La última entrada de esta serie musical trató sobre la Consagración de la Primavera de Igor Stravinski, una de las obras más influyentes de la escena musical del Siglo XX, cuyo estreno en mayo de 1913 fue el más sonado, en todos los sentidos, de los que se tiene noticia.
En dicho artículo decía yo que La Consagración fue el tercer ballet que Stravinski compuso para los ínclitos Ballets Rusos del no menos ínclito Serguéi Diagilev, su todopoderoso director. Después de la Consagración y su más que polémico estreno no hubo ya más encargos de los Ballets Rusos para Stravinski, entre otras cosas porque solamente un año después se desataba la Gran Guerra, acabando de cuajo con la Belle Époque y su falsa sensación de prosperidad.
Pues bien, el primero de esos tres ballets que Diagilev encargó al joven Stravinski es precisamente el protagonista del artículo de hoy: El Pájaro de Fuego. Y no, esta vez no fue un fracaso, sino un rotundo éxito que catapultó instantáneamente a la fama en París, la capital mundial de la cultura de principios del siglo pasado, a su autor, el compositor ruso Igor Stravinski.
Serguéi Diagilev controlaba con mano de hierro todo lo referente a los Ballets Rusos, que dominaron la escena mundial de la danza durante al menos veinte años. Y eso incluía no sólo determinar qué obras programaba, sino que también encargaba a los más famosos compositores que compusieran nuevos ballets para su compañía, en los que normalmente indicaba el tema y daba consignas sobre cómo debería afrontarse por el compositor, siempre pensando en la más eficaz representación del ballet por sus magníficos bailarines. Si os dais cuenta, es en realidad lo mismo que hace hoy un director de películas de cine: elige el tema, contrata al guionista (si no escribe él mismo el guión), contrata a los actores, los iluminadores, los montadores, los músicos… y luego edita todo ello para hacer lo que él considera que debe ser su película… aunque luego llegue la productora y cambie lo que le dé la gana del resultado final, porque sea demasiado larga, o corta, o incomprensible, o demasiado comprensible… Pues no, Diagilev no. Él era el jefe, y en los Ballets Rusos se hacía lo que él quería, que para algo eran suyos. Y si no lo eran, pues como si lo fueran.
Diagilev había encargado al también ruso compositor Anatoli Liadov un ballet sobre un cuento infantil ruso tradicional, El Pájaro de Fuego. Era el primer ballet que encargaba sobre una temática tradicional rusa, sobre la que apenas había ninguna obra que llevar al escenario. Diagilev deseaba, con una mezcla de nacionalismo y orgullo patriótico, que sus Ballets Rusos no lo fueran sólo por la procedencia de la gran mayoría de sus componentes, sino también porque las obras que representaba, o al menos una parte, fueran asimismo rusas. El caso es que Liadov se retrasó en la composición del ballet,[1] por lo que el gran Serguéi decidió encargárselo a otro compositor. Por entonces habían llegado a su conocimiento algunas de las obras de estudiante del joven Stravinski, pues un par de años antes había tenido la oportunidad de escuchar su Scherzo Fantástico y también Fuegos de Artificio, así que decidió apostar y encargarle a él que compusiera el ballet. Para el recién llegado Igor era, obviamente, una oportunidad magnífica para darse a conocer, así que compuso a toda velocidad, en menos de seis meses, la música del ballet. Innovadora, pero no mucho, variada para adaptarse a cada una de las escenas del guión, en fin, exactamente lo que los Ballets Rusos necesitaban para reafirmar una vez más su dominio incontestable de la escena mundial.
En cuanto a su argumento… bueno, es un cuento infantil ruso muy conocido. Copio y (casi casi) pego de la Wikipedia el argumento:
“El bello príncipe Iván Tsarevich, que ha salido a cazar por la noche, se adentra sin saberlo en el jardín encantado del malvado Kaschéi el Inmortal. De repente se le aparece un pájaro de resplandeciente plumaje que revolotea entre los árboles. El príncipe lo persigue y consigue finalmente capturarlo, pero, conmovido por las súplicas que éste le dirige, le concede la libertad. Como agradecimiento, el pájaro entrega a Iván una de sus flamígeras plumas.
“Poco después el príncipe descubre a un grupo de trece princesas[2] que juegan lanzándose manzanas de oro que arrancan de un árbol del jardín.[3] El joven se les acerca y queda enseguida prendado de la más hermosa de las princesas, quien, como es previsible tratándose de un cuento, le corresponde inmediatamente. Ya sabemos, el amor entre príncipe y princesa… Al amanecer, los monstruosos servidores de Kaschéi hacen prisionero al joven Iván, a quien el brujo quiere convertir en piedra, destino que habían sufrido antes que él todos los que se habían atrevido a entrar en su jardín encantado. Cuando está a punto de hacer el conjuro final que le convertirá en estatua, el príncipe agita la pluma que le dio pájaro de fuego, llamándole en su ayuda. El pájaro acude raudo y hechiza al séquito del brujo. Sin embargo, pronto los monstruos se recobran y se lanzan a una danza infernal que los deja exhaustos.
“El pájaro flamígero interviene de nuevo y, tras dormir a Kaschéi con una dulce nana[4], revela al príncipe que el malvado brujo tiene escondida su alma dentro de un huevo. Kaschéi despierta finalmente, pero entretanto Iván se ha apoderado del huevo y lo estrella contra el suelo, destrozándole. Entonces el brujo y todo su séquito desaparecen para siempre. Los caballeros petrificados, una vez desaparecido Kaschéi el Inmortal[5], despiertan de su pétreo letargo y asisten, regocijados a la celebración de la boda del príncipe y la princesa. Y fueron felices y comieron perdices.
