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El Universo Subprime – El fin… ¿justifica los medios? (y II)




No hay en el mundo fortuna mayor, creo, que la incapacidad de la mente humana para relacionar entre sí todo lo que hay en ella. Vivimos en una isla de plácida ignorancia, rodeados por los negros mares de lo infinito, y no es nuestro destino emprender largos viajes. Las ciencias, que siguen sus caminos propios, no han causado mucho daño hasta ahora; pero algún día la unión de esos disociados conocimientos nos abrirá a la realidad, y a la endeble posición que en ella ocupamos, perspectivas tan terribles que enloqueceremos ante la revelación, o huiremos de esa funesta luz, refugiándonos en la seguridad y la paz de una nueva edad de las tinieblas.

H. P. Lovecraft, La llamada del Cthulhu.

H. P. Lovecraft.

Howard Phillips Lovecraft, padre del terror cósmico materialista. Fuente: Wikipedia.

15 de marzo de 1937, H. P. Lovecraft fallece en un hospital de Providence, la misma ciudad que lo vio nacer. Atrás quedan la soledad, frustración y pobreza que habían caracterizado los últimos años de su vida, por otra parte los más fecundos literariamente hablando. Le sobrevive su obra, una vasta colección de cuentos de terror recuperados por un grupo de sus incondicionales, el Círculo de Lovecraft, que se consagra a su divulgación.

A menudo, los personajes lovecraftianos son seres desgarrados, cautivos de ancestrales maldiciones, o consumidos por la locura tras atisbar la insignificancia del ser humano en la infinitud de un universo dominado por fuerzas tenebrosas que acechan vigilantes desde los intersticios de la realidad, aguardando el tiempo en que han de venir. La perspectiva es tan ineludible y aterradora que más vale cerrar los ojos y olvidar, holgándose en una plácida y confiada ignorancia. La curiosidad, la exploración, la investigación… la ciencia en definitiva, son pecados capitales en la cosmogonía de Lovecraft.

Sin embargo, si algo caracteriza al hombre es precisamente su sed de conocimiento, así que lo siento por los dioses primigenios y sus inevitables designios, pues más tarde o más temprano serán ellos los que queden relegados al olvido. O eso espero (glub, espero que Cthulhu no lea esto).

Muy bien, pero ¿qué tiene que ver esto con la Fed (Reserva Federal) o con el BCE (Banco Central Europeo)? Bueno, lo admito, más bien poco. En todo caso, cogiéndolo con alfileres, podría aventurarse un paralelismo entre la secular aversión de los bancos centrales por la transparencia, por un lado, y el oscurantismo secundado por Lovecraft, por el otro. De hecho, seguramente Lovecraft sería un buen banquero de inversión: las crisis económicas son terribles e inevitables (¿seguro?) y frente a ellas mejor cerrar los ojos (no regular la banca, por ejemplo, tal y como quieren los bancos de inversión de Wall Street para seguir extendiendo sus viscosos tentáculos a través de los resquicios del sistema financiero).

Por fortuna las cosas están cambiando… pero dejemos esta línea de desarrollo para más adelante y recuperemos el hilo de la entrada anterior[1]  que habíamos terminado formulando una incómoda pregunta: ¿algo que objetar a las mentiras piadosas de los banqueros centrales?

Pues sí, creo que sí hay algo que objetar.

Concretamente, que no es tolerable que traten a la ciudadanía como a un rebaño de borregos, algo que posiblemente suscribáis muchos de vosotros. Y es que esta clase de actitudes paternalistas tienden a menospreciar a los grupos de individuos que conforman la sociedad, asumiendo erróneamente que son sujetos ingenuos y pasivos sin capacidad de reacción. Además, los que las practican se arrogan derechos que nadie les ha reconocido explícita o implícitamente, como el de instaurar la mentira como instrumento de trabajo, sin ir más lejos. Y lo siento, pero la coartada de que lo hacen por nuestro bien no sirve: ¿cómo discernir, por ejemplo, una legítima intervención para crear empleo en un entorno recesivo, de otra menos limpia cuyo fin fuese disminuir la deuda pública del Estado mediante un chute excesivo de inflación (que, naturalmente, financiarían los bolsillos de trabajadores y empresas)?  Sí, los bancos centrales son independientes de los gobiernos, pero si no actúan con la debida transparencia, ¿cómo podemos estar seguros de que no se producen compadreos entre ambos? Porque si los hubiera, ¿a cuento de qué la autonomía del uno respecto del otro?

Pero, por fortuna, los ciudadanos son tan inteligentes y capaces como los economistas de los bancos centrales, y además tienen la sana costumbre de asociarse para defender sus intereses. Y precisamente éstas son las claves para entender por qué el grosero ardid de las instituciones monetarias no funcionó.

Porque, en efecto, no funcionó.

Ya hemos mencionado que empresas, sindicatos y consumidores contaban con las mismas armas que los banqueros centrales, así que ¿por qué no usarlas para evaluar si la inflación medida se correspondía con la que los bancos centrales habían avanzado? Dicho y hecho. Naturalmente, constataban que la inflación era mayor que la anunciada, por lo que las empresas procedían a subir un poco más de lo esperado los precios de sus productos y servicios, en tanto que los trabajadores demandaban mayores salarios para compensar el excedente inflacionario. El tiro les había salido por la culata.

