Con esta pregunta terminábamos el artículo anterior de esta serie sobre Música y Ciencia. Pues bien, hemos llegado a una situación donde, por un lado, mientras la ciencia nos viene proporcionando una visión completamente nueva acerca de cómo funciona el cerebro, cómo se desarrolla y qué relación hay con la música, mostrándonos así un camino antes insospechado para la educación, mientras todo ello ocurre tenemos, por otro lado, y como si fuese algo sin relación alguna, un público dividido por una barrera casi infranqueable. Esta afirmación no viene a reiterar un tema al cual ya le he dedicado suficiente espacio, sino que hago esta acotacióna fin de señalar otros hechos.
La falta de información, en cualquier terreno, es un hecho grave. Es tan grave que permite orientar a voluntad la opinión pública. Cuando una sociedad entera cree que la información que recibe con insistencia cada día es la verdad absoluta, la gran mayoría comienza a comportarse en forma dirigida por esas mismas informaciones. Respecto a la música, lo que llama más la atención es cómo se podrían objetar las preferencias, no tanto subjetivamente, sino más bien desde el punto de vista de la psicología del marketing empresarial. Si yo fabrico determinados productos y consigo inundar el mercado con ellos, al poco tiempo el público irá olvidando casi todos los demás productos por falta de oportunidades para comparar. Las ventas serán seguras por la monopolización del mercado. Una vez alcanzado ese objetivo, si alguien tuviese una idea tan estrafalaria como preguntar si será verdad que todos estamos consumiendo productos de alta calidad, esa persona sería vista como una rareza.
Si todos los medios, la TV, las emisoras de radio, los diarios y revistas, las editoras de CDs y DVDs, los grandes shows para multitudes, todo, absolutamente todo, demuestra hasta mediante estadísticas “cuál es” la música preferida por todos, parecería una verdad incontestable. Tan incontestable como que hay millones de personas que, por simple ignorancia, creen que ese tipo de música que siempre se escucha es “la música” y ni imaginan que exista algo diferente para escuchar.
Y si un día esas personas descubriesen ese “algo diferente” – quizá siendo ya adultos – tendrían grandes dificultades para entender esa nueva experiencia. Y lo más probable es que digan que no les gusta. Ésta es una de las divisiones más grandes del público, y no sería inteligente negar un hecho real.
Quiero evitar intencionalmente cualquier juicio de valor para que quede clara la causa de este giro, seguramente sorprendente, en esta serie. El hecho es que el fenómeno recién descrito apunta directamente a edades que llegan solamente hasta la adolescencia, y no mucho más de ahí. Y, según señala la investigación científica, durante todo ese período es cuando la conformación final del cerebro cristaliza y las preferencias musicales quedarán marcadas quizá para el resto de la vida. Las investigaciones muestran que, a partir del momento en que se nace, el cerebro inicia un largo proceso de desarrollo y maduración, y ese proceso se desarrolla en función de los estímulos que recibe. En este punto, justamente aquí, es donde parece más coherente la teoría de la influencia del entorno social y la cultura, en la formación musical, y es frente a las evidencias: el niño nace y crece en un medioambiente sociocultural que se autoidentifica con un tipo de música bajo fuerte estímulo de los medios de comunicación.
Y esto, ¿podría suceder con cualquier tipo de música?
Vayamos al encuentro del otro género, el comúnmente llamado “música clásica”, pero que en realidad comprende creaciones que llegan hasta la época actual. Recordemos la división que existe en este sector del público, pero ahora – y no sin cierta perspicacia – pongamos la duda: ¿Acaso podría ser que se dé, aquí también, un fenómeno de marketing parecido al que decíamos recién? Es decir: la música de los siglos XVIII y XIX inunda los programas de las salas de conciertos, la discografía y hasta los propios programas de los conservatorios, con muy escasas oportunidades para la música contemporánea. Hasta se podría decir que si un niño nace y crece en un entorno sociocultural donde hay un gusto muy marcado por la música clásica, se producirá el círculo vicioso donde la música del pasado tiene el sitial de las preferencias.
¿Qué decir entonces? Hace un siglo que ese problema se viene repitiendo, pero ¿por qué?
Como no es la primera vez que esto se dice, reservé para este artículo un análisis muy especial.
El contenido emocional de la sociedad moderna.
Con esto abrimos un breve espacio de reflexión para explorar la psicología del hombre actual de acuerdo al medioambiente en el que nace y crece. Pero lo haremos únicamente en función del medio sonoro que reflejaría las emociones que podrían resultar de ese ambiente.
