Vosotros, amables y perspicaces aunque escasos lectores de esta ignorante serie musical, seguro que habéis dado un respingo cuando habéis leído el título del artículo de hoy… ¡Y con razón!
A ver, a ver… ¿De qué trata, en realidad, este artículo? Un Cuarteto de piano de Johannes Brahms, vale, aunque no se puede decir que un Cuarteto de Piano (es decir, violín, viola, cello y piano) sea una configuración de las más utilizadas en música de cámara. Pero… un cuarteto… ¿orquestado? O sea, ¿adaptado para su interpretación por una orquesta sinfónica (y, en este caso, una orquesta sinfónica realmente voluminosa)? Bueno, vale, aceptamos barco como animal acuático. Al fin y a la postre, hace una eternidad que ya salió por aquí una famosísima orquestación de una obra originalmente escrita para piano solo; me refiero a los Cuadros para una Exposición, de Mussorgsky, orquestados por Ravel.
Pero orquestado por, espera… ¿Schönberg? ¿El mismo Arnold Schönberg inventor del dodecafonismo y del que, amigo Macluskey, has renegado por activa y por pasiva muchas veces en estos artículos? ¿Ese compositor del que dices que más de una vez te has levantado en medio de la interpretación de una obra suya y te has largado de la Sala, para mantener tu salud mental (o lo que queda de ella)…?
¿Te has vuelto definitivamente majara, Macluskey, o es simplemente la edad, que no perdona? Pues sí y no… Voy a intentar explicar este galimatías… pero lo que sí os recomiendo vehementemente es que no os perdáis bajo ningún concepto la obra de hoy, mi gran descubrimiento del año 2011.
Efectivamente, en marzo de 2011 asistí a un concierto del ciclo de la Orquesta Sinfónica de Madrid, dirigido por Pedro Halffter, que incluía una bonita y corta composición del propio Pedro Halffter, luego las Canciones del Compañero Errante de Gustav Mahler, y, en la segunda parte, el “Cuarteto de piano número 1, Op.25, de Johannes Brahms, orquestado por Arnold Schönberg”. En la primera parte, habiendo algo de Mahler (aunque estas Canciones son quizá una de sus obras menores, deliciosa, pero menor), éxito asegurado. Ahora bien, la segunda parte… Conociendo cómo se las gasta el amigo Schönberg, imaginar una obra de cámara de cualquier compositor, por maravilloso que sea, y desde luego que Brahms lo es, y que el inventor del dodecafonismo, del serialismo y de no sé cuántos “ismos” más se dedique a orquestarlo a su manera… ¡Uff! ¡Para echarse a temblar!
Estábamos preparados para lo peor… Es más, yo estaba dispuesto a levantarme e irme en cuanto la orquesta hubiera desafinado un par de veces. Ya he aguantado bastante Schönberg a lo largo de mi vida como oyente de conciertos.
En fin: es evidente que ni me levanté, ni me fui. Ni yo ni nadie. Al final, aplaudimos a rabiar… Yo creo que el aplauso más largo y estruendoso que se ha oído ese año 2011 en el Auditorio Nacional fue el dedicado a esta obra y, desde luego, a la excelente interpretación que de la misma hicieron Pedro Halffter y la Orquesta Sinfónica de Madrid.[1] Y como he encontrado la obra en youtube, en una versión magnífica, además, aquí os la presento, a ver si opináis lo mismo que las dos mil y pico personas que asistimos a ese concierto.
Pero… empecemos por el principio.
Johannes Brahms (1833-1897) fue considerado en su día como el sucesor natural del gran Ludwig van Beethoven. Como un Beethoven adaptado a los tiempos actuales (a los de Brahms, quiero decir), un Beethoven evolucionado que había escuchado a Schubert, a Mendelssohn y, sobre todo, a Robert Schumann, de quien fue gran amigo (de él y de su esposa, Clara Schumann, excelsa pianista que estrenó muchas de las obras pianísticas del joven Brahms) y había incorporado los hallazgos de todos ellos a la prodigiosa técnica del excelso Ludwig van Beethoven. De hecho, Brahms fue el adalid de la facción clásica en la así llamada Guerra de los Románticos que enfrentó a los clasicistas como él mismo con la facción progresista representada por Franz Liszt y, sobre todo, por Richard Wagner.