Pero la cosa no quedaba ahí: por culpa de su poco edificante conducta se habían dado varios pasos atrás en lo que a credibilidad y confianza se refería. La desvinculación del poder ejecutivo por parte de los bancos centrales había propiciado que los agentes sociales confiaran en una política monetaria libre de caprichos políticos, lo que conducía a comportamientos sociales más predecibles en respuesta a los estímulos económicos y, en consecuencia, a una mayor estabilidad. Sin embargo, hete aquí que pillan en falso al banco central, y entonces la percepción de la sociedad cambia: los datos que adelantan los bancos centrales son una trampa, hay que esperar más inflación de la que anuncian. Vale, pero ¿cuánta más? Eso sólo los banqueros centrales lo sabían, y no lo iban a contar, así que no quedaba más remedio que tirar por lo alto, y además, dado que al principio no se disponían de datos históricos sobre diferenciales respecto a la inflación, a ojo de buen cubero. Bye, bye, estabilidad.

Resultado: ¡inflación y más inflación! Y si bien la inflación moderada puede ser beneficiosa para la economía, su exceso es nefasto. Tanto el banco central como las empresas entraban en una espiral de violencia en la que las decisiones de unos afectaban a las de los otros. El banco central decidía hacer público un determinado nivel de inflación (falso, por supuesto), guardando en secreto su verdadero objetivo, que obviamente era mayor que el públicado. Las empresas, que no confiaban en el banco central, se prevenían subiendo los precios por encima del valor de inflación anunciado, lo que obligaba al banco central a incrementar su objetivo real de inflación más de lo inicialmente calculado. Las empresas, en cuanto detectaban el aumento, volvían a subir los precios, y otra vez vuelta a empezar… Huelga decir que no hay camino más directo hacia la hiperinflación (y sus desastrosas consecuencias) que éste, así que, tras varias vueltas y revueltas, el banco central se quedaba sin margen para intervenir.

Es extraño que los bancos centrales incurriesen en estas prácticas sin prever las consecuencias, aunque quizás pueda entenderse mejor si consideramos que, en cierto sentido, luchaban por su propia supervivencia. Su esencia y razón de ser consiste en intervenir en la economía para estabilizarla y contener sus extravíos, pero si quedase demostrado que su actuación es inviable en virtud de las expectativas racionales, ¿cuál es el sentido de su existencia? Siempre he pensado (aunque es simplemente una opinión y seguramente equivocada) que, en el fondo, su predisposición por el secreto y la mentira obedecía simple y llanamente un desesperado intento por subsistir[1].

El caso es que, cuando más atascada parecía la situación, los economistas norteamericanos Robert J. Barro y David B. Gordon elaboraron su propio modelo de incoherencia dinámica y encontraron la salida al laberinto de incertidumbres que ataba de pies y manos a las instituciones monetarias. El modelo Barro-Gordon[2] demostraba que en un contexto de información asimétrica (es decir, el banco central conoce sus propias intenciones respecto a la inflación y los tipos de interés, pero los agentes sociales no conocen las intenciones del banco central), en el que el banco central intenta engañar a los agentes sociales con un falso objetivo de inflación pero estos saben que el banco central intenta engañarlos, la mejor opción de entre las posibles es mantener el objetivo de inflación anunciado. En otras palabras: lo mejor para la economía es no tratar de engañar al público, sino comunicar un objetivo de inflación y comprometerse con él. De hecho, a raíz de la publicación del modelo se propuso que este objetivo fuera fijado por ley para que los bancos centrales no sucumbieran a la tentación de saltárselo.

Sede de la Reserva Federal

Sede de la Reserva Federal en Washintong D.C. Fuente: Wikipedia.

El modelo Barro-Gordon supuso un punto de inflexión en el modo de entender la transparencia de los bancos centrales y marcó el camino a seguir para sus políticas de comunicación. Como ya dijimos en el artículo anterior, muchos países han hecho suya la recomendación de fijar una meta de inflación[3]. De hecho, el objeto primordial de sus bancos centrales es mantener a medio plazo una inflación igual o inferior a la fijada, lo cual implica la asunción de un serio compromiso con los agentes sociales, que en teoría pueden definitivamente confiar en la honestidad de las autoridades monetarias. No obstante, llama la atención el caso de la Fed, que oficialmente no tiene reconocido ningún objetivo de inflación, lo que significa que podría usar el recurso del engaño (y de hecho es más que probable que lo haya hecho) para estimular su economía sin que tal acción suponga la violación de ninguna ley. Esto se debe a que para los EE.UU. es tan importante vigilar la inflación como fomentar el crecimiento económico (para Europa, por el contrario, el control de la inflación está claramente por encima del crecimiento), por lo que la Fed disfruta, dentro de ciertos imprecisos límites, de mano ancha para jugar con la inflación si con ello logra mantener el PIB a toda máquina[4].

Sea como fuere, ésta ha sido la procelosa singladura que nos ha conducido hasta la situación actual. En general, desde que el RBNZ (Reserve Bank of New Zealand) adoptara en 1990 una meta concreta y pública de inflación, y con la notoria excepción de la Fed, muchos otros (incluido el BCE) se le unieron. Y todos ellos, incluso la Fed, han acabado recurriendo al uso de señales cualitativas directas[5] para comunicar sus intenciones de cambiar los tipos de interés. Y a juzgar por el éxito cosechado (precisamente a partir de la década de los noventa del pasado siglo) en materia de estabilidad de precios, parece que por fin han acertado.

Se había producido un cambio de paradigma fundamental en el uso de las políticas monetarias: no se trataba de valerse del secreto o del engaño para sacarnos pronta y atropelladamente de las crisis que periódicamente asolaban la economía, sino de evitar que cayésemos en ellas mediante el ejercicio de la transparencia, el impulso de la confianza y el cultivo de la credibilidad. Así, el punto de de vista que prevalece hoy en día es que la política monetaria es más efectiva si es predecible, y su más importante función es la de guiar las expectativas domésticas y empresariales de modo que se acomoden de forma natural al desarrollo futuro de los tipos de interés, inflación y actividad económica proyectados por los bancos centrales. Es lógico, si las autoridades monetarias fijan metas claras y públicas para sus políticas, si comunican con anticipación las medidas que adoptarán para cumplirlas, y, sobre todo, si persisten en esta actitud ejemplar a lo largo del tiempo, ¿por qué habrían los agentes sociales de boicotearlas? Carecería de sentido: la estabilidad con estabilidad se paga. La economía es más estable porque las expectativas racionales de los ciudadanos y empresas acaban coincidiendo con las de las instituciones monetarias. Los bancos centrales se reconcilian así consigo mismos y vuelven a encontrar su lugar en el mundo.