Quiero comenzar citando a Arthur Honegger, quien dijo así:
“Se me ha pedido considerar por escrito la <condición del músico en el mundo actual>. Mucho podría decirse sobre el tema, puesto que abarca desde el concertista al compositor, desde el cantante al profesor de música. (…) Quisiera ante todo definir la situación del compositor, título al que se atribuyen dos categorías, nunca tan delimitadas como hoy.
“En la primera incluimos a los autores que escriben obras de consumo habitual, fácil, adquiridas de manera continua y normalmente renovada. Juzgo por tales las que se denominan música ligera, música de baile, la canción “Unterhalttungsmusik” que forma parte de las distracciones del público (restaurantes, “boites”, cafés y otros lugares a donde uno va a divertirse). Podemos incluir en esta categoría la mayor parte de la música de fondo escrita para el cine y la de algunas operetas de gran espectáculo, en las cuales el arte de Euterpe no cumple, en fin de cuentas, sino un papel muy secundario.
“A nuestros colegas especializados en tan variadas facetas puede denominárseles fabricantes o productores de música. Entiéndase bien que no doy a estos términos ningún sentido peyorativo, pues exige su actividad con frecuencia un gran conocimiento del oficio, bastante talento y mucha imaginación.
“Reservo, por tanto, el título de compositor para el creador de otra categoría, en la que inscribo a quienes su ambición no los mueve a satisfacer los gustos cotidianos del público, sino que pretenden ante todo hacer obra de arte, expresar pensamientos y emociones, fijar su actitud ante problemas estéticos o simplemente humanos. Desean situarse en la historia musical a la zaga de los maestros que los han guiado y en calidad de sus continuadores. Son, por tanto, idealistas. Tal vez algo dementes, pero no peligrosos.” (Fuente: Revista Musical Chilena)
Escrito en 1957 por quien dijo que “el primer requisito para un compositor es estar muerto” – sintiendo que el reconocimiento del público era solamente hacia autores del pasado – esto no sólo expresa algo que bien podría haberse dicho hoy día, sino que hay algo más interesante todavía: en esa misma época (casi a fines de la década de los 50 del siglo XX) ya había acaparado la preferencia del público el rock’n roll cuyo origen, en fechas no muy lejanas, estuvo en la jumping music, o rithm and blues, que era la música de Harlem derivada del gospel, el jazz y el blues. Más tarde vendría la música soul, el reggae, hip-hop, rap, funk, heavy metal, death metal y muchos otros subgéneros, hasta llegar a la actualidad con gran profusión de músicos – incluso famosos – que, a lo largo de varias décadas, expandieron por el mundo una música que tenía un origen común: la rebeldía, violenta muchas veces, de la raza negra, principalmente en Estados Unidos y Jamaica. Pero también en la Europa de posguerra algunos jóvenes solitarios y abandonados se habían reunido en los sótanos de Londres y otras ciudades, como Liverpool, de donde surgió el Merseybeat, un estilo impuesto nada menos que por The Beatles y otras bandas célebres que dieron lugar a la “invasión británica” en casi todo el mundo occidental. Todos ellos cultivaron un nuevo género de música que sentían que expresaba sus vidas, y tal género fue el sello de identidad del movimiento hippie que se expandió por el mundo durante las décadas de 1960 y 1970, incluso cuando la música beat derivó en el rock sicodélico hacia mediados de los años 60.
Ahora bien, a partir de las mismas fechas en que aquella expansión recién estaba comenzando, también se iniciaba en paralelo un fenómeno social que ponía en tela de juicio todo cuanto la sociedad había creído durante la primera mitad del siglo. Surgía el posmodernismo.
Con el posmodernismo se iniciaba una época donde la idea era manifestar que el modernismo de principios de siglo había fracasado en el intento de renovar radicalmente las formas tradicionales del arte, la cultura, el pensamiento y, sobre todo, la vida social. Fue el terreno ideal para que, a través de pocas generaciones, un género muy polifacético de música hiciera eclosión expresando ése mundo.
Está claro que nadie puede fácilmente negar que los medios masivos de comunicación hacen un trabajo muy meticuloso de exclusión, y es a favor de todo el conjunto de manifestaciones musicales de las que estamos hablando, contribuyendo así enormemente a definir las preferencias, porque se dirigen justamente a quienes a esas edades se les está transformando el cerebro y están buscando afirmar el sentimiento de la propia identidad. Pero tampoco se puede negar que toda esa misma música, que la mayoría de las personas jóvenes – o no tan jóvenes – entiende, y con la cual se identifican, cualquiera sea el subgénero preferido, expresa un contenido emocional respecto al mundo que ellos perciben.
Luego, en consecuencia, a través de sucesivas generaciones irá formándose un medioambiente musical suficientemente evocador, ése que es capaz de traer al recuerdo infinidad de vivencias asociadas a la música y que reforzará aún más el perfil de las preferencias.
