Hace un tiempo, en este comentario, Alberto me pidió que analizara un artículo titulado Los peligros ocultos de cocinar con microondas y le diera mi opinión sobre él. El artículo en cuestión, por cierto, es una traducción del inglés y la versión en esa lengua existe en una multitud de páginas web, y no es responsabilidad de los propietarios de la página a la que enlazo arriba.
El caso es que me puse a leerlo para tratar de diseccionar lo que allí se decía para contestar a Alberto, y el relato de mis impresiones me ha llevado tanto tiempo, y ocupado tanto espacio, que creo que merece su propia entrada. De este modo, además, llegará a más gente, y tal vez sea más fácil encontrarlo a través de la red y contrarrestar informaciones de otra tela sobre el asunto.
Ni qué decir tiene, estimado lector, que esto es simplemente mi opinión personal, que puedo estar perfectamente equivocado y que lo mejor que puedes hacer al respecto es leer unas cosas y otras y formarte tu propia opinión: esto es únicamente la respuesta a la petición de Alberto y cada uno debe extraer sus propias conclusiones del artículo en cuestión.
Dicho esto, vamos con el artículo, que recomiendo que tengas abierto en otra pestaña o ventana para poder ir leyéndolo juntos; aunque intentaré poner las citas más relevantes aquí, el contexto es importante y si tergiverso las cosas por el contexto –consciente o inconscientemente–, podrás verlo inmediatamente. Digo esto porque no voy a comentar todos los párrafos del artículo, sino los que me han llamado la atención de alguna manera para tratar de determinar si se trata de algo sólido, coherente y honesto, o un ejemplo de pseudociencia (si no quieres leerte todo este ladrillo puedes simplemente ir hasta el final para ver la conclusión, ¡so vago!).
El artículo, como se desprende del título, expresa la opinión de que existen peligros ocultos al cocinar con un microondas: afirma que la comida cocinada en un microondas puede ser peligrosa para la salud. A lo largo del texto, por lo tanto, se dan argumentos para demostrar ese peligro.
El subtítulo contiene ya una afirmación que no tiene referencia alguna y sospecho que es falsa, aunque no lo sé:
¿Por qué la Unión Soviética prohibió el uso del horno microondas en 1976?
No he encontrado referencias a esta supuesta prohibición que que no sean las múltiples copias, en distintos idiomas, de este mismo artículo. No existe referencia alguna en ITAR-TASS y tengo bastante certeza de que esa supuesta prohibición es falsa.
En la exposición general de las premisas del texto aparece también algo que me chirría, y me hace sospechar que no soy el público al que va destinado:
El propósito de este informe es dar prueba, demostrar que cocinar con microondas no es natural ni sano […]
La contraposición de “natural” con “no natural”, junto con la sugerencia (implícita o explícita) de que lo primero es mejor que lo segundo no se lleva bien con un texto que pretende tener cierto rigor científico. Es algo que ya me hace desconfiar de la objetividad del autor del texto y su comprensión de la ciencia, ya que es un hábito común en textos pseudocientíficos.
A continuación viene “Cómo funciona un microondas”, donde se explica el funcionamiento del aparato. Hay aquí también afirmaciones que demuestran, o bien ignorancia científica, o bien deshonestidad –sospecho la primera–:
Esta forma inusual de calentar también causa daños sustanciales a las moléculas circundantes, muchas veces rompiéndolas o deformándolas.
Cualquier forma de calentar altera o rompe moléculas. De hecho, podríamos decir que “cocinar” significa “alterar y romper moléculas”. A eso se debe la coagulación de la clara del huevo, el cambio de color de la carne o el pescado, etc. ¿Qué forma “no inusual” de calentar cocina los alimentos sin hacer eso?
Un horno microondas produce longitudes de onda de energía puntiagudas, con todo el poder entrando en una sola frecuencia estrecha del espectro de energía. La energía del sol opera en una frecuencia amplia del espectro.
