Seguimos explorando la música clásica del Siglo XX. Quizá entre muchas personas se asocia el término de “música clásica” a la música con varios siglos de antigüedad, Bach, Mozart, Beethoven y compañía… Pero a lo largo del Siglo XX también se escribió mucha y excelente música clásica. Música clásica clásica, no sé si me entendéis… porque, sintiéndolo mucho, los experimentos de Schönberg y el resto de dodecafonistas de la Escuela de Viena, y casi todas las “nuevas tendencias” musicales surgidas a lo largo del Siglo han producido un tipo de música que, para mis ignorantes oídos, es simplemente inescuchable, un horror para mis pobres y viejas meninges.
Yo tengo por norma escuchar (bueno, mejor dicho: empezar a escuchar) todas las obras que se interpretan en los Conciertos a los asisto, pero hace algún tiempo que, cuando una obra lleva cinco minutos y me está poniendo de los nervios, me levanto y me voy. Igual me pierdo algo más adelante, pero casi siempre me ahorro el dolor de cabeza… Aun así, el siglo XX ha dado magníficos compositores clásicos que hacen música tonal,[1] como Dmitri Shostakovich, Sergei Prokofiev, Sergei Rachmaninoff, Carl Orff, o el protagonista de la obra de hoy: el italiano Ottorino Respighi.
Nacido en 1879 y fallecido en 1936, el boloñés Respighi es un músico que compuso prácticamente toda su producción musical en el Siglo XX; además de componer también dirigía, escribía… Había que ganarse las habichuelas, y los compositores de los Siglos XX y XXI difícilmente pueden ganarse la vida exclusivamente componiendo.
Especialista en música barroca, sobre todo la italiana (Vivaldi, Monteverdi, Scarlatti, etc), nunca fue seducido por las nuevas corrientes musicales atonales, amelódicas e inarmónicas que venían de Centroeuropa, manteniéndose siempre en la línea tonal, melódica y armónica de toda la vida… Incluso en alguna de sus composiciones más conocidas, como son las “Danzas y Aires antiguos“, se nota perfectamente esa influencia barroca. Aunque, desde luego, era un músico de su tiempo y utilizaba todos los recursos musicales de la época (que habían crecido bastante desde la época de Mozart)… y cuando digo todos, quiero decir todos, ya veréis luego que no exagero ni un poquito.
Don Ottorino nunca mantuvo una buena relación con el régimen fascista de Benito Mussolini, llegado al poder en 1922… pero no le quedaba más remedio que convivir con él: se trataba de un músico conocido, uno de los más conocidos en Italia, y director titular de una de las orquestas italianas más importantes, la de la Academia de Santa Cecilia de Roma. No le quedaba más remedio que contemporizar con el régimen… o exiliarse. Y el buen Respighi no estaba por la labor de irse a ninguna otra parte que no fuera su querida Italia, así que contemporizó. No fue nada extraño, algo parecido tuvieron que hacer, por ejemplo, los grandes compositores rusos de la época… algún día contaré las tribulaciones del gran Shostakovich con el padrecito Stalin. Pero al buen Ottorino Respighi nunca le gustó el Duce, ni su régimen, ni sus formas, así que cuando escribía una obra de exaltación de las virtudes italianas (mayormente, de las virtudes imperiales romanas, claro), lo hacía con una ironía y una retranca que denotaba, muy sutilmente, sus verdaderas opiniones. Luego incidiremos algo más sobre esto cuando oigamos la obra.
Si por algo es conocido el amable y jovial Ottorino Respighi, es por su Trilogía Romana, compuesta por tres Suites ambientadas en las calles y plazas de la ciudad donde vivía desde 1913, cuando fue nombrado director titular de la Orquesta de la Academia Nacional de Santa Cecilia: Las Fuentes de Roma (1916), Los Pinos de Roma (1924) y las Fiestas Romanas (1926). Las tres Suites son muy conocidas, pero la más interpretada y grabada de las tres, con diferencia, son Los Pinos de Roma (I Pini de Roma). Y a esta obra dedicamos el artículo de hoy.