Ahora bien, el propio Brahms le tenía muchísimo respeto al gran maestro de Bonn (me refiero a Beethoven, claro, fallecido seis años antes de que Brahms naciera), por lo que sólo cuando se sintió preparado para ello, en 1876 (habían pasado casi cincuenta años desde la muerte de Beethoven, y el propio Brahms tenía la ya avanzada edad de 43), compuso su Primera Sinfonía, largamente esperada como la “Décima” de Beethoven. No es “la Décima”, claro que no, pero es una sinfonía excepcional, como excepcionales son también sus otras tres sinfonías. Sí, sólo cuatro sinfonías compuso Brahms,[2] consecuencia de haber empezado a componerlas tan tarde.
Pero, claro, hasta ese momento, Brahms sí que componía, se ganaba la vida componiendo. No sinfonías, pero sí otros géneros musicales: sonatas, canciones, etc… y música de cámara. Entre estas obras, compuso entre 1856 y 1861 dos cuartetos de piano, el número 1, Op.25 y el número 2, Op.26, que, a pesar de su gran complejidad temática, inusual en obras de cámara, son ambos muy cantabiles y fáciles de escuchar, tanto es así que son conocidos como los cuartetos “mozartianos”, lo que da una idea de su musicalidad. Cierto que su plantilla es algo extraña: los cuartetos son, tradicionalmente, sólo de cuerda frotada: dos violines, una viola y un cello, que llevan cada uno de ellos una de las cuatro voces clásicas de la composición occidental: Soprano-Alto-Tenor-Bajo (lo veréis muchas veces representado por sus siglas: SATB).[3] El rango armónico de un piano, de siete octavas y pico, excede con mucho a los de cualquier otro instrumento de cuerda (y por tanto puede hacer lo mismo la voz de Soprano que la de Bajo, incluso la de Contrabajo, si hace falta, y todo ello a la vez, que para algo el pianista tiene dos manos, diez dedos, dos pies y una gran técnica). Cambiar un violín por el piano proporciona muchas alternativas al compositor (la más obvia: un piano acompañado por un trío, parecido a un concierto para piano y orquesta, pero donde la orquesta es muy pequeña), pero también algunos problemas, sobre todo si se quiere que sea realmente un cuarteto, donde ningún instrumento tenga una mayor preponderancia en el resultado final que el resto.
Bueno, para algo Brahms era Brahms… El resultado es excelente.
Y, entonces… ¿qué pinta el amigo Schönberg en todo esto? Veamos…
Arnold Schönberg nació en Viena en 1874. En el ghetto judío de Viena, para más señas. Sí, era judío, como tantos grandes compositores alemanes o austriacos de la época. Y viendo su fecha de nacimiento nos damos cuenta de que fue contemporáneo de los grandes de fines del Siglo XIX, incluyendo a Alexander von Zemlinsky (su Sirenita ya apareció por aquí hace muchos meses), Richard Strauss y Gustav Mahler, aunque era de una generación posterior a ellos. Y si nos fijamos más allá, en la generación anterior a ésta, destacan sobre todos Johannes Brahms, el gran clasicista, y Richard Wagner, el gran progresista.
En su primera época, Schönberg resultó fuertemente influido por estos dos últimos… que, sin embargo, eran considerados como la cara y la cruz de la música alemana de la época: como hemos visto, Brahms representaba la tradición más clásica (heredero de Mozart y Beethoven), mientras que Wagner representaba la modernidad: la recargada instrumentación, el arte total, el pangermanismo, el colorido y el uso “libre” de la tonalidad (sea eso lo que sea, que yo… ni idea). Aparentemente eran irreconciliables. Pero Schönberg consiguió reconciliarlos. El resultado de estos esfuerzos tuvo bastante éxito en su día, y se plasma básicamente en su gran obra de juventud: Noche Transfigurada, de 1899. A mí no me gusta, como todo el resto de producción de Schönberg, ¿qué se le va a hacer?. La soporto (he escuchado cosas mucho peores), pero me aburre. No me dice nada: prefiero casi cualquier otra cosa… También a Gustav Mahler le gustó el estilo del joven Arnold: le convirtió casi en su protegido, aunque unos años más tarde ya no era capaz de comprender la música que hacía, aunque no obstante siguió protegiéndole hasta su muerte, la del gran Gustav, en 1911. Pero aquello fue a más: ¡lo que Schönberg compuso desde entonces es mucho peor!
