Acababa la última entrada de esta serie sobre la memoria comentando que habría una posterior dedicada a la memoria emocional. Y aquí tenéis el intento. Mi sentimiento es de retraimiento frente a la tarea, ya que eso de memoria emocional es un tema altamente hablado pero que, para mí, resulta un tanto difuso. Porque… interpreto que presenta dos frentes, dos caras en una misma moneda que corresponderían al título de la entrada: uno, que sería el ir buscando cómo la emoción influye en la fijación de la memoria, y otro segundo que se ajustaría más a determinar cómo se almacenan neuralmente las emociones, como se memorizan per se. Voy a intentar entrar en ambos berenjenales comenzando por el último.
Almacenamiento neuronal de las emociones
La emoción puede acompañar a un evento vivido y memorizado. Pero puede que en la recuperación de la memoria no se halle la emoción primigenia o que al experimentar una vivencia emocional veamos que no esté acompañada del supuestamente “necesario” episodio asociado. Un recuerdo que tuvo su buena carga emocional lo podemos vivir, tras el paso del tiempo, con tranquilidad, ya que las condiciones del entorno son distintas de las que había cuando se grabó: ya no lloramos al pensar en la triste historia que nos contaron en una película. O quizás, sin saber cómo, nos invade una inexplicable y súbita tristeza motivada por algo que inconscientemente estamos viviendo y que remueve, también desde la inconsciencia, la experiencia guardada de la película. Lo cual quiere decir que sí, que episodio y emoción van emparejados pero no encadenados. Que la memoria de la emoción y la del episodio deben estar gestionados por diferentes agentes neuronales.[1] Veamos, pues, cómo se graba una emoción.
Para analizar cómo se memorizan este conjunto de respuestas corporales que definimos como emociones… miedo, alegría, asco… será conveniente el saber qué es fisiológicamente una emoción. Para ello tendremos que dejar muy claro que hay dos aspectos de la emoción perfectamente diferenciables. No es lo mismo “padecer” simplemente una emoción que “percibir” esa emoción. Sería parejo al hecho de padecer el dolor o sentir el dolor. Hay una patología perfectamente conocida que es la de aquellas personas que no les duelen -sentimiento desagradable y no preciado- episodios que sí deberían provocar un rechazo. Saben que les duele, pero no les duele. Son capaces de diferenciar entre caliente y frío, por ejemplo, pero no notan que el agua caliente les quema la piel. Esto se conoce como insensibilidad congénita al dolor. Se les quemará un pie y se darán cuenta cuando huelan a carne asada, no antes. Saben que hay dolor, que debería haber dolor, pero no lo sienten. Lo que podemos trasladarlo a las emociones y pensar en personas que, por ejemplo, no experimenten miedo ante una situación de extremo peligro aunque sean conscientes del riesgo. Lo cual pudiera ser por una extrema fortaleza de carácter o por un defecto neuronal que les impide generar la emoción miedo. Las emociones pueden suceder somáticamente, pero no generar una percepción subjetiva.
Todo esto lo traigo a colación para que queden claras las dos caras de lo que llamamos “una emoción”. Ante un estímulo externo específico hay una reacción corporal que me lleva a sentir algo, no solamente a percibirlo. Ya en 1884 los psicólogos William James y Carl Lange se preguntaban si la emoción sentida era lo que provocaba la respuesta corporal o, al revés, si el hecho de correr escapando del oso era lo que nos hacía sentir miedo.[2] Han corrido ríos de tinta alrededor de este tema, aunque parece que la opinión actualmente más reconocida se inclina por la siguiente flecha de eventos: un estímulo con potencial de carga emotiva provoca de forma inconsciente unas alteraciones orgánicas -casi todo debido a rapidísimos cambios hormonales- que al ser procesadas por el córtex prefrontal como un estado unitario corporal, una “foto” de mi cuerpo, se interpreta y se siente como un estado emocional a la vez que provocan una necesaria reacción motora: ¡algo hay que hacer! Podríamos decir que al unísono corremos con el corazón alterado para alejarnos del oso y sentimos miedo, aunque lo primero es causa de lo segundo.