Compuesta en 1924, apenas dos años después del nombramiento de Benito Mussolini como Primer Ministro italiano (y por ende, de la toma de poder del fascio en Italia), esta exaltación de las pinedas romanas es una obra con múltiples aristas que refleja, por un lado, la alegría y el bullicio típico romano[2] , por otro, la melancolía por el pasado, y por fin, el temor por el futuro… pero disfrazado todo ello de complaciente exaltación de las virtudes romanas más queridas al régimen mussoliniano.
Requiere la ejecución de los Pinos de Roma de una orquesta realmente voluminosa, con la cuerda completa (normalmente treinta violines, repartidos en dieciséis primeros y catorce segundos violines, doce violas, diez violonchelos y ocho contrabajos), arpa, madera triple (tres instrumentos de cada familia), una más que generosa sección de metales (más una trompeta fuera del escenario), y otra generosa sección de percusión, más piano, celesta y órgano. Sí, también órgano. De todo. ¡Hasta un gramófono se necesita para ejecutar esta obra!! Bueno, ahora igual es un mp3, pero ya os hacéis una idea. En su momento veremos la función de este gramófono, muy importante para el sentido de la obra.
Acompañadme esta vez, si lo gustáis, con una magnífica versión, auténticas palabras mayores. Señoras y señores: el mismísimo Herbert von Karajan dirigiendo a la Orquesta Filarmónica de Berlín en una Sala de Conciertos de Osaka, Japón. Un Karajan que es seguramente el artista que más discos ha vendido jamás, y no sólo hablando de música clásica, sino en general: más de doscientos millones de discos vendidos le avalan como el superventas máximo de la música. En este concierto japonés tenemos a un Karajan ya muy mayor, que parece un robot dirigiendo, como si la cosa no fuera con él (aunque la verdad es que siempre fue bastante hierático dirigiendo el buen Herbert). Esta vez no hay problemas con la partición: son cuatro movimientos, cada uno de los cuáles dura menos de diez minutos… ¡Perfecto para youtube! Además, los dos primeros movimientos caben en un solo video, por lo que son sólo tres los videos necesarios, y el sonido es razonablemente bueno para las costumbres de youtube. Así que esta vez no hay que preocuparse por lo de siempre de la forma de partir las piezas y tal.
A pesar de ello, los cuatro movimientos de la obra deben ser interpretados sin pausa alguna entre ellos. Pero al tener que estar divididos en tres partes, esta sensación de continuidad de la obra se pierde, aunque éste es, desde luego, un mal menor.
Peeero… (aaah, ¡siempre un pero!!), la grabación es como es. No sé muy bien en qué pensaba el realizador cuando situó a las cámaras en la sala, o cuando retransmitía o editaba el concierto, pero la selección de tomas es bastante pobre. Se queda el regidor arrobado, tomando durante muchísimo tiempo al maestro, que sí, era buenísimo dirigiendo, pero nada fotogénico por lo inmóvil y robótico… y casi no se vislumbra en ningún momento a la orquesta, la enorme orquesta necesaria para interpretar esta obra, que además está poco menos que apelotonada en un espacio muy pequeño. Cosas de japoneses, supongo. Vamos a ver no obstante los videos, y lo que no se vea, que es bastante, ya os lo cuento yo… a mi manera, claro. ¡Que no os pase ná!
Vamos, pues, con el primer movimiento: Los Pinos de Villa Borghese.
La cosa empieza con fuerza y alegría inusitada: los niños gritan en el parque romano por antonomasia: La Villa Borghese, los columpios vuelan, los chiquillos se persiguen unos a otros para, una vez capturado el contrario, gritarle la versión romana de aquello tan madrileño de “Pan y tomate, para que no te escapes…” que decíamos en mis tiempos…
Una canción infantil (que a mí me recuerda al ¡Chincha, rabia…!, que cantábamos mis infantiles colegas y yo hace cincuenta años… o más!), entonada por el oboe, irrumpe sobre el minuto 2:00, coreada al poco por el resto de la concurrencia, digo… la orquesta, hasta que llega la hora de volver a casita a cenar: una bocina interrumpe la canción, que, naturalmente, tarda un poquito en desaparecer. No una, ni dos, sino cuatro veces tiene que sonar la bocina admonitoria, porque ¿quién le ha dicho a un niño en pleno juego lo de “Pedrito, para ya de jugar, que nos tenemos que ir a casa”, y Pedrito ha dejado inmediatamente el juego para irse a casa?[3]
Por fin las niñeras y las mamás consiguen su objetivo (siempre lo consiguen, sniff), y en el minuto 3:10 terminan por fin los juegos infantiles, la calma se apodera del Parque… y entonces cambiamos de escenario, según comienza el segundo movimiento: Pinos cerca de una catacumba.
