En la entrada anterior de esta serie sobre la Biografía de lo Humano lo avisábamos: cambio de tercio. Nos vamos del ensayo a la novela, por decirlo de una forma bastante retórica -sí, a veces me emborrachan las palabras-. Y además advierto de que se trata de un remedo de novela histórica, a través de la cual iremos desgranando el patrimonio de los homos, encontrado tras múltiples esfuerzos arqueológicos. Nos irán hablando de sus familias, sus habitáculos, sus métodos de supervivencia, sus avances cognitivos… esto último, objeto final de nuestra serie.
Vamos allá, pues……
Érase una vez hace dos millones y medio de años, momentos en que sobre la geografía africana sobrevivía nuestro primer personaje. Pertenecía a la primera especie que la ciencia cataloga como Homo: el habilis. Con él llegaron a cohabitar en África otras especies, como Homo rudolfensis (aunque algunos creen que se trata también de otro Homo habilis). Incluso a finales de su época se solapó con Homo ergaster del que hablaremos en su momento cronológico. Era un momento evolutivo muy interesante para la familia humana.
En algunos fósiles del habilis se constata un incremento del volumen craneal hasta una magnitud en el entorno de los 650 centímetros cúbicos: su encéfalo había crecido con relación al de individuos de otros géneros homininos, un 20% más que Paranthropus y un 50% más que Australopithecus, especies anteriores y de ramas evolutivas paralelas. Sabemos que sus moldes craneales indican la existencia ya de un área desarrollada de Broca, sede de la mecanización del lenguaje tanto oral como gestual. Su faringe había comenzado a descender hacia posiciones relativamente más bajas en el cuello.
Éste es el hominino que incorporó proteínas animales, más allá de insectos, a su dieta. Seguramente la cambiaron por necesidad vital, para pasar menos hambre. Las extensas sabanas africanas eran un lugar duro para que aquellos descendientes de comedores de las abundantes hojas de la selva encontraran suficiente alimento. Quizás hubo un pionero, que seguramente fue imitado por los de su grupo -como sucede en sociedades chimpancés-, que inició el consumo de carne no “buscada” sino “encontrada al descuido”, sin lugar a dudas un oportunista carroñero. Un uso que permitía, al abrir un nuevo nicho alimentario, el aprovechamiento máximo de la energía que se encontraba a su alcance, en un mundo tremendamente difícil para ellos. Posiblemente fueron también cazadores ocasionales de pequeños animales y, con toda seguridad, recolectores.
Se sabe que ya establecían asentamientos de grupo, posiblemente no duraderos en el tiempo, con el objeto de aprovechar al máximo posible el alimento que ofrecían los cadáveres de los grandes animales muertos que se encontraban. Se precisaba una labor rápida de despiece para inmediatamente transportar la carne a zonas habitables que fueran más seguras, en donde se pudiera comer sin peligros. No era lo mismo coger una hoja o un fruto y comer, cosa que se puede hacer en solitario, que aprovechar el voluminoso cuerpo de un hipopótamo, en donde el grupo aportaba un trascendental factor de eficiencia.
Todo lo anterior nos dibuja la existencia de momentos donde compartir experiencias, aprender por imitación y enriquecer el limitado “acervo cultural” de aquellos hombres. Momentos en los que se generaría un sentimiento de identidad de grupo, sentimiento que por su fortaleza, por pura necesidad vital, ocultaría o haría prácticamente innecesario el valorarse individuo a individuo. De hecho, aún no se han encontrado manifestaciones de adornos o similares de aquella época, una práctica que fue habitual mucho más tarde, y que se llevaba a cabo para realzar la identidad personal de cada uno. A lo largo del periodo en que tuvieron que abandonar la foresta y sobrevivir en la sabana en donde, a pesar de abrirse nuevas posibilidades de sustento, los alimentos habituales escaseaban y los que habían eran más difíciles de conseguir, podemos imaginar el salto cualitativo que se tuvo que producir en la percepción -la idea- de grupo y el valor que éste aportaba para la supervivencia de aquellos primitivos homos. Todo ello reforzaría su natural “inteligencia social”, la que hoy vemos tan desarrollada en grupos de primates no humanos, inteligencia que también los habilis habían heredado de un antecesor común.
