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Biografía de lo Humano 17: Desde los 250 a 40 mil años antes de hoy I, los protagonistas




A partir de esta entrada damos un paso más en nuestra historia. En la entrada anterior de esta serie sobre la Biografía de lo Humano la habíamos dejado en el momento que llamé “la sutil frontera con el primer Homo sapiens. Nos vamos a adentrar en el tiempo “histórico” que abarca desde el entorno de los 250.000 a los 40.000/50.000 años antes de hoy, es decir, desde los primeros pasos del sapiens hasta cuando acabó de conquistar todo el planeta, a excepción del continente americano.

Comienza una época que en Europa se sitúa a caballo entre el Paleolítico inferior y el medio y en África se conoce como la Edad de Piedra intermedia. A lo largo de este periodo seguiremos encontrando una coexistencia temporal y geográfica de varias especies Homo, que conviven y entrecruzan sus caminos en los tres continentes antiguos. A su vez, va a aparecer un nuevo actor que, como veremos, a la postre se demostrará definitivo, aquel que a finales de la etapa dará un salto emergente tan grande y novedoso que condicionará definitivamente el futuro del género.

Copia del cráneo de Florisbad, clasificado con alguna controversia como Homo sapiens arcaicus (Wikimedia, CC BY-SA 2.0)

Pero no nos adelantemos y volvamos a enlazar con el final del periodo anterior, cuando en África habían quedado los Homo’s heidelbergensis y rhodesiensis, que quizás fueran individuos de la misma especie. Junto a ellos, en algún rincón del continente, surgió una nueva, la del Homo sapiens, cuyos fósiles más antiguos presentan morfologías muy variadas. El de mayor antigüedad pudiera ser el cráneo hallado en el yacimiento de Florisbad, en Sudáfrica, que cuentan con 259.000 años. Se le ha clasificado como de la especie Homo sapiens arcaicus, aunque realmente es una forma intermedia entre los heidelbergenses, los rhodesienses y los sapiens. La seguridad de estar ante el primer sapiens la encontramos en los fósiles del  hombre de Kibish, procedentes de un yacimiento etíope junto al río Omo. Se ha datado su antigüedad en 195.000 años.

Habíamos ya comentado en una entrada anterior que en la frontera entre los periodos que estamos estudiando, Paleolítico inferior y medio, los grupos humanos habrían alcanzado un tamaño numérico de hasta unos cien individuos. Durante mucho tiempo se prolongará aún la existencia de pequeñas hordas muy dispersas por la geografía, con un volumen poblacional que se moverá alrededor de esta cuantía. Sería bastante difícil, por tanto, mantener el contacto a lo ancho de las extensas áreas donde vivían, por lo que la posibilidad de establecer relaciones sociales entre clanes se vería ciertamente limitada, lo cual condicionaba en gran medida su desarrollo cultural. Es difícil que prosperen las nuevas ideas en las poblaciones pequeñas y aisladas y es también muy fácil que, en los entornos aislados, las que pudieran resultar esenciales para la especie se difuminen. Bien es verdad que en este periodo la tecnología lítica evolucionó y cambió a la nueva y más compleja Musteriense o Modo 3, aunque se necesitaron más de 100.000 años para que lo nuevo desplazara definitivamente a lo viejo.

Punta levallois, Modo 3 (Imagen: Didier Descouens, CC BY-SA 3.0)

En el África central el número de yacimientos antropológicos es relativamente bajo comparado con lo que se conoce de Europa, aunque no sabemos si se puede deber a que aún no se ha investigado suficientemente el territorio. Los yacimientos conocidos de esta área se distribuyen geográficamente de manera desigual ya que la mayoría se encuentran en zonas de sabana seca y algunos en la zona de transición del bosque. En Sudáfrica, por contra, se localizan preferentemente en cuevas.

Si pasamos a  Europa vemos que la zona geográfica habitable se distribuía como la capa interior de un sándwich, situada entre las placas de hielo del norte y la temperación del mar al sur, con la consecuencia de que entre las distintas regiones europeas las variaciones climáticas eran bastante intensas. Además, el territorio contaba con una geografía muy fragmentada por las cordilleras alpinas orientadas en variadas direcciones. Todo ello hacía que el continente fuera un conglomerado de parcelas geográficamente aisladas que dificultaban, si no impedían, la continuidad en las posibles interacciones sociales de los grupos de población allí establecidos.