…Un aire solemne se apodera de la Sala de Conciertos: contrabajos y cellos se adueñan del ambiente. Como sabéis, las catacumbas romanas fueron utilizadas en los primeros tiempos del cristianismo para realizar enterramientos “en sagrado” por parte de aquellos primeros cristianos. Por consiguiente, los pinos al lado de las catacumbas han debido de ser mudos testigos de tantos y tantos enterramientos… Hasta ahora en que por fin, gracias al maestro Respighi, pueden abandonar momentáneamente su mudez y contarnos algo de lo que han visto a lo largo de los años.
Y, efectivamente, vemos un fastuoso entierro venir en lontananza… se acerca… oímos cantos gregorianos muy solemnes (entonados por los trombones)… debe ser sin duda el entierro de alguien importante, un obispo o un papa, porque fijaos en el acompañamiento, qué grandioso, cuánta gente y qué bien vestida y bien considerada… y qué bien suenan, además, los músicos que acompañan al cortejo y las oraciones que entonan por su descanso eterno.
Una solitaria trompeta “offstage”, o sea, entre bambalinas[4] recrea (minuto 5:15) una elegía, un cántico de alabanza por el desaparecido… El cortejo se acerca, con el ritmo machacón típico de las procesiones, hasta que pasan por fin delante de nosotros, sobre el minuto 7:40… ¡qué poderío! ¡qué buena presencia! En fin, parece que el cortejo fúnebre ha llegado ya a la catacumba, el ataúd ha sido depositado en las entrañas de la tierra, y el entierro ha llegado a su fin. Los asistentes se retiran, compungidos, y va volviendo paulatinamente la calma al entorno.
Se acaba el movimiento… y también el video, así que para disfrutar del tercer movimiento hemos de cambiar de video: Los Pinos del Gianicolo.
El Gianicolo (Janículo, en español) es una colina romana (que no es de las siete colinas tradicionales, por cierto), situada al otro lado del Río Tíber, es decir, en el Trastévere. Y en el Janículo hay una hermosa arboleda, al lado de la estatua de Garibaldi.
El piano arranca este movimiento con unos pocos acordes, muy suaves, anticipando que, tras los sobresaltos del griterío infantil y del solemne cortejo fúnebre, por fin podemos sentarnos tranquilamente a disfrutar de la naturaleza, admirando la espectacular arboleda poblada de pajarillos y otros bichitos, mientras el sol se comienza a poner detrás de la cúpula de San Pedro…
El clarinete solista entona una tranquila melodía de amor, al que luego se van sumando el resto de la madera y la cuerda… La celesta, con su agudo sonido de campanilla, puntea al resto de instrumentos. La música suave, calmada, recrea un momento de paz en medio del frenético transcurrir del día romano. Y el sol se va poniendo, en uno de esos lentos atardeceres mediterráneos… Es nuevamente el clarinete quien comienza a cerrar el movimiento.
Y justamente al final del movimiento Respighi deseaba incluir cantos pajariles para conseguir una mayor sensación bucólica. Los instrumentos musicales, mayormente la madera (flauta y oboe) son capaces de imitar trinos de pájaros… pero no de hacer trinos. Consciente de esta limitación, y conocedor de los avances de la técnica, Respighi tomó una determinación radical, no sólo para la época, sino incluso para ahora: exigió que, en la parte final de este tercer movimiento, se usaran los trinos verdaderos de un ruiseñor. Igual su primera idea fue utilizar una jaula con un ruiseñor amaestrado dentro que, al sutil gesto del director de orquesta, entonara un alegre trino, que debería parar inmediatamente cuando el director se lo ordenase de nuevo… pero lo descartó, pues un ornitólogo conocido suyo le dijo que lo mismo al pájaro no le daba la gana de cantar justo cuando al director le viniera bien. [5] Así que decidió usar en su lugar un gramófono con una grabación del canto de un ruiseñor, puesto que probablemente resultaría más sencillo y eficaz que un operario apretara las teclas de On/Off al gesto de la batuta. Incluso especificó exactamente qué grabación debía usarse, pero ya nadie usa tal grabación de los años 20, claro, lo que a veces tiene como resultado que se usen cantos de vaya Vd. a saber qué pájaro, sea ruiseñor o no, para enfado de ornitólogos…
Y dicho y hecho… en el minuto 6:00 podemos oír el canto de nuestro invitado especial, el ruiseñor, acompañando los suaves acordes finales del movimiento, que va desapareciendo lentamente conforme el sol se pone… Usar un gramófono en un concierto, en 1924, como si de un instrumento musical más se tratara, fue sin duda una decisión radical e innovadora. Como veis, aunque Respighi no hacía la música dodecafónica considerada lo más de lo más en la época, también era un innovador, a su manera.
