Los amables lectores de esta larga serie musical saben con toda seguridad que soy un profundo admirador de la música de Gustav Mahler. En mi supina ignorancia considero que es algo así como el Velázquez de la música: al igual que el genial artista sevillano recopila todos los conocimientos y técnicas pictóricas de los siglos anteriores y las lleva, simplemente, a la perfección, el músico bohemio recopila a su vez todas las técnicas artísticas y musicales de los siglos anteriores y las lleva a la perfección. Así, el 18 de mayo de 2011, el día en que se cumplía el centenario de su prematuro fallecimiento, le dediqué mi humilde homenaje en un artículo sobre su Quinta Sinfonía.
Solía Mahler decir a quien quisiera escucharle que, para él, los dos grandes compositores de la historia eran Ludwig van Beethoven y Richard Wagner, dos renovadores, dos monstruos que cambiaron el devenir de la composición musical de su tiempo: Beethoven metiendo de lleno al arte musical en el Romanticismo y sus nuevas formas musicales y estéticas, tan alejadas del clasicismo de Mozart o Haydn; y Richard Wagner, cincuenta años después, cambiando para siempre el concepto mismo de arte musical, pues él es el creador del concepto de “espectáculo total”, sobre todo en sus óperas: escenografía, iluminación, actuación, música y canto se unen para crear, efectivamente, el concepto moderno de la ópera o del concierto sinfónico. Por ejemplo, fue Wagner, en su teatro de Bayreuth, quien por primera vez ordena apagar la luz del patio de butacas y que se cierre el acceso a los espectadores mientras se representa la función, y también es él quien oculta a la orquesta en el foso para que no distraiga la atención del espectador. Ambas cosas hoy nos parecen normales y lógicas, pero entonces no lo eran: las representaciones operísticas eran un evento social en el que los espectadores departían (o discutían) entre sí, entraban y salían de la sala para comer o beber cuando les apetecía… en fin, la representación y la música no era más que un pretexto, agradable, sí, pero pretexto al fin, para ver a los demás y dejarse ver por ellos, lo que es (o al menos era) la calle mayor de los pueblos los domingos por la tarde, pero en fino y refinado.
Gustav Mahler no es en este sentido un grandísimo innovador como sí lo fueron sus admirados Beethoven y Wagner, o al menos no lo es de forma tan evidente, pero lleva al culmen, a la perfección, las máximas compositivas del uno y del otro aprovechando todos los resortes que le brindaba la “orquesta moderna”. Igual que tras Velázquez el arte de la pintura hubo necesariamente de cambiar, de evolucionar, pues ¿quién podría pintar a la manera de Velázquez mejor que Velázquez?, lo mismo ocurrió, de alguna manera, tras el fallecimiento de Mahler: la música cambió, se adentró por sendas tortuosas de las que aún no ha terminado de salir. Hoy dedicaré este artículo a su Primera Sinfonía, Titán, compuesta a los 28 años de edad, con la que abrió el cofre de sus grandes composiciones sinfónicas. Después vendrían sus otras 8 sinfonías y pico, 9 si contamos su “Canto de la Tierra” como otra sinfonía más, todas ellas maravillosas, todas ellas prodigiosas… únicas.
En el artículo que antes cité sobre la Quinta Sinfonía cité brevemente la biografía de Gustav Mahler, cómo se ganaba la vida como director, sobre todo de ópera, siendo con toda seguridad el más reputado director de orquesta de su tiempo, aunque tuvo que soportar durante toda su vida una feroz oposición de cierta facción de la sociedad vienesa debido a su condición de judío,[1] y cómo trabajaba febrilmente durante la temporada operística: en sus diez años al frente del Hofoper, la Ópera de Viena, llegó a estrenar 33 óperas y rediseñar otras 55, dirigiendo en total nada menos que 648 representaciones, a una media de 65 funciones anuales. Si a eso le sumamos los arreglos, los ensayos, los conciertos, las giras… bueno, a cualquier director actual le daría un infarto sólo de pensarlo. ¡Y eso sin contar con la composición de sus propias obras! Eran otros tiempos, está claro.
Sin embargo, ya veis, como compositor apenas tuvo éxito en su vida. Sólo el estreno de su Octava Sinfonía, de los Mil, fue un éxito memorable. El resto… el público no las entendía. Decía yo antes que Mahler no fue un innovador como lo fueron sus referentes, Beethoven o Wagner, pero al llevar al límite esas innovaciones, sobre todo las de este último, y hacer un uso generoso de todas las posibilidades de la orquesta moderna, mucho más amplia y con muchos más instrumentos que la orquesta clásica, consiguió la casi general incomprensión de sus coetáneos.
