Hace nueve años que vengo escribiendo a mi manera en esta ignorante serie sobre música clásica, y de pronto me he dado cuenta de que no he dedicado aún ningún artículo al gran Antón Bruckner… y el gran compositor austriaco lo merece, vaya que si lo merece, así que hoy pongo remedio a esa situación.
Y lo haré con la que es, para mí, su mejor sinfonía: la Sexta, en la mayor, por mucho que los críticos y entendidos digan que no, que esta sexta sinfonía es su “patito feo”, de peor calidad que prácticamente todas las otras suyas, como la inacabada Novena o la monumental Octava o la Quinta, denominada “Católica”, por ejemplo. Pero qué se le va a hacer, para el ignorante de mí ésta de hoy, compuesta entre 1879 y 1881, es posiblemente la mejor de todas… en otra vida procuraré aprender música desde chiquitito; en ésta eso no tiene ya remedio.
Efectivamente, Anton Bruckner, nacido en 1824 en Ansfelden, pequeña localidad del norte de Austria, es uno de los más grandes sinfonistas del siglo XIX y además, a cuento de esto mismo, se puede establecer un cierto paralelismo entre él y el otro gran sinfonista de final del siglo XIX y principios de XX: Gustav Mahler, que precisamente fue estudiante suyo de armonía y contrapunto en la Universidad de Viena hacia 1875, y que siempre le tuvo en gran aprecio.
Mahler y Bruckner fueron contemporáneos, sí… al menos durante una cierta etapa de finales del siglo XIX, puesto que Bruckner había nacido 36 años antes que el compositor bohemio y falleció también 15 años antes, en 1896, y en primer lugar ambos se ganaron la vida con su música, pero no tanto como compositores sino casi siempre como intérpretes: Mahler, como director de orquesta, el más aclamado de su tiempo, mientras que Bruckner era organista, considerado a su vez el más destacado de su generación. En segundo lugar, ambos, fervientes admiradores de la música de Richard Wagner, fueron sin embargo fundamentalmente compositores de sinfonías: a diferencia de Don Richard no compusieron ninguna ópera, ni prácticamente música de cámara, y muy pocas obras que no fueran sinfonías.[1] Y por si fuera poco, ambos se quedaron en el número mágico de las sinfonías: el 9. Bruckner falleció cuando estaba componiendo su maravillosa novena sinfonía, que sólo tiene tres movimientos, puesto que la muerte le llegó antes de poder terminar el cuarto y último, del que hay apuntes y esbozos nada más, mientras que Gustav Mahler falleció cuando sólo tenía escrito o, en realidad, casi escrito el adagio inicial de su Décima.[2]
En tercer lugar, tanto el compositor bohemio como el austriaco fueron considerados en su tiempo como outsiders; Mahler por ser judío y bohemio,[3] por lo que nunca fue completamente aceptado por el stablishment musical germano o vienés. En cuanto a Bruckner, siempre fue considerado por ese mismo stablishment como un “paleto”, una especie de organista de pueblo con ínfulas: era un católico ferviente y practicante, maniático compulsivo -su lista de manías conocidas es realmente larga- y bastante poco dado a las concesiones de la etiqueta. Como consecuencia, ambos, a pesar de su genialidad, fueron prácticamente ignorados como compositores en su tiempo. No obtuvieron prácticamente ningún gran éxito en su carrera (la Séptima Sinfonía de Bruckner, dedicada a la muerte de Wagner, y la Octava de Mahler son las casi únicas excepciones en ambos casos) y, sin embargo, son considerados en la actualidad como lo que sin duda son: dos genios de la composición.
Ahora bien, a pesar de todos estos parecidos, también hay diferencias importantes en su concepción de la música. Mahler, el gran innovador, se dedicó continuamente a experimentar en los recursos orquestales, aumentando el número de instrumentos de cada grupo (en la Octava, por ejemplo, se requiere que la madera sea séxtuple y se precisan hasta ocho trompetas o doce trompas o tubas wagnerianas, dos timbales, etc) o añadiendo más y más instrumentos a la orquesta: percusión (gongs, cajas, bombos de diferentes tipos, platillos, etc), piano, celesta, arpas, mandolinas, toda la gama posible de instrumentos de viento, e incluso la voz humana, que participa de forma determinante en cuatro de sus sinfonías. También varió el número tradicional de movimientos de las sinfonías, pues algunas tienen cinco o incluso seis movimientos… o sólo dos, como es el caso de la Octava. Mahler puso los fundamentos de lo que hoy llamamos “orquesta moderna”.[4]
En cambio Bruckner, el tradicionalista, no hizo prácticamente ninguna concesión a la orquesta romántica clásica, la de Beethoven o Schubert, por ejemplo: cuerda, maderas a dos o a tres, sección de metales, eso sí, reforzada, y un solitario timbal como el único representante de la percusión. Únicamente en la Séptima Sinfonía, compuesta cuando Wagner, su admirado Wagner, estaba en el lecho de muerte, y como homenaje a su maestro, añadió tubas wagnerianas a la plantilla orquestal, y el resultado debió gustarle, pues las utilizó también en las Sinfonías Octava y Novena. Bruckner es, sin embargo, un consumado armonizador, capaz de moldear cada tema con contrastes rítmicos y contrapuntos bellísimos… claro que en eso también Mahler es un maestro, desde luego.