Y el movimiento termina suavemente, y con él, el video. Así que viene ahora el cuarto movimiento: Los Pinos de la Vía Appia.
Si hasta ahora la música ha resultado amable, juguetona, contemplativa, risueña, romántica, cantarina (y nunca mejor dicho, después del ruiseñor)… ahora toca agarrarse a la silla, porque viene una de los momentos musicales más “estruendosos”, en el mejor sentido de la palabra, que yo haya tenido jamás oportunidad de escuchar en una sala de conciertos. Y recomiendo, además, escucharla a un volumen alto. Muy alto. Mucho más alto de lo que se acostumbra. Pero mucho más. Ya sé que es difícil poner música muy alta en nuestros pisitos rodeados de vecinos (bueno, y de mujeres, maridos, padres, hijos…), pero esta vez merece la pena. Para que os hagáis una idea, casi siempre que he escuchado esta obra en una sala de conciertos, no he podido evitar mirar hacia el techo, pensando que iba a salir disparado, volando por los aires, de tanta presión sonora, tanto decibelio desbocado como se produce en este movimiento… Avisados quedáis.
Representa este movimiento la arribada de las Legiones Romanas a la metrópoli por la Vía Appia, la famosa Vía Appia que entra a Roma desde el Sur, desde Brindisi y el granero siciliano, y por tanto una de las vías más importantes y transitadas de la época imperial… porque estamos en época imperial, sin duda. Antes de eso, en época republicana, las Legiones tenían terminantemente prohibido entrar en Roma, pero a partir del famoso paso del Rubicón en el 49 a.C., Julio César se cargó la prohibición de entrar con sus Legiones en Roma y, de paso, también se cargó la República.
Comienza el movimiento con un sonido grave, muy grave, en el límite de la audición, un opresivo boom-boom-boom… que indica la marcha al unísono, marcando el paso, de miles de legionarios a lo lejos… o que presagia grandes nubarrones en el horizonte. Cada cual puede interpretarlo como mejor le cuadre. Este sonido tan grave no está producido por el timbal, ni por el bombo… ni por el órgano, ni por los contrabajos, ni el contrafagot, ni, desde luego, por la tuba. La primera vez que la oí en concierto, me volví loco para localizar de dónde provenía tan profundo y característico sonido, y me quedé perplejo cuando por fin me di cuenta de que era… ¡el piano! Tocando las notas más graves del piano con pedal se consiguen notas tan graves que están en el límite de la audición, y dan la sensación de “surround”. Y eso es lo que hace Respighi para remedar el rumor de un ejército lejano, acercándose, marchando marcialmente… y lo consigue. ¡Vaya si lo consigue!
Rápidamente le acompaña el timbal y luego el clarinete bajo, siempre piano (o sea, bajito) y en notas muy graves. Un clarinete plantea luego (minuto 0:55) la que será melodía principal, unas pocas notas solamente, mientras los instrumentos de la orquesta se van incorporando (trompas, clarinetes, la cuerda, siempre en piano, que ya vendrá el tiempo del fortissimo, ya).