Mahler dedicaba los veranos, sus vacaciones, a componer. Durante la temporada musical dirigía, ensayaba, reorquestaba y se peleaba continuamente con todo el mundo, de modo que poco tiempo le quedaba para componer, así que en el verano se retiraba a alguna finca perdida a la orilla de algún lago recóndito para tener todo el tiempo para escribir su propia música. Era así como pasaba sus vacaciones, paseando por el campo y componiendo. Nada de playa, nada de viajar a conocer mundo. Sólo pasear, hacer deporte y componer febrilmente. Y… ¡vaya composiciones! Todas sus sinfonías son sencillamente asombrosas.
En el artículo dedicado a la Quinta Sinfonía de Jean Sibelius, compositor finlandés contemporáneo de Mahler, decía yo que ambos tenían formas muy diferentes de enfrentarse a la composición: mientras para Sibelius las sinfonías debían ser algo “orgánico”, que se iba desarrollando y mutando sobre sí mismo, evolucionando como un organismo vivo a lo largo de su existencia, en cambio Mahler pensaba que “las sinfonías deben ser como el mundo: deben abarcarlo todo”. Y en efecto, el gran Gustav utiliza temáticas muy diferentes en sus sinfonías, muchas veces todas mezcladas: melodías elegantísimas mezcladas con fanfarrias militares, música circense con líricos nocturnos, chabacanas músicas populares con solemnes marchas fúnebres, bellas canciones de amor con tormentosos pasajes de gran agitación… como el mundo, vaya.
En esta su primera Sinfonía llega incluso a plagiarse a sí mismo, puesto que reutiliza dos canciones de su primer ciclo de canciones orquestadas, las “Canciones para un compañero de viaje” (Lieder eines fahrenden Gessellen): la segunda canción (“Fui esta mañana a caminar por el campo”) para el tema central del primer movimiento de la sinfonía, y también el verso final de la cuarta canción (“Los ojos azules de mi amada”) aparece en el lírico pasaje central de la Marcha Funeral de la Sinfonía.
Concebida inicialmente como Poema Sinfónico en cinco movimientos, fue compuesta durante el año 1888, aunque posteriormente fue revisada unas cuantas veces hasta quedar en su estructura actual, de cuatro movimientos. Ni que decir tiene que su estreno, en Budapest en 1889, fue un fracaso. Nadie entendía nada, aquello desafiaba todas las leyes conocidas de la música, era vulgar, chabacana… Hoy en día es, posiblemente junto con la Quinta, una de las sinfonías más interpretadas del compositor… lo que quiere decir una de las obras más interpretadas de todo el repertorio actual.[2] El sobrenombre de “Titán”, dado por el propio compositor, proviene de la novela homónima de Jean Paul, aunque en realidad la música no sigue en absoluto la estructura de la novela. Sin embargo, algo queda del Titán en el estruendoso final del primer movimiento, cuando el poderoso ser mitológico se ríe de las ambiciosas propuestas musicales con sonoras carcajadas, representadas por los bruscos golpes de timbal que tan característicos son de esta sinfonía.
Se trata, queridos lectores, de una sinfonía simplemente maravillosa, cada uno de sus cuatro movimientos son realmente preciosos. Es variada, pegadiza por momentos, tumultuosa, elegante, sensual, fúnebre… como el mundo, vaya. No me voy a extender aquí mucho más. Es mejor que escuchéis esta obra maravillosa en una versión realmente genial: la del Royal Concertgebouw de Ámsterdam dirigida por Daniel Harding, e iré haciendo algunos comentarios después. Esta orquesta, el Royal Concertgebouw, está actualmente considerada como la mejor orquesta de la actualidad, superando incluso a la ínclita Filarmónica de Berlín, tradicional poseedora de ese título honorífico. Y… ¡cómo suena! Además, sin toses, carraspeos, desenvolvimientos de caramelos, cuchicheos y todas estas molestas cositas que tan normales son en las salas de conciertos españolas… ¡Qué envidia!
Veámoslo en el video siguiente, en el que está toda la obra, de cerca de una hora de duración, y en el que se ve cómo los músicos tocan y cómo el director dirige:
Daniel Harding toma posesión de su lugar en la tarima, se asegura de que los miembros de la orquesta están en su sitio y se dispone a tocar su instrumento: la orquesta en pleno. Comienza, pues, el primer movimiento: Langsam, schleppend (Lento, como un ruido de la naturaleza).