Si se analiza la constitución formal de esta música, se comprueba que se trata de música tonal, también a veces modal y con cierta frecuencia utiliza escalas pentatónicas y otros medios arcaicos como el paralelismo de cuartas, quintas y octavas característico de la música medieval, para no hablar de influencias de la música milenaria de Oriente y – por supuesto – de ritmos de los ancestros africanos. Estas características han llamado la atención, pues los orígenes se ubican en las secuelas sociales de las guerras del siglo XX y en los estratos más bajos y relegados en la vida urbana. En esos orígenes no se hallaría una explicación plenamente satisfactoria de por qué algunas de sus características son tan remotas en el tiempo y no siempre se pueden asociar a vínculos étnicos. Muchos musicólogos la califican de música casi ancestral y ritualística: se expresa con la danza y el canto unidos, el contenido emotivo es puntual y anecdótico, y también puede ser música para simple entretenimiento. Debido a las proporciones de difusión alcanzadas se ha comenzado a verla como fenómeno social. Las multitudes de seguidores en todo el mundo se identifican con esa música hasta el punto de considerarla, en ciertos casos, un distintivo personal.
¿Adónde quedan, entonces, los “idealistas, quizá algo dementes”, aquellos que decía Honegger? Pues parece que no encajan en ninguna parte. Si vivieron en la primera mitad del siglo XX, los puntos de vista modernistas que pretendieron cambiar radicalmente las formas tradicionales del arte fracasaron. Si nacieron después de los años 50, pero siguen persiguiendo aquellos mismos ideales aún en el siglo XXI, el público los rechaza. La fiesta del siglo acabó, pero fuera de hora siguen llegando todavía algunos invitados y lo que ven es que ya todos se han ido.
Para la musicología y las ciencias de la educación todo este conjunto representa un rico material de estudio, pues pareceríamos estar en un momento crucial de la historia de la música. Entonces, no estaría fuera de lugar aventurar una hipótesis aquí mismo.
En el prólogo de esta serie decíamos que la música acompaña la historia de la humanidad. Allí hacíamos notar que:
“…a partir de la segunda y tercera décadas del siglo XX, en las salas de conciertos se empezó a producir una separación violenta entre el público y la música contemporánea. Por primera vez en la historia la música del tiempo presente resultó incomprensible. Alrededor de las causas hay una discusión, en ocasiones de ribetes sarcásticos, que todavía permanece. No han faltado sátiras e insultos elegantes (o no tan elegantes) publicados en los diarios, revistas y otros medios de comunicación.”
Hoy, poniendo aquella misma observación a la luz de lo que terminamos de ver, podemos observar que la división del público es mucho más profunda de lo que podría suponerse en términos solamente culturales. El hecho que sería interesante resaltar – y en parte la musicología lo señala – es que en cualquier época de la historia, y en cualquier región del mundo, la música popular expresa el contenido emocional de un pueblo y hasta de una civilización. Después, al andar del tiempo, podrá ser una raíz de cambios y generar un desarrollo destinado a convertirse en un género musical complejo, o tal vez no sea así y permanezca en su estado originario, pero mientras siga expresando el sentir de ese mismo grupo humano podrá seguir siendo “popular”, en el sentido de que el pueblo la entiende. Y, como consecuencia, la pide.
O sea, estamos frente a un fenómeno de identidad social muy reflejada en la música. Pero, sea en forma dirigida o espontánea, las identidades sociales pueden cambiar con las épocas. Hoy día podríamos considerar que, por un lado, existe un público que socialmente se identifica a sí mismo con la música predominantemente difundida por los mass media, y, por otro lado, existe otro público al que aquella música no le satisface, pero, a la vez, halla mayor placer estético en las creaciones del pasado y no se identifica con las creaciones contemporáneas. Ahora bien, la hipótesis que se podría plantear, frente a esto, sería que si fuese cierto que la preferencia popular tiene causa en un sentimiento de identificación claramente por su contenido emocional, podría estar ocurriendo que otro público esté esperando, entretanto, la aparición de otra música con igual poder de identificación emocional, pero también con una riqueza de elementos estéticos equiparable a las grandes creaciones del pasado.
Pero… tal música todavía no habría nacido.
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{ 14 } Comentarios
¿Otro público está deseando que aparezca otra música que le llegue…?
