NOTA: En esta entrada adoptamos un ligero cambio en la nomenclatura taxonómica de los simios, aceptando la más moderna, aunque más compleja, que presento en el árbol filogenético de unos párrafos más abajo. Lo más esencial es que lo que hasta ahora, y según la más antigua nomenclatura, era llamado homínido, ahora lo llamaremos homininos. Para mayor enredo, la acepción “homínido” se mantiene, aunque cayendo unos escalones en el árbol, ya que ahora con este nombre nos referiremos a los simios africanos junto con los humanos: gorilas, chimpancés, bonobos, formas arcaicas del Homo y especies Homo. Dicho esto, prosigamos con el relato.
Con la última entrada de esta serie sobre la Biografía de la Vida que titulamos como “Los últimos cinco millones de años” vamos a dar por cerrado el estudio de lo que pasó en el árbol filogenético de la Vida ¿Totalmente? No. Nos queda aún mucho que hablar de unas especies muy particulares. A partir de esta entrada y en las dos sucesivas focalizaremos la atención en nuestros más cercanos antepasados hasta llegar a Homo sapiens. Hoy comenzaremos con nuestros primos de la selva.
En este momento de la historia nos encontramos contemplándola desde la distancia, más o menos en un fotograma de hace aproximadamente unos cinco millones de años antes de hoy. Sabemos por la anterior entrada que una amplia zona del este africano se había visto alterada progresivamente en su geología, clima y biotopos a lo largo de los anteriores 20 millones de años. El panorama se había transformado desde unas potentes pluvisilvas tropicales a un tablero de ajedrez en donde, escaqueadas, se disponían manchas de frondosos bosques húmedos pero más secos que las antiguas selvas y grandes extensiones de praderas y arbustos. Todo ello cruzado casi de norte a sur por una meseta en donde se hundía a cuchillo el valle del Rift. Este último era una zona atravesada por ríos caudalosos, con la influencia del calor magmático que trabajaba en su propio proceso de formación, un clima relativamente apacible y muchos ungulados paciendo en la sabana. Una geografía amable para la vida.
Era la geografía en donde tuvieron que pelear por la subsistencia unos animales muy próximos filogenéticamente a nosotros los Homo. Nuestros ancestros.
Los simios habían sido muy abundantes en el vasto territorio del ecuador africano hace unos diez millones de años, cuando aún las húmedas selvas tropicales se extendían con vigor de oeste a este. Este hábitat les proporcionaba todo lo que sus vidas les pedían, básicamente fácil comida y protección, y de ahí el gran éxito del que disfrutaban en aquel momento por las ramas del árbol evolutivo. Los podemos imaginar por las frondas del dosel arbóreo moviéndose braquiando colgados de las ramas por los brazos, comiendo frutos, brotes y hojas. A veces, incluso algún sabroso insecto o gusano.
Poco a poco estos animales habían empezado a declinar, se cree que por los cambios geológicos que modificaron y redujeron sus hábitats, de forma que hace unos 7 millones de años la mayor parte de las especies habían desaparecido. Con el tiempo, empujados por la presión medioambiental, algunos de ellos abandonaron sus ancestrales costumbres arborícolas y bajaron a la sabana en busca de nuevas oportunidades. A aquellos que habitaban al este no les quedó otra alternativa, más allá de las montañas de hasta 5.000 metros, en la extensa cuenca del Rift, sobre una geografía vegetal cada vez más rala y fragmentada, pues los árboles entre los que buscaban su sustento habían prácticamente desaparecido. Estos pioneros empezaron a prosperar casi milagrosamente (aunque la evolución no sabe en realidad de milagros, sino simplemente de formas exitosas) a la vez que decaían sus primos que seguían en las selvas húmedas del oeste, en la cuenca del Congo y en el golfo de Guinea. De estos, los gorilas, bonobos (chimpancé enano) y chimpancés comunes son sus últimos y únicos descendientes.
Hace 8 millones de años se habían desgajado las dos ramas a partir de algún antepasado común de gorilas y chimpancés. Dos millones de años más tarde, unos pocos de los esforzados habitantes de la zona este africana decían adiós a los protochimpancés. Atrás quedaba el ancestro compartido, haciendo posible que una de las dos ramas experimentara uno de los mayores asombros evolutivos: los Homos y sus formas arcaicas.