Éste es el statu quo que se ha alcanzado, frente al cual es lícito cuestionarse: ¿Es suficiente? ¿Basta con que los bancos centrales se atengan a determinadas metas de inflación o podría hacerse algo más? Porque de lo discutido hasta ahora parece desprenderse un mensaje muy claro: la transparencia es buena para la economía por cuanto empareja las expectativas de los agentes sociales con las de los bancos centrales y hace que todos empujen en la misma dirección. Así que ¿no sería beneficioso apostar aún más por la transparencia? La respuesta es, en mi humildísima opinión, un rotundo sí.

De acuerdo, las autoridades monetarias se someten a metas concretas de inflación (obviando por el momento el caso de la Fed, que no es poco) e incluso publican estimaciones de crecimiento y desempleo, pero queda todavía un oscuro rincón sobre el que se resisten a arrojar luz: los tipos de interés. Vale, es cierto que los banqueros centrales usan metáforas para avanzar sus intenciones respecto a los tipos, y que además los cambios en los mismos pueden inferirse conociendo su valor actual y la inflación objetivo, pero precisamente por eso, y teniendo en cuenta los buenos resultados que la transparencia ha cosechado en el caso de la inflación, ¿por qué no terminar de institucionalizarla de una vez y decir a las claras cuándo y en qué cuantía se van a modificar los tipos de interés? Ciertamente cabe deducir, a partir de la Regla de Taylor, cómo deberían variar los tipos de interés para lograr la inflación objetivo, pero no así el ritmo (¿una subida del 0,5%, o dos sucesivas del 0,25%?), ni el tiempo (¿este mes, o el que viene?) convenientes para hacerlo, decisiones éstas que siguen siendo patrimonio exclusivo (y secreto) de los bancos centrales. Por tanto, ¿no ayudaría la publicación de estos datos a alinear aún mejor las expectativas del público con las de los bancos centrales y, en consecuencia, a estabilizar la economía tanto como es posible imaginar?

Pues parece que los banqueros centrales no lo tienen muy claro. De hecho, Trichet ya ha manifestado que el BCE no hará uso de señales cuantitativas directas, esto es, no publicará pronósticos sobre sus tipos de interés[6], sino que en su lugar seguirá empleando las señales cualitativas directas a las que nos tiene acostumbrados (“la política es acomodaticia”, “los tipos están por debajo de su nivel neutral” y demás expresiones más o menos vagas). Ni que decir tiene que la Fed, que ni siquiera tiene definida una meta concreta de inflación, tampoco lo hará.

Vale… pero ¿por qué?

Bueno, en el caso del BCE parecen estar muy satisfechos con su estrategia de comunicación, especialmente porque dicen que ha funcionado durante los momentos más tensos de la Crisis Subprime[7], y como ya se sabe, aunque sea mejorable, si funciona no lo toques. En fin, ejercicios de autocomplacencia al margen, son tres los principales argumentos que los escépticos emplean para posicionarse en contra de un incremento de la transparencia. Por un lado, que realmente los banqueros centrales, dada la incertidumbre que caracteriza a los mercados financieros, no saben tanto como quisieran y que, por consiguiente, no tienen en realidad mucha información que adelantar. Por otro, que las decisiones en un banco central se toman por consenso de su órgano rector, y no es nada trivial acordar el ritmo y el tiempo para variar los tipos, sobre todo si tienen que arrostrar la presión de un público informado. Y por último, y más importante, porque ciudadanos y empresas podrían tomar las proyecciones de tipos de interés publicadas no como un pronóstico, sino como una garantía de que finalmente el banco central actuará así, lo que quizás no ocurriera si tuviera lugar un acontecimiento inesperado que obligara a modificar su criterio. En tal caso los mercados quizás no entendieran esta aparente falta de palabra del banco central, y sobrerreaccionaran retirándole su confianza y magnificando la gravedad del suceso (bienvenida otra vez, inestabilidad).

Lo cierto es que las dos primeras razones no parecen ser muy sólidas. Para empezar, la pertinencia de comunicar una información no depende de si ésta es mucha o poca, sino de su relevancia. Y en cuanto al proceso de toma de decisiones, los órganos rectores de los bancos centrales deberían ser lo suficientemente profesionales, rigurosos y solventes como para no temer las críticas del público. Si estas decisiones se toman en base a criterios técnicos y no para contentar a ningún sector en particular, su justificación estaría fundamentada y, por tanto, también su defensa frente a cualquier censura o reproche por parte del mercado, algo que debiera plantearse como un reto para hacer un mejor trabajo en vez de cómo un problema.

Sin embargo, el último argumento reviste mayor peso y complejidad. El modelo de Morris y Shin[8], economistas de la Universidad de Yale y de la Escuela de Economía de Londres respectivamente, parece apoyarlo, destacando que un conocimiento preciso por parte del público de la información que obra en poder de los bancos centrales podría reducir el bienestar social. En la misma línea, Frederic S. Mishkin sostiene que la transparencia debe servir para simplificar la comunicación con el público y para generar confianza en los bancos centrales, pero que, paradójicamente, demasiada transparencia no ayuda a cumplir estos objetivos por cuanto puede crear confusión y ser malinterpretada por sectores no expertos del mercado[9].