Vemos ya una primera característica de la sinfonía: sus movimientos se denominan en alemán en vez de en el italiano clásico. El movimiento no es “Adagio” o “Largo”, sino “Langsam”, que viene a significar lo mismo, pero en alemán. Comienza el movimiento en pianissimo, pero pronto la trompas desgranan una alegre melodía que se contagia al resto de la orquesta… se trata, como ya dije, de la misma música que su canción “Fui esta mañana a caminar por el campo”, del ciclo de las Canciones del compañero de viaje, una canción gozosa de gratitud por la primavera. El movimiento representa, en palabras del propio Mahler, el despertar de la naturaleza en la primavera. Y vaya si lo consigue durante sus más de 15 minutos de duración, en los que el tema principal se desarrolla, crece, evoluciona hasta su climax final… que es abruptamente interrumpido por las carcajadas del titán (potentes golpes del timbal), como riéndose de tanta complacencia.[3] En Mahler todo es ambivalente, siempre lo es. Aquí quizás nos quiere decir algo así como: “Sí, vale, qué bonita es la primavera y el mes de mayo, con su flores y sus tallos, pero no os confiéis, inocentes, que tarde o temprano vendrá el invierno…”, o algo así, me parece a mí.
Bien, una vez acabado el primer movimiento, tanto el director como la orquesta se toman un merecido respiro y se preparan para atacar el segundo movimiento, lo que ocurre hacia el minuto 18:30 del video: Scherzo: Kräftig bewegt, doch nicht zu schnell (Scherzo: Poderosamente agitado, pero no demasiado rápido). Aquí hay que decir que el segundo movimiento original se denominaba “Blumine”, pero fue desechado por el autor pasados unos años desde su composición. Yo he escuchado esta pieza y… la verdad, no creo que “pegue” mucho con el resto de la sinfonía. Claro que conozco tan bien la Titán que cualquier modificación me parece herejía, así que no soy yo el más adecuado para opinar. ¡Ni mucho menos para contradecir al mismísimo Mahler!
Este segundo movimiento es una danza campestre austriaca, un Ländler, el precursor del moderno vals vienés. Tiene una estructura de minueto modificado bastante clásica, en el que “el héroe ha cobrado confianza y recorre el mundo a sus anchas”, también en palabras del propio Mahler. Otra melodía pegadiza y muy “bailable”, como se espera en un “casi-vals”.
El movimiento termina hacia el minuto 26:40, y nuevamente director y orquesta se toman un respiro antes de comenzar con el tercer movimiento. Ya sabemos que una sinfonía debe ser como el mundo: debe abarcarlo todo, así que, como es de esperar en Mahler, este movimiento es todo lo contrario de los alegres movimientos anteriores: ¡es una marcha fúnebre! Este tercer movimiento se denomina Trauermarsch: Feierlich und gemessen, ohne zu schleppen (Marcha fúnebre: solemne y mesurado, sin rezagarse).
Y sí, vale, es una marcha fúnebre, pero jocosa, irónica: está basada en una ilustración de Moritz von Schwindt sobre “El entierro del cazador”, en el que los animales acompañan, gozosos, el sepelio del otrora gran cazador, burlándose de él. Y el movimiento es una marcha fúnebre, sí, pero de contenida alegría, que de pronto es interrumpida por una banda callejera que se suma al cortejo tocando una música chabacana en la que es imprescindible el bombo con platillos tan típico de las bandas populares… y tan extraño en las orquestas sinfónicas. Si os fijáis, el tema inicial está tomado del famoso canon “Frère Jacques”, pero deformado de forma jocosa, comme il faut. Mahler indica que el tema comience tocado solamente por el primer contrabajo, cosa extrañísima en una composición sinfónica… pero Daniel Harding decide que en este caso sean todos ellos quienes entonen la melodía. Privilegios del director.
Sin embargo, el cortejo fúnebre se detiene un momento para dar paso a un nuevo autoplagio: Mahler usa la cuarta canción de sus Canciones para un compañero de viaje, Die zwei blauen Augen von meinem Schatz (Los ojos azules de mi amada)… y es que para que la sinfonía fuera como el mundo faltaba una canción de amor. Oíd cómo los dos primeros primeros violines[4] entonan la bellísima melodía a los azules ojos de la amada, contestando a la cantinela del resto de la orquesta; es, quizás con el famoso Adagietto de la Quinta, la más arrebatada expresión de amor del compositor austriaco… o bohemio, o judío. Una delicia.