Caramba, Gustavo, qué bien definido. Comentas que el público sigue reconociendo y admirando las obra de los buenos viejos compositores… muertos. Cierto. Pero es que ¡ha habido muchísimos compositores en la historia de la música, y sólo hay unos pocos que hoy sigan teniendo el reconocimiento del público! Por algo será…
Beethoven, claro, Bach, por supuesto, Mahler, siempre, Mozart, Liszt, Schubert, Vivaldi, Shostakovich, Albéniz, etc, etc… ¿cuántos compositores forman hoy en día el Olimpo de los grandes compositores? ¿Cincuenta, cien, quizás? ?Dos, trescientos? Y ¿cuántos miles, centenares de miles, millones de músicos han compuesto música a lo largo de la historia, y nadie se acuerda de ellos? Algo tendrán esos compositores que están en boca de todos que los otros no tenían, digo yo, algo… algo… ¿mágico? ¿especial?
Hoy en día un músico gana mucho más dinero componiendo un superventas, aunque sólo esté un par de semanas en “la lista”, que escribiendo un cuarteto o una sinfonía, y eso se nota, me parece. Y luego pasa lo que pasa: vas a escuchar un estreno mundial para trombón y orquesta y lo único que escuchas, vestido de “modernidad” y de “vanguardia”, son rugidos, maullidos y berridos varios emitidos por el pobre trombonista solista, ¡mientras da vueltas sobre sí mismo…! Se ve que el compositor, de cuyo nombre no me acuerdo, no ha podido o sabido componer un superventas, y se venga de sus colegas (y del público que en definitiva le paga, que es el colmo) escribiendo esas cosas. Pues no, ésa no es la música que la enorme mayoría estamos esperando, esa no…
Espero que en tu siguiente artículo nos des luz.
Felicidades
@ Macluskey:
Tengo la esperanza de poder dar esa luz…
Ese compositor “de cuyo nombre no quieres acordarte” – diría yo parafraseando al gran Cervantes -, tal vez permanezca en los anales del terrorismo musical. Es increíble, pero a veces no se necesita ni ser tan “complicado” para llamar la atención y pretender pasar a la posteridad, aún como “clásico” popular – lo que no es tan fácil como muchos podrían creer. En el artículo anterior @alessio decía que hay clásicos populares que pueden ser referentes. Y los hay. Es más: una antiquísima canción popular inglesa todavía sigue siendo una de las más famosas del mundo, se han hecho infinidad de arreglos sobre ella, hasta compositores como nada menos que Vaughan Williams la consideraron como inspiradora… y es de un autor anónimo! Todos la conocemos: “Greensleaves”.
Hay mucho para meditar.
Muchas gracias por el comentario oportuno y saludos!
Hola Gustavo y Mackluskey, pienso que ambos mundos, docto y popular, deben estar vinculados, por ejemplo el compositor que se aventure a hacer música “de entretenimiento”, al “bajar” de nivel y tomar ese tema tan prosaico lo está elevando con sus conocimientos de música, a la vez la música de entretenimiento o música ligera, que Honegger llama “fabricantes de música”, es una buena escuela para aprender a hacer música de forma eficiente, sencilla y con rapidez, recordemos que Haydn y Mozart compusieron muchas de estas piezas de entretenimiento, pero con sus conocimientos y talento aportaron mucho más, convirtiendolas en piezas clásicas de repertorio. A la vez, pienso, no se puede hacer obras cumbres o de gran calidad artística sin antes experimentar las formas menores, es una escuela o aprendizaje, un ejercicio que es muy util y que practicaron antiguamente casi todos los grandes compositores. Haydn hizo más de 100 sinfonías y Mozart unas 40, de todas ellas una fracción son obras fundamentales de la música pero para llegar a ellas debieran probar y ejercitarse en muchas soluciones esteticas, armonicas, orquestales, ritmicas, pienso que la musica “menor” es una gran escuela ya que la obra de un compositor es cumulativa, es la suma de muchas pruebas anteriores que se desechan, ponen a pruebva y luego se vuelven a aplicar, por esa razón discrepo de Honegger, aunque entiendo aquello de que el “fabricante de música” requiere talento, es verdad.
Hola Gustavo. A esta altura me pregunto.¿ Puede la inteligencia desarmar la estructura de nuestro cerebro para poder apreciar la música del presente? ¿O es que solo la música de cuando se formo y maduro nuestro cerebro es la única que podemos apreciar? Porque parece que hoy no habría buenos compositores ni buena música. Sera como dice la poesía,”..todo tiempo pasado fue mejor..”? La lógica me dice que no existe un motivo para que desaparezcan los buenos compositores. Muy bueno el artículo, muchas gracias.