Sin embargo, no todos los economistas están de acuerdo con esta línea de pensamiento. Lars Svensson, del Riskbank de Suecia, cree que sólo ciertos escenarios del modelo de Morris y Shin podrían ocasionar alguna clase de perjuicio a la economía, siendo en general positivo un incremento de la transparencia[10]. Por su parte, Rudebush y Williams[11], del Banco de Reserva Federal de San Francisco, concluyen que la publicación de pronósticos sobre tipos de interés ayudaría a alinear mejor las expectativas del público con los deseos de los bancos centrales, de modo que estos podrían alcanzar más fácilmente sus objetivos.

Como se ve, hay controversia en lo que concierne a dar la última vuelta de tuerca para reforzar la transparencia. El debate resulta familiar: recuerda a los primeros tiempos de las expectativas racionales, en los que la cuestión de la transparencia era tabú. Personalmente pienso, aunque yo no soy nadie al lado de todos estos eminentes economistas, que las conclusiones del estudio de Rudebush y Williams guardan una fuerte coherencia con los resultados empíricos contrastados tras la adopción de metas de inflación. Si en ese caso la transparencia alineó a agentes sociales e instituciones monetarias, ¿por qué no habría de ocurrir lo mismo con las proyecciones de tipos de interés? Parece razonable, pero de momento, a falta de modelos teóricos que decanten claramente la balanza en un sentido u otro, y dado que el statu quo que impera en materia de comunicación parece funcionar con cierta suficiencia, entre los grandes bancos centrales reina la prudencia.

Para seguir avanzando sería de gran ayuda realizar una experiencia que despejase todas las dudas, pero dado el tradicional conservadurismo de los bancos centrales… ¿quién se atreve? Desde luego no cabe esperarlo de la Fed ni del BCE, pero ¿hay algún otro con las ideas claras y el coraje necesario como para apostar por la transparencia?

Lo hay. O mejor dicho, los hay.

Proyección de tipos de interés del BRNZ.

Figura 1. Proyección de tipos de interés del RBNZ. Fuente: Publication of its own policy rate path boosts the effectiveness of central bank monetary policy.

Como no podía ser de otra manera, el RBNZ, primera institución monetaria en someterse a una meta de inflación, fue también pionero en la publicación de sus propios pronósticos de tipos de interés. Y empezó a hacerlo nada menos que en 1997, cuando ¡ni siquiera existían modelos (aparte de los que internamente manejara el propio banco central neozelandés) que avalaran su decisión! Pienso que no puede haber un ejercicio de honestidad y compromiso con la trasparencia más fuerte que éste, e incluso añadiría, aunque es simplemente una opinión, que el solo hecho de tomar una determinación tan valiente y decidida es suficiente para que el país entero cierre filas (hablando en términos de confianza) en torno a su banco central.

Puede que debido a ello su experiencia haya sido tan positiva[12], quitando la razón a los que consideraban que el mercado no es suficientemente maduro como para entender que los pronósticos de tipos de interés no son certezas. En el caso neozelandés al menos, el mercado lo ha comprendido perfectamente. De hecho, el RBNZ publica gráficos que comparan su último pronóstico con el anterior, incorporando los nuevos datos económicos que se presentan y que, en ocasiones, obligan a modificar su previsión y, ¿por qué no?, a reconocer sus propios errores. La figura 1 muestra una de las proyecciones de tipos de interés del RBNZ en el que se pueden apreciar la curva de partida y la actualizada con nuevos datos. Los agentes sociales pueden así comprobar hasta qué punto difiere un pronóstico del anterior e incorporar la nueva previsión a sus cálculos de precios y salarios. Porque eso es justo lo que hacen, ni más ni menos. Ni retiran su confianza a las primeras de cambio ni cunde el pánico porque su banco central se vea obligado a cambiar las estimaciones de tipos de interés[13].

El RBNZ no camina solo. Desde 2005 el Banco de Noruega también publica periódicamente sus proyecciones para los tipos de interés e incluso llega un poco más lejos: incorpora una estimación de confianza sobre sus propias previsiones de modo que cualquiera pueda conocer la fiabilidad atribuíble a las mismas. La figura 2 muestra una proyección sobre tipos del Banco de Noruega.

Proyección de tipos de interés del Banco de Noruega.

Figura 2. Proyección de tipos de interés del Banco de Noruega. Fuente: Publication of its own policy rate path boosts the effectiveness of central bank monetary policy.

Por su parte, el Riskbank de Suecia comenzó a publicar sus propios pronósticos a partir de 2007. Curiosamente Mishkin, que anteriormente se oponía de forma tajante a la publicación de este tipo de proyecciones, aconsejó al banco central sueco que publicase un gráfico de probabilidades similar a los usados por el Banco de Noruega, pero en el que no apareciese la curva que con mayor probabilidad seguirían los tipos de interés[14]. Aunque todavía con cierto recelo, el hecho de que economistas de la talla de Frederic S. Mishkin reculen respecto de sus posiciones de partida supone ya de por sí un notable aval en favor de la doctrina de incrementar la transparencia.

Pero lo más importante es que, merced a estas tres experiencias, existe evidencia empírica de que la publicación de proyecciones de tipos de interés mejora el clima económico. Y aun si no hubiera consenso para afirmarlo de forma tan categórica, lo que parece estar fuera de toda duda es que la situación no empeora en absoluto. ¿Qué impide, pues, que la iniciativa sea secundada por otros bancos centrales?

(… Aquí una incómoda pausa…)

¿Quién sabe? Las cosas de palacio van despacio. Quizás los grandes bancos centrales necesiten evaluar durante un período mayor de tiempo el rodaje de estas iniciativas en pieles ajenas antes de plantearse cambios de calado en sus políticas. Tal vez se encuentren cómodos con sus probadas políticas de comunicación y consideren que el equilibrio actual entre transparencia y resultados es lo suficientemente aceptable como para no incurrir en riesgos innecesarios. O puede que piensen que las economías neozelandesa, noruega y sueca no tienen la suficiente entidad como para que sus experiencias sean extrapolables a la Fed o al BCE. En cualquier caso, ¿por qué escamotear una información que en el peor de los casos es inocua y en el mejor favorece los intereses de las autoridades monetarias y satisface las pretensiones de entender y cooperar de ciudadanos y empresas?