En fin, gracias al apoyo de Alexander von Zemlinsky, entonces un reputadísimo director y compositor, consiguió Schönberg entrar en los más selectos círculos musicales vieneses a principios de siglo… pero no se sentía cómodo, no le era fácil expresar sus ideas… expresionistas. Así que en 1904 fundó la “Sociedad de Compositores”, y Alban Berg y Anton Webern se convirtieron en discípulos suyos. Lo serían toda su vida. Luego, tras la Gran Guerra,[4] Schönberg, harto de tener dificultades para poder interpretar las obras que él y su círculo componían, fundó la “Sociedad para Interpretaciones Musicales Privadas”, en la que se programaron multitud de conciertos donde se interpretaron obras de muchos de los grandes compositores del Siglo XX.
Allí, rodeado de sus fieles, encontró por fin la luz. O, al menos, eso dijo él: en 1923 publicó su “Método de composición con doce sonidos”. Acababa de inventar la música dodecafónica, a la que sus alumnos se apuntaron inmediata y entusiásticamente (es la llamada “Segunda Escuela de Viena”). ¿Y en qué consiste el dodecafonismo? Difícil es que un aborrecedor visceral de esta forma compositiva como un servidor lo pueda explicar, pero básicamente consiste en que se prohíbe terminantemente la tonalidad.
…Ya. Os habéis quedado igual. No me extraña, yo también… Investiguemos un poco… A ver…
La música que normalmente escuchamos es tonal, lo que quiere decir que hay una nota por así decirlo privilegiada, que se usa mucho más que las demás (en realidad es ella y sus asociadas, su tercera, su quinta perfecta y todas esas cosas de las que si entiendo algo es gracias a los esfuerzos de Gustavo en su serie sobre Música y Ciencia, y sobre todo, al maravilloso artículo sobre el legado de los antiguos griegos), y a la que la melodía vuelve una y otra vez. Bueno, pues en su método Schönberg prohíbe estatutariamente el uso de una nota más que otra, exigiendo que se usen las doce notas de la escala cromática por igual.[5] Hala. Casi nada.
Para componer música dodecafónica hay que ajustarse a unos principios rígidos:[6] Primero, se escoge una serie fundamental de las doce notas ordenadas como le dé la real gana al compositor; tienen que ser doce, las doce que hay, y no puede haber repeticiones: todas distintas. Segundo, a esta serie fundamental se le pueden hacer una serie de transformaciones o variaciones (inversión, retrogradación, etc). Tercero, el resultado de cada una de estas transformaciones puede comenzar por cualquiera de las doce notas. Cuarto, se van tomando series completas de éstas y se van asignando a los instrumentos que le dé la gana al compositor, en la octava y con la duración que le dé la real gana. Una y otra vez. Cuando el compositor se cansa, yastá: tenemos obra dodecafónica y moderna de lo más molona. La composición tiene, o al menos puede tener, una fuerte base matemática, pero eso de la armonía, de la melodía y otras zarandajas… no importa. Si el resultado suena a carro desengrasado subiendo por un sendero empedrado y lleno de baches, no importa. ¡Es una obra maestra de la modernidad!
En fin, yo entiendo que tras escuchar las obras de Richard Strauss o, sobre todo, de Mahler, los compositores de la época se sintieran desanimados… ¡Imposible componer música tonal y superar a Mahler! Habrá que buscar una nueva forma de hacer música para que la posteridad nos recuerde por algo, ¿no? Lo mismo hicieron los pintores impresionistas en su día, y no les fue tan mal… Desde luego, para mí, la música dodecafónica es una tortura. Es más, ni siquiera sé si adjudicarle el nombre de música a esas colecciones de pitidos, chirridos, zambombazos y notas sin sentido que forman las mejores obras dodecafónicas.[7] Y, sin embargo, conozco personas que les apasiona este tipo de música… ya sabéis, yo no soy más que un ignorante, así que no debéis hacerme mucho caso.