La primera frase no tiene sentido. No hay “longitudes de onda de energía” y la longitud de onda es una magnitud numérica, no una forma. Lo del “poder” sospecho que es porque se trata de una traducción no muy buena del inglés, y debería ser “potencia” –de hecho, llegado a este punto he seguido leyendo el artículo en inglés para evitar confusiones de este tipo, aunque seguiré citando el texto en castellano–.
En varios lugares, como aquí, se contraponen las microondas de un horno a la radiación solar:
La energía del sol opera en una frecuencia amplia del espectro.
No entiendo qué tiene que ver el Sol con todo esto, pero sospecho que pretende hacer hincapié en lo “natural” del Sol y lo “no natural” de las microondas, con la implicación de que las segundas son por ello malas. El propio hecho de que no haya ahí un argumento explícito al respecto es ya un síntoma de los males del artículo: me parece que pretende, en el lector, generar una sensación, más que razonar una conclusión. Lo irónico de esto es, además, que la radiación “natural” del Sol produce, de manera absolutamente “natural”, cáncer de piel. En fin.
Posteriormente se explica cómo los estudios de la FDA (la Food and Drug Administration estadounidense) no muestran posibles peligros en la comida cocinada en microondas, pero en los años 60 se decía que los huevos eran malos y ahora dicen que son buenos. No tengo mucho que decir, porque sigo esperando argumentos científicos y razonados sobre los peligros del microondas, y no sé a qué viene esto aquí más que para tratar de desacreditar, supongo, la opinión de la FDA.
El siguiente epígrafe es “Los instintos maternos son correctos”, y en él tampoco se da un solo argumento científico que sugiera peligro en los microondas, pero sí unos cuantos comentarios como éste:
Tengo que darle la razón y no puedo discutir ni una cosa ni la otra. Su propio sentido común y sus instintos le decían que cocinar en microondas no podía ser natural ni podía hacer que los alimentos tuvieran el sabor que se suponía debían tener.
El artículo utiliza el instinto materno y el sentido común como argumentos… no tengo palabras. ¡Ay, si tantas madres que dicen que dormir en un dormitorio con plantas no es bueno levantaran la cabeza!
El siguiente par de epígrafes van por otro camino: el de poner ejemplos de uso incorrecto y peligroso del microondas como ejemplos, no de eso, sino de que los hornos microondas son malos en general. El primero se titula, por un error de traducción en el género, imagino, “Los microondas no son seguras [sic] para la leche de los niños”, y explica por qué no es conveniente utilizar un horno microondas para calentar la leche de un biberón.
La primera parte de esta sección, esta vez sí, es perfectamente coherente: un microondas, por la naturaleza de su funcionamiento, no es un modo preciso de calentar alimentos de una manera uniforme. Salvo que se mezcle bien la leche o se espere un tiempo para comprobar la temperatura y dejar que se uniformice, me parece una idea pésima utilizarlos para calentar biberones. De hecho, cualquier cosa que no sea poner el biberón en agua templada seguramente es una idea horrible si no se tiene cuidado.
Sin embargo, aunque esta extrapolación de un uso incorrecto como peligro generalizado de los microondas no me parezca demasiado bien, la guinda del pastel es la segunda parte del epígrafe, que empieza con:
La Dra. Lita Lee de Hawaii publicó en Lancet, el 9 de diciembre de 1989:
El resto del epígrafe bajo esta frase tiene una pinta espantosa. Hace referencias al carácter neurotóxico de isómeros producidos al exponer alimentos a microondas. He hecho las búsquedas en inglés, para intentar encontrar las fuentes auténticas. Al buscar “l-proline d-isomer neurotoxic” en la red, las únicas referencias que encuentro sobre esa neurotoxicidad son las de este mismo artículo, copiado en diversos sitios web. No he encontrado nada más, aunque tal vez no haya buscado bien –se aceptan sugerencias–.