@ alessio:
Creo que Honegger se refiere directamente a los músicos que están satisfechos en la posición de “fabricantes”, sin inquietud alguna por alcanzar a ver eso como una etapa de aprendizaje, como bien haces notar que, en cambio, ha ocurrido con varios compositores como Haydn o Mozart – y habría que agregar a muchos más de los que podría creerse. Por ejemplo, se dice (y no dudo que sea cierto) que muchas de las mazurkas y valses de Chopin eran bailadas en reuniones de amigos del compositor. Como bien dices, además, las formas menores son la escuela para que, quienes tengan talento o genialidad, puedan ir más allá y crear grandes obras. No sé si has seguido la serie completa, pero traté este tema en el artículo “Y primero fue la música” http://eltamiz.com/elcedazo/2012/07/01/musica-y-ciencia-5-y-primero-fue-la-musica/ donde llegué a preguntar si para hacer música es imprescindible conocer la teoría. Claro, no es para tomarlo al pie de la letra, sobre todo si pensamos en cómo se llega a ser capaz de crear grandes obras, pero hay raíces que sin duda son muy importantes y nada despreciables. Ambos mundos, el “docto” y el “popular”, están vinculados. Y cuando se trata de buenos músicos, no es nada raro que ese vínculo se perciba claramente. Mucha música clásica lo demuestra, pero… (y he aquí el problema) mucha música popular que oímos todos los días no pasa de ser un “producto” bien armado para durar un tiempo limitado, en tanto que mucha música “docta” de hoy es abiertamente rechazada por el pueblo – incluso por quienes les gusta escuchar música clásica. Por eso es que creo que la música está en un momento crucial y hay mucho para meditar. Más allá de lo que puedan ser los gustos de las personas, hay objeciones técnicas y psicológicas que ya sería tiempo de poner sobre la mesa.
Gracias por tus interesantes comentarios y saludos!
@ Alejandro:
La inteligencia siempre puede “desarmar” los mecanismos mentales ya trazados, porque el cerebro tiene una capacidad permanente de renovar las conexiones neuronales, y puede ser a cualquier edad. Sin embargo, la dificultad mayor está en que la memoria no olvida (aún después de modificado un esquema) y habrá una tendencia al placer que da regresar a la comodidad de repetir las experiencias habituales por años de reiteración constante. Hay quienes consiguen pasar definitivamente esa barrera, a pesar de todo, y entonces sienten como que han descubierto un nuevo mundo y ya casi no hay vuelta atrás.
Nadie dice que haya que regresar al pasado, para repetirlo porque fue “mejor”, sino que faltaría alcanzar un nivel de calidad equiparable a las grandes creaciones del pasado. El gran problema está en que hoy existe una renuncia manifiesta, intencionada, a elementos intrínsecos de la música en si misma, o sea: ritmos sin melodía, disonancias sin consonancia alguna, exclusión absoluta de la tonalidad, sustitución de instrumentos musicales por medios de hacer ruidos específicos… Y entonces nos podemos preguntar si esa novedad puede ser, o no, una base para que el oído se eduque de tal modo que sea incapaz de reconocer todas las cualidades que la música puede tener. Y, si el oído no puede, eso en realidad quiere decir que el que no las reconoce es el cerebro.
Ya quisiera ser yo una pequeña porción de lo entendido en música que es Gustavo y otros quienes por aquí comentáis o escribís artículos. Aún así voy a cometer la temeridad de contaros mi punto de vista sobre el tema del artículo o al menos la forma en que yo lo comprendo.
Simplificando a las esencias y si no entendí mal; Gustavo nos explica que si bien en épocas pasadas siempre hubo público para la música “popular” y para la “culta”; parece ser que en la actualidad sólo queda la vertiente “popular” pues respecto a la música “culta” su público casi que se limita a rememorar viejas glorias muertas y está desvinculado completamente de la “vanguardia”.
Hago notar que no he puesto las comillas gratuitamente, estoy utilizando esas tres palabras de forma muuuuuy laxa. Porque por mi cabeza ya hace tiempo que pasaban de tanto en cuando algunas preguntas relacionadas con este tema y otras varias más que han surgido tras leerlo; y todas ellas me llevan a rechazar frontalmente esa forma de clasificar la música.
Todo parte del problema que para mí tiene llamar hoy en día “popular” a cierta música; la tremenda carga peyorativa que impone en muchos casos pues se equipara al concepto de “comercial”, el cual parece también ser negativo por defecto, como si ganarse la vida con su trabajo fuese pecado para un músico. Parecería un sinsentido si no fuese por que sucede continuamente: en un mundo materialista dominado por el ego, en donde la máxima aspiración de muchísima gente es hacerse famosa; resulta que los “fans” de los artistas (quienes igualmente participan y alimentan el sueño colectivo sobre alcanzar la fama) son los primeros que no quieren que dicho artista se haga famoso. Fijaos bien en los comentarios que surgen por doquier cuando algún músico “popular” alcanza la fama; seguro que por doquier se le acusará de “haberse vendido”, “ya no son como antes”, “se han vuelto comerciales” y demás comentarios similares.
