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Biografía de lo Humano 10: Los inicios de la simbología




En la primera entrada de esta serie sobre la Biografía de lo Humano, explicábamos cómo la Consciencia racional del hombre, lo que nos hace humanos, está soportada por la conjunción de tres factores: el conjunto mente-cerebro, del que hemos hablado en las últimas entradas; la socialización, de la que algún matiz aportábamos en la entrada dedicada a la evolución de la anatomía femenina, y surgirán más perspectivas del tema cuando, más avanzada la serie, recorramos cronológicamente el camino andado por el Homo; y, por fin, el simbolismo-lenguaje. A partir de esta entrada vamos a fijar nuestra atención en este último aspecto de la terna.

La importancia de la simbología es evidente. Ya hemos comentado que el ser humano aparece con la cualidad “esencia humana” cuando un individuo -o varios, en diversas partes del planeta- se sabe existente y único, es consciente de la realidad de su individualidad y es capaz de razonar e imaginar, previendo cosas aún inexistentes gracias a su experiencia, su memoria biográfica. Una historia de percepción progresiva, y al final consciente, de la propia individualidad y de registro de las experiencias vividas en los marcos temporal y geográfico. Pues bien, la simbología ayudó de forma decisiva a realzar la emergencia y afianzamiento de estas tres abstracciones, de ahí su trascendencia.

Pinturas realizadas con la técnica de negativo de manos, en la argentina Cueva de las Manos, a las que hay que  suponer un claro propósito simbólico (Wikimedia, CC BY-SA 3.0)

Se intuye muy bien la importancia de la simbología al leer la definición que de ella da el médico e historiador Ángel Rivera Arrizabalaga: “El simbolismo humano sería la correlación o transmisión de toda idea, concepto o sentimiento a un determinado medio de expresión o símbolo (objeto, sonido o conducta). De tal modo que, en la sociedad en la que se desarrolle este proceso cognitivo, la percepción de tal símbolo revive en las personas la idea, concepto o sentimiento que le dio origen”. Las negritas son mías.

La simbología tuvo que ser una de las primeras manifestaciones del comportamiento protorracional humano -proto cultura- que asomaba al exterior de su mente, como una ayuda para reafirmar lo que pasaba a su alrededor. Con toda seguridad debemos suponer que en sus primeros estadios debió ser algo muy simple.

Inicialmente debió ser creada por la mente de forma inconsciente, como un producto más de su normal funcionamiento, generando una primitiva abstracción mental -un recién parido concepto- reflejo de una realidad que vivía el individuo. Gracias a ello, pudo poco a poco ser más consciente de su individualidad y de su entorno, de lo que hacía cotidianamente, de las acciones de cada momento. ¿Cómo pudo suceder esto? El inconsciente biológico encargado de gestionar su vida, de preservar el equilibrio homeostático de su organismo, hizo que el primitivo cerebro fuera ajustando su atención sobre ciertos detalles que le despertaban instintos espontáneos o incluso emociones “perfumadas” por las ancestrales sensaciones directoras de placer/dolor. Estas experiencias internas o externas que él vivía de forma reiterada fueron grabadas poco a poco en sus redes neuronales. Su repetición temporal hizo que desembocaran en patrones de funcionamiento neuronal, que a la postre se fueron confundiendo como esencia de algo nuevo, de conceptos abstractos. Una realidad interior que se consolidó, se “materializó”, como símbolos internos de lo que nos interesa de nuestro entorno interior y exterior. Prácticamente lo mismo, pues esa fue la consecuencia, que hacemos nosotros al “usar” mentalmente palabras que nos ayudan a pensar… aunque eso sucediera al final de la historia.

Fue un fundamental avance en el camino hacia la capacidad de raciocinio. Hay que pensar que sus evidentes ventajas evolutivas jugaron un papel principal. Algo importante sucedió en la mente del primate cuando, gracias a esas simbologías internas, se le hizo posible el comenzar a correlacionar “conscientemente” lo que pasaba en su interior con lo que acompañaba a su acción en el exterior, a darse cuenta de la existencia de otros individuos, a apreciar en su vida unos tics de interactuación con los otros, a rememorar el sitio especial donde volvía a coger frutos o el momento particular en que lo hacía, seguramente matizado por la variabilidad temporal, es decir, lo que ahora sabemos que es causado por el recorrer de los ciclos solares.