La otra búsqueda es la de la Dra. Lita Lee, para determinar su credibilidad como experimentadora médica: “dr. lita lee of hawaii” lleva, una vez más, al mismo artículo y derivados, y nada de literatura científica realizada por la Dra. Lee en las bases de datos habituales, como Pubmed. Sí he podido encontrar su página web, en la que vende productos nutricionales y enzimas digestivas, pero ningún estudio publicado en revisión por pares.
Es relativamente común, en textos pseudocientíficos, citar a científicos que defienden las ideas que postula el texto; sin embargo, hasta ahora nunca me ha fallado el buscar el nombre de ese científico junto con los estudios o afirmaciones que se supone que realiza, y suelen pasar una de dos cosas – o bien el citado científico no tiene material en publicaciones rigurosas y sólo aparece en conjunción con el mismo artículo, o bien se han malinterpretado sus palabras; parece que aquí estamos en el primer caso, tanto con este estudio como el siguiente.
El epígrafe siguiente es del mismo estilo que éste de la leche: uso incorrecto que causa un peligro o perjuicio y que hubiese sucedido con cualquier otra forma “menos inusual” (en términos del artículo, se entiende) como razón del peligro de las microondas. En este caso se trata de calentar sangre para una transfusión en un microondas:
“La sangre calentada en un microondas mata a un paciente”
Tremendo epígrafe; en este caso ya no me quedan dudas de que no se trata únicamente de ignorancia científica, sino de mala fe, ya que la manipulación de los hechos es flagrante. Al parecer, el caso realmente existe, y es un ejemplo terrible de negligencia médica: una enfermera calentó sangre en un microondas y, al inyectarla a una paciente, ella murió. Esto me recuerda a lo de la leche, pero es aún más estúpido: ¿cómo es posible que alguien caliente un fluido que va a introducirse en el cuerpo de una persona con un aparato que cocina las cosas en un tiempo muy breve? No lo puedo comprender, sobre todo siendo enfermera. En fin.
El autor saca siniestras conclusiones: “Esta tragedia destaca que hay mucho más en calentar con microondas que lo que nos han dado a creer. “ No. Esta tragedia destaca que los hospitales tienen modos seguros de calentar sangre refrigerada que no la cocinan.
Si la conclusión de los autores fuese “un microondas sirve para calentar comida, no fluidos intravenosos”, no tendría pegas, pero el autor extrapola un caso de negligencia médica que nada tiene que ver con la comida para concluir que los microondas son peligrosos en general. Pero la cosa sigue:
En el caso de la Sra. Levitt, las microondas alteraron la sangre y eso la mató.
Efectivamente. Pero el autor, y aquí estoy bastante seguro de que es por malicia, se abstiene de llamar “alteración” por su nombre, y lo deja así, en vaga pero siniestra sugerencia, cuando las microondas calentaron demasiado la sangre y la cocinaron. Comer sangre cocinada puede ser más o menos agradable, pero que te la inyecten en tu torrente sanguíneo, no tanto.
Esta idea se repite en el siguiente párrafo: “Resulta obvio que esta forma de calentamiento por radiación de microondas hace algo a las sustancias que calienta.”. Sí, demonios: lo mismo que cocer en una olla “hace algo” a las sustancias que calienta. Sin embargo, se siguen sugiriendo cosas siniestras sin decir nada concreto –porque si fuera concreto se podría rebatir, claro–.
El párrafo sigue sin desperdicio: “También es bastante evidente que las personas que procesan comida en un microondas también están ingiriendo estos ‘algos desconocidos’. “ ¿El qué es desconocido? El efecto de cocinar los alimentos, con microondas o sin él, es la modificación química de sus componentes debido al aumento de temperatura… no es desconocido en absoluto.
A continuación llegamos, por fin, a un epígrafe titulado “Hechos y evidencias científicas”, que empieza ya con un estudio con título concreto y autores, algo que puede cotejarse con facilidad. Éste y el siguiente apartado están, de hecho, ambos dedicados a un estudio concreto realizado por el Dr. Hans Hertel y el Dr. Bernard Blanc.