El caso es que Schönberg y sus discípulos de Viena se dedicaron con entusiasmo a componer según el nuevo paradigma… unos años. Cuando Schönberg era director de Composición en la Academia Prusiana de Artes de Berlín, cargo que ocupaba desde 1926, en 1933 el partido nazi se hizo cargo del poder en Alemania y rápidamente fue expulsado de su puesto, debido a su ascendencia judía, a pesar de que él había profesado la fe luterana. Schönberg, temiendo por su vida y, aun más, por su carrera, solicitó formalmente su reingreso en el judaísmo y, otra vez judío de pro, emigró inmediatamente a los Estados Unidos (donde cambió su apellido por Schoenberg, por cierto). A eso llamo yo unas sólidas convicciones religiosas…
Siendo como era uno de los más sólidos teóricos musicales del momento, encontró trabajo dando clases de música en diferentes universidades norteamericanas, sobre todo en la UCLA de Los Ángeles (donde falleció en 1951)… pero apenas se interpretaban obras suyas. No gustaban. Nada. Allí tenía algún admirador, como el famoso director Otto Kemplerer, que residía en los Estados Unidos y trató de encontrarle trabajo como compositor. No fue fácil. Los productores musicales americanos conocían la música de Schönberg… y no querían saber nada de él. Sinceramente, les comprendo. A pesar de todo, Kemplerer consiguió al menos que le encargaran transcripciones de obras de otros compositores, y así permitirle ganarse mejor la vida.
Así, en 1938, con ocasión de la programación de un ciclo de obras sinfónicas de Brahms, le encargaron la transcripción para orquesta del Cuarteto de Piano número 1 de Brahms… y a Schönberg le encantó. Él conocía muy bien la música de Brahms, de quien era admirador aunque no lo pareciera, y desde luego era un compositor con solidísimas bases teóricas, así que aceptó el encargo y se puso como objetivo escribir una obra en el más puro y estricto estilo de Brahms, el gran clasicista. De hecho, él mismo aseguró que había, quizá, logrado componer la “Quinta Sinfonía” de Brahms (que sólo compuso cuatro, como recordaréis).
El resultado es espectacular, y obtuvo un gran éxito cuando fue estrenada por el propio Kemplerer con la Orquesta Filarmónica de Los Ángeles. ¡Es Brahms, puro Brahms!, pero con la instrumentación de una orquesta moderna, con profusión de instrumentos, una cuerda muy nutrida, maderas triples… Una delicia. Se comenta que el director musical de la Orquesta angelina le confesó a Kemplerer… “No sé por qué dicen que Schönberg no sabe hacer melodías… Esto era muuy melódico…”. Normal; lo que nos preguntábamos todos los que asistimos a ese concierto al que me refería antes era: “Y si Schönberg sabía componer de esta forma… ¿por qué demonios componía de esa otra?”.
A ver si estáis de acuerdo con aquél director de Los Ángeles de 1938, y conmigo mismo… Vamos a escuchar esta obra medio Brahms-medio Schönberg en la versión de la Wiener Philarmoniker (la Filarmónica de Viena, muy apropiada) dirigida por el director alemán Christoph von Dohnányi. Es una versión excelente, aunque tiene algo de siseo, probablemente procedente de la grabación original. Cada movimiento está en un video con fotos fijas de Viena de todo tipo y pelaje, sin problemas de partición, pues. Y, por cierto… no busquéis el piano: no está; fue suprimido por Schönberg al orquestar la obra, y su papel ha sido asumido en cada momento por diferentes instrumentos de la orquesta. Por fin, para acabar, los cuatro movimientos están etiquetados con el mismo nombre que los del Cuarteto original: hasta en eso fue Schönberg escrupuloso con la obra original de Brahms.
He aquí el primer movimiento: Allegro:
Es un movimiento con multitud de temas, quizá demasiados para una obra de cámara, pero que se suceden uno al otro de forma tan natural que casi parece siempre el mismo. El caso es que se adapta perfectamente a una obra orquestal… u orquestada, como es el caso. Sus poco más de doce minutos son realmente puro Brahms (nada de Schönberg, gracias a Dios); a mí me recuerda bastante al primer movimiento de su Primera Sinfonía… Son trece minutos realmente fantásticos.
El segundo movimiento, Intermezzo (Intermedio, obviamente) está en el video siguiente:
Con ocho minutos y pico, se trata de un movimiento tranquilo, amable y muy, muy pegadizo, diseñado por Brahms para poner un punto de relajación antes de resolver las tensiones planteadas en el Allegro inicial. Eso dice el texto de mi disco (que compré al día siguiente del concierto, claro está), aunque no sé muy bien a qué tensiones se refiere. En fin. El caso es que es un intermedio que se deja oír bien… muy bien.