En definitiva, veo como existe un sentimiento generalizado por parte del público, un deseo subconsciente global por querer mantener “la exclusiva” de conocer a un buen músico, de disfrutar de sus canciones para uno solo. Parece que si el músico (o artista, grupo, banda, loquesea) triunfa se pierda empatía hacia él porque ahora ya “cualquiera sabe de él”. ¿Es verdad que por ello es peor músico como se les acusa continuamente? ¿Que lleva a tantísima gente, del montón o doctos sobre el tema, a tachar de “peores que lo anterior hecho” de forma tan general a las obras que llevan al conocimiento masivo de un músico? ¿Y porque sucede esto hoy en día y antaño no (o eso me parece a mi)?
Vayamos ahora siglos atrás, en la época de los “grandes clásicos” que ahora se reconocen como tales. Si la memória no me falla, la gran mayoría de esos compositores buscaban lo mismo que cualquier músico hoy en día: popularidad y fama que les llevase a poderse ganarse la vida más o menos dignamente. Mozart o Beethoven NO componían (de forma sistemática, sí ocasionalmente) para una reducida élite altamente culta. Obviamente que sólo unos pocos podían permitirse ir a los lugares donde se representaban tales obras, pero el público no iba sólo por ser entendidos de una música culta “superior a la popular”. El público llenaba los teatros y las salas porque aquella música era el ENTRETENIMIENTO de su época; tuviesen o no la cultura como para apreciar todos sus matices. Y los compositores eran bien conscientes que, si bien sus encargos venían de gente más o menos entendida; su éxito provenía de que la composición “hiciese el pleno” en sus representaciones. La única diferencia con la actualidad es que aquella música de entonces era un entretenimeinto limitado por la rigidez de las clases sociales de entonces; pero NO por que su calidad intrínseca que sólo atrayese a un público muy específico.
En cambio la música “culta de vanguardia” actual parece rechazar de plano ni siquiera la posibilidad de ser considerada un “entretenimiento”; son sólo cultura, una especie de bien superior así que rehuye a toda costa la fama y atraer a las masas; con lo cual terminan abocados a utilizar unas formas musicales que los desconecten de la inmensa mayoría del público; ya sea alguien a quien le guste la música popular actual como a quien no. Y eso no sucede sólo con la música; ocurre igual con todas las artes principales: pintura, escultura, danza, cine, moda… Es vox populi que, en cualquiera de esos campos, hacer que crítica especializada y público coincidan en sus opiniones es casi un milagro al alcance de muy pocos (y sin seguridad alguna de poder repetir la gesta).
Pero todavía hay una vuelta más de tuerca en el asunto. ¿La música clásica se la debe considerar como tal sólo por utilizar unas estructuras surgidas tiempo atras (siglos a menudo)? ¿O se han convertido en unos clásicos porque consiguieron componer una música que, a pesar de ser hija de su realidad del momento, traspasó las fronteras del tiempo y la sociedad? De nuestra música contemporánea no podemos ver más que el desarrollo inmediato, pero no podemos saber a dónde nos llevará el futuro. ¿Se imaginaba si quiera Bach que la música que estaba componiendo resonaría a través de los siglos una y otra vez a perpetuidad? ¿Como podemos saber nosotros, desde la limitada visión de nuestro AHORA, que dentro de 3 siglos muchas de las canciones “populares” de hoy en día no seguirán escuchándose, estudiándose y considerándose como auténticos clásicos immortales? ¿Y podemos asegurar que toda la música que se componía hace 3 siglos se encaja en lo que ahora conocemos como música clásica o como música folclórica antigua? ¿No había nada más que por avatares del destino no haya trascendido, de igual forma que sucederá ahora con muchas músicas de vanguardia?
Al final del todo, para mí la BUENA música es un legado inmortal que no parará de crecer y crecer, pues continuamente aparecerán músicos en cualquier parte capaces de crear algo tan sublime que perdure para siempre. Más aún hoy en día con las facilidades existentes para darse a conocer y permanecer. Por contra la mala música, que siempre la hubo y siempre la habrá, desaparecerá sin más en el pozo del olvido. Pero en mi opinión, no serán los críticos o los doctos de una época, catalogando como “popular, vulgar, enlatada, culta, sublime…” quienes decidan cual música se recordará y cual no; será únicamente el implacable paso del tiempo y los gustos de las generaciones aún por nacer quienes dictarán sentencia.
Bueno, hasta aquí el ladrillo-mensaje. Si es que siempre me sucece igual cuando me emocione, que em enrollo como una persiana sin fin. ^_^ Espero que mis divagaciones sin fin no os hayan matado demasiadas neuronas y gracias a todos los que hayan aguantado hasta aquí.