Y también hay diferencias en la visión de su música: el religioso Bruckner, aunque maníaco como pocos y propenso a sufrir intensas depresiones, siempre escribió música… cómo decirlo… optimista, alegre. No se vislumbra en ella, al menos yo no lo hago, ninguno de los tormentosos o pesimistas pasajes que tan fácil es encontrar en las sinfonías de Mahler. Por ejemplo, las respectivas Novenas Sinfonías de ambos compositores, ambas bellísimas, no pueden estar más alejadas entre sí: Bruckner se estaba muriendo, literalmente, mientras componía los tres movimientos que le dio tiempo a terminar de su Novena y, sin embargo, no hay en ella amargura, ni desesperación, sino optimismo, no sé si decir alegría, sobre todo en el monumental adagio de cerca de media hora de duración que tardó muchos meses en componer… en cambio, la Novena de Mahler es tremenda, realmente tremenda: bien ejecutada[5] te deja hecho polvo. La muerte campa a sus anchas entre las notas de la partitura mahleriana, una muerte cruel[6] y, sin embargo, aceptada como lo que es, el final inevitable.
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En fin, basta ya de palabrería barata y vayamos ya al video de la obra, una ejecución realmente excepcional: la de la Orquesta de la BBC en los Proms de 2012, dirigida por el gran director español Juanjo Mena.[7] Los “Proms” son uno de los acontecimientos musicales del año en Europa; en ellos la Orquesta Sinfónica de la BBC invita a Londres a los más prestigiosos directores del mundo para ejecutar el ciclo de conciertos más esperado de la temporada musical. Son conciertos cuidadísimos y de una calidad normalmente excepcional, y éste de hoy lo es. Aunque, por criticar algo, no parece que la audiencia esté muy acostumbrada a la música clásica en directo, pues hay aplausos tras cada uno de los movimientos de la obra, cosa muy, pero que muy mal vista y de pésimo gusto: nunca, nunca se aplaude en las pausas entre movimientos de las obras, solamente se aplaude al final… y si la obra ha gustado realmente mucho, se puede uno estar diez, quince o veinte minutos aplaudiendo, o los que haga falta. No parece que una parte de la audiencia londinense de ese concierto lo supiera.
Se trata de una sinfonía muy compleja rítmicamente, pues Bruckner usa continuamente en ella, sobre todo en el primer movimiento, una combinación de un ritmo doble y uno tripartito en voces múltiples, lo que es un auténtico dolor de cabeza para los directores. Quizá sea ésta la razón de que esta sexta sinfonía sea una obra casi maldita dentro de la producción del autor austriaco y se programe tan poco… Pero, ¡ah!, cuando un buen director encuentra el camino correcto para su ejecución, como es el caso de Juanjo Mena en el video siguiente, entonces… ¡Entonces es maravillosa! Escuchadla sin prejuicios y disfrutaréis mucho, seguro.
No voy a decir nada de lo que pasa en cada momento, aunque ya os voy avisando de que no os perdáis el adagio, uno de los más bellos escritos en los últimos dos siglos… Si queréis más detalles sobre las características de cada movimiento, recomiendo acudir a la página correspondiente de la Wikipedia española,[8] o de la inglesa, o alemana… aunque todas dicen básicamente lo mismo.
La duración total de la sinfonía es de algo menos de una hora y tiene, como las sinfonías clásicas de toda la vida, y como todas las de Bruckner que están completas, cuatro movimientos, que podemos encontrar en el video en los minutos siguientes:
Primer movimiento: Maestoso (0:00)
Segundo movimiento: Adagio – sehr feierlich[9] (17:10)
Tercer movimiento: Scherzo – nicht schnell – Trio: Langsam:[10] (37:20)
Cuarto: Finale – Bewegt, doch nicht zu schnell[11] (45:20)
Por si acaso tenéis problemas en visualizar el video en el marco anterior, que a veces pasa, aquí incluyo el link directo a la obra en youtube.
Ciertamente, esta obra no se programa con excesiva frecuencia por nuestros pagos, la verdad, ni casi en ninguna parte, porque es una sinfonía difícil y con mala critica… ya me diréis, después de haberla escuchado, por qué será… Pero si se puede escuchar en directo, muchísimo mejor.
Disfrutad de la vida, mientras podáis. A ser posible, escuchando música.
