En la entrada anterior de esta serie sobre la Biografía de la Vida habíamos acompañado a alguno de los primates de las selvas ecuatoriales africanas en su aventura de supervivencia, desde los Homo más ancestrales, los habilis, con los que se inició la tecnología, hasta el Homo sapiens dominando el continente euroasiático. El clima les había cambiado drásticamente el campo de juego, pero las nuevas reglas que precisó inventar para continuar su periplo evolutivo le llevó a un nuevo estado fundamental nunca visto: la consciencia que le hizo humano. Los avances tecnológicos fueron un acicate para el cerebro, y un cerebro más activo propondría explorar nuevas oportunidades. Al final llegó el gran premio de la inteligencia racional.
Siguiendo la cronología de nuestra particular biografía nos tocaría ahora ver cómo fue su aventura viajera desde el primigenio hogar africano. Pero eso lo haremos en una próxima entrada. Porque en ésta voy a introducir un nuevo paréntesis para focalizar el pensamiento sobre aquello que pudo haber originado el cambio evolutivo a partir del que emergió la consciencia.
El trabajo se me antoja harto complejo y lo único que puedo pretender es proporcionar información para suscitar curiosidad, ya que este campo esta lleno de suficientes teorías consecuencia lógica del gran vacío de datos directos que le acompaña: la consciencia no fosiliza. Aunque podemos imaginarla escondida en las manifestaciones culturales que estudia la paleontología.
Para empezar, nos deberíamos preguntar qué es lo que nos hace humanos. Personalmente me gusta definirlo de la siguiente manera: Somos diferentes al resto de los animales porque somos conscientes de nuestra individualidad personal y somos conscientes de nuestro más próximo entorno. Ambos sentimientos conscientes los percibimos como realidades en sí mismas, cambiantes con el tiempo, y que somos capaces de comprender y manipular según nuestra voluntad con una potente habilidad personal que llamamos raciocinio.
Todo lo anterior está gestionado por una “máquina” física, nuestro cerebro neuronal, y su capacidad de actuación vía la actividad de sus redes de neuronas.
Pero lo anterior no surge espontáneamente. Lo que nos ha hecho distintos al resto de los animales ha estado sujeto a la terca realidad de la evolución. Gracias a la evolución, nuestra particular máquina de hacernos humanos ha sido capaz por ella misma de alcanzar unos estados de eficiencia en la gestión de la vida, tan sorprendentes en el contexto del resto del entorno biológico del planeta que el sentido de lo humano se ha hecho definitivamente “contundente”. Y no sólo me estoy refiriendo a la potencia de la inteligencia humana, sino también al nuevo mundo tecnológico del Homo.
Para ello, y pasito a pasito evolutivo, algún individuo de la línea de los primates (no creo equivocarme si tomo el amplio rango de los primates) consiguió sacar al exterior el proceso de razonamiento que se producía en el interior de su cerebro. El camino pasó por extraer la “base de datos” fuera de los propios circuitos neuronales mediante el uso de la simbología, que culminaría con el lenguaje y con la progresiva percepción de que en “el de enfrente” también existía una máquina mental con la que podía conectarse e interactuar. Con ello abría un campo inimaginable en el mundo de sus relaciones sociales, que con el apoyo del lenguaje se hicieron siquiera aún más trascendentales: se había pasado de la imitación a compartir el conocimiento.
No cabe duda de que hubo un condicionante decisivo que impulsó la inteligencia: las relaciones sociales, el intercambio de experiencias, la pirámide acumulativa del conocimiento. Sin ellas, el individuo posiblemente hubiera tenido escasos estímulos para la mejora. Se había pasado del impulso a la motivación por alcanzar un ambiente vital más eficaz. Las posibilidades de una inteligencia que no pueda manifestarse en un mundo de relaciones quedan muy mermadas. De hecho se observa que los primates que desarrollan unas relaciones sociales más complejas son los que tienen un cerebro más grande. Los neurólogos lo explicarían muy bien: las redes neuronales necesitan ejercicio y las relaciones sociales son un buen sparring.
Lógicamente, ambos aspectos, encéfalo/mente y entorno social, se manifestaron cruciales en el salto hacia las culturas avanzadas y tecnologificadas. Una mayor capacidad para el manejo de los datos, que además son más intensamente compartidos, permitió el progresivo perfeccionamiento del conocimiento y su gestión. Su acumulación en el creciente acervo cultural de las sociedades y su aplicación, vía cambio de costumbres y de tecnología, fue decisivo para la mejora de la competitividad evolutiva de la línea primate que lo consiguió.