La canción de amor da de nuevo paso al cortejo fúnebre, que llega a su fin en el minuto 38:05, cuando comienza el cuarto y último movimiento, que esta vez entra en “attacca”, es decir, sin pausa entre los movimientos. Este cuarto movimiento es un Stürmisch bewegt (Tormentosamente Agitado).
Y… ¡menudo movimiento! El héroe alcanza por fin el clímax en su viaje desde la oscuridad a la luz. Comienza con un grito desaforado, una larga y tempestuosa introducción, que es sustituido por un lírico canto de las cuerdas… una larguísima introducción que da pronto paso al tema principal en los metales, en trompetas, trombones y, sobre todo, trompas. Este tema triunfal, uno de los más maravillosos e impactantes que jamás se hayan escrito, debe sin embargo luchar hasta imponerse. Por dos veces el tema aparece, se desarrolla, lucha… sin llegar a imponerse: la primera, hacia la mitad del movimiento, en las trompetas, pero de forma tímida, contenida…. y es rápidamente acallado por el resto de la orquesta, y la segunda, con mucho más brío, es acallada esta vez por un estruendoso redoble del timbal, dando paso a una melancólica y otoñal melodía. Sin embargo, a la tercera va la vencida: los violonchelos y los contrabajos presagian que algo distinto va a suceder, con tres potentes notas que se repiten varias veces hasta que aparece de nuevo el tema triunfal en las trompas, para vencer por fin a las tinieblas y alcanzar definitivamente el éxito. Mahler exige que los siete u ocho ejecutantes de las trompas se levanten en la exposición final del tema para que “su potente música pase por encima de la orquesta y llegue sin obstáculos hasta el último rincón de la sala”. ¡Y vaya si llega…! aunque, por algún oscuro motivo, la realización se va a por uvas en esta parte y no se centra en los trompas levantados y soplando con toda su alma más que unos pocos segundos. En directo, os aseguro que el final de esta sinfonía es de los pasajes que más decibelios genera, a lo que sin duda ayudan los dos timbalistas que aúnan todas su fuerzas aporreando cada uno un timbal, más el bombo, los triángulos, los platillos y todo lo que hay en la nutrida orquesta para dejarnos con una sensación de… ¡Uau, lo que acabo de escuchar!!!
Espero que así os hayáis quedado tras escuchar esta genial versión de la Royal Concertgebouw de Ámsterdam a las órdenes de Daniel Harding.
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Hay posiblemente centenares de versiones de la Titán de Mahler. Toda orquesta y director que se precien la han grabado, de la misma forma que toda orquesta que se precie programa periódicamente esta primera sinfonía mahleriana. Es, junto con la Quinta, la más ejecutada de todas ellas, a lo que sin duda ayuda el hecho de que sean las dos sinfonías con menores requerimientos de ejecución: no tienen solistas (sopranos, contraltos, etc), no tienen coro, ni femenino ni masculino, ni tampoco coro de niños… cosa que en mayor o menor medida les ocurre a prácticamente todas las demás, así que, dentro de que requieren una nutrida orquesta de unos cien músicos, son las más baratas de producir. Y, por qué no decirlo, ambas son maravillosas.[5] Si tengo que citar una versión, será la de Leonard Bernstein dirigiendo a la Filarmónica de Nueva York, grabada en 1960, porque fue precisamente la grabación de la integral de sinfonías de Mahler realizada por el director norteamericano, de la que forma parte esta Titán, la que puso en onda definitiva a Gustav Mahler, no sólo a esta sinfonía, sino a todas ellas. Y sigue siendo una interpretación de referencia, aunque en años sucesivos Bernstein la grabó cinco o seis veces más con diferentes orquestas, incluyendo, cómo no, el Royal Concertgebouw de Amsterdam… aunque esta versión de Daniel Harding con el Concertgebouw del video es, al menos, igual de buena.
Lo que sí puedo garantizaros es que escuchar a Mahler en directo, cualquiera de sus obras, no tiene nada que ver con oír la misma obra enlatada. Pero nada que ver, os lo aseguro. Nada de nada.
Nada.
Disfrutad de la vida, mientras podáis. A ser posible, escuchando música.