Nueva Zelanda, Noruega y Suecia han mostrado el camino. Los demás harían bien en seguirlo.

[Este artículo forma parte de la serie El Universo Subprime, si te ha gustado puedes seguir leyendo el siguiente pinchando aquí.]


NOTAS

[1] Poco después de su primera elección en 1980, Ronald Reagan espetó al por entonces Presidente de la Fed, Paul Volcker: “Tengo curiosidad. La gente me pregunta para qué necesitamos una Fed”. El motivo de tan capciosa cuestión era la frustración de la ciudadanía norteamericana por el alto coste de desempleo que las políticas monetarias de la Fed, centradas en acabar con la inflación (a costa de más desempleo) estaban causando. La anécdota se cuenta en el artículo ¿Para qué necesitamos a la Reserva Federal?, publicado en El Economista el 1 de marzo de 2008.

[2] Los que sientan curiosidad por profundizar en el Modelo Barro-Gordon, pueden leer el texto Teoría Económica IV, primavera 2002: Macroeconomía monetaria e internacional, de James S. Costain. Referencia por cortesía de Kartoffel.

[3] Para profundizar en el concepto de meta de inflación hay libros muy interesantes sobre el tema, como Inflation Targeting: Lessons from the international experience, de varios autores, entre ellos el propio Ben Bernanke. A modo de curiosidad, debido a la Crisis Subprime, en la actualidad hay un debate abierto acerca de la necesidad de revisar las políticas de metas de inflación. Para más información leer los artículos ¡Inflación a la vista! y La política monetaria del futuro, publicados en El País el 13 de septiembre y el 1 de noviembre de 2009 respectivamente.

[4] Pese a ello, Bernanke es partidario de imponer una meta de inflación para la Fed, según defendía en sus artículos de 2003 Inflation targeting: prospects and problems y A perspective on inflation targeting. Más recientemente Reuters afirmaba en su artículo Fed taking step toward inflation target que la Fed está dando pasos para implantar un objetivo de inflación. En la actualidad, la Fed actúa como si su objetivo de inflación oscilase en una banda de entre el 2% y el 3%.

[5] En el documento Publishing central bank interest rate forecasts, publicado el 25 de enero de 2008 por el Banco de Reserva Federal de San Francisco, se discuten los diferentes tipos de políticas de comunicación que pueden seguir los bancos centrales, poniendo el énfasis en los pros y contras de publicar proyecciones de tipos de interés. Seguimos aquí la misma nomenclatura que se usa en este documento para nombrar las diversas políticas de comunicación, que son, a saber:

  • No proporcionar información alguna.
  • Señales indirectas. La más típica es la balanza de riesgos, que puede estar en equilibrio (no son esperables cambios en los tipos de interés), inclinada por las presiones inflacionistas (cabrían esperar subidas de tipos para contener la inflación) o por la debilidad económica (posiblemente se bajen los tipos).
  • Señales directas cualitativas. Son las que la Fed o el BCE emplean actualmente haciendo uso de expresiones algo más explícitas para los economistas: “política monetaria en el lado acomodaticio”, “tipos por debajo de su nivel neutral”, etc.
  • Señales directas cuantitativas. Publicación de una estimación de las variaciones de tipos de interés esperadas por el banco central.

[6] Según puede leerse en la página 12 de Revealing the secrets of the temple: the value of publishing central bank interest rate projections, de Glenn D. Rudebush y John C. Williams, del Banco de Reserva Federal de San Francisco. Para mayor información sobre señales cuantitativas directas ver nota 5.

[7] Esto es lo que se desprende del artículo Política de comunicación de los bancos centrales en épocas de elevada incertidumbre, disponible en el sitio web del Banco de España.

[8] Para un descripción detallada del modelo leer el documento original de Morris y Shin: Communication and monetary policy.

[9] Esta es la conclusión a la que llega en su artículo Can central bank transparency go too far?

[10] En su artículo Social value of public information: Morris and Shin (2002) is actually pro-transparency, not con, Svensson parte del modelo elaborado por Morris y Shin pero llega a conslusiones completamente opuestas a la de sus autores. El enfrentamiento entre Svensson por un lado y Morris y Shin por otro ha sido muy interesante, contraatacando estos últimos al estudio de Svensson con la publicación del artículo Response to “Social value of public information: Morris and Shin (2002) is actually pro-transparency, not con”.

[11] Revealing the secrets of the temple: the value of publishing central bank interest rate projectios.

[12] Las experiencias del RBNZ, el Banco de Noruega y el Riskbank de Suecia se analizan en el documento Publication of its own policy rate path boosts the effectiveness of central bank monetary policy, de Thorvardur Tjörvi Ólafsson, del Banco Central de Islandia.

[13] Según dice Allan Bollard, Gobernador del RBNZ, “… los agentes económicos pueden aprender a anticiparse a nuestra política de tipos… los precios de mercado se ajustan automáticamente conforme llega nueva información relevante sobre presiones de inflación.” Pueden leerse estas palabras en su artículo Inflation Targeting: The New Zealand experience and some lessons, accesible en el sitio web del RBNZ. Otros documentos de interés editados por el RBNZ son Publications of Projections, en el que explican sus motivaciones para publicar proyecciones de tipos de interés, y Comparison of interest rate forecast errors: Reserve Bank, NZIER and the National Bank of New Zealand, ¡en el que analizan los errores que han cometido en sus pronósticos! ¿Pasa algo? A eso le llamo yo naturalidad.