Jefe Ryback (o… ¿tengo que decir “Steven Seagal“? )
Creo que coincides mucho con lo que Gustavo dice (y con lo que yo mismo estoy de acuerdo).
Pero debo hacer una mínima puntualización: Sólo a partir de Beethoven, y más bien al final de su vida, los músicos escribieron música para “las masas” (entendiendo como “masas” a unos miles de burgueses, comerciantes y pequeños nobles que no podían tener conciertos en sus palacios (porque no tenían palacios) y tenían que ir a salas de concierto, pagar su entrada y escuchar música.
Mozart, como antes Haydn, Bach, Vivaldi y tantos otros, componían y tocaban música para auténticos conocedores. No podían hacer una composición “de aliño” porque sus mecenas (duques, reyes, arzobispos, etc) les habrían echado y buscado a otro que les gustara más. Debían, sí, hacer música que gustara… ¡pero a una o dos personas! que además solían ser ellos mismos músicos.
Por ejemplo, Bach compuso sus conciertos de Brandenburgo, encargados por el Margrave de Brandenburgo para ser ejecutados en sus elegantes salones prusianos. El número 6 es especialmente “raro”, pues está escrito para una plantilla “extraña” y “anticuada”: 2 violas, viola da gamba, bajo y continuo. La viola da gamba ya era un instrumento en desuso en la época de Bach. ¿Por qué entonces el gran maestro compone un concierto para tan raros instrumentos? Fácil: Christian Ludwig, el Margrave de Brandenburgo, era un consumado violista da gamba… Y claro, nada le placía más que tocar “su” concierto con y para sus amigos músicos. Si al público le gustaba o no la viola da gamba es irrelevante. Le gustaba al que pagaba, y listo.
Por lo demás, un muy interesante comentario, Jefe Ryback. Supongo que Gustavo también te contestará, si es que el frío que está pasando estos días le deja mover los dedos…
Saludos
@Gustavo, no siempre respondo pues me quedo pensando una respuesta adecuada, a veces me quedo sencillamente reflexionando sobre lo que se escribe. Sí entendí el punto, es verdad que el límite entre lo comercial y lo popular es difuso, pero tal vez existe. Puede ser que haya música hecha única y exclusivamente para ganar dinero, aunque en realidad nunca he oído música tan, pero tan mala como la actual (del 2000 en adelante, o tal vez desde los 90).
@ Jefe Ryback.
Como el frío aflojó un poco, ahora puedo mover los dedos para escribir algo… jeje. Dicen que esta parte del mundo donde estoy era, salvo los polos, la región más fría del mundo hasta hace pocos días.
Bueno, voy a tu comentario.
Stravinsky decía que la música se divide en dos categrías: “buena y mala” y se acabó. El problema es que para distinguir una de la otra pienso que habría que definir dos parámetros: uno, si hay inspiración para que la música exprese un contenido que no sea una huequera; y, por otra parte, hay que ver algunos aspectos técnicos.
@ alessio dice (y aprovecho para comentarlo aquí, pues viene al pelo):
Lo inquietante de este juicio es que se puede fundamentar yendo mucho más allá de la huequera de las “emociones” que quieren expresar, sino que, además, se pueden hacer objeciones que nada tienen que ver con los gustos de cada uno. Es decir: casos donde no hay melodía, ni armonía, ni tonalidad (pero no por eso son “atonales”) y queda tan sólo el ritmo. Entonces, si comparamos esos casos con la música popular de tiempos pasados, no podemos decir que la de hoy sea mejor ni peor, porque nos gusta o no, aunque hayan “clásicos” del género, no podemos, porque lo que ha cambiado es nada menos que prescindir de la instrumentación, de la melodía y del uso de la armonía y el contrapunto, restringiendo todo al uso repetitivo de unos pocos acordes como si no existiesen más posibilidades. Como podemos deducir fácilmente, esto también le cabe a la autodenominada vanguardia, y en todos esos aspectos técnicos es donde uno puede dar en el clavo para hacer un juicio valorativo.
Después pones varias interrogantes de mucho interés, como esta:
Según me parece, no podemos ser adivinos, claro está. Pero… si tenemos en cuenta los parámetros que te decía, para determinar si se trata de música buena o mala, destinada o no a permanecer, se me ocurre que si las generaciones futuras llegan a “aprender” que la música es sólo ritmo, unos pocos acordes y, eventualmente, el uso de ruidos de diferentes orígenes… sin duda algo muy importante habrá cambiado. Y es posible que ese día la gente deje de entender la música de Bach, de Beethoven, y de todos los “clásicos”, por obsolencia. ¿Pues adónde habríamos llegado?