Mientras escribía esta entrada se ha publicado una noticia que podría revolucionar, más que la línea filogenética de Homo, lo que pensamos que sabemos de ellos acerca de su “humanidad”. Desde un yacimiento de Sudáfrica se propone la existencia de una nueva especie, Homo naledi, que anatómicamente estaría situado entre Australopithecus y habilis. Aún no se ha afinado su datación, pero, de no ser una regresión evolutiva, la anatomía de los 15 individuos estudiados nos insinúa una edad superior a los dos millones y medio de años. Las palabras de Juan Luis Arsuaga, uno de los codirectores del yacimiento de Atapuerca, nos dan las posibles luces de la importancia cualitativa del descubrimiento: “Excluyendo posibilidades -acción de carnívoros, trampa natural, catástrofe geológica- se han visto abocados los investigadores de ambos yacimientos [se refiere al sudafricano y al de Atapuerca] a la menos esperada de las explicaciones: una acumulación intencional de cadáveres realizada por miembros de su misma especie. Un comportamiento funerario. Incluso en los perfiles de mortalidad se parecen Rising Star [yacimiento sudafricano] y la Sima de los Huesos [yacimiento de Atapuerca]: abundan los adolescentes y adultos jóvenes, los que tienen una probabilidad más baja de morir, los más fuertes. La gran diferencia es que los humanos de la Sima tenían un encéfalo de un litro y cuarto de capacidad, en promedio, y los de Rising Star de medio litro. La pregunta inevitable que surge es ésta: ¿habrían atravesado ya, con su pequeño cerebro, el umbral de la conciencia?“.
Si la datación confirma las sospechas tendríamos que darle la vuelta al calcetín a lo dicho hasta ahora, ya que los naledi tendrían no sólo afianzado el sentido de grupo sino que, además, y su aparición suele ser posterior, el de la individualidad y su valor. Tanto que hasta merecen su preservación, su enterramiento.
Mientras se aclara el misterio,[1] volvamos a nuestro conocidos habilis. En sus pequeños grupos sociales, que se vivían como un ente con sentido propio y sin división, apareció una incipiente tecnología clasificada por nuestros paleoantropólogos como Modo 1. Posiblemente habían encontrado la motivación para desarrollarla en el estrés que experimentaban durante el proceso de conseguir comida. Había que hacerlo rápido, antes de que aparecieran otros animales competidores. Y los había muy grandes y feroces. Son herramientas para poder machacar los huesos en busca del tuétano, para poder trocear rápidamente y huir lo antes posible a zonas seguras. Quizás inicialmente esta primera tecnología humana fue adquirida por simple casualidad, pues las piedras rotas con filo cortaban, y poco a poco transmitida por imitación entre los miembros del grupo. Los yacimientos donde se encuentran hacen pensar en una fabricación y uso momentáneo de tales útiles, aunque se han encontrado también lugares con acumulaciones de piedras, que pudieron ser “almacén” de materiales para su posterior manipulación.
Aunque las herramientas cortantes olduvayenses, o de Modo 1, fueran muy burdas, es evidente que su fabricación requería de una capacidad imaginativa espacial y un incipiente desarrollo de nuevas habilidades motoras manuales: Imaginar que una piedra fuera adecuada para tallar y otra para percutir, cuál debía ser la cara de la piedra que mejor se prestaba a un tallado y realizarlo con la suficiente precisión, rotándola para crear el filo o subsanar el efecto de un mal golpe. Estudiando el cerebro del Homo actual sabemos que en la puesta en práctica de estas habilidades participan de forma especial zonas de sus lóbulos parietales, las que gestionan las ideas de posición en el espacio y sentido del movimiento, y de las cortezas motoras de los lóbulos frontales. Precisamente son estas áreas corticales en donde los fósiles de los habilis manifiestan un desarrollo en relación a la de los Australopithecus.
La tecnología de Homo habilis no solamente nos permite penetrar en el entendimiento de las capacidades motoras del cerebro, sino también de los procesos de razonamiento. Una de las características del pensamiento humano es la aptitud para moverse a través de pasos recursivos. Es decir, la habilidad de encadenar ideas distintas en una secuencia, con un significado global. Para que todo tenga una coherencia es preciso que cada paso tenga un “engarce” con el anterior y el siguiente, y esto exige al encéfalo una espacio de memoria operativa a corto plazo donde depositar transitoriamente la idea X anterior, para pasar a prestar atención a la idea Y siguiente. Los chimpancés son capaces de dar tres pasos recursivos, mientras que el hombre moderno llega a poder controlar hasta 7, o incluso en algunos casos hasta 9 pasos.
