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Cayo Julio César (IX)




Cayo Julio César

Cayo Julio César. (Wikipedia)

Estimados lectores, comenzamos hoy el último artículo de la serie de nuestro querido César. En el último artículo vimos el fin de la guerra civil en África e Hispania. Hoy veremos cómo comienza a formarse un complot entre quienes le tenían celos al ver el poder que acumulaba, la posterior conjura y, finalmente, su asesinato. Quizás uno de los más famosos asesinatos de la historia.

Como siempre hago, aclaro que relato acontecimientos que sucedieron antes de la llegada de Cristo, por lo que las fechas mencionadas serán todas asumidas como a. C. Sólo aclararé con d. C. si algún hecho ocurrió después de Cristo.

Honores para César

En septiembre del 45, César vuelve a Roma y celebra un triunfo en octubre, su cuarto, por sus victorias en Hispania, aunque le recomiendan hacerlo más austero, ya que esta vez la guerra fue contra romanos y no contra fuerzas extranjeras. Le sugirieron que no debía herir susceptibilidades. De todas formas, fue muy criticado por haber organizado el triunfo contra romanos.

Roma le otorgó el poder de “dictador” por 10 años, teniendo como subordinados a todos los magistrados. Recordemos que el cargo de dictador se otorgaba a una persona en casos excepcionales como una guerra donde la integridad de Roma corría riesgo (ver guerra con Aníbal). Además, se le autorizó ser cónsul cuantos años desease. Eventualmente, le extenderían el cargo de dictador de por vida. Así mismo permitieron que pueda pasar leyes sin necesidad de aprobación. Por fin, por si fuera poco, lo nombraron luego tribuno de la plebe y le erigieron una estatua en el templo de Júpiter.

Esta suma de poderes comenzó a inquietar a los senadores, que sentían que pasaban a segundo plano. Todo lo decidía César y su círculo íntimo. Durante la guerra civil esto fue tolerado, como lo fue en otras épocas de crisis en Roma,  pero de a poco dejó de tener sentido para los senadores aristocráticos, al ser completamente ilegal, ya que no había una necesidad para tal suma de poderes. Si bien su gobierno era pacífico, su mayor desafío era convencer a la clase aristocrática sobre la tolerancia a los nuevos cambios en el poder.

Hagamos un breve paréntesis sólo para decir que entre sus planes de campaña figuraba en el corto plazo realizar una incursión en los Balcanes, y luego contra los partos para vengar la derrota de Craso que vimos al principio de la serie. Para esto, planeaba construir un canal en el istmo de Corinto. Claro que esto no llegaría a concretarse. Volvamos a Roma.

Los aduladores no faltaban, y le siguieron otorgando honores y erigiendo estatuas. No ha quedado claro si César deseaba o no tanto reconocimiento. Conociendo su sagacidad política podemos decir que César era al menos consciente de que a muchos ciudadanos de Roma les empezaría a molestar. Un ejemplo de ello es que en la estatua de él en el templo de Júpiter habían inscripto “Semi Dios”, y César, viendo que ya era demasiado, ordenó borrarlo.

De todas formas, muchos empiezan ya a temer una tiranía. Estas fanfarronadas de los pro-cesar generaron mucho resentimiento y odio en sus enemigos. César, para calmar los ánimos, perdonó a muchos de los que se le enfrentaron en la guerra civil, y mandó a su vez a restaurar las estatuas de Pompeyo. Claro, este gesto de magnanimidad mejoró su imagen pero, como dijo Cicerón, este gesto aseguraba también la salud… de sus propias estatuas.

César estaba satisfecho con su título de dictador con capacidad para pasar leyes (recordemos que dictador y emperador son en la época términos distintos a los atribuidos hoy día). Él no deseaba ser rey en el sentido helenístico, es decir como se usaba en Grecia, Asia y Egipto: un semi-dios sobre la voluntad de la gente. Sin embargo, su acumulación de poder y la forma de presentarse hacían pensar lo contrario. Comenzó a usar la corona de laurel, que más tarde fue reemplazada por una de oro.

El senado no se adaptó a las nuevas épocas y seguía con la mentalidad del poder centralizado en Roma, y específicamente en los patricios aristócratas. Pero Roma no era ya un pequeño imperio que podía ser controlado egoístamente desde Roma. Era un imperio gigantesco con un ejército enorme. Tenía que cambiar su mentalidad para abrir el gobierno a sus nuevas provincias; César lo entendía, ellos no. César conocía mejor que nadie todas las provincias, pues durante sus campañas estuvo en cada una de ellas no sólo guerreando, sino también dejando un gobierno que las administraría más acorde a las nuevas realidades, incluso en varias oportunidades extendió la ciudadanía romana a personas fuera de Italia.