Tenemos ya a los homininis construyendo sus respectivas ramas en el árbol de la vida. No sabemos mucho de ellos, pero por su proximidad familiar es casi obligatorio conocerlos un poco mejor, por lo que procede hacer ahora un sucinto paréntesis para comentar algunos aspectos de las costumbres de nuestros primos más cercanos, los chimpancés y los bonobos. Con ellos andamos hombro con hombro desde hace muchos millones de años y compartimos con ellos aproximadamente el 96% de nuestro acervo genético.[1]
Ambos son de fisonomía muy parecida, aunque los bonobos son más pequeños, lo cual encaja bien con los análisis genéticos que indican que ambas especies se separaron hace sólo un millón de años. Los bonobos habitan al sur del río Congo, mientras que el chimpancé lo hace en extensos territorios al norte del mismo río. Parece que la divergencia entre ambos fue condicionada por la barrera natural que suponía el río Congo, que imposibilitaba el intercambio sexual entre individuos. Para hacernos una idea de cuan terrible era la barrera que los aislaba, y los sigue aislando, diremos que el Congo actual tiene unos 4.380 kilómetros de longitud y en su curso medio puede alcanzar anchuras de 25 a 30 kilómetros.
Sus costumbres son también ligeramente diferentes. Ambos son tribales, viviendo en clanes de unos cien individuos formados por varios machos, hembras y jóvenes, que de día se dividen en pequeños grupos mientras buscan comida y luego se reúnen por la noche para dormir. Pero así como entre los chimpancés la jerarquía de dominancia es estricta, llegando a relaciones de violencia, entre los bonobos es de amabilidad y cooperación continua sin nada a cambio. A pesar del dimorfismo sexual –diferencia de tamaño macho/hembra- en el bonobo los encuentros agresivos entre géneros son nulos, ya que las hembras son socialmente tan importantes, o quizás más, como los machos. Ningún macho bonobo puede liderar si no es a través de la coalición con una hembra y mantienen una relación de por vida con sus madres y hermanas.
En los chimpancés sus manadas están muy jerarquizadas y los machos están continuamente enzarzados en luchas de poder. Son muy agresivos y celosos de su territorio, y para expandir sus dominios llegan incluso a invadir los territorios de machos rivales, matándolos a todos… a pesar de lo cual suelen sentir simpatía por los perdedores. Por ejemplo, si surge una pelea, casi todos apoyan al más débil, equilibrando de esta manera sus relaciones sociales. Incluso tras atacar a uno más débil en un momento de tensión suele surgir un arrepentimiento, y los mismos que le atacaron empiezan a lamer sus heridas. Los machos permanecen siempre dentro de la misma manada, por lo que les unen relaciones de parentesco muy próximas, lo que suaviza su relación.
Por contra, en ambas especies las hembras jóvenes abandonan la manada de nacimiento para buscar a otro grupo en donde seguir su vida, lo que constituye un sabio resultado de la evolución que preserva la fortaleza genética mediante el entrecruzamiento de individuos de distintos grupos. La entrada de la nueva hembra en un grupo ajeno requiere una serie de hábiles alianzas: la joven debe engatusar a una hembra adulta del grupo donde pretende ser adoptada. Nos resulta cercano, ¿no?
Diríamos a la vista de lo anterior que chimpancés y bonobos son “casi” humanos, compartiendo aspectos psicológicos y de sentimientos que bien podrían ser el yin y yang de la conducta humana: la agresividad frente a la empatía.
Inicialmente, aquellos primeros homininis que bajaron a la sabana debieron continuar lógicamente, y en la medida de lo que el medio ambiente lo posibilitaba, con su vida de costumbres completamente arborícolas: seguirían alimentándose a partir de vegetales, mantendrían un dimorfismo sexual acusado, consecuencia de la necesidad de competir por las hembras, y mantendrían una incipiente relación social con sus iguales. Pero desde los seis-siete millones de años en que se inició la andadura hasta los primeros fósiles conocidos de especies arcaicas del Homo, hay un largo lapso de tiempo, de unos dos millones y medio más, durante los que lógicamente algo tuvo que pasar en el ámbito de la evolución y perfeccionamiento de las habilidades basadas en el bipedismo. Bajar de los árboles para atravesar un retal de sabana en busca del alimento que prometía un mancha de bosque vista en la lejanía, o para beber del río que discurría por campo abierto, fue una aventura que tuvo que seguir un camino dubitativo de pruebas, éxitos y fracasos. Aún faltaba mucho para que aparecieran evidencias de comportamientos propios de una inteligencia más compleja, como fueron la fabricación de útiles de piedra, la caza o la cultura.