“Y colorín, colorado, este cuento se ha acabado.”
Como veis, un cuento con un argumento muy de cuento, lo que le hacía un firme candidato a ser representado como ballet. Algunos de los más grandes ballets que jamás se hayan compuesto están basados también en cuentos infantiles: La Bella Durmiente o El Cascanueces, ambos de Tchaikowsky, son dos buenos ejemplos.
Stravinski, pues, compuso la música con presteza, y Diagilev preparó el estreno con su esmero habitual, encargando la coreografía a Mijail Fokin, más conocido por su nombre afrancesado, Michel Fokine, por entonces el coreógrafo principal de los Ballets Rusos (un par de años más tarde rompió con Diagilev, al verse paulatinamente relegado en su cometido por el nuevo astro de la danza: Vaslav Nikinski), el vestuario realizado por el genial Léon Bakst y, por fin, el papel del pájaro de fuego fue interpretado por la gran Tamara Karsávina.
El ballet se estrenó, cómo no, en París el 25 de junio de 1910, y tuvo un éxito arrollador. La verdad es que el ballet lo tenía todo: un argumento clásico, una coreografía clásica, una puesta en escena clásica y una música que, aun utilizando ya algunas innovaciones sobre la armonía y la forma clásica de componer, era bellísima. El Pájaro de Fuego lo tenía todo, y triunfó inmediatamente, poniendo en el candelero a Stravinski de forma fulgurante… nunca mejor dicho.
Vistos los resultados, Daigilev encargó un nuevo ballet de temática rusa a Stravinski, Petrushka, basado también en otro cuento infantil y estrenado en 1911, que fue otro éxito rotundo, y luego le encargó un tercero, La Consagración de la Primavera, cuyo estreno en mayo de 1913, si habéis leído el artículo que le dediqué hace unas semanas ya sabéis cómo acabó: como el rosario de la aurora. Y ahí se acabó la colaboración de Stravinski con los Ballets Rusos, a lo que seguramente ayudó el hecho de que en agosto de 1914 comenzara la Gran Guerra, la Primera Guerra Mundial, terminando de un plumazo con la Belle Époque parisina y su riquísimo ambiente cultural.
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De este ballet Stravinski extrajo varias Suites musicales para su ejecución en salas de conciertos, suites que duran unos 20 minutos, más o menos, pero, como de costumbre, yo prefiero la obra completa, que es lo que oiremos a continuación.
Bien, vamos ya a disfrutar de El Pájaro de Fuego con la Orquesta Filarmónica de Viena dirigida por Valery Gerguiev, el reputadísimo director de la Orquesta del Teatro Mariinsky de San Petersburgo. La obra dura unos 46 minutos.
He aquí el video donde el siempre histriónico Gerguiev se desmelena (literalmente) para conseguir una grandísima interpretación. Disfrutadlo.
Si queréis leer un breve análisis musical de cada cuadro, podéis hacerlo en esta página del blog de Yolanda Sarmiento, que lo hace muchísimo mejor de lo que yo, humilde ignorante, podría hacer nunca. En cualquier caso sí os recomiendo que no os perdáis de ningún modo el Finale, la música que acompaña la escena final, para mi gusto uno de los finales más bellos jamás compuestos para ninguna obra musical. Comienza en el minuto 42, aproximadamente, con la orquesta en pianissimo hasta que la trompa canta la melodía del Pájaro de Fuego, a la que se va sumando la orquesta hasta llegar al clímax: el príncipe se casa con la princesa y ambos son nombrados zar y zarina. El cuento no explica qué opinaban de esta súbita coronación los anteriores zar y zarina…
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Por si queréis saber cómo se ve esto en un escenario, os enlazo a continuación un video del propio ballet, utilizando la coreografía y el vestuario originales, reconstruidos por la mismísima nieta del coreógrafo original, Michel Fokine. Se trata de la Compañía del Teatro Châtelet de París en un homenaje al Ballet Kirov,[6] con Diana Vishneva en el papel del Pájaro de Fuego, Andrei Yakovlev como Iván y Yana Serebriakova como la Princesa, y bailarines del propio Ballet Kirov, que ha debido de ser refundado hace unos años.
Un ballet, como veréis, muy clásico, muy bello, con su figuras clásicas, sus muy elegantes pas a deux, sus evoluciones en puntas y demás figuras habituales de la danza clásica. Un clamoroso éxito en su estreno ya digo. Y, desde mi peculiar punto de vista, un poquito aburrido… si no fuera por la música, claro, la maravillosa música de Igor Stravinski.
Disfrutad de la vida, mientras podáis. A ser posible, escuchando música.
- Ésta es la historia habitualmente aceptada, pero en realidad no hay evidencia de que Liadov llegara siquiera a aceptar el encargo. [↩]
- No doce, ni catorce, no: trece. Se ve que el ruso autor del cuento no era supersticioso. [↩]
- Se ve que el autor del cuento no había visto en su vida mucho oro junto: una manzana de oro de tamaño normal pesaría alrededor de tres kilos, y no me imagino yo a gráciles princesitas de cuento jugando a lanzarse una a otras manzanas de tres kilos, por muy de oro que fueran… [↩]
- Berceuse, en francés. [↩]
- Bueno, en realidad, Kaschéi el No tan Inmortal. [↩]
- Nombre del Teatro Mariinsky durante la época soviética, ésa durante la cual San Petersburgo se llamaba Leningrado. [↩]
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