El tercer movimiento es un Andante con moto-Animato… pero con muchísimo “moto”. Por momentos parece una marcha militar, de tanto “moto” (movimiento) que tiene. Y animado… un rato animado. Podemos encontrarle en el siguiente video:
Realmente es un movimiento estupendo, variado y con muchísimo ritmo. Sus casi once minutos se hacen cortos. Comienza como un movimiento lento “de los de toda la vida”, más bien un Adagio que un Andante, que me recuerda bastante al movimiento lento de la Tercera Sinfonía… Pero en el minuto 2:55 cambia el ritmo abruptamente, y aparece una cantinela machacona que rápidamente se convierte casi en una marcha militar, una marcha militar con mucho moto como bien se puede oír. Los toques del metal (trompetas y trompas), que obviamente no están en el Cuarteto original, dan un toque marcial al movimiento que casi te dan ganas de salir a desfilar por el pasillo… Casi. Luego te lo piensas mejor y te quedas escuchando el resto del movimiento, que es más sensato y enriquecedor (y, además, ¡qué iba a pensar tu familia viéndote desfilar por el pasillo!).
Esta tónica “marchosa”, con diferentes variaciones, culmina en el minuto 6:05 con una vuelta al tranquilo tema inicial, que se desarrolla de forma muy “brahmsiana” hasta que el tema se va desvaneciendo lentamente hasta el silencio.
Y el movimiento termina… pero es que hay que dejar paso al momento más célebre de la obra, el movimiento final: Rondo alla zingarese (Rondó a la zíngara, o sea, con aires gitanos), cuyo video podemos encontrar a continuación:
Las obras más conocidas de Johannes Brahms son seguramente sus Danzas Húngaras, de clara ascendencia gitana… los que hayáis estado en Hungría os habréis dado cuenta de que la música zíngara está por doquier. En la calle, en los restaurantes, en el metro, en el teatro… los violinistas zíngaros os atacan en cualquier lado con sus coloridos trajes y sus alegres ritmos… y luego pasan la gorra, claro. Pues este movimiento es auténticamente zíngaro: alegre, rápido, lleno de solos improvisatorios… un lujo, vaya. Podemos imaginarnos, casi vemos al violinista solista vestido con su pantalón negro, camisa blanca, chaqueta roja y lazo negro ejecutando sus acordes imposibles acompañado de sus cuatro o cinco colegas de la banda… el ritmo ora es lento y bailable, ora melancólico, ora rapidísimo… Zíngaro, vaya.
En fin: nueve minutos deliciosos, pero deliciosos de verdad. Y pegadizos… un rato pegadizos. ¡Llevo una semana escuchando este estupendo movimiento zíngaro, sin poder quitármelo de la cabeza! Disfrutadlo.
Por cierto, el violinista de la estatua que aparece al final en el video no es Brahms, claro… es Johann Strauss hijo, el gran compositor de valses y polkas, cuya estatua dorada se encuentra presidiendo el Parque de la Ciudad de Viena, justo al lado del Kursalon vienés, lugar de encuentro de vieneses y turistas, donde una orquestina toca al aire libre (en verano, claro) valses de Strauss para uso y disfrute de la audiencia. Una delicia de lugar, siempre que vayas a bailar (o a ver bailar) y a escuchar valses, y no te sientes a cenar. ¡Te dan unos sablazos que te dejan tieso! Lo sé: a mí me han dado uno que casi me arruinan el resto de las vacaciones. Aunque, bien pensado, a lo mejor si eres vienés no te parece tan cara la cena…
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Hay algunas grabaciones de esta obra, no demasiadas pero suficientes. La del video es muy buena: Christoph von Dohnányi con la Filarmónica de Viena, donde además está el Cuarteto de Cuerda Op.95 de Beethoven orquestado por Mahler (cosa fina, también) y Naxos ha editado no hace mucho una versión con la Orquesta Philarmonia, dirigida por Robert Craft donde encontraréis también las Cinco Piezas Orquestales, de Schönberg (ya sabéis que Naxos es siempre garantía de calidad y buen precio). Y, si podéis, no os perdáis tampoco el Cuarteto original de Brahms. Es también extraordinario.
En Spotify hay varias versiones también. He seleccionado la de la Orquesta de Norrköping dirigida por Lu Jia. Una curiosa combinación: una orquesta sueca y un director chino, pero lo cierto es que suena de maravilla. El enlace lo podéis encontrar aquí.
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Y bueno, aquí viene el rollo de siempre, qué remedio. En directo mejor, ya sabéis. Esta obra por supuestísimo, pero cualquier otra, también. O sea, para que no quepa duda: En directo, mejor.
Disfrutad de la vida, mientras podáis. A ser posible, escuchando música.
