En años recientes se vienen desarrollando investigaciones acerca de los procesos cerebrales vinculados a la práctica musical. Así es como se nos vienen revelando importantes secretos, y será acerca de ello que hablaremos ahora.
En el artículo anterior de esta serie sobre Música y Ciencia planteábamos las últimas consecuencias de un género de música que la mayor parte del público de hoy no entiende. Hoy derivaremos aquel planteamiento hacia otras ciencias: la psicología y la neurología.
Comenzaremos por la psicología. Está claro que si alguien “no entiende” la música que escucha se pueden invocar desde factores educativos hasta emocionales. Acerca de ambos factores hay grandes discusiones, donde suele predominar una desviación hacia la valoración subjetiva de las formas de expresión, es decir, hacia el contenido emotivo, admitiéndose incluso la existencia de valores estéticos capaces de emocionar. La concepción esteticista tuvo gran auge durante los primeros años del siglo pasado, y aún sigue vigente en la actualidad, pero tiene raíces muy hondas en la historia, por ejemplo en el siglo XVIII, pero también se remonta hasta la época de Pitágoras y otros filósofos, para quienes la importancia de las proporciones era fundamental en el arte. Sin embargo, muy poco se sabe acerca de cuáles son los mecanismos mentales que producirían la emoción frente al arte, y hay que resaltar que cuando la psicología encara este tema prescinde, y muy necesariamente, de todo juicio valorativo acerca de juzgar como “bueno” o “malo” cualquier concepto estético y su resultado emocional. La emoción en el arte, y la valoración de su origen en una obra, fue desde siempre motivo de controversias, y es casi lógico que así sea, pues es un tema que parece huir del campo de la ciencia.
¿La música tiene algún contenido emocional que la ciencia pueda estudiar?
En la Universidad Jyväskylä de Finlandia se realizaron algunos experimentos – cuyos resultados volveré a mencionar hacia el final de este artículo – que sugieren una relación entre las reacciones afectivas que la música puede provocar, las formas en que se la utiliza como herramienta para regular las emociones, y cómo ello en conjunto puede depender mucho de las preferencias musicales de las personas. Estos experimentos no son concluyentes en el tema y solamente tratan empíricamente algo ya conocido de antemano, aunque es cierto que aclaran un punto: escuchar música no es un acto pasivo, sino una experiencia que parecería estar fuertemente ligada a lo que nos pueda evocar sobre nuestra vida afectiva.
Indagando más a fondo en estos procesos, se han realizado otros experimentos donde se fue directamente a buscar alguna explicación para la relación entre el trabajo del cerebro y el subconsciente a través de la música. La herramienta, en este caso, no ha sido la prueba psicológica, sino el electroencefalograma registrando una actividad musical. Es decir: por un lado tenemos – como en cualquier actividad humana – el empleo consciente del cerebro, y, por otro lado, los sentimientos y las emociones que pueden venir del subconsciente. La búsqueda de una correlación entre la neurología y el psicoanálisis persigue objetivos de muy largo alcance, como puede verse. Según Pierre Magistretti (director del centro de neurociencia y psiquiatría del “Centre Hospitalier Universitaire Vaudois” en Lausanne – Suiza) sería justamente en la indeterminación y la impredictibilidad de la creación artística donde se hallaría uno de los caracteres fundamentales de la humanidad.
O sea, existe una tendencia de la ciencia a dar explicación a una actividad humana tan aparentemente alejada de las necesidades materiales de la vida como es el arte, pero en particular la música. ¿Por qué la música? Pues porque ésta, al contrario que cualquier otra manifestación, no se expresa a través del lenguaje hablado, ni de formas que podamos ver o tocar, y tampoco se manifiesta por medio de los colores, pero sucede que pone a funcionar el cerebro entero, y, hasta el momento, no se ha descubierto que esto último suceda con alguna otra actividad que una persona realice.
Entonces, investigando acerca de cómo y por qué esto sucede, se han descubierto hechos sorprendentes.