Me sorprende una terrible, terrible frase del estudio que aparece como cita:
Una hipótesis básica de la medicina natural establece que la introducción en el cuerpo humano de moléculas y energías, a las que no está acostumbrado es mucho más probable que causen daño que beneficio.
Sí, este estudio habla de la introducción en el cuerpo de energías a las que no está acostumbrado. Se me ponen los pelos como escarpias, lo mismo que la frase “La producción de moléculas antinaturales es inevitable”. Pero ¿dónde ha sido publicado esto?
La descripción de las conclusiones de Hertel y Blanc parece haber aparecido en el número 19 del Journal Franz Weber (en este artículo se lo denomina “Journal Franz Web”, pero supongo que es un error tipográfico), de la Fundación Franz Weber, dedicada –por lo que he podido ver en la web– a la defensa de la naturaleza. No es, desde luego, un journal de revisión por pares ni nada parecido, sino una revista normal y corriente, y el redactor –que no los autores del estudio– hace afirmaciones terribles que citaré luego y que llevaron a Hertel a los tribunales
Esta falta de revisión pr pares puede parecer una tontería, pero la cantidad de estupideces que reciben las revistas de revisión por pares (lo digo porque conozco gente que filtra artículos en alguna) es tremenda, y el grado de estupidez a veces sorprendente. De ahí la importancia de la revisión por pares y la publicación en revistas de prestigio, ya que la gente que filtra los artículos es muy quisquillosa, afortunadamente.
Desde luego, estimado lector, esto tiene una segunda lectura: si piensas que la comunidad científica establecida censura los estudios contra los peligros de las microondas en connivencia con la industria, ignora este párrafo, ya que no es un argumento que pueda convencerte. Eso sí, tras leer la descripción del estudio y las conclusiones publicadas, estoy bastante convencido de que nunca hubiera sido publicado en una revista médica de verdad, conspiración o no.
El estudio se centra en encontrar diferencias en la sangre de individuos que comieron alimentos cocinados en microondas frente a otros cocinados tradicionalmente y, efectivamente, encuentra diferencias sustanciales y peligrosas entre ambos. ¿El tamaño de la muestra estadística? Ojo al dato (énfasis mío):
Un estudio de corta duración encontró cambios significativos y preocupantes en la sangre de individuos que consumían vegetales y leche cocidos o calentados en microondas. Ocho voluntarios tomaron varias combinaciones de los mismos alimentos cocinados de formas diferentes.
Ocho voluntarios. Ocho. Voluntarios. Una muestra de ese tamaño es tan significativa como el hecho de que mi tía abuela bebía un vaso de tubo de whisky diario y vivió 103 años –hecho real, por cierto–. Tras este dato, las conclusiones que pueda extraer el estudio me parecen absolutamente irrelevantes. Pero no es lo único que chirría aquí; para muestra, un botón, sobre el modo de detectar los cambios en la sangre (énfasis mío):
Se emplearon bacterias luminosas (que emiten luz) para detectar los cambios energéticos en la sangre.
Me sorprende que alguien con una supuesta preparación científica, como el Dr. Hertel –no he conseguido averiguar en qué es doctor, pero imagino que no en medicina–, utilice expresiones así, pero la siguiente es demoledora:
No es con la química, sino la energía con lo que prosperamos. No son las moléculas de proteínas o azúcares, por ejemplo, lo que nuestros cuerpos necesitan, sino la energía en la que consisten, que se manifiesta en las estructuras de estas moléculas. Vivimos a partir de la energía que ha construido esas estructuras químicas. Entendidas químicamente, por ejemplo, la vitamina C natural y artificial son idénticas. Sin embargo, mientras que la vitamina C natural se manifiesta en bellas estructuras cristalinas, la vitamina C producida farmacéuticamente tiende a formar grumos amorfos.