Lo cual nos puede llevar casi de la mano a la siguiente idea: parece que lo que pasa es… estímulo emotivo → X→ sentimiento de una emoción, pero ¿qué es esa X que por lo general se demuestra como una constante para todos los que reciben el mismo o parecido estímulo? Incluso lo podemos observar en algunos animales -con toda seguridad en los mamíferos- aunque no tengamos ni idea de si en ellos se produce lo indicado por la segunda flecha. Hoy en día la opinión de muchos neurólogos al respecto se concreta en que todas las alteraciones orgánicas relacionadas con una emoción conforman un patrón único y específico que responde a una impronta neuronal. Es decir, va a estar diseñado según una serie de mapas neuronales preestablecidos que vienen bien en la carga genética de cada uno o que han ido perfilándose con la experiencia. Piénsese en la sonrisa -alegría- de un bebé de pocos días o la prevención al coger un vaso después de haberse quemado con el cacao del desayuno. A este tipo de patrones neuronales que ajustan un entorno de respuesta, en nuestro caso emocional, se les conoce como esquemas neuronales y serían semejantes a los patrones motores automáticos del tipo de ¿qué hago cuando toco un violín? Y es lógico que así sea, porque las respuestas emocionales son básicas en los afanes para la supervivencia, no en vano parecen las herederas de aquellos impulsos primordiales de acercarse a lo bueno o alejarse de lo peligroso. El organismo tiene que reaccionar rápido, sin indecisión y de forma eficiente. Y eso en un cerebro limitado y súper congestionado por la actividad, como es el del mamífero, tiene que ser resuelto sin trabas… es decir, tiene que estar prediseñado -es decir, neuralmente “precableado”- sin excesivo detalle aunque con el suficiente para ser exitoso. Si la evolución no nos hubiera llevado por esos vericuetos no estaríamos ahora para contarlo.[3]
Por ejemplo, estamos en un restaurante y vemos cómo al salir de la cocina nuestro filete ha caído al suelo. El confiado camarero, pensando que nadie lo ve, lo recoge y lo devuelve al plato que llega a nuestra mesa. La simple visión de la jugada nos ha llevado a la sensación, consciente, de ¡qué asco! Apareció una necesaria emoción negativa. Consecuencia de algo que inicialmente pasó inconscientemente y en fracción de milisegundos: los músculos se nos tensionaron, respiramos más deprisa mientras el corazón se desbocó, sudamos ligeramente, fruncimos el ceño como diciendo ¡eso no entrará ni por los ojos ni por la nariz! y, por si eso no fuera efectivo, entramos en un estado de malestar intestinal que colapsa nuestros deseos de comer. Todo se inició con unos cambios hormonales ordenados por la amígdala, coordinados por el hipotálamo y accionados por la glándula hipófisis, un eje siempre alerta. La rapidez con que eso sucede y la repetitibilidad del proceso en nosotros en otros individuos es lo que nos lleva a pensar en un procedimiento impreso, lo suficiente aunque no sea perfectamente operativo. Un esquema emocional. La pregunta ahora sería ¿dónde se encuentran guardados esos esquemas?, ¿en qué zona neuronal de memoria?, ¿todo funciona como resultado de la actividad en la memoria de trabajo, la cual va tirando de recursos que se encuentran en las regiones de memoria implícita? No se sabe muy bien, aunque todas mis lecturas me llevan a pensar que en esta última pregunta está la respuesta. Es decir… memoria de trabajo más memoria implícita. Y si recordamos lo que hablamos en entradas anteriores, aquí y aquí, la memoria implícita se encuentra repartida en áreas perceptivas y cognitivas superiores, con un lugar muy concreto que es el hipocampo, mientras que la memoria de trabajo está repartida desde las zonas perceptivas más primarias hasta el polo frontal. Recordad que todo es el resultado de una gestión en la que intervienen corrientes bottom-up -de zonas neuronales primarias a las superiores- moduladas por las órdenes ejecutivas que siguen el top-down.
Hasta ahora hemos hablado de dónde puede esconderse la memoria de las emociones per se. Es evidente que una experiencia “con emoción”, dibujada tras la llegada de un estímulo emotivo por los esquemas emocionales que hemos mencionado, queda añadida, encolada en nuestra memoria biográfica como parte de la propia experiencia de base. Ante la experiencia del ahora o el recuerdo de un pasado o la proyección inventada de un futuro, la emoción vivida, o supuestamente a vivir, juega un papel fundamental. Es parte indeleble de la experiencia guardada. Es más, es parte fundamental para que la experiencia quede fijada de forma más o menos indeleble, o que su recuperación sea más o menos asequible. Idea que nos transporta al envés de la moneda del tema memoria y emoción, como anunciamos en el primer párrafo de esta entrada.