Luego (minuto 1:20) se oye cantar a un oboe solitario, que pronto calla ¿sobrecogido quizá por la que se le viene encima…? Quizá represente a un pajarillo solitario que enmudece ante la llegada de los manípulos y las centurias… aunque yo creo que lo que pasa en realidad es que el oboísta ha echado un vistazo a la partitura de los metales que tiene a su espalda, y se ha achantado…. Y de pronto, en el minuto 2:25, comienzan a oírse de verdad a los metales (un par de trompas) entonando la melodía antes esbozada por el clarinete, aún no muy alto, con sordina (la sordina en las trompas la consiguen los propios trompistas tapando el tubo con la mano), aún lejanos pero aproximándose, contestadas por otras trompas y luego por las trompetas también con sordina, mientras la nota ominosa del piano acompañado del timbal (boom-boom-boom) sigue oyéndose en “surround” por debajo, acompañado, por si fuera poco, por el órgano, que se suma también a la fiesta… las legiones se acercan, iros preparando.
La cuerda se suma a los bronces, primero en pizzicato, luego con el arco, que es lo habitual… La madera no tarda en seguirlos. Trombones, trompas y trompetas se van contestando con los mismos sones, la misma legionaria melodía que va pasando de unos a otros, creciendo, creciendo más… CRECIENDO. La percusión, generosa, se suma a la fiesta… ya está toda la orquesta tocando cada vez más fuerte… No. NO BAJÉIS EL VOLUMEN. AGUANTAD… me lo agradeceréis.
En el minuto 3:35 parece que por fin el clímax ha llegado (fijaos en este punto en los contrabajistas que se ven al fondo, qué forma de darle caña al contrabajo)… pero no, ¡qué va!, porque de pronto, en el minuto 3:50, tras un tremendo “platillazo” de un percusionista (casi parece que va a quedar como en los dibujos animados, vibrando, de las ganas que le pone al golpe de platillos) se suman, brutales, tremendos, bestiales, pasando por encima de todos los demás instrumentos, un número mínimo de seis buccine (bueno, Respighi hablaba de buccine, pero en realidad nadie sabe exactamente cómo eran ni cómo sonaban las buccinae romanas, así que se utilizan normalmente bombardinos en su lugar, que es lo que usa Karajan en su concierto de Osaka, o en su defecto tubas wagnerianas).
Estos bombardinos que sustituyen a las dichosas buccine dan una nota, una única nota sostenida, en fortissimo, a pleno pulmón, realmente brutal, que te levanta literalmente del asiento. Nota que se repite tres veces más, pues hay que dejar que los bombardinistas o como se llamen tomen aire de vez en cuando, la misma nota de sirena de barco, que no sé cuál es, faltaría más. Sobre todo, si los ejecutantes de los bombardinos, seis u ocho, los coloca el director, en lugar de entre el resto del metal (como es el caso del video que nos ocupa), en la tribuna, o sea, arriba del todo de la Sala, separados de la orquesta, casi entre el público, en un sitio que ni te imaginas, y de pronto entran con todo sin que te lo esperes. Como la retransmisión del concierto es como es, sólo se pueden ver a cuatro tristes bombardinos de pasada en un barrido que el regidor se molesta en dar para enseñarnos a la orquesta, sobre el minuto 3:10, al lado de las trompas y justo tras los clarinetes y fagotes.
La última vez que oí los Pinos en concierto, hará unos tres años, los dirigió Cristóbal Halffter a la Orquesta Sinfónica de Madrid y era la obra que cerraba el concierto. Todo lo que habíamos escuchado del concierto hasta entonces había oscilado entre el tostón soporífero y el rollo infumable. Si no nos habíamos ido ya era precisamente para esperar a los Pinos. Y valió la pena. ¡Ya lo creo que valió la pena esperar! Halffter dirigió unos Pinos muy briosos, la orquesta respondió perfectamente, y, cuando llegó este momento crucial de la obra, resulta que había colocado a ocho músicos con bombardinos, cuatro a cada lado, precisamente en la tribuna, casi en el techo de la sala, de tal modo que casi nadie se había percatado de su presencia, pues se debieron colocar en su sitio tan sólo un par de minutos antes de su intervención. Cuando entraron… No tengo palabras. Todos dimos un respingo buscando la sirena del barco que se nos había metido de sopetón en la sala… fue sencillamente maravilloso, porque además Halffter consiguió que, a pesar de la tremenda cantidad de decibelios imperantes en la sala, se escucharan perfectamente diferenciados los distintos grupos de instrumentos: la cuerda, por un lado (observad en el video cómo toda la cuerda toca con todas sus fuerzas), metales (separando los distintos grupos y, sobre todos ellos, los bombardinos), la percusión, incluyendo bombo y gong, y el órgano (a esas alturas ya no se oía el piano para nada) manteniendo el boom-boom de fondo, el opresivo boom-boom del marchar legionario… Sí, la madera también ayuda, pero es que a la pobre no se la distingue nada entre la batahola.