El otro miembro del estudio, por cierto, parece haberse desmarcado de él posteriormente, pero Hertel no. La publicación de las conclusiones del estudio de Hertel en el Journal Franz Weber contenía frases tremendas –no escritas por el propio Hertel, sino por el redactor de la revista–, del corte de ésta:
[…] los hornos microondas son más dañinos que las cámaras de gas de Dachau […]
… o esta otra:
[…] es seguro que morirá usted de cáncer […]
La portada de ese número de la revista, de hecho, muestra a la Muerte con un microondas en la mano. Al parecer, la asociación suiza que agrupa a fabricantes de electrodomésticos demandó a Hertel y trató de prohibirle publicar afirmaciones en las que dijese que la comida cocinada en un microondas es cancerígena. Desafortunadamente, el equivalente al Tribunal de la Competencia suizo aceptó la demanda, ya que las afirmaciones del Franz Weber eran infundadas y tendenciosas, y al parecer Hertel no se desmarcó de ellas.
¡Grave error! Una cosa es demandar a la revista por los daños económicos que el artículo, sensacionalista y pseudocientífico, pueda haber ocasionado, y obligar a publicar una rectificación, pero prohibir a Hertel publicar resultados de sus estudios es, creo, una estupidez, además de una inmoralidad. Afortunadamente, como dice el artículo que estamos analizando, el Tribunal Europeo de Derechos Humanos rectificó la decisión en 1998 ya que vulneraba el derecho a la libre expresión. Muy bien hecho.
Eso sí, la lectura del artículo de todo este episodio me parece terriblemente tendenciosa. Pinta la situación como la de un científico que muestra la terrible verdad y que es aplastado y censurado por el establishment, pero cómo luego, finalmente, el Tribunal de Derechos Humanos revierte la sentencia y la libre expresión triunfa… como si eso significara que Hertel decía la verdad.
Lo que no dice el artículo, claro, es que el tribunal no revierte la sentencia anterior porque las afirmaciones de Hertel fueran correctas, sino porque debe permitírsele hacerlas a pesar de no tener validez científica. Al leer el epígrafe, da la impresión de que la sentencia del Tribunal valida la opinión de Hertel, y no su derecho a decir cosas que no han sido demostradas. Sin embargo, el título del epígrafe es “Las acciones de la industria van dirigidas a ocultar la verdad”. En fin.
El siguiente apartado del artículo se titula Carcinógenos en los alimentos expuestos a microondas, y empieza con otros documentos de la Dra. Lita Lee, como artículos en la revista Earthletter y un libro de la propia Lee, es decir, libro propio, revista sin revisión por pares y falta de descripción de estudios que la lleven a sus conclusiones…. ni me detengo en ese párrafo.
El siguiente, aún dentro del mismo epígrafe, no es mejor. Hace básicamente lo mismo: cita “investigaciones”, en este caso “investigaciones rusas”, sin más calificación del estudio, y el lugar de publicación es el “Atlantis Rising Educational Center” de Portland, Oregón, y el resumen de los peligros que se muestran en el estudio es escalofriante y no me haría comer alimentos cocinados en un microondas ni harto de vino.
Pero ¿qué es el “Atlantis Rising Educacional Center”? He sido incapaz de encontrar mucha información sobre el sitio, desde luego ninguna vinculación con publicaciones científicas. Sí aparece en la asociación de comerciantes de Portland como negocio asociado, pero sus categorías son “Food and dining” y “Produce Retailers” (algo así como “Comida y restauración” y “Vendedores de productos agrícolas”).
Pero el artículo, claro, no dice esto, sino que suelta el nombre rimbombante y ya está. Una vez más, no pierdo tiempo en este punto, ni en el siguiente epígrafe, que sigue basado en las mismas “investigaciones rusas” de las que nuestra única referencia es el negocio de restauración de Portland.