- En su época de director de la Ópera de Hamburgo declaraba que era “tres veces extranjero: austriaco entre alemanes, bohemio entre austriacos y judío ante todo el mundo”. [↩]
- Aunque, no nos engañemos, a ello contribuye, en ambos casos, el hecho de que, a pesar de requerir una gran orquesta de unos cien músicos, al menos no requiere solistas ni coro, como ocurre con casi todas las demás del compositor. [↩]
- En realidad esto es todo lo que queda del Titán que da titulo a la obra… algo es algo. [↩]
- O sea, el concertino y el ayudante de concertino. [↩]
- Como las demás, ¿eh?, como las demás. [↩]
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{ 4 } Comentarios
Enhorabuena por la serie “Historia de un ignorante…”. Me he leído gran parte de los artículos publicados y me parece que realizas un acercamiento a la música clásica muy entusiasta y con alta vocación pedagógica, lo que no es fácil de conseguir. Los artículos están muy bien documentados; el tono humorístico y apasionado que empleas le da un plus de distensión a la lectura que me parece ideal para los profanos (y no tan profanos) en el maravilloso e inabarcable mundo de la música clásica.
Me gustaría compartir contigo un artículo de mi blog en el que hablo de la técnica que emplea Mahler, en el tercer movimiento de la sinfonía, para conseguir transformar la melodía del “Frère Jacques” en una marcha fúnebre, por si te apetece echarle un vistazo: https://latablaarmonica.wordpress.com/2015/06/09/la-escala-mayor-y-la-escala-menor-o-como-convertir-una-cancion-infantil-en-una-marcha-funebre/
Te reitero mi enhorabuena y continuaré pasándome por aquí con sumo interés a la espera de nuevos artículos. Un saludo
Querido Macluskey, qué afortunados somos los mahlerianos de disfrutar con este titan de la música. Todas sus sinfonías son monumentales, pero la Octava sería merecedora de un artículo en esta serie que honra a esos grandes momentos de la música clásica. Para mí, iguala o casi supera a la Coral de Beethoven, y seguro que por decir esto me llueven las críticas negativas de los más puristas de la música sinfónica. Saludos
Pues sí, amigos, sí. Mahler es como el mundo, lo abarca todo.
Todas sus sinfonías, sin excepción, son maravillosas. Y sobre todas ellas, quizás, la Octava, única que fue un éxito arrollador en vida de Mahler. Pero es que la octava tiene un problema, amigo Mariogiher: en grabación se queda en un pálido reflejo de la sombra de lo que es en directo. Tengo varias versiones, todas maravillosas, de esta Octava, la de los Mil. Ninguna se aproxima ni de lejos a ninguna de las veces que la he escuchado en directo…
…Pero, claro, es que hacen falta unos 130-140 músicos (por ejemplo, la madera es sextuple, cosa que sólo he visto en esta sinfonía), el metal tiene también más de veinte ejecutantes, diez o doce percusionistas, cuerda completa, a ser posible reforzada, es decir, al menos 60 músicos en la cuerda, órgano, mandolina, celesta y qué sé yo qué más), pero es que además necesita de ocho solistas, coro de niños y dos coros completos masculino y femenino. Seguramente no son 1000, como dice el título, pero entre 350 y 400 músicos, fácil.
Lo que quiere decir que se programa poco. Muy poco, porque es carísima de producir.
No sé, alguna vez habrá que pensárselo.
Gracias por vuestros comentarios.
“…aunque, por algún oscuro motivo, la realización se va a por uvas en esta parte y no se centra en los trompas levantados y soplando con toda su alma más que unos pocos segundos“.
¡Es cierto! El momento es tan sublime, tan gigantesco, que exigiría la atención exclusiva del realizador por centrarse sobre todo en el grupo de trompas. Debería registrarse con detalle el proceso de incorporación de éstas a la épica de la descriptiva solemne. Es el compendio, es la revelación del sentir de la obra, es clamor, es la exaltación del tema supremo. El goce emocional llega aquí a su clímax.
Para mí es inolvidable la interpretación que presencié hace años en el Auditorio madrileño. La escenificación del pasaje fue bellísima: las ocho trompas, y acompañadas con algún otro metal, se pusieron de pie al unísono, levantando sus instrumentos a una cota superior a sus cabezas. Respondían al precioso reto dibujando en la atmósfera, impetuoso y sublime, el goce supremo, el resumen exultante de la Obra.
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[...] la esperada Sinfonía nº 1 en re mayor “Titán” (Mahler) de la que los malherianos coleccionamos decenas de versiones variadas, históricas, emocionantes, vibrantes, [...]
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