Sin embargo, los aduladores continuaban tratándolo como un rey, como un dios. Incluso tuvo un altercado con los tribunos de la plebe Flavio y Marulo, y les llegó a quitar sus magistraturas, pues resultó que un individuo colocó una diadema real sobre la cabeza de una estatua de César. Los dos tribunos la quitaron y ordenaron arrestar al hombre. César se indignó, no porque hubieran quitado la diadema en sí, sino porque deseaba ser él mismo quien tuviera el gesto de quitarla públicamente y dar así una buena imagen “negando” cualquier coronación real. El resultado es que se enfadó con ellos, desposeyéndoles de sus magistraturas. Estos acontecimientos alarmaron a los senadores y a la gente patricia, ya que atentaban contra los fundamentos mismos de la República: los tribunos de la plebe eran sagrados.

Siguiendo a tono con la demostración pública donde negaba ser un ser superior, como un rey, en febrero del 44, durante unas celebraciones, César rechaza públicamente en dos oportunidades el ofrecimiento de la diadema real que Marco Antonio le ofrecía. Si bien era un acto orquestado, el pueblo comprendía el mensaje, aunque los senadores no se lo creían y sabían que estaba todo preparado.

El cocktail explotó cuando César nombró senadores a personajes importantes, pero nativos de las provincias conquistadas. Esto era acertado en su política de expandir el gobierno a todo el imperio, ya que como dijimos Roma ya no era un pueblucho y las provincias debían tener voz y voto. Pero, en cambio, esto enfureció a los aristócratas. La cosa no daba para más.

Ya por último se corrió el rumor infundado de, aparte de que deseaba ser Rey como vimos, que deseaba gobernar junto con Cleopatra como reina.

Conspiración y Las Idus de Marzo

Un núcleo de 60 conspiradores miembros del Senado y aristócratas, con Casio a la cabeza, se pone en contacto con Marco Bruto, quien luego de haber sido capturado en Farsalia contó con el perdón de César hasta el punto de que le asignaron incluso importantes magistraturas. Tal es así que estaba en la lista para ser cónsul en el corto plazo. Marco Bruto era una persona muy respetada en el mundo de los optimates, de fuertes valores republicanos y aristócratas. Su aporte sería clave, ya que lo consideraron uno de los líderes de la conspiración y su participación le daría legitimidad al golpe.

César comenzaba a desconfiar, pero nunca se imaginó el grado de seriedad de la amenaza. Él mantenía esperanzas de poder ganar la buena voluntad de los aristócratas.

Los conspiradores debían decidir cuándo actuar: antes o después de la campaña contra los partos, ya que César partiría el 18 de Marzo y no volvería por algunos años. Si César era vencido, no habría problemas. Si salía victorioso sería más popular aún, haciendo más difícil su asesinato y, peor aún, explicar la legitimidad del mismo al pueblo. Claramente debía ser antes de que se marchase.

Marco Junio Bruto. Uno de los líderes de la conspiración

Marco Junio Bruto. Uno de los líderes de la conspiración. (Wikipedia)

Hemos hablado en todas las series acerca de la importancia de las ceremonias y augurios realizados sobre los cuerpos de los animales. Se dice que César, en una ceremonia de sacrificio de un animal, no pudo encontrar su corazón. ¡Vaya, pues, un animal sin corazón, terrible augurio!, siguiendo con las supersticiones, un adivino se le acerca y le dice que tenga cuidado en el día 15 (idus según los romanos) del mes de marzo.

El día 15 César tenía planeado reunirse con el Senado para tratar la campaña contra los partos, y ésa era la fecha elegida por los conspiradores. El día anterior, en una charla con Lépido, César y él hablaron sobre la mejor forma de morir, a lo que César responde que la mejor forma de morir es la no esperada. También la noche anterior la mujer del César, Calpurnia, tiene pesadillas y le pidió a César que no fuera a reunirse con el Senado. César ordena hacer unos sacrificios por los adivinos, a lo que responden que el resultado no es favorable. César, pues, mandó a disolver el Senado por ese día.