Bueno, dejemos que el maestro Herbert von Karajan termine su trabajo (hasta se anima, el buen hombre, al final… quién no se animaría con semejante música) y al respetuosísimo público japonés aplaudir antes de que el video, y la obra, termine.
Este cuarto movimiento es obviamente una exaltación del poderío de Roma, nominalmente de la Roma imperial, pero subliminalmente de la Roma rediviva (o sea, del régimen fascista mussoliniano)… al menos en la superficie. Pero, por debajo de la grandiosidad del movimiento, hay algo… hay algo intranquilizador, ominoso, opresivo, quizá premonitorio. Sobre todo en el comienzo de los Pinos de la Vía Appia, en sus dos primeros minutos, se puede casi oír el chirriar de las cadenas… siempre con el boom-boom del piano y el timbal recordándonos que se nos viene encima la mismísima Legio Decima, y ese oboe… ese oboe solitario que entona un canto de ¿advertencia?, ¿preocupación?, ¿nostalgia?, y que es después contundentemente acallado por el metal… ¿quién es, a quién representa ese pobre oboe? Y, ya puestos a elucubrar, en el segundo movimiento, en las catacumbas, ¿de quién es el entierro? ¿De un papa, un obispo, un prócer romano? ¿O de la propia República Italiana, quizás, puesto que el Duce se la cargó igual que primero Julio César y luego Augusto se cargaron a la República Romana dos mil años antes…? Mmmm, no sé.
Mi impresión, siempre que escucho esta obra, es que Respighi quiso dejar constancia palpable de su aprensión, o su disgusto ante el nuevo régimen, con el que nunca congenió… pero el hombre tenía que comer. Así que aparentemente escribió una obra grandiosa, imperial, que resultó muy del gusto de los jerarcas italianos de la época, tuvo un éxito inmediato y fue muy representada en esos tiempos. Y sin embargo… sin embargo, te deja con un regusto de inquietud en el cuerpo que no tiene mucho que ver con celebraciones y gloriosas victorias. En fin, quizá sean sólo aprensiones mías…
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Los Pinos de Roma es una obra interpretadísima, y también grabadísima por montones de directores y orquestas. Hay muchísimas versiones, históricas (como una que yo tengo de Arturo Toscanini con la Orquesta Sinfónica de la NBC, grabación del año 1953, realmente muy buena, pero donde los bronces suenan absolutamente a lata, consecuencia de la calidad de los equipos de grabación de la época), y de ayer mismo, como quien dice. Buenas versiones son, por ejemplo, las de Fritz Reiner, con la Sinfónica de Chicago, Leonard Bernstein con la Filarmónica de Nueva York o Riccardo Muti con la Filarmónica de Filadelfia… pero hay muchas.
A mí me encanta sobre todas las demás la versión de Herbert von Karajan con la Filarmónica de Berlín, editada por la Deutsche Grammophon en un disco con una extrañísima selección de piezas, junto con las Fuentes de Roma y otra obra de Respighi: “Las Danzas y Arias antiguas para laúd” (hasta aquí, lógico), pero también junto con una obra de Luigi Boccherini: “La música nocturna de las calles de Madrid” (sí, de Madrid, España, donde Boccherini vivió buena parte de su vida), y junto con el famosísimo Adagio de Tomaso Albinoni… Ninguna de estas dos últimas obras pega ni con chicle con un compositor como Respighi, con la salvedad de que todos los compositores son italianos, pero, en fin, así son a veces las ediciones de música clásica: desde mi ignorante punto de vista es una barbaridad poner, junto a un compositor del Siglo XX como Respighi, a uno barroco, como es Albinoni, de la primera mitad del Siglo XVIII, y a otro, Boccherini, de la segunda mitad del XVIII, y más aún porque Herbert von Karajan era un gran director… pero no de música barroca, ni mucho menos. Lo suyo era la música alemana de los Siglos XIX y XX y, en general, todas las obras del Siglo XX. Eso sí, como el hecho de poner su nombre en un disco, aunque fuera de la Macarena, vendía mucho, ahí le tenemos dirigiendo nada menos que a Albinoni… Cosas de los negocios, supongo.