Cómo la emoción influye en la fijación de la memoria
Hay infinidad de estudios acerca de esta materia que, por otro lado, se nos antoja más que evidente.[4] Las emociones son una especie de marcadores somáticos que nos alertan… y mejor será recordarlos. Pero la curiosidad es más que evidente también, ya que para el estudioso del tema el cómo influyen los matices emocionales en la consolidación, grabado o recuperación de la memoria debe ser algo así como un agujero negro ¿Por qué caminos circula la corriente de la fijación o el rescate de lo memorizado? ¿Cuáles son los correlatos neurales de la pareja emoción-cognición/memoria?
Una de las vías para el estudio es el uso de imágenes cerebrales por resonancia magnética de un individuo experimentador ante una batería de experiencias preparadas expresamente para provocarle emociones y sus consecuencias. Hay estudios en los que se tienen en cuenta edades y sexos de los “testeados” o incluso que correlacionan estados sociales con la fijación emocional de la memoria. Pero creo que lo realmente interesante y decisorio a la hora de llegar a conclusiones es el categorizar la emoción, de forma que variando esas categorías se pueda obtener una imaginería neural cambiante que pueda ser correlacionada. Para ello, a la emoción se la caracteriza de acuerdo a dos ejes: uno que tiene que ver con el grado de excitabilidad -me saca de quicio vs. ni me inmuta- y otro eje que tiene que ver con la valoración -me gusta vs. no me gusta-. Advertid que los dos ejes los podemos imaginar perpendiculares dibujando cuatro cuadrantes, de forma que una emoción llevará implícita uno de los cuatro emparejamientos posibles. Puede ser a la vez enervante aunque placentera, o tal vez amorfa pero desagradable. Como he dicho, hay mil baterías de pruebas al respecto, con más o menos matices y propósitos, lógicamente, pero que a los efectos que nos interesan, los correlatos neuronales de la memoria emocional, concretan las siguientes conclusiones.
Dichos estudios acerca de la memoria emocional declarativa -explícita- muestran que hay una serie de regiones cerebrales fronto-temporales que actúan conjuntamente para promover la retención de sucesos emocionalmente excitantes y para recuperarlos desde el almacenamiento de la memoria a largo plazo. Se ha comprobado repetidamente que ese proceso de mejora de la memoria gracias a la intensidad emocional implica interacciones entre estructuras subcorticales y corticales y la conjunción de acción entre los sistemas hormonales cerebrales y periféricos, los cuales son coordinados por la amígdala.[5] Con la curiosidad de que en esa mejora de memoria parece no tener demasiada importancia el hecho de que sean emociones percibidas como agradables o como desagradables: se recuerda mejor desde un estado de excitación que desde un estado placentero.
Parece existir la evidencia de que los mecanismos que intervienen en la mejora de la memoria por efecto de la emoción se desarrollan fundamentalmente por dos vías: una basada en el lóbulo temporal medial -interno- en el que participarían otras estructuras como la amígdala, el hipocampo y las cortezas rinales;[6] y otra fuera de la corteza temporal medial, que involucraría al córtex prefrontal. Estos dos mecanismos parecen tener contribuciones que se pueden disociar a efectos de mejora de la memoria inducida por la emoción. Serían vías complementarias. En la primera vía la amígdala y la corteza temporal medial actuarían en las fases de codificación, consolidación y recuperación de la memoria como parte de los mecanismos neurohormonales básicos y directos siguiendo una vía bottom-up;[7] mientras que en la segunda vía la corteza prefrontal actuaría de forma indirecta en la mejora de la memoria como parte de una vía top-down, al mejorar los procesos cognitivos de la memoria o de la atención que beneficiarían a la memoria explícita sin la participación clave de la amígdala. Si bien ambos mecanismos son sensibles al grado de excitación de la emoción, como ya se ha comentado, el mecanismo indirecto también es sensible a la valencia de la emoción -la escala emocional de agradable a desagradable- así como a la relevancia social de los estímulos emocionales. En lo que encuentro una cierta lógica, ya que esos matices son muy cognitivos y poco temperamentales, lo que constituiría el alma de la vía directa.
