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Lo que se preguntan sus alumnos de 3º de la ESO – XXI: ¿Cómo es posible que cuando vamos a acostarnos y pensamos mucho en una hora determinada, después me despierte a esa misma hora sin necesidad de despertador?




Seguimos el azaroso, variado y casi impredecible camino de esta serie sobre Lo que se preguntan sus alumnos de 3º de la ESO. Hoy nos toca desatrancar una pregunta realmente difícil. Y digo difícil porque los que más saben sobre los temas de cerebro y sueño-vigilia, aseguran no tener aún las ideas claras. La pregunta es la siguiente: “¿Cómo es posible que cuando vamos a acostarnos y pensamos mucho en una hora determinada, después me despierte a esa misma hora sin necesidad de despertador?”

He decidido confesar cuanto antes. Ya he dicho que no hay una respuesta clara al respecto. Desde el entorno de la neurología se van aproximando al tema, pero… quizás no sea ésta la inquietud más importante en el ámbito del sueño. Intentaré aproximarme dando una visión general siguiendo la lógica del proceso, desde ver cómo, de qué manera ciertas moléculas químicas modulan el dualismo del sueño-vigilia, de cómo el cuerpo se va preparando inconscientemente para el momento del despertar, para por último plantear la hipótesis, mía personal, de que la memoria emocional puede estar implicada en la explicación a nuestra pregunta. Vayamos, pues, al tema.

Este chico se tomó en serio el encontrar la respuesta a nuestra pregunta por la vía de la experimentación científica (Imagen de la web, fair use)

Tanto el sueño como la vigilia son estados particulares de nuestro cerebro. Quizás lo primero que tengamos que saber es qué es lo que le pasa al cerebro durante el sueño y qué es lo que le pasa en el momento anterior al despertar. Para ello vamos a asomarnos al escenario.

Pongámonos nuestras gafas de ver… por ejemplo, una máquina de generar encefalogramas, o de medir el ritmo cardíaco, y observemos el cerebro. Hay un baile continuo de las neuronas, una actividad frenética, rápidas conversaciones entre grupos de ellas, un ir y venir constante de la información. De repente vemos que parece iniciarse un cambio. Nuestro conejillo de indias está adentrándose en el sueño. Observamos cómo progresivamente cada una de las neuronas va ralentizando su baile, paulatinamente, hasta llegar a un ligero movimiento de caderas con un ritmo de 1 a 4 veces por segundo. Pero, es curioso, prácticamente todas las neuronas adoptan la misma actitud, de forma que al cabo de una hora y media, poco más o menos, aquello parece más la superficie plácida de un lago movida por una ligera brisa al amanecer: un ritmo ondulante, sereno, constante y al unísono en todo su conjunto. No gritéis, es que el sujeto está dormido.

De repente algo pasa, y no sabemos muy bien por qué: El cerebro “parece despertar”, ya que la actividad neuronal vuelve a alterarse y a recuperar el ritmo de la vigilia, marejada en el lago, pero… su dueño sigue dormido. Es más, comienza a soñar. Hasta que un nuevo y misterioso sortilegio hace que la tormenta vuelva a la situación de calma chicha anterior. Y así unas cuatro veces a lo largo de la noche, siendo la fase plácida, en cada nuevo escalón, cada vez más “débil”. Hasta que despertamos, volvemos a la vigilia y nos encontramos a nosotros de nuevo: ahí vuelve el mismo “yo” que se echó ayer a dormir.

No se sabe muy bien el porqué exacto de este comportamiento cerebral. Aunque sí que hemos sido capaces de observar y analizar algún detalle de lo qué pasa, como el ritmo de baile del que hemos hablado. O incluso lo más obvio… que es el que generalmente todos dormimos más o menos a la misma hora y las mismas horas. Bueno, no exactamente así, aunque el patrón es semejante para todos. Es decir, a lo largo del día sucede como si hubiera un árbitro relojero que dijera al organismo: “Es hora de hacer esto, es hora de hacer lo otro, es hora de parar”. Este árbitro no es otro que determinadas estructuras cerebrales que son la maquinaria de nuestro reloj interno, llamado circadiano, porque más o menos da una vuelta cada día -eso es precisamente lo que quiere decir “circa-diano”- a determinadas funciones fisiológicas. Y las funciones son muy variadas: sueño-vigilia, temperatura corporal, concentración hormonal, …

Esquema general del ritmo circadiano (Wikimedia, CC BY-SA 3.0)

Cuando caemos en el sueño se produce una progresiva desactivación de algunas estructuras del cerebro -se van parando- y la inhibición de otras -se “hacen las locas”-. Todo ello gracias a la acción de determinados neurotransmisores como son la acetilcolina, la serotonina o la noradrenalina. Es como si una serie de interruptores neuronales se posicionaran de una o de otra manera definiendo el sueño o su alternativa la vigilia. Sin embargo, esto no es un “todo o nada”, un escalón fijo, al menos durante el sueño, ya que nuestro reloj circadiano nos va ayudando a posicionarnos para despertar, va regulando el nivel de determinadas hormonas, como la conocida melatonina que va incrementando su presencia a medida que va transcurriendo el periodo del sueño. Parece como si hubiera un determinado mecanismo interno e inconsciente que nos va preparando para volver a la vigilia y reactivar las estructuras neuronales que nos mantienen despiertos.