En una publicación aparecida el 23 de abril de 1998 en el Journal Nature se habla acerca de investigadores en la Universidad de Münster, en Alemania, que descubrieron que el cerebro se agranda si en la niñez se reciben lecciones de música. Según los investigadores se halló que hay áreas del cerebro que responden al análisis de las notas musicales y que son hasta un 25% mayores en los músicos en comparación con quienes no lo son. Los músicos, de acuerdo a estos hallazgos, crean conexiones neuronales mediante el entrenamiento para procesar sonidos, pues es necesario sincronizarlos para poder tocar un instrumento, y ello hace que la práctica y la experiencia también estén ligadas al desarrollo de las áreas motoras, además de la auditiva y las zonas donde se procesan informaciones de alto contenido emocional e intelectual, incluyendo la memoria. O sea, prácticamente todo el cerebro trabaja.
Richard Frackowiak (del Instituto de Neurología de Londres) ha comprobado, todavía, que el cuerpo calloso – que es una zona de fibras nerviosas que anatómicamente separa los hemisferios cerebrales, pero a la vez los conecta transfiriendo información de uno a otro – es más grueso y desarrollado en los músicos que en otras personas. Este investigador sostiene así que la música incrementa las conexiones neuronales y estimula tanto el aprendizaje como la creatividad, porque hace que se conecten entre sí los hemisferios derecho e izquierdo.
Esta misma conclusión es desarrollada por Daniel J. Levitin, quien en su libro “Tu cerebro y la música: El Estudio Científico de una Obsesión Humana” (2008) hace notar que algunas áreas cerebrales se emplean tanto para la música como para otras funciones. Así pudo observar que la respuesta de las neuronas a los estímulos musicales es compartida con las zonas del habla, situadas en el hemisferio izquierdo. Por lo tanto, si el lenguaje se procesa en el hemisferio izquierdo y la música es procesada por la interacción de ambos hemisferios, eso vendría a fortalecer la hipótesis existente acerca del origen común de la música y el lenguaje hablado. En el tercer capítulo de la misma obra, Levitin profundiza en el funcionamiento del cerebro desde una perspectiva neurológica y llega a considerar que cerebro y mente son lo mismo, a diferencia del concepto tradicional que definía al cerebro como el órgano donde sólo se dan los procesos fisiológicos necesarios para crear la “mente”, es decir, el conjunto de nuestros pensamientos y sentimientos. El autor afirma que mediante las técnicas de electroencefalograma y de imagen por resonancia magnética es posible estudiar con aproximación aceptable la velocidad de respuesta del cerebro y la localización de los cálculos cerebrales.
Sin embargo, no está todo dicho respecto a las conclusiones de éste y otros autores, aunque es natural que así sea tratándose de caminos nuevos de investigación. Por ejemplo, para sostener la hipótesis del origen común de la música y el lenguaje hay que ver primero que la habilidad musical en el niño se manifiesta en forma mucho más temprana que la habilidad verbal. Y esto parecería más bien sugerir que el lenguaje hablado sería una consecuencia natural de la habilidad innata del niño para la música, y no al contrario. Otro elemento importante a considerar sería cómo evitar la interferencia entre la música y el ruido infernal que ocasiona el empleo de la resonancia magnética, muy especialmente si se quiere saber cómo reacciona el cerebro al percibir, por ejemplo, fragmentos de una sinfonía de Beethoven, o aún imaginar una música desconocida – es decir: componer sólo mentalmente una música – y que esa música imaginada sea rica en contenidos. Se sabe que, en casos así, el silencio circundante es condición esencial para las más altas manifestaciones musicales, sean éstas creativas o no. Y dentro del tubo, mientras se realiza una resonancia magnética del cerebro, silencio, precisamente, no hay.
De todas maneras es evidente que se ha iniciado una etapa muy prometedora en la investigación psicológica partiendo de observar el comportamiento neuronal. Pero la investigación se halla recién en las primeras etapas, y por eso sus fases aún denotan la falta de un mapa más claro para determinar o predecir la respuesta a estímulos mejor diferenciados. Por ejemplo, se considera relativamente poco la actividad cerebral diferenciada que podría haber según cuál sea la actividad intelectual que diferentes estilos de música podrían exigir, tanto sea como oyente o como creador.