Sin embargo, en el punto geográfico de unión entre África y Europa, el Próximo Oriente, la situación fue distinta. Aún dándose el caso de la existencia de emplazamientos diferenciados del Homo sapiens y de las viejas especies euroasiáticas, en este caso neanderthalensis, en todos ellos se ha encontrado evidencias de una misma tecnología musteriense, lo que es un indicador de que ahí sí se daban intercambios culturales no esporádicos entre distintas especies y, hay que suponer, entre distintos grupos. No es de extrañar, ya que esta zona, dependiendo de las condiciones climáticas del momento, era la más habitable del norte de África en los momentos áridos o la más habitable de Europa en los momentos de glaciaciones. Por tanto, era muy fácil que de forma natural se constituyera como un punto de encuentro.

Unos pocos años después de iniciarse el Paleolítico medio se constata en África el comienzo de una nueva fiebre migratoria. Las particulares condiciones climáticas del momento -el periodo interglaciar Riss-Würm- habrían convertido el norte del continente en un territorio amable para vivir. Aprovechando esta circunstancia favorable, a través de él se fue moviendo una nueva corriente repobladora, creemos que hace unos 125.000 años, que llegó al Próximo Oriente y allí se estabilizó sin que fueran mucho más allá. Posiblemente los neandertales allí establecidos hicieron de “tapón” a estos movimientos. Poco más tarde el clima volvió a cambiar iniciándose una nueva glaciación -la Würm-, la cual secó la atmósfera, devolviendo de nuevo al norte de África unas condiciones desérticas. Ya sabemos que en los momentos de frío extremo el norte de Eurasia y América se cubrían de gruesas capas de hielo. El consiguiente secuestro del agua en los glaciares tuvo como consecuencia el descenso del nivel de las aguas marinas, por lo que en aquel momento se debieron abrir algunos pasos a pie firme entre África y Asia a través del Mar Rojo y Arabia. Para los que tengan más curiosidad sobre esta correlación clima-migraciones recomiendo un excelente trabajo de los profesores Axel Timmeramann y Tobias Friedrich de la Universidad de Hawaii, que modelizando las estimaciones del clima y del nivel de los mares llegan a una propuesta teórica de tal como se pudo mover el Homo sapiens fuera de África. Y coincide en gran medida con los datos arqueológicos y fósiles que conocemos hasta ahora.

Por los puentes terrestres mencionados, una nueva ola de migración de Homo sapiens inició su primera colonización del sur de Asia hace ahora unos 110-120.000 años o incluso antes según parece sugerir los últimos descubrimientos en el yacimiento de Misliya, en el Monte Carmelo al norte de Israel, en donde ha aparecido un maxilar bastante completo, con características muy modernas, que data de hace unos 160.000 años. Se han encontrado también restos en algunos yacimientos del sur de China: una mandíbula de 110.000 años en la cueva de Zhiren y medio centenar de dientes con una morfología que corresponde a individuos Homo sapiens modernos, con una antigüedad de entre 120 y 80 mil años, en la cueva de Fuyan, en Daoxian. También hay evidencias de que hace 80.000 años estos últimos emigrantes sapiens encontraron a los antiguos habitantes del lugar, los neandertales, con los que convivieron en las cuevas israelitas de Nahal Me’arot -Skhul y Qafzeh-. Tenemos también la certeza de convivencia un poco más tardía -hace 60.000 años- entre especies humanas, obtenida mediante estudios genéticos realizados a partir de un hueso de un hombre “moderno” que vivió en Siberia hace 45.000 años. Estas investigaciones nos dicen que un antepasado suyo se habría hibridado con un neandertal unos 15.000 años antes.

Mapa del Creciente Fértil, vía de migración del Homo hace unos 45 mil años (Wikimedia, CC BY-SA 3.0)

A pesar del persistente casquete de hielo que cubría el norte de Eurasia, en el periodo comprendido entre hace 52.000 y 45.000 años se produjeron hasta cuatro episodios de repuntes de la temperatura y la humedad. Quizás uno de ellos fue el motor que abrió un camino habitable a través del Creciente Fértil y Turquía. Se cree que desde Asia, en aquel momento, los humanos modernos sapiens que allí vivían procedentes de migraciones anteriores se dirigieron rápidamente hacia Europa. En los Balcanes hay asentamientos suyos de más o menos 45.000 años de antigüedad, como el de Bacho Kiro, en Bulgaria, que está datado en 42.000 años. Poco tiempo después habían llegado al extremo occidental europeo, a la península Ibérica (los encontramos en los yacimientos catalanes de L’Arbreda y del Abric Romaní de 40.000 años de antigüedad) y a la mayor parte del Asia habitable (llegan a Australia hace más de 40.000 años). Se había consumado la definitiva cabeza de puente para la invasión de Eurasia.