En resumen: Uno, consciencia y razonamiento; dos, simbología y comunicación; y tres, relaciones sociales que amplificaban y hacían sólidos los avances. Lo “humano” y sus motores para el cambio.
Dicho lo anterior nos proponemos seguir su rastro a lo largo del tiempo. En una primera aproximación podríamos decir, como es lugar común en la mente de todos, que lo que nos hace humanos, la inteligencia, la capacidad de razonar, son alforjas que se van llenando poco a poco mientras el cerebro va evolucionando hacia mayores volúmenes y, por tanto, alcanzando mayor capacidad de procesamiento. Estúdiese cómo evoluciona el tamaño craneal de nuestros fósiles y se obtendrá la senda de aprendizaje hacia lo “humano”.
Pero la realidad parece contradecir este axioma. Si analizamos conjuntamente, como se puede ver en la figura siguiente, las evoluciones temporales del crecimiento del tamaño craneal, del avance de las culturas (tecnologías) líticas y de las evidencia sobre el uso de simbolismos, vemos que se ha producido un sorprendente desfase entre lo que suponemos obvio, un “avance cultural paralelo al tamaño de cerebro”, y lo que se observa en la realidad.
La realidad nos enseña que entre el crecimiento del volumen craneal y la manifestación de inteligencia vía los marcadores de cultura y uso de simbolismos hay un desfase de al menos cientos de miles de años. Muy grande en el inicio, cuando los australopitecos y los hábilis, y confundiéndose paulatinamente a medida que el Homo se va haciendo más sapiens. Esa observación nos afianza en la idea de que la consciencia inteligente no solamente surge de un fenotipo preparado para ella, sino que debe haber algo más. Ya apuntamos al principio que simbolismo y relaciones sociales debieron ser las otras dos patas de la mesa.
Por tanto, es claro que no era suficiente el tener una máquina adecuada, un hardware –encéfalo– estructuralmente capaz y un software –mente– potente. A esta máquina le hicieron falta miles de años de evolución inmersa en un medio con el que iba coevolucionando. Poco a poco, acunada por los cambios fenotípicos del cuerpo hominino y por los cambios ambientales, debieron ir apareciendo manifestaciones de una consciencia. Al principio poco elaborada, para acabar con la maravilla de la capacidad de raciocinio del sapiens. Este camino de progresiva emergencia tuvo que tener su reflejo en el comportamiento de los Homo‘s, que a su vez tiene reflejo en los restos arqueológicos de su actividad, algunos de los cuales son accesibles para nosotros a través de las labores de la paleoantropología.
Este es el reto de la Arqueología Cognitiva: deducir de las evidencias fósiles el desarrollo de lo humano. Tarea multidisciplinaria donde las haya, en donde participan antropólogos, neurólogos, sociólogos, psicólogos, etnólogos, lingüistas…
Son muchos los autores que postulan la hipótesis acerca de que el uso del simbolismo es la luz de alerta de las capacidades cognitivas que consideramos humanas. Es la manifestación clara de un pensamiento abstracto: exige un sentimiento de sí mismo y del “otro”, un discernimiento del tiempo y el espacio, un código de traducción entre abstracciones del que piensa y comunica con el que recibe, reprocesa la abstracción y entiende al primero.
En resumen, perseguir la emergencia de la condición humana es tratar de seguir la evolución interrelacionada, por un lado, de las capacidades cognitivas (cómo evoluciona el cerebro), por otro, de las características del entorno (manifestaciones sociales y evolución morfológica), para acabar con el desarrollo del uso del simbolismo (herramienta imprescindible para transmitir el conocimiento, de forma que las relaciones sociales permitan su acumulación progresiva en el acervo de la humanidad, imprescindible para el desarrollo cultural).
El relato de esta historia es largo, y siento decir que se aparta del propósito de esta serie que se ocupa de los aspectos generales de la evolución de la Vida. No obstante, tengo que avisar que este interesante tema, que podríamos bautizar como Biografía de lo Humano, va a ser objeto de una miniserie anexa en donde amplificaremos el escenario, con lo que espero que la curiosidad personal y las preguntas a resolver en casa de cada uno generen una afición sin límites (¡¿exagero?!).