Como todos los caminos de la ciencia, también éste es continuador de antecedentes importantes, sin los cuales es muy probable que hoy ni siquiera sospechásemos que la música pudiese ser algo tan trascendente para estudiar cómo funciona el cerebro. Otros investigadores ya habían comprobado, desde hace cierto tiempo, que la música produce cambios fisiológicos importantes, comenzando por el propio ritmo cerebral, pero además en la circulación sanguínea, la respiración, la digestión, el tono muscular y – más recientemente – se ha sabido que puede aumentar la resistencia para el trabajo y actividades de alto rendimiento en general. Se ha observado, por ejemplo, que los estudiantes que siguen una carrera cualquiera rinden mejor si, además, estudian música, porque ésta favorece varias actividades intelectuales como ejercitar la inteligencia, la concentración y la memoria a corto y largo plazo. En palabras de Serafina Poch Blasco: “…favorece el uso de varios razonamientos a la vez, al percibir diferenciadamente sus elementos y sintetizarlos en la captación de un mensaje integrado, lógico y bello”. (Compendio de Musicoterapia, Volumen I. Biblioteca de Psicología, Editorial Herder, 1999.)
Sin embargo, si se reúne un gran número de investigaciones y sus resultados, se llega a la conclusión de que no existe una zona del cerebro que se encargue de procesar solamente la música – o sea, no existe un “centro cerebral de la música” – sino que lo que se comprueba es una actividad cerebral completa, y eso es lo que más ha llamado la atención.
Varios científicos como los ya mencionados, entre otros, vienen siendo pioneros en este difícil campo de investigación. Sus teorías aún se hallan en discusión por ser muy nuevas, y la comunidad científica, si bien las considera con seriedad, señala que todavía permanecen ciertos aspectos especulativos donde las estructuras de la mente se describen como una gran variedad de estados psicológicos, pero una descripción no es una explicación. El problema más importante que la comunidad científica indica al respecto es que falta definir de forma precisa qué es la inteligencia.
Howard Gardner, por ejemplo, autor de la Teoría de las Inteligencias Múltiples, describe la inteligencia señalando que podría haber por lo menos siete inteligencias: la lingüística, la musical, la lógico-matemática, la espacial, la cinestésico-corporal, la interpersonal y la intrapersonal. Según este investigador, la mayoría de las personas posee este total de inteligencias, aunque cada persona usaría una combinación única y personal de los diferentes tipos de inteligencias. Esto dependería – siempre según el mismo investigador – de una influencia de las características biológicas propias de cada individuo, además de una interacción con la cultura y el entorno imperantes en una época.
Desde el punto de vista de la psicología, este aspecto de la teoría de Gardner se sitúa, en parte, en una de las corrientes de ajuste de la personalidad, es decir, la persona ajustaría sus preferencias y el comportamiento de acuerdo a un entorno social, y usaría las capacidades de su inteligencia en función de ello definiendo así cómo será su propia “forma de ser”, o sea, su personalidad. Tal punto de vista ha sido discutido por varios psicólogos, pues nunca se halló evidencia incontestable de alguna correlación sistemática entre la inteligencia y la adaptación de la personalidad al entorno social y cultural.
Pero las últimas investigaciones acerca de las funciones neuronales arrojan nueva luz al tema. Gardner no lo pasa por alto, y es más: analiza la habilidad musical y su evolución desde la infancia, en paralelo al crecimiento del cerebro. Es interesante detenernos un momento en este aspecto de la investigación en particular.
¿A qué edad comienza a interesarnos la música?
Gardner comprobó que cualesquiera que sean los dones que se le puedan atribuir a una persona, ninguno surge tan temprano como la inclinación hacia la música. A partir de los dos meses de edad el niño es capaz de imitar canciones que la madre cante, ajusta los contornos melódicos, y aun el tono y el volumen con algo más de exactitud de la que podría ser por casualidad. Hacia los dos años de edad se observa la tendencia a entonar sonidos breves afinados de acuerdo a ciertos intervalos armónicos. Y al poco tiempo comienza a intentar la reproducción de canciones que oye a su alrededor. Pero, hacia los tres o cuatro años, ganan espacio en su atención las músicas de la cultura dominante. Ahí disminuye su creación de melodías espontáneas y del juego sonoro exploratorio – hace notar Gardner.
El investigador señala todavía algo más: halla diferencias impresionantes cuando a esa edad los niños quieren aprender a cantar. En esa etapa, justamente la que va desde los dos a los cuatro años de edad, algunos niños pueden repetir muy bien algunas canciones o partes de las mismas, mientras que hay otros que no pueden entonar siquiera la diferencia de afinación entre notas a un tono de distancia. Y esta dificultad no desaparece más tarde. Al llegar a los cinco o seis años de edad, o aún más, hay niños que continúan con grandes dificultades si quieren entonar melodías exactamente afinadas.