Imaginemos… Un flash neuronal en el circuito que sustenta la experiencia “nuez” hace que esta red especializada resuene con la de la estructura límbica del “hambre” y con la del hipocampo que almacena la “posición” espacial con nueces. Inconscientemente, el sistema neuronal de coordinación arriba-abajo del cerebro induce la emoción, otra excitación de una red de neuronas límbicas, de placer, de “cosa buena”. El hipotálamo manda lo que tenga que mandar para excitar al córtex motor que impulsa órdenes a los músculos de las extremidades… tras de lo cual, una potente excursión braquiando por las ramas de la cúpula vegetal del bosque le lleva al nogal… ¡sin darse cuenta!, y esto es lo fantástico. Ve una nuez y la come, lo que le ha permitido sobrevivir un día más. Los conceptos de nuez, hambre, árbol, claro del bosque -incluso los emocionales hambre, cosa buena, placer-… y alguno más, son ya realidades físicas mentales operativas. Sólo faltaba dar el salto que las externalizara en forma de símbolos.

Alegoría del círculo reiterativo de experiencias internas y externas. Una infinita repetición del mismo afianzó el funcionamiento resonante en una red de neuronas, lo que generó en el encéfalo de un individuo primitivo una abstracción, un símbolo, un concepto: nuez… con todos los matices que la acompañan (imágenes de Wikimedia, cerebro CC BY 2.0; nuez Dominio Público; nube y bosque CC BY-SA 3.0)

La abstracción interna, nuevas ideas conceptuales personales, comenzaron a sentirse de forma muy tenue al principio y siempre emparejadas con constantes externas. Cómo podía ser: comida-fruto-árbol. De forma que la imagen del árbol pudo pasar a ser expresión, e imagen también, del concepto fruta y del concepto comida. Si eso no es un símbolo multiconcepto, no sé me ocurre lo que pueda ser. Pero de poco servía este incipiente reflejo simbológico si sólo era de uso individual. Poco a poco fue emergiendo la conciencia autobiográfica, de la que hablamos en una entrada anterior al comentar la teoría de la Consciencia, permitiendo que el sentimiento de individuo se encontrara espontáneamente cara a cara con la existencia de otros miembros de su especie. La experiencia permitió comprender que el otro era capaz de comunicarse con él y viceversa, al principio posiblemente mediante simples expresiones gestuales. Había encontrado un acicate para desarrollar su recién adquirida habilidad: ampliar conscientemente la potencia de comunicación mediante la herramienta del lenguaje oral, para así poder conectar con los otros. En la siguiente entrada aportaremos diversas teorías sobre cómo empezó este incipiente lance de comunicación.

Es opinión generalizada el hecho de que las primeras formas de simbolismo entre los primates se concretaron en las formas de un elemental lenguaje, primero gestual y después por sonidos. La idea tiene su lógica si pensamos que el lenguaje -en sus formas de palabras, gestos o conductas- son la manifestación física externa y concreta de un concepto, o de una serie recursiva de ellos, que se encuentran en la mente. Los símbolos específicos del lenguaje más simples e indivisibles -fonemas, guiños, huidas…-, que, como piezas de una construcción, lo van conformando, sirven de “anzuelo” para remover las estructuras neuronales cuerpo del concepto correlacionado. La experiencia vital fijó en el cerebro, en forma de sociedades neuronales con determinados patrones de relación, la impronta de unas situaciones que venían tintadas de la correspondiente emoción vivida en el momento. Los fonemas externos, símbolo de los mapas internos, extraían todos los significados e interrelaciones impresas en el interior del cerebro. Apoyado en los fonemas, los símbolos del lenguaje, el cerebro pudo trabajar con los “conceptos” estructurados en las redes neuronales, generando una consciencia semántica -de significados-, con todas las interrelaciones que llevaron a una consciencia de lo sintáctico -enhebrar con recursividad los significados-.