- Bruckner sí compuso, además de sinfonías, bastantes obras religiosas, pero poco más. [↩]
- En realidad, Mahler compuso su Canto de la Tierra con un formato muy similar a sus otras sinfonías, pero quizá por superstición o temor a la maldición del nueve, no la intituló “Sinfonía”, por si acaso, sino más bien “El Canto de la Tierra”… y en cuanto a Bruckner, compuso otras dos sinfonías, hoy denominadas “0” y “00”, que él mismo anuló posteriormente por considerar que no tenían la calidad apropiada. [↩]
- Mahler repetía a quien quisiera escucharle mientras residía en Hamburgo que era allí tres veces extranjero: bohemio en Austria, austriaco en Alemania y judío en todas partes. [↩]
- Ahora la cosa ha evolucionado de tal modo que en las composiciones contemporáneas se puede encontrar como instrumento musical cualquier cosa: motosierras, bombonas de butano, sintetizadores de cualquier tipo, cantos de pájaro, etc. [↩]
- Recuerdo una portentosa ejecución de la ONE en 2012 ,dirigida por Josep Pons, que nos dejó a todos los que tuvimos el privilegio de escucharla con el corazón en un puño. [↩]
- Mahler estaba moralmente deshecho cuando la compuso, destrozado por la muerte de su hija y el abandono por parte de su amada esposa Alma Mahler. [↩]
- A quien he tenido el privilegio de escuchar bastantes veces dirigiendo a la Orquesta Sinfónica de Madrid o a la Nacional de España. Se trata, sin duda, de uno de los mejores directores españoles de la actualidad. [↩]
- Aunque aviso que, tal como se explica allí, de una forma similar a lo que es corriente encontrar en los programas de mano de los conciertos, los ignorantes como yo no entendemos casi nada. [↩]
- Muy solemne. [↩]
- No rápido – Trío: Lento. [↩]
- Moviéndose, pero no demasiado rápido. [↩]
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{ 7 } Comentarios
Mac . Te felicito por compartir y comentar tan bellas obras …leer lo que escribes me ayuda a disfrutarlas aún más . mil Gracias una vez más .
Gracias, Franco, por tus amables palabras.
Hola Macluskey,
Por casualidad he leído un artículo tuyo (“Historia de un Viejo Informático. Los estudios: El Instituto de Informática”) de hace casi 10 años en el que explicas entre otras cosas que comenzaste la Licenciatura de Informática en Madrid en 1972.
En realidad hago el comentario en este artículo porque veo que es el más reciente tuyo y me parece que así será más probable que te llegue.
Mi padre obtuvo el título en 1976, y entiendo que por aquellos tiempos no seríais muchos por promoción. Han pasado muchos años y es poco probable que te suene, pero por si acaso se llamaba Antonio Ocón. Si por azar te dice algo te agradecería que me escribieses.
Saludos,
Hola, Antonio.
Pues así, de primeras, no recuerdo a tu padre, y el caso es que el nombre me quiere sonar, pero ni le pongo cara ni nada.
Él iba una promoción o dos por delante de la mía, y poco contacto teníamos entre promociones por entonces.
De todos modos, hay que tener en cuenta que en la época efectivamente no éramos muchos por promoción, quizá 80 o 90, pero estábamos divididos en tres especialidades, Fundamental, Gestión y Sistemas, y no teníamos mucho contacto los de una especialidad con las otras, y si a eso le sumas el hecho de que todos, casi sin excepción, estábamos ya trabajando desde tercero, no conocíamos a casi nadie que no fuera estrictamente de la clase… No éramos muy corporativos, como ves, ni ahcíamos mucha vida común salvo con los compañeros del entorno más próximo.
Llegábamos con la hora justa y nos íbamos escopeteados en cuanto se acababan las clases, y eso cuando directamente no ibas porque no podías: trabajar 42 horas semanales y estudiar una carrera a la vez (y aprobarla, además) no dejaba tiempo para mucha interacción social.
En fin, si me das algún detalle más quizá me diga algo.
Gracias por tu comentario.
Estimado Macluskey, soy un seguidor de años de su blog, lo sigo desde que la casualidad de una búsqueda de google me llevó hasta su reseña de la 9a Sinfonía, por ese momento, aún no había publicado sus comentarios sobre la pasión según san Mateo, pero todo lo que ha escrito desde entonces me ha hecho amar aún más este mundo que es la música académica.
Gracias, Gerardo, por tus amables palabras.
Me llena de satisfacción comprobar que mis humildes palabras tienen esos “buenos efectos” que comentas en algunas personas, como es tu caso.
Gracias, de nuevo, y cordiales saludos.
La sinfonía nº 6 de Bruckner es también una de mis favoritas, sobre todo después de escuchar la clásica y excepcional grabación de Klemperer. Pero no puedo pasar sin la grandiosa nº 8, “sinfonía de sinfonías”, con su deslumbrante adagio y su apoteósico final. Pero bueno, ahora toca disfrutar de la expresiva y bellísima sexta. Un melódico saludo
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