Se ha achacado a muchas causas esta especie de atrofia musical repentina, y una de ellas es que durante la edad escolar se le da mucha más importancia a las habilidades lingüísticas en comparación al desarrollo de la habilidad musical, que durante esa etapa ocupa un lugar casi inexistente. El analfabetismo musical se tolera en gran medida aun habiendo clases de educación musical en las escuelas y, en vista de ello, muchos educadores están preocupados, porque además tienen en cuenta los aspectos del desarrollo cerebral que los científicos vienen descubriendo.
Es que hay algo que es verdad, aunque sea nada más que para la educación musical: esas observaciones muestran que la habilidad para la música es innata, pero que se la debe cultivar antes de que desaparezca. Ahora bien, ¿existe alguna correlación entre estas observaciones y las funciones neuronales? La hay, y aquí las investigaciones de Gardner se unen a las de otros investigadores. Por ejemplo, ¿por qué tenemos ciertas preferencias musicales? Todos sabemos cuál es el tipo de música que preferimos escuchar. Sin embargo, muy raramente nos preguntamos por qué es así, ni recordamos cuándo fue que nos comenzó a gustar tal o cual tipo de música. ¿A qué edad fue? ¿Y por qué? Las respuestas están directamente en el cerebro.
¿Qué dice la ciencia acerca del cerebro?
Las teorías más recientes que tratan de relacionar la neurociencia con la psiquis tienen su punto de partida en los descubrimientos de Holger Hydén (1917-2000), a quien ya cité en este artículo donde hablo sobre la memoria, aquí en El Cedazo. Este científico sueco marcó una etapa al descubrir que la memoria corresponde a una ordenación de moléculas de ácidos nucleicos en el cerebro. Una de las funciones de las neuronas es transmitir los impulsos nerviosos mediante reacciones electroquímicas casi instantáneas, y Hydén comprobó que el estímulo se traduce en el incremento de ciertas proteínas cuya molécula varía según la naturaleza del mensaje.
Éste fue un descubrimiento trascendental, pues a partir de ahí la psicología y el estudio de la anatomía cerebral y sus funciones se acercarían necesariamente entre sí.
Y ese acercamiento terminaría dando sus frutos también para la música.
Los investigadores actuales determinaron la importancia de la memoria en las habilidades musicales, pues la música es una expresión cuyo contenido se desarrolla íntegramente en el tiempo. Una de las observaciones más importantes en este sentido ha sido que el recuerdo de una música es muy resistente a las transformaciones de los rasgos básicos, o sea, podemos reconocer una música en particular aunque las versiones sean bien diferentes. Para hacer eso nuestro cerebro realiza cálculos enormemente complejos y selecciona rasgos permanentes, es decir, aquellos que nos permitan reconocer la versión original. Los modelos de la denominada “huella múltiple” permiten entender cómo procesamos y conservamos con exactitud la información sobre la música que escuchamos, como son los intervalos de la melodía, los acordes que la acompañan, los sonidos de los instrumentos, etc, pero, también, el cerebro guarda en la memoria la información de su contexto, o sea, nuestros recuerdos musicales se mezclan con acontecimientos que son parte de la vivencia musical. Por eso es que la música tiene tanto poder evocador.
Pero decíamos que no se ha podido identificar ninguna región del cerebro directamente responsable de la habilidad musical. Hay, esto sí, centros asociados con diversas habilidades, percepciones y hasta comportamientos determinados, pero respecto a la música no se puede decir que exista un centro único en el cerebro. Según el principio de neuroplasticidad (cualidad de adaptación de las neuronas a las funciones exigidas) nuestro cerebro puede modificar diferentes áreas adaptándolas a desempeñar nuevas funciones, en caso necesario. Y ahí es donde se ha observado que la música parece ser la actividad que envuelve a casi la totalidad de las regiones cerebrales conocidas y a prácticamente todo el subsistema neuronal.
Esto parece que ocurre para actos tan simples como acompañar un ritmo con el pie, pues se activan zonas del cerebro tales como el hipocampo, para recurrir a la memoria, o el área de Wernicke para entender la letra de la canción que escuchamos. El cerebro organiza la información recogida y hace un cálculo de probabilidades procesando en nivel bajo la información, pero esos datos son inmediatamente transmitidos a las regiones superiores del córtex, que los interpretan como una información con forma y contenido en un procesamiento de nivel alto. Estos procesos se actualizan constantemente y se informan recíprocamente, de manera que las interpretaciones creadas durante los procesos de nivel alto también influyen en las de nivel bajo, lo cual puede producir rellenos perceptivos, o sea, diversas ilusiones y evocaciones.