Bueno, pues si os hacéis con el disco y lo oís, hay que hacerlo de la siguiente manera: 1) No oírlo en el PC. Forbidden. Kaputt. Nasti de plasti. Hay que oírlo en el equipo stereo. Si no tenéis, lo pedís prestado. 2) Eliminad el Dolby Sorround y la madre que lo parió, si el equipo lo tiene. Ponedlo en Stereo mondo y lirondo sin ningún tipo de ecualización. O sea, usando los dos altavoces frontales y nada más. 3) Ponedlo a un volumen alto. ALTO, para que se me entienda, y cuando os entre la necesidad imperiosa de bajarlo, NO LO HAGÁIS, que tampoco dura tanto. Y a disfrutar. Bueno, eso espero, si no bajan antes los vecinos a daros con la sartén en la cabeza… Es que ésta es la única forma de que lo que vais a oír se parezca, aunque sea tibiamente, a lo que se escucha en una Sala de Conciertos, y que cuando entren en liza los bombardinos os parezca que ha entrado un tren de mercancías en la habitación, que es lo que ocurre en la Sala de Conciertos.
Para los que tengáis acceso a Spotify, se encuentran allí un montón de versiones diferentes de la obra. Poned “Pines of Rome Respighi”, buscad y yastá. Hay para dar y tomar… La que más me ha gustado de las que he oído quizá sea la versión de Fritz Reiner, con la Orquesta Sinfónica de Chicago, que podéis encontrar aquí. Pero podéis probar con unas u otras, cada una tiene su punto, aunque ninguna sea la para mí magnífica de Karajan que antes cité (que no está en Spotify, como pasa con prácticamente toda la voluminosa producción del gran director salzburgués).
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Bueno, pues… ¿sabéis una cosa? Aunque haya muchas versiones de esta obra, y casi todas buenas… ninguna tiene nada que ver con escucharla en directo. Nada de nada. Y más en esta obra, os lo digo yo… Oírla en directo no tiene nada que ver con hacerlo en casa, por muy alto que pongáis el stereo. Poder distinguir a los diferentes grupos de instrumentos perfectamente acoplados entre sí, y todo ello a 150dB, es una sensación difícilmente explicable…
Disfrutad de la vida, mientras podáis. A ser posible, escuchando música.
- O sea, lo que para el común de los mortales es “música a secas”, no ruidos como de serrar barras de hierro o de camiones pasando por la autopista [↩]
- ¡Me encanta Roma!! [↩]
- Cuando yo era niño, desde luego, hasta el tercer aviso al menos no hacía ni caso, al igual que todos mis amiguitos [↩]
- O al menos entre bambalinas es donde debería estar, porque parece que esta vez está situada entre la orquesta… cosas de japoneses, ya digo [↩]
- Obviamente esto me lo he inventado, pero quizá pudo ser así, ¿no? [↩]
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{ 9 } Comentarios
En Pini di Gianicolo, a partir del 3:00 hay un solo de oboe que quita el aliento. ¡Asombroso! Fue usada en uno de los cortos de Fantasia 2000, http://www.youtube.com/watch?v=Huf9vB1HprQ en el que unas ballenas volaban por los aires.
Gracias una vez más!
Una pequeña pregunta, al hilo de tu reflexión acerca de la música clásica del siglo XX. Los compositores de bandas sonoras para películas, como John Williams, Howard Shore, Basil Poledouris o Ennio Morricone, ¿se les podría considerar compositores de música clásica?
Ah, Morricone… ya sé que a Mac tal vez le dé un soponcio, pero me encanta. Música con sentido del humor
@Angel: ¡¡Desde luego que sí!!! Es más, con alguna excepción que siempre hay, como con Michel Camilo y sus conciertos de pìano, es que la única música “clásica” decente que se hace hoy en día son las bandas sonoras de películas.