En cualquier caso, aquí propongo un relato cronológico sobre lo que creemos que pudo pasar en la realidad. Relato con cierto detalle, aunque, por ajustarme a las necesidades de longitud del escrito, pueda resultar simplista y compartimentado al buscar una mayor claridad esquemática. En la voluntad del lector, como en la de los más expertos teóricos, queda el ponderar en qué momento fue madurando hasta aparecer en el escenario lo que llamamos “condición humana”. Desgraciadamente es algo que no fosiliza, como comenté al principio de la entrada.
1. Comenzaremos con el Homo habilis de hace unos 2,5 millones de años. Capacidad craneal de 650 centímetros cúbicos. Inventor de una tecnología lítica precaria, la Olduvayense o Modo 1. Carroñero y cazador esporádico. Sus grupos sociales son pequeños y se desplazaban al albur de la obtención de comida, en cuyo seno se intercambiarían por imitación las habilidades para la gestión inmediata del día a día. Poseían cierto sentido de la previsión, ya que se conocen lugares donde almacenaban la materia prima para sus herramientas, aunque éstas posiblemente fueran de un sólo uso. Fisiológicamente podrían dominar un lenguaje gestual e incluso fonético, aunque muy sencillo. Podemos deducir de todo lo anterior que comenzaban a comprender las abstracciones básicas relacionadas con los sentidos de unidad grupal, espacial o temporal, lo que nos lleva a pensar que el razonamiento de tipo humano ya estaba comenzando a emerger en sus cerebros, pero sin un pleno sentimiento consciente de lo que se hacía.
2. En el impreciso entorno entre 1,8 y 0,25 millones de años. Una larga época en la que sucedieron muchas cosas desde el prisma de la fisiología y relativamente menos, a la vista de su extensa duración, desde el prisma de los usos y cultura. Fue una dilatada época a lo largo de la cual vivieron una variada panoplia de especies homininas, desde el Homo ergaster-erectus hasta el nacimiento del Homo sapiens. Fue también la época en la que el hombre salió de África por primera vez, colonizando Eurasia. Todos aquellos hombres tenían una estructura corporal muy semejante a la moderna, aunque sus capacidades craneales pasaron de los 870 centímetros cúbicos hasta poco más de los 1.000, crecimiento que no afectó principalmente al córtex prefrontal cerebral, lugar donde se gestionan las habilidades superiores del razonamiento humano. Muy al inicio del periodo se produjo un salto tecnológico significativo, al practicar la talla de doble cara del canto rodado, lo que se conoce como tecnología Achelense “bifaz” o del Modo 2, que perduró sin una evolución significativa a lo largo de este millón y medio de años.
En la segunda mitad del periodo habrían afianzado el manejo de la abstracción identitaria de tipo social, puesto que comienzan a observarse asentamientos fijos, la socialización del fuego, unas claras estrategias de caza en grupo, como el uso de enceladas, y los primeros petroglifos y figurillas antropomórficas como posible señal de identidad territorial y de grupo. No se conoce ningún tipo de adorno ni sustancia colorante de uso personal que apoye el manejo de la abstracción de tipo identitario individual. En este sentido podemos imaginar también que de alguna manera el salto tecnológico implicaría algún tipo de reconocimiento individual de los artesanos. También podemos intuir en las siguientes circunstancias indicios que parecen apuntar hacia un manejo habitual de la abstracción espacial, aunque a corta distancia. Entre otras: las técnicas de caza, que implicaban la planificación de las celadas sobre los animales; los movimientos necesarios para llevar a cabo los contactos entre las distintas bandas que formaban el grupo reproductor; las evidencias de lugares de almacenamiento de alimentos o la búsqueda de material para sus herramientas lejos de sus lugares de habitación. Al haber emigrado a zonas geográficas con una mayor diferencia entre estaciones -Eurasia- estaban obligados a discernir en qué momento había que recolectar determinado fruto o en qué momento la caza acudiría a sus lugares habituales. Todo ello indica una familiarización con el sentido de abstracción temporal, aunque fuera a corto plazo. Estamos hablando de que debían manejarse con soltura en una zona geográfica relativamente próxima, en donde conocerían y podrían describir todo lo que quedaba en su interior con un horizonte temporal que debía abarcar varias estaciones.