Entonces, ¿de qué manera nos interesa la música?
Esto tiene relación con los pronósticos que nuestro cerebro puede hacer durante todo el procesamiento de la información, y cómo se crean diferentes expectativas. Así, los compositores utilizarían efectos como cadencias y giros melódicos diversos e inesperados, con el claro propósito de desarmar las expectativas del oyente. Se constató experimentalmente que esto activa nuestros mecanismos cerebrales de placer y recompensa mucho más que la música donde todo es previsible. En otras palabras, sentimos más placer en escuchar música que contenga elementos “sorprendentes” y la preferimos a la música convencional. Pero en esto tampoco está todo dicho, como veremos en seguida.
Levitin coincide con Gardner en que iríamos asimilando desde niños las pautas de la cultura musical en que hemos crecido. En base a la frecuencia con que se repiten los rasgos predominantes de un tipo de música, adquiriríamos ciertos esquemas de conocimiento que, en el caso de la música, se forjarían ya en el vientre materno. Ese conocimiento estaría representado en el cerebelo mediante códigos que son millones de etiquetas químicas, neurotransmisores y neuronas que se pueden activar a velocidades e intensidades diferentes, pues recordar un acto concreto es recurrir a un código existente. Y, claro está, de acuerdo con esto, esa música sería tan habitual como también previsible para quienes la escuchen.
Ahora bien, sabemos que la capacidad cerebral de anticiparse previendo acontecimientos es un recurso para reaccionar con rapidez. Pero, si esto también funciona para la música, querría decir que ésa que habríamos aprendido desde la infancia sería la más previsible de todas y, por eso mismo, la que menos placer nos debería producir el escucharla, por ser excesivamente “pronosticable” para el cerebro.
¿He aquí una contradicción que faltaría explicar, pues los hechos observables parecen apuntar más bien en sentido de lo primero y no de lo segundo? No sería exactamente de esta manera, porque una cosa es qué tipo de música preferimos escuchar, y eso no es necesariamente contradictorio con la posibilidad de que, dentro de ese mismo tipo de música, haya algunas que nos interesen más que otras, según tengan, o no, elementos previsibles. Esto ya se refiere a los diferentes estilos y géneros musicales que estudia la musicología, pero enfocado ahora desde el ángulo de la neurología.
Sucede que la naturaleza es previsora y crea conexiones en demasía entre las neuronas, hasta que sea determinado cuáles serán útiles y cuáles no en el futuro desempeño cerebral. ¿Cuándo será ese momento? ¿Eso podría afectar nuestras preferencias musicales? Según los científicos hay un momento crítico para definir los gustos musicales, y es alrededor de los 10 años de edad, porque esa edad coincide con la máxima creación de conexiones neuronales, pero – y esto es crucial – todavía no se inició la eliminación de las conexiones innecesarias, o sea, la eliminación de los circuitos menos utilizados. La “poda” se inicia aproximadamente a los 14 años, época ésta que, además, es emocionalmente muy intensa y la música se asocia frecuentemente con toda clase de situaciones.
En la edad adulta la creación de nuevos circuitos es posible, pero es mucho más lenta. Aunque podamos aprender nuevas estructuras musicales, con la edad es cada vez más difícil entender sistemas musicales nuevos. Experimentos realizados con base neuronal indican que ciertas preferencias de los niños, y de algunos adultos, pueden tener origen fisiológico, o sea, la predilección por un tipo u otro de música podría tener relación con la evolución del oído en concordancia con el entorno, por ser rasgos sonoros de significado ambiental. En ese punto habría una cuestión de equilibrio entre lo que satisface o no satisface nuestros esquemas cognitivos, hasta un punto en que, simplemente, entendemos o no entendemos la música que escuchamos. Y si la música no se entiende, no gusta.