En resumen, las evidencias disponibles sobre el hecho de que se produzca una mejora de la memoria episódica gracias a la influencia de estímulos emocionales apuntan a la participación, con todas sus posibles interacciones,[8] de mecanismos bottom-up/directos, que involucran principalmente a las regiones de memoria de la amígdala, la corteza temporal medial -como el giro parahipocampal y el giro fusiforme-[9] y ciertas cortezas anexas -cortezas rinales e hipocampo-; y de mecanismos top-down/indirectos, mediados principalmente por la corteza prefrontal y otras regiones corticales como, por ejemplo, la corteza cingulada anterior,[10] la corteza temporo-occipital, la corteza parietal, la corteza insular,[11], cuando los estímulos son de tipo sociales y tienen connotaciones emocionales negativas, o las cortezas orbitofrontal y frontal medial, en el caso de estímulos con connotaciones emocionales positivas.
Con este resumen doy por finalizada esta entrada acerca de la memoria y las emociones, y también la miniserie de cinco capítulos a lo largo de los que he tratado de dar una visión de la fisiología y anatomía que acompaña a los misteriosos procesos neuronales que dibujan la memoria y la emoción.
Nota adicional: acabada de escribir esta entrada he tenido la oportunidad de leer una interesante artículo[12] que afirma que cuando sentimos alegría, enfado, tristeza, euforia o melancolía, entre otras emociones, el cerebro procesa la experiencia a través de una pequeña región de la corteza llamada unión tempo-parietal, el lugar en el que se encuentran el lóbulo temporal y el lóbulo parietal del cerebro. Las emociones no serían algo diferente de los procesos cognitivos, ya que los procesos cerebrales que rigen la percepción de las emociones son los mismos que procesan la información de los sentidos. Eso significa que el proceso cognitivo que nos permite interpretar nuestro entorno a través de los estímulos que proceden de los sentidos es el mismo que usamos para procesar las emociones. ¿Las emociones serían entonces similares a un quale[13] como sentir la amarillez de los limones? ¿Al igual que el “homúnculo”[14] del córtex somatosensorial habría un plano neuronal físico emocional? Si fuera así sobrepasaría lo afirmado acerca de los esquemas neuronales que conforman la emoción y abriría un nuevo e inexplorado camino de investigación, esperanzador o terrorífico, sanador o manipulador.
Nota final: En este enlace podéis encontrar un pdf que aglutina las cinco entradas de esta miniserie ¡Hablemos de la memoria!
- Adelantamos aquí la solución del misterio diciendo que la memorización y recuperación del episodio forma parte de los procesos de memoria explícita/implícita, por tanto próximo al hipocampo, mientras que la emoción es patrimonio de la amígdala. Su conjunción se consigue gracias a la memoria de trabajo. Recomiendo, si aun no los has hecho, el releer las entradas anteriores de esta serie. [↩]
- Su opinión se conoce como la teoría de James-Lange y ciertamente se manifestaban partidarios de que como respuesta a las experiencias y estímulos, el sistema nervioso autónomo crea respuestas fisiológicas (tensión muscular, lagrimeo, aceleración cardiorrespiratoria…) a partir de las cuales se crean las emociones y no al revés, como parece dictar del sentido común, en donde la percepción conllevaba una emoción y ésta provocaba una reacción fisiológica. [↩]
- Para saber un poco mejor el detalle de los esquemas emocionales acudid al libro de Joseph LeDoux “The deep history of ourselves“, capítulo 64, Viking, 2019. [↩]
- Entre otros muchos ”Cognitive neuroscience of emotional memory“, Kevin S. LaBar y Roberto Cabeza, 2006, Nature Publishing Group; o “Factors Influencing Opposing Effects of Emotion on Cognition: A Review of Evidence from Research on Perception and Memory“, Florin Dolcos et al., 2017, Springer; o “Neural correlates of emotional memories: a review of evidence from brain imaging studies“, Florin Dolcos et al., 2012, Psychologia. [↩]
- Por sistemas hormonales entendemos las glándulas secretoras de hormonas y sus interrelaciones. En el texto hemos distinguido entre las cerebrales -hipófisis y pineal- y las periféricas -las que están en el resto del organismo, como por ejemplo la tiroides, el páncreas, las suprarrenales, las gónadas… [↩]