[14] Esta información puede leerse en el documento Publication of its own policy rate path boosts the effectiveness of central bank monetary policy.

  1. En este punto, si no has leído el artículo anterior, quizá sea el momento en que te detengas un momento para leerlo []

Sobre el autor:

Mazinger (Mazinger )

Mazinger es una especie de cuadradote cabreado (véase foto al lado) que ha encontrado en El Cedazo una magnífica excusa para dar rienda suelta a su vena literaria. El tema es lo de menos con tal de entretenerse y aprender algo nuevo por el camino.
 

{ 13 } Comentarios

  1. Gravatar Pedro | 08/02/2010 at 04:45 | Permalink

    FED + BCE + Cthulhu = WIN :)

  2. Gravatar Macluskey | 08/02/2010 at 05:31 | Permalink

    Extraordinario colofón a un extraordinario artículo. Sólo que me parece que Nueva Zelanda está muuuuy lejos de aquí…

  3. Gravatar Kartoffel | 08/02/2010 at 09:13 | Permalink

    Me sumo a los aplausos: correcto, informativo y muy bien documentado, como se puede juzgar por las referencias. Yo ni siquiera conocía muchos de los hechos y tesis expuestas, como las estimaciones del RBNZ. De modo que nada que añadir :-D

    @Macluskey: bien visto, bien visto :-)

  4. Gravatar Brigo | 08/02/2010 at 11:33 | Permalink

    Al final de la nota 4 s/bande/banda ,creo. Si me he leído hasta las notas! :-D es que me ha gutado mucho :-)

  5. Gravatar J | 09/02/2010 at 08:53 | Permalink

    Vamos a poner un comentario para que Mazinguer no se crea que es que no nos interesa. Nos interesa. El problema es que mucha gente ve esas cosas como abstractas elucubraciones de sabios, sin saber en qué afectan a su economía doméstica, sus puestos de trabajo, su hipoteca,…

    Y en cierto modo, solo en cierto modo, tienen algo de razón. Dices que esas expectativas son utilizadas por las empresas para esto y lo otro pero, ¿tú te imaginas al panadero de mi barrio pensando en la previsión del BCE cuando decide si añadir un horno a su panadería para aumentar su producción? No olvidemos que la mayor parte del tejido industrial en este país son PYMES. Yo creo que el panadero lo hace pensando más en las noticias que ve en la tele (“con la crisis que tenemos ahora no es momento de invertir”, dice nuestro afable panadero).

    Y en ese contexto, creo que la prensa abusa de su llamado “cuarto poder” en su propio beneficio, sin entender aún su responsabilidad como formadores de opinión. Se les llena la boca hablando de “libertad de prensa”, “somos el cuarto poder”, “no podemos permitir que el periodismo esté en manos de blogers sin formación”,… cuando luego muchos de ellos son incapaces de entender las más sencillas noticias económicas (confundiendo la media con un valor igual para todos) o peor aún, las malinterpretan deliberadamente en función de sus propios intereses.

    No hace falta formación matemática avanzada, entender los espacios de Hilbert u operarar con matrices de infinitos términos en infinitas dimensiones para ver que la ciudad con más homicidios de España es Madrid, independientemente de que el alcalde sea Gallardón o Tierno Galván… simplemente porque tiene más habitantes. Solo hace falta ver que el número absoluto no dice nada, hay que mirar el número de homicidios por cada 1000 habitanes.

    Recomiendo “Malaprensa” (http://www.malaprensa.com/), donde se analizan en clave matemática muchas noticias de actualidad. La ganadora de este año contiene un error matemático de bulto que además sospecho que no es inocente.

  6. Gravatar Macluskey | 09/02/2010 at 10:28 | Permalink

    Brigo: Arreglado lo de la “bande”… se me escapó en la revisión. Ahh, las erratas, las dichosas erratas…

    Gracias por advertirlo

  7. Gravatar Mazinger | 09/02/2010 at 05:25 | Permalink

    @Pedro

    Sin lugar a dudas “la banca siempre gana”. :-(

    @Macluskey

    Gracias camarada, sin tus sabios consejos y correcciones no habría quedado igual (sepan todos los demás que al principio los dos partes de “El fin… ¿justifica los medios?” eran un solo artículo, lo que lo convertía en un ladrillo a todas luces indigerible).

    Y sí, Nueva Zelanda queda muuuuy lejos… concretamente en las antípodas, según me enseñaron en el colegio. Además me temo que no sólo en las antípodas geográficas…

    @Kartoffel

    ¿Que he escrito sobre hechos y tesis que no conocías? ¡Venga ya! Pero si eres una enciclopedia económica… Seguro que te estás quedando conmigo. ;-)

    @Daryl

    Sí, sí… ya sé que no has puesto ningún comentario, pero hace dos artículos te emplacé a éste porque pensaba tratar el tema del BCE y la Unión Europea. Como ves no ha sido así, y me temo que aún faltan unos cuantos para llegar a eso. Según se están desarrollando los acontecimientos me veo obligado a posponerlo sine die. No obstante prometo no olvidarlo.

  8. Gravatar Mazinger | 09/02/2010 at 06:34 | Permalink

    @J

    “… abstractas elucubraciones de sabios…”

    Espero que con lo de “sabios” no te estarás refiriendo a los economistas…, porque no lo merecen. ;-)

    “¿tú te imaginas al panadero de mi barrio pensando en la previsión del BCE cuando decide si añadir un horno a su panadería para aumentar su producción?”

    No, pero porque no puede. ¿Y por qué? Porque el BCE no publica proyecciones de tipos de interés a tres años vista. Si yo fuera panadero y tuviera que pedir un préstamo para comprar un horno o un local, me interesaría saber si en el futuro se encarecerán las cuotas que pago, lo cual es más fácil si conozco de antemano lo evolución de tipos.