Parecería que el elemento sorpresivo, capaz de hacer que una pieza de música nos sea más atractiva que otras, quedaría así circunscrito a la preferencia por un determinado género de música, más que a cualquier otro factor, porque podría intervenir la comodidad del hábito. El hábito tiene una relación con los mecanismos psicológicos denominados “de defensa”, que son algo así como guardianes que nos protegen contra lo excesivamente desconcertante, quizá amenazador, que rompería nuestro equilibrio psíquico. Tal es así que, en situaciones que sobrepasan ciertos límites de lo inesperado, nos ponemos alerta y hasta podemos desear salir de esa situación cuánto antes. Parecería que la novedad inesperada debe tener un rango de intensidad que nos permita sentir una sorpresa que nos despierte el interés y nos resulte agradable. Pero, en el otro extremo, si actuamos en ambientes excesivamente previsibles y habituales, nos sentimos cómodos y relajados… hasta que percibamos que nada nuevo hay para saber, y entonces empezaremos a aburrirnos.
Pues bien, todo esto es perfectamente aplicable a la música. Y a propósito de esto es interesante volver a las experiencias realizadas en Finlandia, que mencioné al comenzar este artículo. En 2009, en la Universidad de Jyväskylä fue presentado un documento donde se relata un experimento que consistió en reunir 53 estudiantes de la Chemnitz University of Technology cuyas edades eran desde 18 a 37 años. Se les pidió que escuchasen siete piezas de música, una de las cuales era una música favorita que se había pedido a cada participante que eligiese a su gusto y la llevase al laboratorio. Las otras seis fueron seleccionadas en seis estilos musicales diferentes: rock, pop, rap, electro, folk/beat y música clásica. Se solicitó a cada participante que calificase cada pieza de música en una escala de 1 a 10 donde: 1 = no me gusta en absoluto, y 10 = me gusta al máximo. Se incluyeron al mismo tiempo algunas subcalificaciones como “esta música me activa”, o “me pone en buen estado de ánimo”, etc., a fin de establecer correlaciones emocionales. Las músicas elegidas fueron: en música clásica, Scherzo de la Sinfonía N° 2 de Beethoven; Love Is Gone (David Guetta) en electro; Dani California (Red Hot Chili Peppers) en rock; Gold Digger (Kanye West featuring Jamie Foxx) en rap; All Good Things (Nelly Furtado) en pop; y Santa Maria (Roland Kaiser) en beat.
Los resultados indicaron que según cuál sea la función que la música tenga, será sustancialmente predecible: “por qué nos gusta la música que nos gusta” – en palabras de los investigadores. Aparte de cualquier factor cultural, se vio que los factores de mayor fuerza en las preferencias fueron aquellos donde la música se podría usar como una forma de comunicación. Otro resultado importante fue que parece que las personas ven la música como un reflejo de sí mismas y, por eso, les gusta “su” música – es decir, la música sería importante (y gustaría) en la medida que refleje a quienes la escuchan. En cambio, la capacidad para expresar los valores de una nación y su cultura, respectivamente, no pareció ser algo muy importante – al menos para los participantes en este experimento. Pero la conclusión más importante fue que las funciones cognitivas de la música serían el factor más determinante en las preferencias, razón por la cual desempeñaría un papel central para comunicarnos unos con otros reflejando y expresando nuestras propias actitudes, valores y creencias.
Especialmente en los más jóvenes – siempre de acuerdo a las conclusiones del mismo experimento – la música serviría para definir la propia identidad y con frecuencia reflejaría problemas íntimos resueltos a través de la música. Parecería ser que esta clase de uso individual de la música sería lo que conecta a los oyentes más jóvenes con “su” música, y los investigadores creen que esto sería particularmente cierto para los adolescentes. Hacen notar al respecto que creen que “la gente prefiere la música que sirve más a tales funciones” y agregan que “si la música habrá de adquirir algún significado particular, ello significa que éste deberá ser aprendido y, por consiguiente, la repetición y la familiaridad serán cruciales para las preferencias musicales”. Y, todavía, subrayan que “la importancia de la repetición y la familiaridad son directamente subsiguientes a los posibles efectos de la mera exposición”.
Significativamente, las músicas que los participantes llevaron al laboratorio como sus favoritas fueron de rock y pop music en la mayoría de los casos. Aún después de escuchar otras músicas, la calificación de las preferencias (de 1 a 10) fue: la más alta de todas siguió siendo para la pieza de música favorita, y desde ahí – en orden de preferencias – rock, pop, rap, electro, música clásica y beat. (Thomas Schäfer1 y Peter Sedlmeier, 2009, Séptima Conferencia Trienal de la Sociedad Europea para las Ciencias Cognitivas de la Música (ESCOM) en la Universidad de Jyväskylä, Finlandia: “What makes us like music?” (¿Qué hace que nos guste la música?)