El siguiente epígrafe es “Se descubre la Enfermedad del Microondas” Aquí creo que es el traductor quien mete la pata o es malicioso, ya que debería ser “la Enfermedad de las Microondas”, como resulta obvio al seguir leyendo el epígrafe, pues se refiere a las ondas, no a los hornos.
Aquí, por fin, se menciona un libro publicado por un médico bien formado. El libro citado es “The Body Electric”, de Robert Becker. El Dr. Becker tiene muchos artículos publicados en Pubmed, y parece que, por fin, nos encontramos ant alguien fiable con una formación científica sólida. He conseguido el libro y, lo creas o no, me he leído todas las referencias a microondas en él, que son un buen puñado.
¿Cuántas referencias hay en el libro de Becker a peligros debidos a comer alimentos cocinados en un microondas?
Cero.
Las secciones del libro dedicadas a las microondas se centran en el efecto biológico de las ondas sobre los seres vivos, y nunca, jamás, se hace mención alguna de alimentos cocinados en microondas. Ni siquiera voy a entrar a valorar la validez de los argumentos de Becker porque, insisto, nada hay ahí sobre la comida cocinada en uno de estos hornos, y se trata una vez más de un libro de librería, no de la publicación de un estudio clínico realizado por el autor y enviado a los lugares apropiados… es lo de menos.
En el libro no hay tampoco mención alguna de una “enfermedad del microondas”, a pesar de que esta traducción incorrecta y tendenciosa aparece dos veces en el epígrafe, además del título –debería ser “de las microondas”–. Malamente hubieran llamado los investigadores soviéticos “enfermedad del microondas” a los síntomas que detectaron en seres vivos expuestos a determinadas dosis de microondas porque estos hornos no se popularizaron hasta finales de los 60, y eso en EE. UU. Este error o manipulación, sin embargo, no es del artículo original en inglés, sino de su traducción al español.
Traducción aparte, no tendría problema con la mención del libro de Becker (aunque no tenga que ver con la comida cocinada en microondas), pero aquí se sigue la segunda práctica común en artículos pseudocientíficos que he mencionado antes: mencionar estudios o publicaciones escritos por personas fiables, pero o bien interpretar erróneamente lo que allí se dice o, como aquí, mezclarlo con afirmaciones que sugieren que la fuente trata de cosas de las que no trata.
¿A qué me refiero con esto? El libro no hace mención alguna de alimentos cocinados en microondas pero continúa, inmediatamente después de citarlo y en el mismo epígrafe:
Según la Dra. Lee, los cambios se observan en la química de la sangre y en el índice de ciertas enfermedades entre los consumidores de alimentos expuestos a microondas.
Si estás al loro, claro, no te confundes, pero una lectura no cuidadosa probablemente induce a pensar que Becker y Lee están hablando de lo mismo, cuando no es así en absoluto.
Llegamos a “Conclusiones de las investigaciones sobre microondas”, donde se mencionan estudios realziados en Alemania en los años 40 y en la U.R.S.S. desde 1957. No he encontrado mención alguna de ambos estudios que no sea en este mismo artículo y sus múltiples copias en la red, con lo que no puedo contrastar lo que aquí se dice. Como siempre, se aceptan pistas y sugerencias.
En el artículo se afirma que los primeros apartados del informe no son legibles en su copia, de modo que supongo que es en papel. El lector depende, en este caso, de la palabra del autor sobre el contenido del informe. Yo, dado lo que llevo leído hasta ahora, no me creo nada hasta ver esos informes, claro.
Las conclusiones de estos estudios muestran consecuencias terroríficas del consumo de alimentos cocinados en un horno microondas. Este párrafo, sin embargo, me ha hecho una vez más erizar los pelos cual gato ante mastín (énfasis mío):
Una desintegración del campo de energía vital humana en aquellos que fueron expuestos a hornos microondas durante la investigación, con efectos secundarios sobre el campo energético humano de creciente y más larga duración.