Jugando con el lenguaje externo se facilitó el jugar con los modos funcionales de las redes neuronales internas, lo que no deja de ser simplemente el lenguaje interno. Difícilmente podemos imaginarnos a nosotros mismos razonando sin la conversación interna que llevamos a cabo en este proceso, conversación que nos facilita tremendamente la labor. El lenguaje subvocálico, como se conoce a este runrún mental, nos dio la posibilidad de generar conceptos, no sólo los tangibles, sino también los inaprensibles e intangibles. Trabajando con esta dinámica, y basándose en la potencialidad que daban los centros de coordinación cerebral, consiguió  a la larga engarzar un tren de ideas subordinadas, engendrar, en fin, un pensamiento recursivo, característica única del pensamiento humano. Todo ello quedará enfatizado en próximas entradas al contemplar la evolución histórica cronológica de los hombres.

Alegoría del lenguaje subvocálico: calco realidad-mente (Imágenes a partir de Wikimedia, paisaje Dominio Público; cabeza CC BY 2.5)

Tras el lenguaje, pieza absolutamente imprescindible para lo que vino, y desde sus estadios más elementales, se irían concretando otros tipos de simbologías materiales (creo que llamarlas materiales es casi incongruente, pero así nos entendemos mejor), ya que el simbolismo en nuestra especie no sólo se reduce a lo lingüístico: es más amplio y se extiende a cualquier manifestación de nuestro comportamiento. Por simbologías materiales me quiero referir a todo aquello físico que no sólo soporta lo que realmente es la propia simbología como objeto: petroglifos, adornos, conductas, pinturas, figuras… sino que nos induce algo más profundo, como si nos desvelara una segunda derivada en el arcano del símbolo.

La conquista de este tipo de simbologías no pudo ser consecuencia directa y única del tamaño cerebral, sino que tuvo que pasar por unos individuos particulares en unos entornos sociales particulares. Es decir, el camino del simbolismo, como el de otras habilidades emergentes del Homo, tuvo que seguir diversos derroteros, iniciarse y producirse con distintos perfiles según lugares geográficos y tiempos, incluso de forma diferenciada entre individuos de una misma especie. Todo dependía del estado evolutivo particular y de la complejidad de sus relaciones sociales y de su cultura. Y eso es precisamente lo que se observa al estudiar los restos fósiles, físicos o intangibles culturales, que vamos conociendo. Las diversas facetas del simbolismo van apareciendo de forma disgregada en el tiempo y en el mapa. Formando un variado mosaico… como vemos que también sucede hoy en día con las manifestaciones de nuestras propias formas modernas de vida y cultura.

Hay muchas opiniones acerca de cuándo se fueron “ideando” las diversas modalidades del simbolismo. Tarea ardua, ya que lo que debieron ser los inicios del uso del simbolismo -gestos, objetos naturales como ramas, dibujos en la tierra…- no pudieron perpetuarse por razones obvias. Sólo podemos partir de los restos hallados por los antropólogos y colegir, a partir de las manifestaciones culturales de su entorno, que nos hablan de las capacidades cognitivas de los homos del momento, si el símbolo es realmente algo consciente o el resultado de una casualidad natural.

No me voy a extender ahora en el tema ya que a lo largo de la segunda mitad de la serie, mientras asistamos a la película real de los hechos, habrá infinidad de oportunidades y tiempo suficiente para ello. Baste decir aquí que la simbología material que surge como enlace entre la realidad interior y exterior debió evolucionar desde sus inicios satisfaciendo la creciente necesidad de resaltar la individualidad tanto personal como de grupo. En algún momento había que resaltar o reforzar frente a los demás la propia realidad del “yo soy distinto al de enfrente” o la de “grupo con intereses en competencia con el grupo de enfrente”. Estos momentos se movían a la par del desarrollo de la conciencia autobiográfica y de la emergencia en la mente de la abstracción de la individualidad.

El siguiente paso tuvo que ser el “comprender” el tiempo y el espacio. Engendrar esquemas neuronales en donde estaban fijando sus experiencias vitales de espacio y tiempo. Se habían encontrado a sí mismos y definido la abstracción de la individualidad, y ahora habían descubierto el medio externo que atraparon mediante la comprensión de las abstracciones de lugar y momento.