- Yo creo que algo tuvo que ver con tan entusiástica reacción la sorpresa general al ver que lo que estaba sonando se podía escuchar sin menoscabo de las facultades mentales de los oyentes… el que más, el que menos, se esperaba algo terrible. [↩]
- De las cuales, para mi gusto, la mejor con diferencia es la Tercera: un auténtico portento con fama de ser de muy difícil ejecución… y por tanto, la que menos se programa de las cuatro. [↩]
- Fue Franz Joseph Haydn quien fijó este formato instrumental para los Cuartetos, largamente utilizado hasta nuestros días. [↩]
- Pocos podían pensar en 1918 que la Guerra tremebunda que acababa de acabar sería poco menos que un chiste comparada con la que vendría 21 años más tarde. [↩]
- Sí, son doce: a las siete notas naturales o de la escala diatónica: do-re-mi-fa-sol-la-si, hay que añadir las cinco notas intermedias, los bemoles o sostenidos: re bemol, mi bemol, sol bemol, la bemol y si bemol, o bien do sostenido, re sostenido, fa sostenido, sol sostenido y la sostenido, que es lo mismo… bueno, casi, pero no exactamente… ¡qué lío! [↩]
- Y, para mí, completamente estúpidos, y sé que alguien me dará una colleja por esta afirmación de ignorante. [↩]
- Las que los expertos señalan como mejores, más bien. [↩]
The Historia de un ignorante, ma non troppo… Cuarteto de piano número 1 de Brahms, orquestación de Schönberg by , unless otherwise expressly stated, is licensed under a Creative Commons Attribution-Noncommercial-No Derivative Works 2.5 Spain License.
{ 14 } Comentarios
Hola Macluskey! me encantan tus articulos y la forma en que cuentas las cosas, pareciera que me estas hablando directo, además descubro mucho de musica leyendo esto, es que cada vez que uno lee el tamiz o el cedazo se siente un poquito menos ignorante , felicitaciones en verdad!
Hola Maclusckey. Yo soy músico desde hace 30 años y he estudiado y tocado mucha música, te lo aseguro. Y estoy contigo de acuerdo en tantas cosas que necesitaría hacer un artículo para enumerarlas. Por otro lado es admirable que alguien como tú que no se dedica a la música de manera profesional demuestre un amor tan profundo hacia ésta. Me encantaría aclararte esas dudas que tienes con respecto a claves, tonalidades mayores y menores, etc. Si te parece bien, cuando tenga tiempo te envío un mensaje intentando utilizar el principio de “antes simplista que incomprensible” para explicarte todo eso, ¡ya verás qué fácil es! Y por cierto, estoy totalmente de acuerdo con lo de la música dodecafónica, si es que esas dos palabras pueden ir juntas. Pasará al futuro (si es que no se pierde en el olvido) como una mera curiosidad, porque la verdadera música, la que hicieron los verdaderos genios de la humanidad (y para mí, el número 1 es J. S. Bach) es y será insuperable. Por muchos inventos nuevos y extravagantes que hagan los de los tiempos modernos. Un saludo y ánimo con los artículos, que somos muchos los que disfrutamos leyéndote
Por cierto, quien quiera “disfrutar” de una obra de Schönberg, que siga el enlace http://www.youtube.com/watch?v=veUJxETj7-c&feature=related y que me perdonen a los que les guste, pero yo sinceramente no disfruto en absoluto escuchando algo así.
o esta obra para piano http://www.youtube.com/watch?v=vsqk5o-hXCM&feature=relmfu sinceramente, no me veo después de un día de trabajo, en el sofá de casa con el equipo de alta fidelidad “disfrutando” de algo así. Y vuelvo a pedir que me perdonen quienes sí disfrutan con esto.