    Pero para eso no hace falta tener una PYME. Cualquier currito que tenga una hipoteca podría estimar más o menos cuánto tendría que pagar de aquí a dos años y planificar mejor la amortización de su hipoteca. Si sabe que van a subir los tipos podría, por ejemplo, hacer una amortización anticipada de una parte del mismo y ahorrarse así intereses. Si van a bajar podría decidir destinar sus ahorros a otros menesteres a sabiendas de que la cuota de la hipoteca se mantendrá o incluso se reducirá en el futuro.

    Pero claro, vaya usted a decirle a Trichet que podrías planificar mejor tus gastos si se dignara a informarte con anticipación suficiente sobre sus jueguecitos con los tipos, y que en Nueva Zelanda lo hacen y les va bien. Igual te responde lo que decía Mac: “Nueva Zelanda queda muuuuuy lejos”. ;-)

    Y en parte por eso la prensa tiene tanta cancha libre para formar opinión. Si el BCE anticipase los tipos esperados de los próximos tres años no tendrían tanta estadística que retorcer para aprovechar la incertidumbre de la ciudadanía. Seguro que nos ahorrábamos titulares como el que dices de malaprensa (por cierto, muy buena la noticia ganadora. Yo hubiera optado por “Las familias sin ingresos tendrán que pedir o robar 800 euros para pagar la subida fiscal”). :-)

    Porque por otro lado, es una verdad como un templo lo que dices. En economía las matemáticas que se usan son bastante sencillas. Un poco de álgebra y, a lo más, un pelín de análisis matemático. De hecho, el artículo que referencio sobre el modelo de Barro-Gordon puede entenderse con matemáticas de bachillerato (al menos del bachillerato que yo estudiaba allá por el final de los 80).

    Lo triste del asunto es que por falta de transparencia tengamos que soportar mayor incertidumbre de la necesaria. Seguro que a todos nos sería más fácil entender a los economistas si el palabro “acomodaticio” fuese sustituido por un pronóstico de tipos como es debido. En fin, tiempo al tiempo.

  9. Gravatar Macluskey | 09/02/2010 at 08:17 | Permalink

    Mazinger: ¿Tiempo al tiempo??? Me temo que no.

    Yo ya no sé si los bancos centrales tienen vocación de “Bancos” o de “Centrales”. Y cada vez me parece más que piensan como Bancos, sobre todo, no como Centrales. Los jueguecitos con los tipos de interés del super-festejado y alabado Alan Greenspan nos han metido de cabeza en el follón-sin-límites que padecemos cada día. Y no creo que esos jueguecitos hayan sido para ayudar a la ciudadanía: durante la Greenspaniana etapa en la Fed, los Bancos norteamericanos han generado unos beneficios astronómicos… literalmente astronómicos.

    Y esos beneficios astronómicos representan bonos astronómicos para los banqueros. Que, que yo sepa, no han devuelto. Ni un dólar, ni un euro. Y no sólo eso, los han seguido cobrando a pesar de irse a la quiebra. Y ya vemos que los cabreos del “Hombre más poderoso de la Tierra y parte del extranjero“, Mr. Obama, con los bonos de los banqueros, no le van a servir de nada. Van a seguir cobrando salvajadas, devolverán la pasta que les han dejado a base de esquilmar al resto de la Humanidad, y aquí paz y después gloria.

    A ver si va a ser que “El Hombre más poderoso de la Tierra” no es uno sino varios, y se lo llevan crudo a Suiza y Liechtenstein a costa de la miseria de miles de millones…

    Mmm, no, seguro que no… Es que soy un malpensado… ¿verdad?? ¿O no? Mmmm

  10. Gravatar Naeros | 10/02/2010 at 09:47 | Permalink

    Mac, en cuanto a lo de “el hombre más poderoso de la tierra” yo he leído ya en varios sitios que los poderes del presidente de los EEUU, vistos de forma relativa, son menores que los de Zapatero, por ejemplo. Claro que de manera absoluta sus decisiones movilizan un país del tamaño de Europa. Pero en verdad está muy atado de manos para bastantes cosas por un sistema político que necesita algún que otro apaño (sobre todo el senado por lo que yo sé: http://krugman.blogs.nytimes.com/2010/02/05/the-senate-becomes-a-polish-joke/ ). Respecto a Alan Greenspan, estoy de acuerdo en que ahí hay algo bastante feo, pero yo creo que para la crisis tuvo más que ver la desregulación de los mercados que los tipos de interés.

    Mazinger, desde un punto de vista matemático los modelos no son complejos porque no suelen llevar integrales triples, pero conceptualmente pueden ser bastante complicados y el número de variables muy grande, si no me equivoco. Yo creo que hay de todo entre los economistas, el problema es que la pela afecta al día a día y eso hace que la política permee la economía. Al fin y al cabo la tarea del gobierno es básicamente decidir dónde se gasta el dinero, ¿no?

  11. Gravatar Mazinger | 10/02/2010 at 12:20 | Permalink

    @Mac, @Naeros

    Bueno, la esperanza es lo último que se pierde. Quien sabe, el futuro es muy largo… ;-)

    Pero también dice el refrán: “piensa mal y acertarás”. Y “piensa mal” quien “juzga como malo” un “hecho bueno”, pero no quien “pensando bien” “juzga como malo” un “hecho malo”. Y este último es tu caso, creo. Así que no, no eres mal pensado.

    Hay muchas teorías de la conspiración respecto a los bancos centrales pero lo difícil es probarlas. Ciertas o no, si proliferan estas teorías no es, creo, por ganas de conspirar, sino porque frente al secretismo y la falta de transparencia es natural preguntarse: ¿Por qué?. Vamos, que lo ponen a huevo.