Entonces… ¿adónde hemos llegado? Lo veremos en el próximo artículo.
The Música y Ciencia – 13 El contenido emocional. by Gustavo Britos Zunín, unless otherwise expressly stated, is licensed under a Creative Commons Attribution-Noncommercial-No Derivative Works 2.5 Spain License.
{ 14 } Comentarios
… “descubrieron que el cerebro se agranda si en la niñez se reciben lecciones de música“…
Vaya, ya sé por qué tengo el cerebro tan pequeño… A ver si en otra vida convenzo a mis padres…
Un gran artículo, Gustavo, dentro de una gran serie.
Saludos
Interesante, me gustará saber a donde va a parar todo esto.
Bueno, siendo la música un arte, tiene que tocar los sentimientos, me parece que la música podría ser una suerte de computadora emocional, una matemática de emociones, pero no puede ser sólo ciencia o lógica.
@alessio:
Te recomiendo este enlace: http://www.portalpsicologico.org/multimedia-video/musica-y-cerebro-emociones-negativas-disonancia-sensorial.html Allí hallarás también otros que te interesarán. Cada día se descubren cosas nuevas y el tema es realmente inagotable. .. y la serie no terminaría nunca! Pero ya verás cómo en el último artículo de todos será ése el centro de la cuestión: la ciencia puede ser una herramienta pero no es un arte ni tampoco lo puede explicar. Un saludo.
Gracias, lo vi y me resultó inquietante ya que es lo mismo que sucede en una audición real. La serie ojalá no termine, o al menos su discusión, me ha resultado muy útil y reveladora para continuar mi trabajo musical. Pienso además que debiese motivar una discusión entre los músicos a los que nos interesa el sistema tonal, saludos!
@ alessio/
Pues sí, ese es uno de los objetivos que tuve para escribir esta serie. Estamos hartos de soportar músicas disonantes, ahora que parecería que la disonancia hasta puede ser instrumento de tortura, vaya! Claro que hace falta discutir. Pero para eso hay que tener buenos argumentos y es lo que he tratado de dar durante estos últimos capítulos. Por lo que dices, veo que te ha servido de algo y eso me alegra.
Saludos!
Gustavo, a mi la música atonal me ha retrasado años en mi desarrollo, me ha estorbado en mi desarrollo como músico. He buscado por años entenderla o tratar de asimilarla, y no puedo. Con el tiempo tb he desarrollado algunas objeciones o apuntes a la música atonal, por ej. para mi la forma de hacer la armonía parte de una base errada, porque parte usando acordes de tres notas. ¿Por que? Creo que el acorde debiese ser siempre considerado a partir de dos notas, considero la tercera del acorde casi como una apoyatura. Tengo muchas objeciones y observaciones y he pensado desarrollar una teoría armónica propia, pero necesito más estudios para hacer algo sólido y coherente. Hay muchas observaciones que he acumulado, en el caso de la escala de 12 sonidos, pienso que son 12 por la facilidad para ser divida en distintas partes. Puede ser dividida en 2, 3,4, y 6 partes, ya que lo que da origen a las notas son fracciones y divisiones de una cierta cantidad. Creo tb que para lograr una escala mas sutil y dividida en partes más finas, habría que usar una de 60 notas, para que pueda ser dividida por 2, 3, 4, 6, y tambien por 5. Pienso que lo que hace la utilidad de una escala es su divisivilidad, al igual que un angulo o el sistema medido en grados, que puede partirse en muchas formas y generar triangulos, cuadrados, hexagonos, etc. Tengo muchas observaciones de ese tipo pero no siento que pueda aun cuajarlas en una teoria sólida y no sé si pueda, por eso busqué informacion y me resultó muy util. También espero que la discusión continúe, si bien creo que hay buenos ejemplos de música vanguardista y atonal, tb adhiero a eso de estar harto de disonancias.
@Alessio:
¡¡Ya somos tres (al menos)!!
Yo ABORREZCO la música atonal. Bueno, no, aborrezco esa cosa que algunos llaman música atonal. Yo ni siquiera creo que eso sea música, sino más bien ruidos hechos con instrumentos pensados para más altos desempeños.