@Lou: Gracias por tus ánimos. No hay nada que me haga más feliz que haya a quien estos artículos le gusten y que le descubran nuevas piezas musicales…
@José María: Caramba, es un motivo de alegría para mí que un músico profesional vierta un comentario tan elogioso a tan ignorante artículo…
Y efectivamente, esos dos ejemplos que has incluido describen perfectamente lo que quiero decir (lo que queremos decir, en este caso): eso ni es música ni es ná. En unos años toda esta martingala del dodecafonismo y el serialismo y tal habrá pasado a la historia como una curiosidad, una frivolité de tipos locos, como los pintores que estrellan huevos con tinta inyectada en un lienzo y dicen que lo que resulta es “arte”…
Creo que he contado alguna vez una anécdota que refería Ramón Barce, compositor español recientemente fallecido, sobre el ambiente que imperaba en los años 60 o así en la pomada musical… Llegaba uno de los autores y decía “he compuesto una suite pluscuampichirrollista preciosa…”, y sus colegas le preguntaban: “¿Cuándo la compusiste?” Si la respuesta era: “hace dos años”, o “el año pasado”, rápidamente le ignoraban, por antiguo… ¡sin haberla no ya escuchado, ni siquiera echado un ojo a la partitura…! A mí me recuerda ahora a los que, cuando les dices que te has comprado un smartphone, como no sea el último alarido, preferentemente que no haya salido aún a la venta y lo hayas conseguido sobornando a algún vecino, te tildan de antiguo y desfasado inmediatamente… yo conozco a un par de estos.
En fin. Frikis los ha habido siempre. Gracias por tus amables comentarios.
Ah, y no sé si conoces la serie que Gustavo está escribiendo sobre “Música y Ciencia”: http://eltamiz.com/elcedazo/musica-y-ciencia/
Gracias a ella y sobre todo al último artículo publicado, el que habla de los griegos y su legado) creo que por fin comprendo qué rayos es la tonalidad (básicamente usar cada vez sólo siete de las doce notas, ignorando el resto, pobres), e incluso está preparando un artículo para describir qué son los modos menor y mayor para que un ignorante supino como yo pueda al fin entenderlo.
Te agradezco enormemente tu ofrecimiento… ¡y no te digo yo que en un futuro no te tome la palabra!
Muchas gracias de nuevo
Pues a mi Schönberg no me ha parecido tan terrible tras escuchar los links que ha puesto José María. Si no me equivoco nunca había escuchado nada suyo. Sí es cierto que su música genera cierto desasosiego o nerviosismo, no sabría como definirlo. Pero para mí que según me dé el día puede apetecerme escuchar Mozart, Beethoven, Falla, Rodrigo o cosas que mucha gente considera no-música como el punk o el death metal no me ha desagradado nada el dodecafonismo en esta primera escucha.
Quizás es que por leer tanto a Macluskey me esperaba algo espeluznante y no lo era tanto.
@Laertes: Ya, claro. Hasta cierto punto es lógico: son dos piezas para piano, y no suena taaaan mal.
Pero imagina este tipo de música en gran orquesta: Los violines atacan una melodía incomprensible, punteados sin ton ni son por los cellos y los contrabajos en pizzicato, e interrumpidos por un berrido del trombón bajo que es inmediatamente seguido por un tiruriiii de la flauta mientras la percusión hace porróm porrópóm, mientras el ejecutante de la celesta golpea las teclas como si lo hiciera mi sobrino de tres años…
En fin. Quizás encuentres por ahí, por ejemplo, su Concierto para violín. Tela. O puedes buscar algo de Webern o de Alban Berg, que también tienen lo suyo. O del 80% de los músicos occidentales de mediados a finales del Siglo XX, y no digo nombres.
Yo, ya digo: siempre que en los conciertos a que asisto hay un “estreno mundial”, “primera vez en España”, “encargo de la orquesta”, etc… me echo a temblar. Y a veces es maravilloso, cierto. Pocas. Muy pocas.
De todos modos, nada supera al tipo aquél que, a mediados de los setenta, llegó, saludó, se sentó quince minutos delante del piano sin tocarlo y luego se levantó y saludó, recibiendo un estruendoso aplauso, por innovador (?). Pero… ¡tampoco lo era tanto!: Tony Leblanc se comió una manzana en un teatro sin decir ni pío y todo el mundo le reputó de genio… Cosas de la modernidad, supongo.
Yo prefiero Brahms, qué se le va a hacer…
Gracias por tu comentario.
@Laertes: es curioso que menciones el punk o el death metal. Estos estilos son perfectamente tonales, con estructuras armónicas definidas por acordes (en general menores) y tienen su base en la música tonal clásica perfectamente reconocibles. Yo he escuchado estos tipos de música y puedo identificar perfectamente los acordes. Pero el dodecafonismo es otra historia. Un invento “por innovar” sin sentido. Una mera curiosidad. De hecho no creo que exista un solo grupo de rock, pop, metal, transmetal, death metal, lo-que-sea metal, que tenga uno solo de sus temas basado en este experimento llamado dodecafonismo. Suppongo que sus fans pensarían que se les habría ido “la bola” del todo Un saludo.