Seguramente habría empezado también un incipiente mundo de relaciones sociales, basado en las interrelaciones de una comunidad arborícola, pero modulado por las nuevas necesidades, algo que se iba aproximando a la vida de los actuales chimpancés. Avisar del peligro, comunicar dónde se encuentra alimento en abundancia, una relación familiar más intensa obligada por la necesidad de conseguir alimentos para madres y crías, alimentos cada vez más escasos en sus hábitats dada la dominancia progresiva de la sabana. Y a partir de las relaciones familiares, unas relaciones sociales de grupo que pudieron tener su inicio en la colaboración y defensa mutua. Todo ello de forma muy incipiente, primitiva y lenta. No es difícil imaginar que esto es lo que debió pasar en los ciegos dos millones y medio de años sin fósiles.
¿Cómo continuó el camino? El escenario parece que se ilumina hace unos cuatro millones y medio de años, al poco de producirse el inicio de una época de enfriamiento global. A partir de allí disponemos de información ¿suficiente? como para detectar una senda ramificada de cambios en anatomía, costumbres alimenticias, relaciones sociales y complejidad de inteligencia, que desembocó finalmente en el Homo. Por delante quedaban por conquistar los grandes hitos evolutivos que les facilitarían tal condición: la bipedestación con todos los cambios morfológicos que ello supuso, la habilidad manipuladora de la mano que se comportó como una auténtica pinza de precisión, un aparato masticador modificado en donde los caninos se asemejaron a los incisivos, un índice de encefalización creciente, un largo periodo de maduración infantil que exigiría por tanto un cuidado de los padres más prolongado en el tiempo, la conquista del lenguaje, la conciencia del Yo y, por último, la conquista de la tecnología.
Sabemos de su evolución gracias al análisis tan tecnificado de los pocos restos fósiles de los que disponemos. La morfología de los dientes es un escaparate hacia el tipo de alimentación e incluso hacia el periodo de maduración de las crías. Esto último permite esclarecer la evolución de la forma de la pelvis femenina. La estructura de los huesos es la base para suponer la robustez corporal, ya que son el anclaje de los músculos, así como para determinar el avance en la conquista del bipedismo. Evidentemente, el estudio de los cráneos permite hacer hipótesis comparativas sobre el desarrollo de las habilidades y del lenguaje. El análisis detallado del entorno en donde se van encontrando los fósiles descubre sus costumbres y hábitos sociales, así como el estudio comparativo entre tamaño de huesos homólogos de machos y hembras permite hacer hipótesis sobre la relación social entre ellos y sus crías. El camino seguido por los Homos y sus formas más arcaicas no se conoce con exactitud, pero estamos convencidos de que lo tenemos está bastante bien conjeturado en base a depurados razonamientos científicos. Razonamientos que, precisamente por ser científicos, quedan a la espera de lo que dirán los estudios de los fósiles que están por encontrar en el futuro.
Creo que será útil en este punto el presentar, aunque sea sólo sucintamente, el esquema anterior, que nos da a vista de pájaro una útil reseña sobre los momentos y lugares de la evolución y emigración del género Homo. Es un adelanto de lo que veremos en una posterior entrada, en la que completaremos la información general dada hoy sobre el punto de partida que abrió un nuevo y especial camino en el árbol de las especies. Nos preguntaremos cómo fueron apareciendo progresivamente los eslabones de la familia humana: ¿de qué manera se iban conquistando las destrezas que permitieron nuestro camino evolutivo? ¿Cómo nos extendimos por el planeta?
Pero, como he dicho, de todo ello hablaremos a partir de la siguiente entrada. Hasta entonces.