Décimo Bruto, llamado el Albino, hombre de confianza de César y aliado de los conjurados (con Marco Bruto y Casio) se entera que César no planea ir al Senado. El plan, entonces, se desbarataría, la conjuración no duraría mucho y existía el riesgo de que se filtrara información, por lo que procede a convencer a César sobre la importancia de asistir al Senado ese día. Sus argumentos eran sobre cómo se ofenderían los senadores, que lo verían como una actitud tirana y no republicana.

César, finalmente, accedió. Desde que parte de su casa hasta que llega al Teatro de Pompeyo, donde se reunió el Senado, suceden una serie de acontecimientos donde varias personas intentan acercarse a César para advertirle sobre lo que tramaban los conjurados. Sin embargo, ningún mensaje le pudo llegar a sus oídos. La muchedumbre imposibilitaba y complicaba todo. Uno llegó incluso a alcanzarle una carta secreta con información valiosa para su seguridad, pero César no pudo leerla y la dejó para hacerlo más tarde. Así dice al menos la leyenda.

César, mientras se dirige al Senado, le dice al adivino (el mismo que había anticipado algo nefasto sobre los idus, sobre el día 15) en tono de broma “Ya han llegado los Idus de Marzo”, a lo que el adivino le responde que “Han llegado, sí, pero no han pasado”.

César va acompañado por Marco Antonio, quien es entretenido en la puerta y llevado a un lado por Cayo Trebonio, otro de los conjurados. César, pues, entra solo. Los senadores se le acercan. Tulio Cimber se le acerca para hablar sobre un petitorio, pero César le niega discutir eso ahora. Cimber entonces le agarra y le sostiene fuertemente. César, sorprendido, grita “¡Esto es violencia!”. Casca es el primero en clavarle una estocada, luego vino el resto. Marco Bruto, su protegido, tantas veces perdonado por él, se acerca a dar la estocada final a lo que César, viéndolo, se derrumba y se deja caer a recibir la muerte en el pedestal de la estatua de Pompeyo, su enemigo de antaño.

Esta última descripción que vimos es según Plutarco. A su vez según Shakespeare en su obra Julius Caesar, César le dijo a Bruto “Et tu Brute? Then fall,Caesar!. Suetonio en su libro Los doce césares, donde habla de Julio César menciona que algunos afirman que dijo en griego  ”What! art thou, too, one of them? Thou, my son!” o en español “¡Cómo! eres tú, también, uno de ellos? Tú, hijo mío!” Recordemos que César quería mucho a Bruto y lo había perdonado varias veces. Además recordemos era hijo de Servilia, amante muy querida por César, y que le había prometido algún consulado.

César murió a los 56 años, cuatro años después de la muerte de Pompeyo en Egipto, también asesinado.

El amor de Bruto por la República era mayor que el que sentía por César. Se dice que le clavaron veintitrés puñaladas. La estatua de Pompeyo, la más cercana a donde sucedió el homicidio quedó manchada de sangre del mismo César… ¡Qué irónica la vida!, aunque probablemente fue planeado así por los conspiradores.

Vincenzo Camuccini, "Morte di Cesare", 1798, Wikipedia

Vincenzo Camuccini, “Morte di Cesare”, 1798, Wikipedia

Los conspiradores salen victoriosos del Senado con las espadas manchadas aún de sangre, el pueblo los mira consternados, algunos asustados. Vitorean sobre la nueva libertad obtenida.

Marco Antonio y Lépido, de los más cercanos e importantes hombres de César,  al darse cuenta de lo sucedido escapan a sus casas para evitar pasar la misma suerte. Más tarde, Marco Antonio se reunió con los conspiradores para acordar una tregua.

Al día siguiente, en el Capitolio, los conjurados, con Bruto a la cabeza, le hablan al pueblo, que aún estaba un poco consternado y no sabían bien cómo reaccionar. Respetaban a Bruto pero también sentían compasión y admiración por el gran César. El Senado tomó medidas reconciliadoras otorgando armisticios, e incluso llegaron a declarar que César fuera tratado como un dios; su funeral se fijó el día 18,  y ordenó que todas las órdenes que dio en vida se siguieran cumpliendo. Lógicamente, también se auto-otorgaron tierras y premios a los conjurados.