Pero hay casos en que esto no es así de “sencillo”. Antes de que sea la hora suena un ruido estrepitoso y nos despertamos, lo que indica que dentro de nosotros, a pesar de no tener consciencia de nuestras percepciones sensoriales, hay un vaso casi lleno que se derrama con una alteración que sobrepasa un determinado umbral personal. Este caso es una forma de despertarse que ahora, en esta larga respuesta a la larga pregunta de los alumnos, no nos preocupa. Lo que sí nos intriga es el proceso que nos lleva a despertar ante determinadas y “misteriosas” situaciones. Una madre se despierta automáticamente y al instante cuando su bebé necesita algo, o cuando va a ser la hora del biberón nocturno, aun cuando no le despierten otros estímulos más potentes. Ciertas personas pueden despertarse a una hora predeterminada con gran precisión, por ellas mismas, sin que les agite el mareante sonido del despertador. Simplemente, y es esto lo que nos inquieta, con haber hecho un acto de voluntad al acostarnos la noche antes. Lo que nos lleva a pensar que no todo es tan fácil como lo que llevamos contando. Deben de entrar en juego unos mecanismos de inhibición-activación que los neurólogos y fisiólogos dicen desconocer a día de hoy.

Pues ¡vaya!, nos vamos a quedar con las ganas de saber el porqué de estas habilidades mentales. Aunque no del todo.

Yo creo que todos tenemos claro que si mantenemos una rutina en nuestra forma de ir a la cama y dormir se facilita el discurrir del sueño. Lo que nos hace pensar que al cuerpo le gustan las cosas cuadriculadas, rutinarias, estables y predecibles, antes que las alteraciones inesperadas o las improvisaciones. A fin de cuentas somos una máquina química muy sofisticada, muy cerca del desequilibrio, en un balanceo al que las alteraciones podrían llevar fatalmente a que se nos derrumbara el edificio para siempre. Por eso no le gusta una interrupción “violenta” del sueño. En consecuencia, el cuerpo llega a ingeniárselas para adelantar una situación química tal que nos predispone a despertemos de forma natural unos minutos, o incluso segundos, antes de que suene la alarma del despertador. Nuestro cuerpo tiene en cuenta la hora a la que pretendemos despertarnos para ir preparando poco a poco las funciones vitales que nos llevará a la vigilia, en donde vuelve todo el “stress” de la vida y la generación circadiana del cortisol, la hormona que nos va a permitir convivir con ese estrés.

Para el que quiera saber más, un esquemático diagrama de los flujos neurofisiológicos que modulan la actividad sueño-vigilia (Imagen: elaboración propia, a partir de aquí y aquí)

En la universidad alemana de Lübeck se ha llevado a cabo un experimento que, aunque no nos da la luz total, aclara un poco los caminos que explican la respuesta a nuestra pregunta. Tras una serie de pruebas comprobaron cómo la expectativa orgánica de que se va aproximando la hora de despertar, sea cual sea ésta que fue definida al ir a dormir, provoca un incremento de la concentración sanguínea de la hormona adrenocorticotropina una hora antes de que llegara la hora acordada de despertarse, y que es superior a la que se produce si el proceso de despertar no está condicionado por un objetivo de la noche anterior. Y es curioso que esta discrepancia comience a manifestarse solamente pasado el ecuador del sueño. Como si realmente hubiera una memoria interna que hubiera grabado la hora a la que se iba a despertar y que desencadenara este proceso preparatorio. Esta hormona, la adrenocorticotropina o ACTH, es la encargada de ordenar a las glandulas suprarrenales que eleven el nivel de generación de cortisol, la hormona básica que controla las actividades “diurnas”.

Los científicos que observaron esto, y sólo esto, no se atreven a tocar fanfarrias triunfales: “La regulación -comentada- de la producción de adrenocorticotropina sugiere que existe un mecanismo que ajusta velozmente la actividad endocrina cuando se inducen cambios súbitos en la duración del sueño”. Fin de la cita. Nada más.

Lo que nos lleva a un “humilde” colofón. Si rezas un padrenuestro a las almas del purgatorio -sí, esto es lo que hacía yo de pequeño- para que te despierten a las cinco de la madrugada porque a las seis te tienes que ir de excursión, piensa que un proceso complejo y aún desconocido grava este pensamiento -a fin de cuentas, una actividad cerebral- en algún módulo neuronal de memoria, que activa un proceso emocional -en el que no me extrañaría que intervinieran algunos genes, y sus correspondientes proteínas expresadas por ellos, que se auto influyen- y que hace que en un determinado momento se inicie la secreción de ciertas hormonas activadoras de los módulos cerebrales que rigen el estado de vigilia, sacándolos del sopor del pausado baile en que se encuentran tus neuronas.

Hasta la próxima pregunta-respuesta.


Sobre el autor:

jreguart ( )

 

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