estaban fabricados mediante la técnica de la cerámica. Ya hablamos en la entrada anterior de cómo se conoce este tipo de tratamiento sobre la arcilla para obtener recipientes desde hace 22.000 años. Traemos aquí de nuevo el tema ya que, simplificando, podemos hablar de una cerámica no utilitaria, sino simbólica durante el Paleolítico superior. Y nos interesa la atmósfera simbólica de fondo. El hecho de que se hubieran concebido objetos manufacturados sin un propósito evidente.
Y también nos interesa ser conscientes de la dificultad de su tecnología. Analizando las piezas, datadas en 17.500 años, encontradas en el yacimiento croata de Vela Spila, se observa una significativa variación de colores en el barro, lo que nos indica una cocción poco uniforme pero que tuvo que alcanzar temperaturas bastante importantes para el Paleolítico, entre los 600 y 800°C. En algunas piezas la técnica empleada fue el modelado de las distintas partes por separado para posteriormente ser unidas durante la cocción. Sería interesante hacer un análisis de los pasos recursivos necesarios para completar el proceso, desde la selección de la arcilla, condiciones del hogar y planificación de la operativa. Posiblemente podríamos deducir un baremo muy próximo al de los 7+2 pasos de la capacidad de la memoria operativa a corto plazo moderna. La nuestra.
En palabras de la arqueóloga Rebecca Farbstein, investigadora de Vela Spila: “El desarrollo de este nuevo material y nueva tecnología puede haber sido un catalizador para una transformación más general de la expresión artística y el arte figurativo en este lugar miles de años atrás”
En Europa, además de Vela Spila, caben destacar también los yacimientos checos del grupo de Moravia, donde se encontraron más de 16.000 objetos cerámicos que tienen una datación de entre 32.000 y 27.000 de años. En África encontramos cerámica paleolítica en el yacimiento argelino de Tamar Hat, en donde se documentó un fragmento que representaba un cuerno de animal, datado entre 26.000 y 22.000 años. De Asia ya se habló en la entrada anterior acerca de la existencia de cerámica de 22.000 años.
Y de la cerámica no utilitaria a otra manifestación artística, evidentemente no utilitaria más allá de su dimensión hedonista: la música.
Es evidente que nuestra cultura moderna nos empuja a entrever como una de las primeras manifestaciones del arte, más antigua aún que las pinturas rupestres, la “flauta” de Divje Babe, una cueva en Eslovenia, datada en hace unos 43.000 años, o en la más moderna, alemana, de Hohle Fels (37.000-40.000 años). Ésta última un hueso de animal que ha sido vaciado y perforado en su parte superficial formando pequeños agujeros a lo largo de la pieza. Curiosamente la distancia entre agujeros corresponde a los de una flauta moderna. Evidentemente no hay pruebas contundentes para asegurar si este instrumento del Homo sapiens europeo era utilizado para crear unos sonidos agradables al oído o bien manifestaciones de algo esotérico dominado sólo por el músico. Pero aparte de hacernos pensar en un hombre habilidoso en el tallado de huesos, o entusiasta con un útil con el que se comunicaba en la distancia, este “instrumento” nos lleva a la posible existencia de un hombre impresionado por la armonía de los sonidos, un hombre cuyas emociones sobrepasaban largamente las específicas para la subsistencia.
No en vano la música no deja de ser un elemento más de expresión y comunicación y, por tanto, está en los cimientos de las relaciones sociales y del impulso hacia “lo humano”. Hay quien opina que la capacidad musical se compone de una serie de facultades innatas que se concretan en los universales musicales y lingüísticos propios del pensamiento humano, las reglas básicas que forman una gramática común a todos los lenguajes y sistemas musicales. Tanto unos como otras poseen una estructura jerárquica que consiste en elementos acústicos -palabras en el lenguaje o notas y acordes en la música-, que se combinan para formar frases -oraciones o melodías- a las que se les añade un componente emocional -prosodia o modalidad-. Estos sistemas gramaticales no son elementos independientes y autónomos, sino que son la concreción de habilidades mentales que tienen un reflejo en el pensamiento interno del cerebro, es decir, en unos sistemas neuronales definidos e independientes.
Podemos pensar, por consiguiente, que en el momento en que se consolidaba un lenguaje oral complejo, a la par se consolidaba una sensibilidad musical. Por eso no nos resulta llamativo que las áreas cerebrales que sirven de sustrato a ambas funciones, lenguaje y música, se solapen en cierto grado. Así lo comenta el neurólogo Francisco J. Rubia: “Los resultados obtenidos en el estudio de los sustratos cerebrales de las funciones cognitivas como el lenguaje y la música nos apuntan a la posibilidad de una evolución conjunta de ambas habilidades a medida que el cerebro crecía en los últimos dos millones de años de evolución. Hasta el punto que algunos autores hablan de un estadio “musilingüístico” de la evolución. Esta relación entre lenguaje y música es especialmente evidente en la poesía”.