Colocaron el cuerpo de César en una pira funeraria en el Campo de Marte. Allí los ciudadanos le rindieron honores e hicieron ofrendas. Marco Antonio hizo leer los honores que el Senado le otorgó a César y además leyó su testamento. Decía lo siguiente: Cayo Octavio, su sobrino, su principal heredero, heredará una fortuna que lo haría el hombre más rico de Roma. También en el testamento hubo donaciones de 300 sestercios a cada ciudadano. El pueblo empezó a tomarle cariño a César de 0. El momento en el que pasearon el cadáver por el foro, se lo veía mutilado por las heridas. La gente no soportó la indignación y comenzó a correr un grito a favor de César. La turba se descontroló. La idea de cremarlo en el campo de Marte no les pareció adecuada a la muchedumbre y le prendieron fuego en el medio del Foro, algo más acorde a su grado de héroe.

Comenzó una cacería de conspiradores, que no podían creer lo que veían. Nuevamente Roma se descontroló. Gente inocente fue apedreada y asesinada por la turba enardecida, Bruto, Casio y los más importantes conspiradores tuvieron que huir. Incluso confundieron al poeta  Helvio Cinna, pro-cesar, con un conspirador, y le mataron.

Lépido, Marco Antonio y Cayo Octavio organizarán una nueva guerra contra los conspiradores, que terminará con la victoria de los cesarianos en la batalla de Filippi. Casio se quitó la vida con la misma espada que usó para matar a César. Bruto corrió la misma suerte.

La República murió con ellos.

Claro que Lépido será puesto de lado al poco tiempo, y la puja por el Imperio será entre Octavio y Marco Antonio junto a su amante Cleopatra. El final lo conocemos: Octavio vence en Actium, Marco Antonio y Cleopatra se quitan la vida,  y se otorga el título de Augusto, autodenominándose primer ciudadano, pues recordemos que el término “Rey” no era agradable a los romanos. Será un emperador duro, no tendrá el talento militar de César pero será muy bueno en la arena política, aunque no sería clemente con sus rivales. Nació así el Imperio Romano.

En los restos del Templo de Julio César aún hoy le dejan flores en homenaje.

En los restos del Templo de Julio César aún hoy le dejan flores en homenaje. (Foto del autor)

 

Epílogo

César fue un gran general. Entrenaba duro a sus hombres y los llamaba por su nombre. Premiaba el coraje y castigaba la cobardía. En muchas oportunidades, cuando sus hombres se negaban a combatir o a seguirlo en campaña, lograba hacerles cambiar de opinión magistralmente, logrando que se fanatizaran hasta el punto de pedirle por favor que los dejara combatir con él.

Mario, Sila, Pompeyo y César eran generales que contaban con el apoyo incondicional de sus tropas. Era una época especial en Roma: el reciente profesionalismo del ejército, aceptando tropas de las clases bajas, hacía que los legionarios sintieran más afinidad hacia su comandante, que les daba botín mientras Roma se lo negaba y apenas les daba una paga miserable. Es así que Sila, Mario y César lograron juntar fuerzas para marchar contra la Roma misma. Los nuevos generales defendían los derechos de botín de sus hombres, y se ganaban así su obediencia. Sin embargo, hacia los centuriones y cargos elevados a veces era necesario un premio especial, y muchas veces convencerlos de que estaban en el bando correcto y que los senadores arruinaban a Roma en su corrupción. Es decir, los oficiales tenían que saber que hacían lo mejor para Roma y creer en lo que estaban haciendo.

En la época del gran Publio Cornelio Escipión y durante el auge de la República esto era impensable. El soldado era un hombre de campo que batallaba cuando se lo pedían y después volvía a sus quehaceres y cuidaba de sus tierras. Bajo ningún punto de vista apoyarían de forma fanática a un general que marchase contra Roma.

De ahora en más los generales serán la pieza clave de Roma. Durante siglos definirán ellos, mediante golpes de estado sucesivos, quién sería el emperador de este gran imperio.

Damos ya por finalizada la serie dedicada al gran Cayo Julio César. Espero realmente que les haya sido de su agrado. ¡Pido disculpas por haberla extendido a 9 artículos!, pero es que había tanto para escribir…

Saludos y hasta la próxima.

Bibliografía

La serie está basada mayoritariamente en el libro de Adrian Goldsworthy: Caesar: Life of a Colossus. En segundo lugar basé el escrito en el libro Julio César de Hans Oppermann y en Vidas Paralelas, Julio César de Plutarco.  Macluskey el Magno me recomendó Rubicon de Tom Holland,  que me fue de gran utilidad y además es muy recomendable.