- Más información en este enlace a una publicación de Nature, septiembre 2005. [↩]
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{ 4 } Comentarios
Gran articulo para una gran serie, sin duda.
Aún no entra en escena “Lucy”? La vi en el Museo de Historia Natural en DC, y me sorprendió que sea tan pequeña. me refiero a que nunca pensé que en esa época eran gigantes, pero parece una niña de 3 años!
Saludos.
Hola Juan Carlos,
¡Qué suerte el poder haber visto con tus propios ojos a nuestra abuela Lucy! Un metro de abuela. Evidentemente que no me voy a olvidar de ella, pero tras la visión general de la entrada 52. Sería casi lo mismo que hablar de América sin comentar algo de Montezuma. Como puedes imaginar al ser una señora australopiteca va a salir pronto a escena. Me adelanto: en la siguiente.
Mis agradecimientos por tus palabras de aplauso a la serie.
La mayoría de los paleontólogos ya no cuentan a Lucy (Australopitecus afarensis) entre nuestros antepasados directos, que serían de una especie parecida pero no la misma. No me preguntes por qué.
El árbol genealógico de la humanidad es más frondoso de lo que antes se pensaba, y cada vez se descubren más ramas y se supone que hay más no conocidas. En el árbol que se publica en esta entrada todavía no se incluyen el Homo floresiensis ni el Homo denisovano (aún sin nombre oficial).
Y por cierto, la nomenclatura de los taxones hominoideos que adopta me parece horrorosa. ¿Diferenciarse por un acento, por dios? Inaceptable, aunque solo sea porque la nomenclatura oficial es en LATÍN, que no tiene tildes. Sería Hominoidea > Hominidae > Homininae > Hominini > Hominina. Un poco mejor, pero aún muy confuso. Los taxónomos necesitan un poco de imaginación.
Hola Epicureo,
agradezco tus comentarios. Siempre son bienvenidos pues me ayudan a aprender. No dejo de ser un aficionado.
Lucy está dentro de los iconos y como tal me llega al alma y la trato con cierta condescendencia y cariño, como a mi abuela. Creo que dentro de los balbuceos que damos en el árbol de nuestros antepasados muchos piensan que los afarensis pudieron ser los antecesores de Paranthropus.
Tienes también mucha razón al decir que el árbol filogenético de los Homo es mucho más intrincado. La verdad es que no tenemos ninguna seguridad de lo que se suele dibujar en cualquier libro de los expertos, por cierto cada maestrillo tiene el suyo. Cada año se profundiza en nuevas investigaciones y las sorpresas son tremendas. En esta entrada he hecho un esbozo general de lo que pudo ser el “ascenso” del simio al hombre. Esbozo general como todos los temas que trato en la serie. En siguientes entradas verás que aporto la idea que tu comentas acerca de lo interrelacionados que pudieron estar todas las especies Homo. Saldrá el Floresiense, el Denisova, el hombre del Ciervo Rojo… y seguro que me dejo alguno en el tintero (lo único que pretendo es dejar la idea general de que convivieron muchas especies Homo a la vez, que realmente se cruzaron unas con otras y que además la historia no está concluida ¡y que con toda seguridad habrá sorpresas!). Dicho esto te pido paciencia si todo te parece un planteamiento demasiado sencillo.
Con respecto a la nomenclatura de la taxonomía de los Hominidae a mi también me parece un galimatías… pero tal como se dice a veces: “Padres tiene la Santa Madre Iglesia”. Si te fijas en el esquema que presento sólo hay una palabra en latín y está en cursivas (y la debí escribir iniciada por mayúscula). El resto está en español y me pareció que para aclarar la pronunciación de cada una de estas palabras era absolutamente imprescindible marcar la sílaba tónica. Es como poner chimpancé en vez de Pan troglodytes. Queda en tu comentario la versión “linneana”.
Vuelvo a repetir que esta serie no pretende ser una publicación de Nature, PNAS o Science, muy lejos de mis posibilidades, pero creo que, dentro de lo que espero sea científicamente correcto, aporta una cierta simplicidad que hace entendible estos temas para la mayoría. De forma que excite su curiosidad y disfruten con sus investigaciones amateurs: estarás conmigo que este mundo es emocionante. Y de verdad que comentarios como los tuyos son los que necesitamos.
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