Además de la existencia de un posible arte figurativo y musical, podemos hablar también de que aquellos hombres sapiens podrían haber comenzado a desarrollar una inteligencia de tipo científico. Lo que complementaría la visión de un Homo más imaginativo con lo que parecen ser útiles que llevan el singular matiz de estar diseñadas para uso de razonamientos conceptuales. Medidores del tiempo y el espacio… o quizás especializadas puertas de comunicación con su propio inconsciente, vivido en las incógnitas de la naturaleza que le rodeaba. Recordemos su perfil global de pensamiento por el que él y el entorno eran indistinguibles, eran la misma cosa.
Comencemos por lo que pueden ser los primeros calendarios humanos.
Uno sería el hueso de Lebombo, datado en hace unos 35.000 años, encontrado en el yacimiento donde también se localizó el ya mencionado enterramiento sudafricano de Border Cave. Presenta 29 marcas en forma de estrías paralelas que se suponen pudo ser usado para el conteo de los días del ciclo lunar.
Pero no es el único útil que creemos representa el ciclo lunar. De mayor a menor antigüedad podemos mencionar el omóplato encontrado en el abrigo de Blanchard en Francia, datado en hace unos 30.000 años o el objeto de piedra caliza del yacimiento húngaro de Bodrogkeresztur (20.000 años). Usando como material el marfil tenemos la placa del yacimiento siberiano de Mal´ta, con unos 18.000 años de antigüedad, u otra lamina de hueso con hendiduras que se ha encontrado en la cueva de Taï junto a la ciudad francesa de Drôme, que se cree podría representar un calendario lunar y solar. Es mucho más moderna que los anteriores calendarios, ya que está datada en hace 10.000 años, en la frontera cronológica de la gran revolución agrícola-ganadera.
Otra pieza que podemos encuadrar dentro de los objetos “especiales” es el hueso de Ishango encontrado en una zona limítrofe entre lo que hoy es la República del Congo y Uganda, datada aproximadamente en hace 20.000 años, que bien pudo ser un palo para contar al presentar grabaciones de múltiples estrías, del que incluso algunos científicos consideran la manifestación de un entendimiento matemático más allá del puramente de conteo. Animo a curiosear en el enlace a Wikipedia que propongo las teorías que, se supone, soportan este uso “calculístico”.
Finalizamos con los objetos englobados en un hipotético grupo genérico de útiles diseñados para cubrir necesidades del día a día y que reflejarían el pensamiento abstracto, en este nuevo caso referente a la orientación espacial, hablando de un grabado sobre un colmillo de mamut encontrado en el yacimiento checo de Dolní Věstonice -de hace 27.000 años- y que algunos interpretan como un mapa. Las marcas reflejan un curioso parecido con la disposición del paisaje de la zona que dibujarían el antiguo trazado del río Dyja, sus meandros, las crestas de las colinas y los barrancos producidos en ellas por la erosión de las laderas. En el centro se observan un círculo y un semicírculo que se piensa podría corresponder al hogar de los cazadores que grabaron el colmillo.
Más moderno es el trozo de marfil de mamut encontrado por un campesino cuando estaba intentando construirse su bodega, en las proximidades del pueblo ucraniano de Mezhyrich. En ese lugar se encuentra un yacimiento con evidencias de haber sido un asentamiento humano, con restos de cabañas construidas con huesos de animales. El objeto grabado está datado en hace unos 15.000 años y se interpreta también como un mapa de los alrededores del poblado.
Con nuestro mapa personal de la zona peatonal de Mezhirich acabamos nuestro paseo por el mundo del arte y los objetos simbólicos nacidos durante el Paleolítico superior. Todo ello en paralelo a lo que creemos la emergencia del pensamiento racional, reflexivo y proyectivo del hombre moderno. Estas mismas manifestaciones de su cultura nos lo han ido susurrando al oído. En la próxima entrada profundizaremos más en el tema al hablar del pensamiento abstracto. Hasta entonces.
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{ 3 } Comentarios
Jreguart . com0 un aporte y un complemento a este gran trabajo que realizas quiero invitarlos a ver el documental presentado en el Festival de Toronto 2010 bajo la dirección de werner herzog . Fue rodado en la cueva francesa de Chauvet . ganador de varios premios . simplemente maravilloso no os arrepentireis … https://www.youtube.com/watch?v=NfF989-rW04 .
Gracias Franco, me pongo a ello.
franco . notable el documental , los conceptos de fluidez y permeabilidad y la definición de humanidad me encantaron , muy buena producción , es como haber estado ahí . realmente como dices es un complemento multimedial al impecable trabajo de Jreguart . gracias
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