Mapa del sureste asiático en donde se aprecia la situación de los mares durante las últimas fases glaciares del Pleistoceno (Wikimedia, CC BY-SA 3.0)

Es muy sugerente la idea de que los hombres pudieran haber sido consumados marinos hace unas decenas de miles de años, y por su importancia como indicador de sus capacidades racionales así lo expongo. Lo que pudieran ser unas primeras evidencias surgen a partir de la existencia de herramientas líticas, de una tecnología muy sencilla pareja a la de Modo 1, aparecidas en un yacimiento de la isla indonesia de Sulawesi, datadas en hace unos 118.000 mil años. Dado que Homo sapiens aún no había podido llegar a la zona, se cree que los fabricantes bien pudieron ser representantes de Homo erectus. En el párrafo anterior la palabra clave no es herramienta sino isla: ¿cómo llegó erectus a una isla desde el continente firme asiático? No podemos obviar la alternativa de la vía marítima. Sin lugar a dudas debió ayudar el que se estaba viviendo uno de los últimos periodos de glaciaciones, por lo que el nivel de los mares sería bajo y las islas posiblemente podían formar parte del cuerpo terrestre continental o estar muy próximas a él. Ahí queda la idea.

Pero parece que no queda duda de la existencia de hombres marineros hace ya unos 45.000 años. Es en esta época cuando se ha datado la emigración de humanos desde Asia hasta Australia. Bien es verdad que entonces también se estaba viviendo uno más de los periodos glaciales del Pleistoceno y que, por tanto, el nivel de los mares era inferior al actual, se cree que unos 150 metros, lo que habría conectado físicamente tierras que ahora están aisladas por canales marinos. Sin embargo, entre territorios asiáticos y australianos siempre permaneció abierto un canal de agua de al menos 90 kilómetros de ancho. Y no sólo se colonizó el continente, sino que también se arribó a territorios aislados como algunas de las islas del Almirantazgo, al norte de la actual Nueva Guinea, que distan unas de otras hasta unos 200 kilómetros. Es difícil pensar que los primitivos Homo sapiens pudieran realizar estas gestas sin ser unos consumados marineros, lo que a su vez exigía un largo periodo de aprendizaje viviendo en establecimientos junto al mar, desarrollando las artes de la pesca y de supervivencia en un entorno marino.

Interrelaciones genéticas entre las especies humanas del  último tercio del Pleistoceno (%: porcentaje de genoma común)[1]

Los sapiens de la última colonización de Europa se encontraron con los descendientes de la emigración protagonizada por los primitivos africanos -heidelbergensis o rhodesiensis- hace ahora unos 600.000 años antes de hoy. Estas especies humanas habían evolucionado y diversificado formando una verdadera pléyade de especies. Quizás la más conocida sea la de los neandertales que se habían ramificado unos 240.000 años antes de hoy.

Los continuos nuevos descubrimientos paleontológicos parecen sugerir que, en aquel momento, incluso coexistían un mayor número de especies. Gracias al ADN de un minúsculo hueso de un dedo, sabemos lo que parece ser una nueva especie Homo: el homínido siberiano de Denisova, que incluso pudo hibridarse con otras especies. Como prueba de ello en 2018 se ha reportado en la revista Nature el resultado de los análisis de unos pequeños trozos de hueso hallados en una cueva de Siberia. Corresponden a una joven menor de 13 años que murió hace unos 50.000 años. Su padre era denisovano (con algún gen neandertal) y su madre de esta última especie. También tenemos evidencias de lo que sería una cuarta especie desconocida, a partir de haber encontrado oculto en el ADN denisovano una pequeña parte de su acervo genético. Incluso podría cuestionarse la línea cronológica filogenética heidelbergenses-neandertales, que podría dar un giro de 180º y colocarse como nenadertales-heidelbergenses. Todos estas especies bien pudieron más tarde mezclarse y tener descendientes, lo cual nos haría cuestionar la definición más clásica de especie. Como dice el antropólogo José María Bermúdez de Castro: “En paleontología se tiende a pensar en las especies con una concepción totalmente estática… las concepciones dinámicas de la biología de los seres vivos se tienden a ignorar, y el debate se convierte en una ‘historia interminable’”.

Estos eran los personajes, y es posible que con el paso de los años tengamos noticias de alguno más. Con ellos acabamos esta entrada. En la siguiente nos vamos a concentrar en los ecos de sus culturas.

  1. Según los resultados de un estudio presentado en 2017 el genóma que comparten los Homos europeos con los desaparecidos neandertales sería superior a lo que indica este croquis, pasando a ser de entre 1,8% y 2,6%. []

Sobre el autor:

jreguart ( )

 

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