    Y me temo que el “hombre más poderoso de la tierra”, como apunta Naeros, poco puede hacer frente a los “órganos colegiados más poderosos de la tierra” (el Congreso y el Senado de los EE.UU.) si el lobby de banqueros de Wall Street está debida y profusamente representado en ellos. Aún así algo está cambiando, o eso se desprende de la determinación de Paul Volcker.

    El problema es que cualquier modificación de las reglas de juego en la banca de inversión debe abordarse desde una perspectiva global. De poco servirá que en EE.UU. se limite la actividad de los bancos si desde sus sucursales en otros países pueden seguir haciendo las mismas barrabasadas. Veremos.

    Antes de la Crisis Subprime, Greenspan (y también Bernanke, por cierto) defendía que la Fed “no debía” poner en duda el valor de los activos, ya que nadie como el sacrosanto mercado (que todo lo sabe, alabado sea su nombre) para ponerles precio. Todo lo más, en caso de “euforia irracional” y caída posterior, debía limitarse a estimular la economía. Hablando en plata, no es misión de la Fed contener las burbujas, sino arreglar el desaguisado provocado por su explosión hinchando otra (que es lo que pasó tras la crisis de las puntocom).

    Incluso ahora no dan su brazo a torcer. Bernanke echa balones fuera respecto a las responsabilidades de la Fed defendiendo exactamente la misma tesis. Como dice Naeros, la raíz del problema es la desregulación bancaria, pero no cabe duda de que los tipos bajos durante años amplificaron el problema.

    A mi modo de ver se debe actuar en ambos frentes: regulando los bancos para impedirles ser tan “creativos y aventurados” y actuando contra las burbujas. Francamente, a la luz de lo que ha pasado, no puedo comprender cómo se sigue defendiendo que los bancos centrales no deben meterse a “valorar los activos”. Como decía J, a veces basta un poco de sentido común en lugar de engorrosas ecuaciones.

    Y hablando de ecuaciones, tienes razón Naeros, no se puede generalizar porque un determinado modelo tenga un aparato matemático sencillo. He exagerado un poco en el comentario. Ah, y los gobiernos también tienen que decidir de dónde sacan el dinero, lo cual suele ser más difícil que gastarlo.

    Saludos a todos.

  12. Gravatar Naeros | 10/02/2010 at 12:54 | Permalink

    El refrán de piensa mal y acertarás nunca me ha gustado, es la excusa perfecta para un cinismo sin base y destructivo con respecto a cualquier cosa (aprovecho tu mención para soltar el exabrupto, nada más :P ). En cuanto a las conspiranoias, no estoy de acuerdo en que tengan que tener un motivo. Fíjate en el hilo sobre la llegada a la Luna, hay gente que no necesita ningún motivo para dudar del orden establecido.

    Lo que realmente me preocupa es lo que apuntas sobre ignorar lo sucedido. Como comentaba Krugman, parece que una vez salvado el marrón podemos seguir con nuestras prácticas habituales ignorando el hecho de que esos modelos establecían que era imposible que sucediera.

  13. Gravatar Mazinger | 11/02/2010 at 01:39 | Permalink

    No es que me guste dar pábulo a las teorías de la conspiración (antes lo contrario), pero en algunas, como diría un abogado, “hay causa”.

    No creo que haya ningún grupo en la sombra que mueva los hilos de la economía mundial en favor propio, pero sí estoy bastante convencido de que las fisuras del imperfecto sistema económico y político es aprovechado por personas o grupos que lo utilizan, de forma perfectamente legal, en provecho propio y perjuicio de muchos.

    Pienso que estos grupos no están confabulados entre sí para lograr un objetivo común (desestabilizar una economía concreta para obtener un beneficio económico, por ejemplo). Más bien creo que, de forma no intencionadamente coordinada (aunque al final todos acudan de golpe a la mima yugular), muchos corpúsculos desunidos aprovechan las mismas fisuras del sistema en los momentos en que tienen la oportunidad (cuando hay un objetivo vulnerable a tiro), bien coincidiendo sus acciones en el tiempo por estar todos siempre ojo avizor de presas débiles o bien actuando unos justo detrás de otros por “efecto contagio”.

    Sería algo así como el equilibrio entre la oferta y la demanda en un mercado libre: nadie en concreto establece el precio de los productos y servicios, sino que éste se fija por sí mismo en función de lo que están dispuestos a cobrar los que ofertan y lo que están dispuestos a pagar los que demandan.

    Siguiendo esta línea de razonamiento, los especuladores podrían desestabilizar la economía de un país, no porque un lobby concreto en la sombra ataque con todos sus recursos una economía en apuros, sino porque hay muchos que ven el apuro de esa economía y tratan de sacar tajada de él aprovechando un sistema político, jurídico y financiero que se lo permite pese a que tal conducta pueda causar grandes perjuicios a la sociedad. En este sentido, acciones de este tipo no entran exactamente dentro de lo que se entiende por “conspiranoia”.

    Se podría argüir que es posible que un grupo en la sombra lance la piedra y oculte la mano, y espere a que todos los especuladores (que ven la piedra y el objetivo de ésta) actúe sin saberlo según los intereses de ese primer grupo. Eso sí es una conspiranoia, y difícil de probar, me temo.

    Creo que podría aplicarse aquí el mismo argumento que usaba antes hablando sobre las causas de la crisis subprime (“la raíz del problema es la desregulación bancaria, no unos tipos de interés bajos, pero éstos últimos amplificaron el problema”). Así podría decirse que la raíz de los desastres financieros es un sistema deficiente que permite especular, y que el efecto contagio de estos movimientos especulativos amplifica los problemas provocados por las deficiencias del sistema.

    Poner de manifiesto estas fisuras del sistema es en última instancia el objetivo de la serie.

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