En cuanto a ganar dinero, eso es lo que siempre queremos los profesionales de alguna actividad, y siempre ha sido así. No es un pecado, lo que sí habría que ver es que si el objetivo es sólo ese y nada más, no sería honesto. Y tal cosa se podría aplicar a cualquier profesión.
Muchas gracias por tu extenso comentario, en realidad creo que coincidimos prácticamente en todo lo esencial.
Un saludo, y te espero en mi próximo artículo (ya verás por qué).
Dice Gustavo:
“En cuanto a ganar dinero, eso es lo que siempre queremos los profesionales de alguna actividad, y siempre ha sido así. No es un pecado, lo que sí habría que ver es que si el objetivo es sólo ese y nada más, no sería honesto. Y tal cosa se podría aplicar a cualquier profesión”.
Es verdad, a menudo se piensa que el artista no debe ganar dinero, pero eso en mi opinión aparte ser injusto con el artista, obstaculiza la música y le crea un sinnúmero de problemas que las personas de fuera no comprenden, claro que se puede hacer música gratis en algunas ocasiones, como tambien muchas profesiones o actividades PODRIAN hacer cosas gratis (y no las hacen), pero en general la falta de remuneración a los músicos crea problemas, no sólo por dificultar vivir sino que por obstaculizar la actividad en sí, pero eso con mucha frecuencia las personas que no practican el oficio no lo entienden (ni lo entenderán).
Me es más fácil contradecir que dar la razón, cuando leo cosas con las que estoy de acuerdo sólo leo, no digo nada , y esta conversación está muy interesante, todos los comentarios.
Muy interesante y la verdad es que los comentarios me han ayudado mucho. Creo que hay un punto que no podemos olvidar y es que siempre existe la genialidad. No solo existe musica buena o mala, aparte existe musica genial y esa solo algunos elegidos pueden crearla. No es cuestion de esfuerzo, dedicacion, educacion, en fin, de nada, o se tiene o no. La casualidad gobierna eso y en este aspecto el azar acaba gobernando la inercia social, resulta que esos genios salieron en ese tiempo con esa musica y eso ha tenido una resonancia que aun nos afecta y que probablemente afectara mucho tiempo. Creo que nos estamos olvidando de la musica de las peliculas, la opera, los videojuegos o hasta las series de television. En cierta forma creo que en las peliculas es ciertamente donde se encuentra la musica del genero clasico actual en su maximo exponente, por que es el unico sitio en el que aun ese genero da dinero. En fin, creo que la musica es probablemente un 30% de una pelicula sino mas, y si os parais a analizar autores como John Williams (soy malo aprendiendo nombres asi que solo me acuerdo de los muy famosos) su produccion no varia mucho con lo que se creaba en aquellos anos, creo. Tambien el mundo del videojuego tiene una produccion de musica clasica de mucha calidad, por ejemplo a mi Nobuo Uematsu me parece estupendo. Vale que suelen ser canciones y no obras sinfonicas, pero no creo que se deban despreciar por el formato, lo que es la riqueza estetica la tienen igual. Gracias a que estas producciones no estan ligadas con el mundo musical comercial, o al menos no demasiado, se presentan muchas mas variedades de musica que tienen la oportunidad de llegar al gran publico.
Jefe Ryback, has tocado un tema muy interesante y que personalmente a mi me da mucha rabia, ya que lo considero injusto, pero no lo puedo cambiar, cual es el de lo comercial en la música, cuan comercial es la música, etc etc, concuerdo con todo lo que dices, tambien suele suceder que se valora más a Beethoven que a Mozart, al parecer por ser más “revolucionario”, “menos comercial”, por alguna razón que tiene que ver con su mal carácter o con que rompía pianos, la verdad es que según creo, Mozart era más independiente que Beethoven, ya que este era financiado por mecenas y Mozart fue de los primeros músicos en vivir totalmente a partir de encargos, no recibía un apoyo o subvención de ningún tipo. También sucede esto al comparar a Schubert con Beethoven, Schubert siempre aparece como “aburguesado”, dócil y “muy comercial”, y Beethoven sigue apareciendo como “revolucionario” y que “rompía pianos”, la verdad Schubert no tenía mecenas, a diferencia de Beethoven, ya que nunca lo aceptó, salvo de sus amigos más cercanos, pero mecenazgo nunca tuvo. Por tanto este tema de lo comercial en la música, y cuan revolucionario se es, cuantos pianos se rompen, y que Beethoven era mejor que Mozart porque tenía peor carácter y que Wagner era aun mejor que Beethoven porque tenía aun peor carácter es uno de los tópicos de la música, personalmente Haydn, Mozart, Beethoven y Schubert me gustan mucho, no así Wagner, pienso que la valoración de la música no tiene que ver con valoraciones externas, con todo el gusto por la música es subjetivo. Saludos
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