Y esto no es de ahora; ya Prokofiev cimentó en parte su éxito como autor de las bandas sonoras de películas como El Teniente Kijé o Ivan el Terrible… Poca música clásica se ha compuesto últimamente mejor que la banda sonora de Conan, de Basil Poledouris, con sus oraciones en latín y todo… y la enorme fuerza de las bandas sonoras de John Willimas para Supermán o La Guerra de las Galaxias… y no digamos nada la de Enio Morricone para La misión… Aah, ese solo de oboe que toca el joven indio cuando los obispos están determinando si son o no personas (El oboe de Gabriel, se llama esa pieza concreta)…
Asi que, Pedro, no, no me da soponcio alguno. ¡es la pura verdad! Sólo que hacer un artículo hablando de “La guerra de las Galaxias” igual queda un poco friki, ¿no?
Saludos
Bah, ya han retirado los videos de youtube.
@Carlos: Sí. Es el problema de usar youtube… al menos, duró… lo que duró, y se pueden encontrar otros videos en youtube con la misma obra… vale, no es Karajan, pero algo es algo…
Recién vuelto de Roma estaba preparando un post y buscando información he encontrado tu blog. Voy a poner un enlace y además lo he recomendado en Facebook, porque está muy bien. A mi padre esta pieza le gustaba mucho, y caminando por las calles de Roma me he acordado de él y de Respighi.
@Ángel y a @Mac (aunque de esto haga ya 5 años).
Estoy completamente de acuerdo en lo de las bandas sonoras y me ha dado mucho gusto que se haya mencionado aquí a mi autor favorito Basil Poledouris. Yo es una cosa que en conversaciones con entendidos nunca me he atrevido a comparar y es eso: las bandas sonoras con lo que se entiende como música clásica (yo la llamo: difícil). Ahora ya puedo salir del armario, je je. Habláis de la BSO de “Conan el Bárbaro”: fabulosa. Y también “Conan el Destructor”, que le hace sombra a la primera. Pero a mí, no sé por qué me gusta un poquito más la BSO de “La Caza del Octubre Rojo”. Menudos coros, menuda fuerza!!
Y no estoy de acuerdo con Mac, no veo por qué no se puede poner aquí una entrada sobre la BSO de Star Wars, Tiburón, Supermán, Parque Jurásico, Regreso al Futuro, o cualquiera de las grandes obras de John Williams. ¿Por qué va a parecer friki? Y si es así, pues yo soy el Rey de los frikis.
Y por mencionar también a Jerry Goldsmith y su maravillosa y aterradora BSO de “La Profecía”. Bueno, de la trilogía porque hizo las 3. Y aunque la primera y la segunda se parecen un poco, la tercera es completamente diferente. Decidme: ¿alguien conoce un coro con más fuerza? Incluyendo a Carmina Burana, ¿eh?, incluyéndolo…
Y muchos muchos más que mencionar, pero que no puedo ahora, pero el primero que se me viene a la cabeza: La BSO de Forrest Gump. ¿Qué hay más hermoso que eso? O James Horner y tantos y tantos, Henri Mancini…
Buah, no pararía…
¡Sí! Convengo contigo en todo cuanto desarrollas y expones en tu buenísimo artículo. Sigo paso a paso tu narración y me identifico con lo planteado y con tus ánimos al respecto. ¡Muy bien! Esta maravilla, por bellísima y valiente, es noble y asumible, abraza el sentir más elevado en emoción, alcanza el supremo decir, transporta hacia éteres blancos y refulgentes, abarca aires y bóvedas, arranca fibras de entusiasmos exultantes, arrebata en emociones delirantes, sabe y opina sobre flujos luminosos… La primera versión que oí, hace ya muchos años, fue la de la Sinfónica de Boston llevada por Seiji Ozawa (1979), que toma el mando y sabe arrancar caudales candentes, efluvios brillantes, luces cegadoras… ¡todo en manera suprema! Es mi preferida. Después, me hice con una versión de mi venerado Karajan, (Kingsway Hall, Londres, Ene. 1958). No llegué a ‘situarme’ igual. Llegando a “I pini della Via Apia” la impresión fue la de una edición en alguna medida descafeinadä: brillos atenuados, doma de destellos… (¿Susceptibilidades?¿Tintes adscritos?¿Inglaterra?¿Karajan?¿Su pretérito..?)
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