Sí, ya se que son tonales (e incluso algunos modales como comentamos en uno de los artículos de la serie sobre música de Gustavo), simplemente los mencionaba como estilos “underground” que suelen ser bastante despreciados.
Laertes: A mí personalmente hay temas metal que no me disgustan. De todas formas me alegro de encontrar alguien a quien pueda apetecerle en determinadas circunstancias escuchar alguna de las obras que he puesto en los links. Sugienren, como una atmósfera enigmática o algo así. Pero yo personalmente prefiero otras músicas. Un saludo.
Macluskey, eres un filisteo. ¡Mira que pensar que la música es para pasarlo bien!
La principal función de la música es demostrar lo culto que eres haciendo comentarios sobre técnicas avanzadas de composición, dejando a la altura del betún a los que no saben mucho de música ni saben fingir que saben. Cuanto más rara sea y más incomprensible, más te puedes lucir.
@Epicureo: Sí, eso pensaba yo…
Lo que ocurre es que cada vez que empezaba a hablar de series disminuidas estocásticas ladradoras (esto es lo más de lo más de esta semana en los círculos musicales)… pues la gente me tiraba cosas, así que decidí adoptar este aire de ignorante, a ver si así alguien me da bola…
En fin. Yo cada vez que leo las presentaciones de las obras que voy a escuchar en un concierto me pregunto siempre lo mismo: “¿Quién demonios se cree el tipo que escribió esto que va a venir al concierto? ¿Alguien que sabe taaaanto como él? ¿Y luego se pasan todo el santo concierto tosiendo a pulmón suelto…?”. Pues eso.
¡A disfrutar!!
Vaya una tremenda sorpresa, Mac: así que acercándote nada menos que a Schönberg (Brahms de por medio, claro, claro…). Confieso que ayer, a las 3 de la madrugada, antes de ir a dormir, se me ocurrió dar un vistazo general en El Cedazo a ver qué había y marcar algo para leer hoy. Pero tropecé de pronto con El Dodecafonista asociado a un artículo tuyo y me fui de cabeza hasta altas horas.
Excelente artículo, como siempre. Y, haciendo justicia, la orquestación es una maravilla. En realidad yo no la había escuchado nunca, así que fue una sorpresa (ya lo ves, cualquiera puede ser un poco “ignorante”…)
Gracias por promover mis artículos de música y ciencia, gracias a quienes veo que también me vienen siguiendo en la serie, pero quiero destacar mi gran satisfacción por haber contribuido a aclarar esas dudas tenaces de Macluskey y, quizá, de algunos otros lectores también.
La opinión que tengo de Schönberg es que fue un gran músico, pero a la vez muy conflictuado por buscar alguna salida en la evolución de la música al término del siglo XIX. Es probable que ello le haya quitado la posibilidad de desarrollar más su talento musical, sometiendo la inspiración a los dictados del estructuralismo que él mismo creó. No dudo que hubiese podido componer la “5a. Sinfonía de Brahms”! Es curioso (o tal vez no) que en sus últimos años haya expresado que el futuro de la música podría ser un retorno a la tonalidad en forma renovada. Personalmente, pienso que eso es profético aunque aún no se haya cumplido. Ya hablaré de ello en mi serie, pero ahora no digo nada más.
Un saludo!
Je, Je, Gustavo como siempre poniendo el dedo en la llaga…
Yo también creo que Schönberg debió ser un músico excepcional, que resultó esclavo de sus propias teorías. Ya ves, cuando le da por componer (o arreglar) a la Brahms, es más Brahms que el propio Brahms…
Entiendo que buscara una salida a la tonalidad (sobre todo ahora que creo que entiendo qué es), porque tras Mahler… a ver quién componía en la época música mahleriana mejor que Mahler, así que algo había que inventar para hacer algo nuevo, ¿no? Pero, claro, de ahí al dodecafonismoooo… hay un rato. Obligar por decreto-ley (de eso sabemos mucho en España) a que cada doce notas fueran todas distintas elimina los estribillos, el que la música sea mínimamente pegadiza y hace que las orquestas necesiten ensayar como siete veces más para tocar… eso.
En fin, muchas gracias por comentar, y por tus desvelos por desasnar al prójimo.
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[...] Miércoles 11 de abril, 20:00 horas. Teatro Jovellanos, Filarmónica de Gijón, concierto nº 1600: Zíngaros, Quantum Ensemble. Obras de Liszt, Bartok y Brahms. [...]
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