No sé si el estudio existe y quien lo hizo pensaba que existe un campo de energía vital humana, o bien el estudio no existe y el autor de este artículo no se lo ha sabido inventar bien. En cualquiera de los dos casos, la creencia en un campo de energía vital humana y su posible desintegración es algo muy respetable como creencia, pero que no tiene lugar en un texto científico… hacer pasar una creencia por ciencia es un elemento clásico de la pseudociencia, por cierto.
El siguiente apartado se titula “Conclusiones de la investigación forense”, y cita un texto de William K. Kopp pero, una vez más, no he encontrado referencia alguna a Kopp que no sea en este mismo artículo y sus copias, con lo que no puedo confirmar la veracidad de nada.
El texto de Kopp no es un estudio, sino que –por lo que se cita– parece ser un informe sobre estudios soviéticos anteriores y sus conclusiones… con lo que haría falta no sólo verificar la existencia del texto original de Kopp, sino una vez hecho eso, verificar sus fuentes, cómo se hicieron los estudios, dónde se publicaron, etc., antes de darle la menor credibilidad a lo que ahí se dice.
Eso sí, lo que ahí se dice se desautoriza a sí mismo, ya que afirma cosas como (énfasis mío):
[…] que puede causar un campo de energía psicológica subliminal involuntaria en consonancia con aparatos de microondas en funcionamiento.
Toma castaña.
Es en este texto citado en el que se afirma que el gobierno soviético prohibió los hornos microondas en 1976, como se decía en el subtítulo, pero no hay más información que antes. He vuelto a buscar información al respecto pero no he conseguido encontrar nada, con lo que dependo de la credibilidad que quiera darle a Kopp, que no sé quién es, ni dónde ha publicado, ni nada… es decir, ninguna.
En el texto de Kopp –si existe– se menciona una publicación de “Luria y Perov”, pero no he logrado encontrarla fuera, una vez más, de este artículo y sus clones, de modo que no puedo opinar.
El artículo termina con conclusiones extraídas a partir de todos esos estudios y textos citados; conclusiones, por supuesto, contrarias al consumo de alimentos cocinados en microondas por los efectos que hacer eso tiene, de acuerdo con los autores, sobre la salud humana.
De modo que, llegado aquí, al final de todo…
¿Cuántos estudios publicados en una revista médica revisada por pares se han citado en el artículo?
Ninguno.
Aunque no estén revisados por científicos, ¿cuántos estudios mencionados contienen el suficiente detalle como para que haya podido verificar que realmente existieron y cuáles fueron los detalles?
Uno, el de Hertel, realizado con ocho personas y que habla de cambios energéticos en la sangre y de la introducción en el cuerpo de energías a las que no está acostumbrado.
¡Pues sí que estamos buenos, después de tres páginas enteras!
Claro está, hay mención de varios estudios más, pero dado que no tenemos manera de leerlos porque no están publicados en ningún sitio accesible –o no he podido encontrarlos–, su credibilidad depende únicamente de la que le demos a los autores del artículo, con lo que he intentado verificar de dónde ha salido.
Afortunadamente, el artículo termina dando la fuente, que es un post en un foro de la Ecclesiastic Commonwealth Community. Allí el artículo en inglés se puede descargar como PDF, pero no he logrado descubrir si es la fuente última o no, con lo que ahí me he quedado. Si ésta es la fuente última, un foro de título “God’s Word” (Palabra de Dios), apaga y vámonos.
Mi conclusión, por lo tanto, es que el artículo no tiene la menor base científica creíble y que contiene las suficientes incorrecciones o manipulaciones para que, además, desconfíe de cualquier otro texto escrito por los mismos autores si me lo encuentro en el futuro. Tiene varias características de texto pseudocientífico y así lo calificaría yo.
¡Puf! Menuda paliza. Si has llegado hasta aquí, gracias por la paciencia y espero que haya servido de algo.