Fisiológicamente estaban bastante bien preparados para modular un lenguaje fonético, aunque acotado por las propias limitaciones del nivel de abstracciones con las que trabajaban sus mentes. Al interiorizarse este lenguaje más rico se fue perfeccionando la capacidad de pensamiento y de intercomunicación con los otros del grupo, a nivel descriptivo de un entorno que sobrepasaba el aquí y el ahora. Sin embargo, a la vista de estas particularidades, aún no habían llegado a niveles de reflexión suficientes como para que hubiera emergido el raciocinio complejo del hombre moderno.
3. Aproximadamente desde hace 250 mil a los 40 mil años antes de hoy. Coexisten varias especies de hombres, aunque es el momento en que empieza el itinerario del Homo sapiens. Es la época en que a partir de África este último se dispersa por toda Eurasia y hasta Australia, lo que conllevó el declive del resto de Homo‘s. Con una capacidad craneal muy por encima del litro y un neocórtex prácticamente desarrollado, tenía la maquinaria suficiente como para que a partir de ellos emergiera con toda plenitud la conciencia reflexiva humana, o lo que es lo mismo, lo que consideramos condición humana. La tecnología lítica dio un nuevo salto pasando a la más sofisticada técnica Musteriense o de Modo 3, de gran eficacia en el uso de la materia prima y con una gran diversidad de productos.
Todo parece indicar que los grupos humanos en África estarían mejor comunicados, mientras que en Europa, al ser las variaciones climáticas más intensas, incidirían en gran medida sobre las condiciones de habitabilidad en regiones próximas, lo que las conformaría algo así como islas geográficas a efectos de interacciones sociales de los grupos de población establecidas en ellas. Quizás por ello en África se observa un desarrollo cultural adelantado en el tiempo al que se aprecia en los yacimientos europeos.
Las habitaciones estables y el uso del fuego se van generalizando. Al menos entre los homos de África se aprecian unos cambios en las estrategias de obtención de los alimentos que indican una mayor planificación de las actividades y el aprovechamiento de los recursos marinos. Aparece tímidamente alguna evidencia de adornos corporales, ya sea por el uso del ocre decorativo o de objetos para este propósito. Aparecen los primeros enterramientos, aunque los expertos dudan de que tuvieran un propósito más allá de una práctica higiénica o de reconocimiento emocional a determinados personajes.
A partir de todo lo anterior podemos intuir cómo el sentimiento abstracto de grupo se habría intensificado, aunque la escasez de adornos nos hace pensar que aún no era necesario fortalecer el sentimiento abstracto de autoconciencia individual, aunque sí se reconocería lo “especial” de algunos miembros del clan. Las abstracciones espacial y temporal, que ya vimos que comenzaban a manejarse con soltura en el periodo anterior, se iban reforzando gracias a la convivencia entre diversas especies y las fuertes relaciones que debían permanecer entre iguales tras unas migraciones tan rápidas como las que se habían producido. El espacio se habría hecho lejano y el tiempo, más que anual.
Dado que ya se disponía de una fisiología preparada para un lenguaje moderno y que se manejaban las abstracciones fundamentales con bastante agilidad, los expertos en Arqueología Cognitiva piensan que aquellos hombres se comunicaban con un rico lenguaje, aunque simplemente con fines descriptivos, con unas capacidades planificadoras y de anticipación que tendrían su reflejo en el proceso de pensamiento. Podríamos decir que aquellos hombres eran inteligentes, aunque sólo para la supervivencia. En ellos aún no había surgido la reflexión necesaria con la que aprovechar las potencialidades racionales de sus cerebros.
4. La fase crítica: desde el entorno de los 40.000 a los 10.000 años. El registro fósil nos indica que en la frontera temporal de hace 40.000 años, y en un corto periodo de tiempo, se inició un cambio sustancial en el comportamiento cognitivo y conductual del hombre. Se observa tanto en África como en Eurasia. Es la era de consolidación del Homo sapiens.
Comienzan las manifestaciones artísticas con su máxima expresión en las pinturas rupestres, las habitaciones son cada vez más estructuradas, observándose cómo se utilizan de forma recurrente, y comienza la proliferación de adornos personales y de ajuar doméstico. La tecnología del tallado se sofistica con la introducción del uso del hueso o de la madera. Las herramientas producidas son muy variadas. Se va lejos a buscar las materias primas más idóneas y se llevan los productos manufacturados a lugares distantes de los centros de producción. Las técnicas de caza se sofistican también. Los enterramientos tienen ya una clara motivación trascendental.