Siguiendo la opinión del etólogo profesor Sander E. van der Leeuw, podemos pensar que en aquel momento del desarrollo de la tecnología lítica, en la que básicamente se desgaja una lasca de la superficie de un canto rodado para obtener un borde más afilado, la memoria era capaz de apoyar tres pasos recursivos: la idea de la piedra de la que se va a desgajar la lasca, la idea del percutor con el que posteriormente se va a realizar la operación y la idea de mantener un ángulo adecuado en el momento del golpe. Una habilidad memorística de un nivel semejante a la de los actuales chimpancés, aunque todo ello enmarcado por una mecánica operativa cerebral que soportaría un incipiente pensamiento de tipo racional recursivo.
A pesar de que esta tecnología lítica nos permita imaginar unos incipientes avances cognoscitivos en los habilis, los rudimentos de una inteligencia técnica, hay antropólogos que creen que es más un adorno del más complejo comportamiento social, algo parecido a cómo manejan sus herramientas los chimpancés más que una manifestación de la emergencia en sus procedimientos neuronales de esta nueva inteligencia -técnica-.
Las técnicas del Modo 1 olduvayense también nos permiten hablar del lenguaje del habilis. Esta sencilla tecnología lítica no precisa de un lenguaje gestual u oral perfecto para su transmisión. Dado que en los endocráneos fósiles de estos hombres se observan ya las modificaciones corporales necesarias para la gestión de la fonación (ligero descenso de la faringe, incipientes áreas de Broca y Wernicke) y dado que sus usos sociales comentados (carroñeo rápido, importancia del grupo…) precisarían una elemental cooperación que mejoraría con el lenguaje, se considera que los Homo habilis usarían ya un sencillo método de comunicación, que en su caso sería mixto, tanto gestual como sonoro. Este último con pocos símbolos -fonemas-, que podría ir encadenando al poder aprovechar espontáneamente la incipiente capacidad recursiva de su cerebro, símbolos que serían usados absolutamente para una sencilla descripción del momento. Un lenguaje ¿recursivo? muy simple, que sería aprendido por las crías a través de la imitación, y desarrollado y enriquecido en un ambiente de grupo.
Con la mirada puesta en la ósea funda del cerebro de nuestro amigo habilis KNMR1813, sobrecogidos por su profundidad -1,8 millones de años nos observan-, hagamos un resumen de lo que sobre él nos ha aportado la arqueología cognitiva. Hemos comentado hasta la saciedad en otras entradas que la consciencia racional humana precisó no sólo del lenguaje, sino también de la simbología, que debíamos ver concretada por el uso de abstracciones, en particular de las que transmiten la percepción del sentido de individualidad, tanto social como personal, del sentido de espacio y del sentido de tiempo. Precisamente los usos culturales del habilis, que hemos relatado anteriormente, nos hacen pensar en que ya manejaba, aunque de manera muy incipiente, estas tres formas de abstracciones: un sentimiento de grupo (tan fuerte y vital que haría innecesaria la necesidad de desarrollar el sentimiento de individuo), del espacio (dispersión de sus asentamientos) y del tiempo (almacenes de herramientas para posteriores usos). Lo que nos lleva a pensar que un razonamiento de tipo humano ya estaba comenzando a emerger en las estructuras funcionales de sus cerebros. Su tecnología también nos habla de la posibilidad de un razonamiento de tipo recursivo, aunque lograra encadenar solamente tres ideas, lo que daría a los habilis un marchamo protohumano. Realmente debían ser seres muy próximos a la emergencia de lo que el neurólogo Damasio define como el sentimiento de lo autobiográfico, aunque la simpleza de su lenguaje sólo permitiera un pensamiento acerca del momento presente y del próximo pasado, dirigido a gestionar la inmediata acción personal que confundía con la social, pero sin un pleno sentimiento consciente de lo que hacía.
Por ello podemos decir, como es la opinión generalizada, el que con ellos aún no habría emergido lo que llamamos la condición humana. Continuará.
- Parece que el misterio se va aclarando ya que en 2017 se ha publicado una nueva datación del Homo naledi que los situaría contemporáneos a homos más modernos de hace entre 230.000 y 330.000 años antes de nosotros, como lo explica en su blog “Reflexiones de un primate” el antropólogo José María Bermúdez de Castro. [↩]
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