Más tarde, al ir evolucionando las emociones básicas por absorción de matices “sociales”, como la empatía o la solidaridad, se provocó el salto hacia un nuevo tipo de simbologías intangibles. Y no sólo me refiero a que pudieran entender “belleza” o “ambición”. También aquellas que transportaban a los seres humanos, cuyo carácter de ser especial se había ido consolidando al irse reforzando en ellos el sentido y valor del individuo y grupo, hacia mundos que hoy llamamos metafísicos: donde existían seres poderosos y a donde marchaban los que la muerte se llevaba. Para aquellos hombres de escasa capacidad reflexiva que vivían en los albores del conocimiento, ambos mundos, el real y el del más allá, debían ser indudablemente auténticos y confundibles.

Con estos mimbres se confeccionó la historia de la simbología.  En el desarrollo de esta serie iremos viendo cómo, con el paso del tiempo, van surgiendo lo que creemos eran manifestaciones de estos tipos de expresiones simbólicas. Las primeras manifestaciones de ellas las podemos concretar en marcas más o menos geométricas, con lo que parece una clara intención, sobre diversos soportes, principalmente piedra.

El uso del ocre como elemento para la decoración personal, tanto corporal -”resalto mi individualidad“- como habitacional -”ojo con entrar aquí“-, constituía una práctica cultural que se extendió por diversos continentes. Aunque hay muchos antropólogos que creen que también podía haberse utilizado para el curtido del cuero o como rudimentario antiséptico, es decir, no como simbología diferenciadora.

Casos de lo que en el texto hemos llamado simbologías materiales (Imágenes: cazoletas, Kota Kid, Fair Use; cuentas, wikimedia CC BY 2.5; venus, wikimedia CC BY 3.0)

También aparecerán en escena objetos que pudiéramos considerar como abalorios de adorno personal. Conchas o huesos perforados, colgantes… que indicaban que su poseedor no era un ser cualquiera.

Veremos cómo aparecen utensilios mobiliarios sin ninguna utilidad aparente, del estilo de la utilidad que pudiera tener una herramienta. Figuras antropomorfas en piedra o tallas en madera o hueso representando animales, cuyo propósito pudiera ser el indicar una propiedad, poder o algún tipo de sortilegio favorecedor para el individuo o el grupo. ¿Protección del hogar, magia, señal de importancia de quien representaba…? ¿Quién sabe qué pretendieron los artesanos al fabricarlas? Aunque evidentemente su existencia indica que tenía que haber algo detrás que se materializaba en la figura. No creo que pudiera ser una obra de arte, es decir, hacerla o tenerla por la mera emoción estética. En aquellos lejanos momentos, cuando encontramos estos objetos en el registro paleo antropológico, no estaban los tiempos para desviar recursos y tiempo a lo que no fuera la estricta supervivencia del grupo. Pero todo es posible.

Y vamos a hablar también de las herramientas. Evidentemente, eran útiles imprescindibles para un sistema de vida más eficaz. Pero cómo no pensar que aquellos hombres, aún dentro de sus capacidades cognitivas y vitales, no sabrían encontrar en ellas además la posibilidad de que fueran un elemento de distinción del artesano o de poder del jefe.

Y en el mundo de las herramientas también se hará mención de aquellas que les permitían afianzar en un objeto simbólico el necesario manejo de la abstracción conceptual del tiempo -¿relojes?-. O de la abstracción matemática -¿calculadoras?-. Objetos más antiguos de lo que podamos imaginar.

También nos asomaremos a las primeras manifestaciones del arte en forma de representaciones de figuras de animales y hombres que pudieran servir de colgantes y adornos, así como al cautivador esplendor de las pinturas y grabados rupestres. Y, ¿cómo no?, a la profunda simbología oculta en los rituales de los enterramientos.

En fin, a lo largo del camino que iniciaremos tras la entrada siguiente iremos sorprendiéndonos con la compleja evolución de la simbología del hombre, conceptual y material. Pero antes aún nos queda decir algo más sobre el iniciador del simbolismo, herramienta esencial en nuestro pensar recursivo: el lenguaje. Será el objeto de la próxima entrada.


Sobre el autor:

jreguart ( )

 

{ 1 } Comentarios

  1. Gravatar cristian | 01/04/2019 at 05:54 | Permalink

    gracias =D

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