Algunos temas puntuales de sus campañas en la guerra de las galias y la guerra civil fueron obtenidos de In the Name of Rome: The Men Who Won the Roman Empire también de Adrian Goldsworthy. Claro que la lectura del propio escrito de César en sus Comentarios de la guerra de las galias y la guerra civil es imperdible. ¡Al fin y al cabo, es el propio César quien nos cuenta sus campañas!.

Un clásico que siempre recomiendo es de John Gibson Warry.  “Warfare in the Classical World: An Illustrated Encyclopedia of Weapons, Warriors and Warfare in the Ancient Civilisations of Greece and Rome”.

Por último recomiendo ver este documental de Julio César donde hablan sobre lo que vimos en la serie y además aparecen autores que les recomendé mas arriba.

Sitios Web de interés

Historial Lago: Portal de José Ignacio Lago

Legiones de César en Livius.org:

Imperium.org: Aquí encontrarán textos antiguos y mapas

Curiosidades del cómic Astérix


Sobre el autor:

chapu77 ( )

entusiasta de la Historia y la astronomía pero decidió trabajar de ingeniero informático.
 

{ 7 } Comentarios

  1. Gravatar Macluskey | 13/08/2012 at 05:55 | Permalink

    Un gran artículo para finalizar una gran serie!! Es una pena que se termine, pero tampoco se trataba de retrasar los Idus de marzo, ¿no? ;)

    Ya espero impaciente la siguiente serie…

  2. Gravatar ilcavero | 13/08/2012 at 10:58 | Permalink

    Gran serie, me has tenido esperando el final ya varios meses per ha valido la pena. Me la he releido más de una vez.

  3. Gravatar chapu77 | 15/08/2012 at 07:27 | Permalink

    @Mac: esperemos a ver que nos depara el destino @ilcavero: si, pido perdón por la demora. Estuve de viaje justamente por el viejo continente por primera vez. Imaginarás mi felicidad al estar allí!!! Saludos

  4. Gravatar J | 22/08/2012 at 08:58 | Permalink

    Qué pena que termine. ¿Habrá más?

  5. Gravatar Venger | 08/12/2012 at 02:10 | Permalink

    chapu77, acabo de terminar tu serie y lo primero que he hecho ha sido descargarme “De bello gallico” en mi electrónico libro para leerlo. Y me pongo a ello. Ya comentaré algo por aquí, si todavía seguís.

    Y con respecto a tu obra, lo que ya he dicho en otra entrada de tu serie (pero que nadie me ha hecho mucho caso): el gran Indro Montanelli estaría muy orgulloso de ti

    Nota: el “):” que he escrito antes no es un emoticono, pero bien podría valer, ¿no?…

  6. Gravatar chapu77 | 09/02/2013 at 10:22 | Permalink

    Venger: recien veo tus comentarios. Nuevamente gracias por tus comentarios. De bello gallico es un gran libro, es una oportunidad única en la que sientes al gran Cayo relatándote sus aventuras en primera persona (aunque usa la tercera persona en el relato). Saludos!

  7. Gravatar Venger | 11/02/2013 at 09:17 | Permalink

    ¡Hombre! qué sorpresa. Gracias por responder, creía que no había ya nadie por estos lares. Pues sí chapu77, ya me lo terminé. Me fascinó. Me emociona la idea de leer algo que ha escrito esta persona (que no personaje) hace más de 2000 años. Que ya son años.

    Además tuve la suerte que la versión que leí estaba comentada por Napoleón Bonaparte, y las notas que escribe desde el punto de vista militar, no tienen desperdicio. Compara las tácticas de entonces con las actuales (las del principio de siglo XIX, claro) y habla mucho de la diferencia entre las batallas con y sin el uso de la pólvora. También intenta desmitificar algunas exageraciones que dice César, así como permitirse el lujo de hacer juicios de valor sobre sus decisiones estratégicas. Cierto resquemor tendría, ¿no? Por el hecho de ser francés, o pseudofrancés. Ya te digo que ha sido una experiencia fascinante, que recomiendo a cualquiera que tenga inquietudes históricas, o simplemente inquietudes a secas.

    Me gustó mucho también cómo relata la construcción de los puentes, o la de las naves para cruzar el Canal de la Mancha. En fin, que me enrollo más que un abuelo, ya termino, simplemente decirte que sin esta serie tuya, no hubiese pasado los ratos tan buenos que he pasado. Así que gracias chapu.

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