La geografía empieza a estrecharse, ya que las relaciones entre grupos se hacen muy intensas. Comienzan las rutas de intercambio de bienes. La cultura ya no es puntual, sino que comienza a ser patrimonio de unos muchos que comparten conocimientos, con lo que se inicia tímidamente el edificio del saber universal. Posiblemente esta circunstancia era la que estaba esperando el cerebro del Homo sapiens, que a nivel estructural ya sabemos que estaba prácticamente desarrollado como el de los hombres modernos, para iniciar el “gran salto adelante”. Ello se estaba produciendo a la par que se iba perfeccionando el lenguaje, al haberse ampliado el acervo común de simbolismos, con el valor añadido de las nuevas abstracciones inmateriales y trascendentales que estaba “descubriendo” la emergente reflexividad: metafísica, magia o religión. Así era el lenguaje que interiorizó la mente, con el que enriqueció su potencia de razonamiento.
Al final del periodo todas estas circunstancias alcanzan un nivel tal que el pensamiento de aquellos hombres debía ser ya plenamente verbal y con un rico manejo de variadas abstracciones. No sólo las tres clásicas de identidad social e individual, de tiempo y de espacio, sino también, como hemos comentado en el párrafo anterior, otras de tipo más trascendental. Se abrían las puertas del pensamiento simbólico, consciente y reflexivo.
A partir de ahí quedó al descubierto todo el potencial implícito en la capacidad y especialización neuronal del cerebro desarrollado de aquellos hombres. Pensamiento y lenguaje habían alcanzado el poder de la argumentación, que les posibilitaba la discusión crítica y razonada sobre las propias vivencias. Se vivía ya en la antesala de la forma de conducta plenamente simbólica, reflexiva y voluntariamente maleable propia del Homo sapiens sapiens.
5. A partir de hace unos 10.000 años. Se domestican los vegetales y los animales. Y poco más hay que decir. Fue la circunstancia definitiva que necesitaban nuestros Homos de pensamiento reflexivo y maleable. Con la agricultura y la ganadería se fija la residencia, se generan excedentes, se asienta el comercio y la escritura. Parte de la población puede alejarse de los procesos productivos directos: se establece la política, lo militar, el pensamiento filosófico, los chamanes y el arte en todas sus facetas. El final tecnológico de la historia es bien conocido.
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A lo largo de esta entrada hemos podido asistir a la evolución en unos animales muy particulares, desde una mente humana focalizada en la supervivencia hasta otra autoconsciente, reflexiva y maleable, que incluso fue capaz de “inventar” e incorporar al núcleo de su existir unas abstracciones ausentes en la naturaleza, como la idea de un mundo donde los que se habían ido pervivían o donde los dioses manejaban sus vidas. A partir de la llegada de estos individuos al teatro de la Vida ya nada será igual. La especie humana maneja las reglas del juego: la selección natural no será ya la única clave. El Homo ha inventado la selección tecnológica, la selección cultural y la selección social mediante las que fuerza la consideración de otros criterios en la lucha evolutiva. Hasta él se premiaba la supervivencia de los mejor preparados para la reproducción. A partir de él, cualquiera al que el destino le haya proporcionado medios y posición social puede tener comparativamente más éxito en el apareamiento, procreación y cuidado de la prole, sea cual sea la fortaleza de su patrimonio genético.
En la siguiente entrada retomaremos el relato temporal para ver cómo estos hombres fueron capaces de repoblar cualquier espacio vacío del planeta. Hasta entonces.
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{ 4 } Comentarios
Grandísimo artículo, Jreguart. Grandísimo.
Resumir en 3.500 palabras las claves de la evolución humana está al alcance de muy pocos. Magnífico trabajo.
La pena es que la serie se esté acabando. Pero algo vendrá después, seguro que sí.
Abrazos Mac
Hola Mac,
muchas gracias por tus palabras y sobre todo mi satisfacción personal por el hecho de que alguno de mis escritos susciten emociones o curiosidades futuras.
¿Continuará? Yo creo que sí, pero tu sabes bien lo apurado que soy. Que me apuro mucho, vamos. De todas formas aún queda serie hasta después del verano.
Yo también afirmo que estás haciendo un gran trabajo!
Hola Brigo.
Pues también muchas gracias por tus amables palabras.
La historia continúa y espero poder estar a la altura.
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