- Por cortezas rinales entendemos una serie de cortezas cerebrales antiguas -entorrinal y perirrinal- que rodean el sistema olfativo y que, entre otras cosas, son decisivas en la fijación de ciertas memorias. [↩]
- La amígdala desencadena la liberación de hormonas del estrés a través del eje hipotalámico-hipófisis-adrenal que se retroalimenta sobre los lugares donde se consolida y almacena la memoria, así como sobre la amígdala en sí misma para mejorar la memoria en intervalos de tiempo más largos. [↩]
- Hay que recordar que los centros neuronales que constituyen estas vías quizás manifiesten funcionalmente unos caminos preferentes, arriba y abajo, lo que no quiere decir que no estén conectados entre ellos. Nada más alejado de la realidad ya que en el cerebro las interconexiones son su fundamento. [↩]
- Un giro (en latín: gyrus) es cualquiera de las elevaciones tortuosas -la especie de morcillas- que conforman la típica superficie del cerebro y que se producen al plegarse la corteza. Están limitados y definidos por los surcos (en latín: sulcus). En particular el giro fusiforme se trata del giro situado en la parte inferior e interior del lóbulo temporal mientras que el fusiforme se sitúa junto a él y al hipocampo. [↩]
- La corteza cingulada es una parte de la cerebro situado en el interior de la corteza cerebral, por debajo del neocórtex externo -la zona de giros y surcos- e inmediatamente por encima del cuerpo calloso, la gran autopista de axones que une los dos hemisferios cerebrales. [↩]
- La corteza insular o simplemente ínsula, es una estructura del cerebro humano que se encuentra ubicada profundamente en la superficie lateral del cerebro y que separa las cortezas temporal y parietal inferior. [↩]
- Es el siguiente artículo “Emotionotopy in the human right temporo-parietal cortex“, Giada Lettieri et al., Nature Comunications, 2019. [↩]
- Los qualia (singular: quale, en latín y español) son las cualidades subjetivas de las experiencias individuales. [↩]
- Un homúnculo cortical es una representación pictórica de las divisiones anatómicas de la corteza motora primaria y la corteza somatosensorial primaria, que correlaciona directamente zonas específicas del córtex responsables del movimiento y el intercambio de información sensorial y motora del cuerpo, con zonas específicas del organismo. [↩]
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{ 5 } Comentarios
Una gran serie, Jreguart, como lo han sido todas las tuyas.
¡Enhorabuena!
Gracias Mac.
Jeguart., eres un generoso fenómeno! Chapeau, una vez más! Y muchas gracias por el pdf que pasa a mi colección de tus obras traspasadas oportunamente a los nietos, según inquietudes. Y una pregunta/sugerencia/petición: como “complemento” al Conectoma y la Memoria ¿podrías escribir “algo” sobre PSIQUIATRÍA?…Salud física y mental para ti, colegas y seguidores. Un abrazo.
Hola Oldman,
gracias por tus palabras. Desgraciadamente lo que todo empezó con una gran ilusión, y que ha transitado a lo largo de siete fructíferos años, para mi, durante los que vieron la luz 203 entradas, ha llegado a su fin. Como habrás podido pensar, mis publicaciones no son una casualidad. Universo, Vida, sentido de lo Humano, Neurología. Los pilares que me han dado luz para entender mejor mi existencia. Con el plus añadido de que puedo haber enriquecido a otras personas en sus particulares vías de reflexión.
El proceso de desinflado de la ilusión inicial lleva ya unos meses. Meses de intentar empujar al blog para que no muriera. Conjuntamente al empuje del vital Mac. Pero el formato y el estilo de El Cedazo creo que ya no mola. Qué se le va a hacer. Demasiado denso en el mundo del twitt y del youtube a velocidad acelerada. Nos hemos quedado viejos y obsoletos Oldman. Pero lo he disfrutado.
Un fuerte abrazo y sigo ligado al blog esperando algún enriquecedor comentario al que engancharme.
Efectivamente, creo que el formato de “blog sesudo y denso” ya no tiene mucho tirón entre los lectores, acostumbrados a la inmediatez de las “pastillas” tuiteras y youtuberas. Calan los mensajes sencillos, directos, las ideas dicotómicas de “conmigo o contra mí”. Ahí ya no somos útiles.
Yo procuraré seguir publicando de vez en cuando alguna obra que me guste o que me parezca apropiada, pero sin la profundidad de artículos anteriores.
Saludos a todos
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