Pero yo sí que soy un ignorante integral, así que mi opinión poco cuenta…
@Macluskey, tal vez el problema de los músicos es que somos demasiado dogmáticos, hay música atonal buena pero pienso que el defecto de ese estilo es su integrismo, y lo que me hizo cansarme es el rechazo que le tienen a la música tonal, puede que no siempre sea así, pero en general, piensan que la música tonal es algo “superado”, creo que si se volviese a hacer ese tipo de música lo verían como una “involución”, asi como una tragedia. Creo que en el futuro debiese haber espacio para todo tipo de música, inclusive atonal, pero el problema es que actualmente no hay espacio para lo tonal, y hablando en general, la imagen que ellos tienen de la tonalidad es muy cliché, por ahí tb leí una opinion que decía que el atonalismo cortó la evolución natural de la música, es verdad, para mi desde comienzos del siglo XX hasta ahora hay un gran vacío, debido al integrismo vanguardista de excluir completamente la consonancia, la resolución de tensiones, etc. Excluyeron lo tonal en vez de complementarlo o enriquecerlo, y entonces la evolución de la música sufrió una interrupción, por ej yo escucho mucho más música popular que académica, porque siento una desconexión con la tradición de la música. Pero, tb, hay muestras de música de vanguardia muy interesantes, y pienso tb muchos compositores tienen una posición honesta de exploración de lo vanguardista, sólo que, en general, son dogmáticos como somos todos los músicos, por tanto a riesgo de ser intolerante con el atonalismo, tb me harta, no creo que nadie que comprenda y aprecie la música sea ignorante, es un tema de formación, yo me canso de encontrar buenos músicos que no saben teoría, tb por eso he tomado una posición más “disidente”, ya que los músicos populares son quienes mejor han preservado la tonalidad, por no decir los unicos.
Gustavo, muy esclarecedor tu artículo. A mi que me interesa, y no sé nada, la mecánica del funcionamiento cerebral y su relación con la experiencia de emociones (como puede que materia y espíritu sean la misma realidad) me ha encantado tu escrito. Más siendo un patán,pero también interesado, musical. En Finlandia hubiera aportado a Mahler (como ves soy muy tradicional). Me apunto al placer de escuchar música tonal. Ánimo y a ver como sigues.
@ alessio:
Pues mira, cuando yo era un estudiante mi profesor de composición me decía: “Usted evolucionará hasta entender el dodecafonismo, porque es lógico y no se puede evitar”. En vez de discutir con quien era un renombrado maestro, suspendí las clases y me puse a investigar por mi propia cuenta. En 24 horas me quité de encima el estorbo.
Es un punto de vista interesante. Si te entiendo bien, sería algo así como que la nota que forma uno de los intervalos de tercera del acorde podría tender hacia un intervalo de cuarta o de segunda, o incluso si la tercera es mayor podría ser la “apoyatura” para ir hacia la tercera menor, etc., con lo que cualquier acorde tendría una capacidad natural para transformarse. Incluso eso valdría para acordes que se forman con más de 2 terceras, como el acorde de séptima, por ejemplo. (Después de leer esta serie, Macluskey no se sentirá espantado de leer esta jerga entre tú y yo, je je).
La música popular siempre fue sabia en muchos sentidos y quizá ahora también lo esté siendo. Lo que me preocupa es la falta de calidad que normalmente tiene mucha de la música que por efecto del marketing se pone de moda. Pero aún ésta conserva la tonalidad y por alguna razón será. De todos modos me parece que se terminará cumpliendo el vaticinio que hizo nada menos que Schönberg: “El futuro será un retorno a la tonalidad, pero una tonalidad renovada”. Sólo haría falta que algún compositor audaz y creativo atendiese ese desafío.
No es exactamente así, sino que la división de la octava en 12 partes iguales (temperamento igual raíz 12 de 2), como seguramente sabes, es una división que permite afinar con aproximación suficiente todas las escalas diatónicas. Me extendería demasiado para ser éste un comentario, y sólo eso, pero, resumidamente, no conviene perder de vista – cualquiera sea la escala – que los sonidos deben guardar una relación armónica entre sí y que el oído sigue prefiriendo las relaciones armónicas simples, sea para los acordes o las melodías. Por eso las culturas que tienen música según escalas no diatónica no desarrollaron la polifonía, y, en parte, por eso es que el dodecafonismo no funciona como en un principio se esperaba.
Bueno, he terminado poniendo un ladrillo. Me quedo por aquí, pues todavía faltan artículos.
Un saludo.
@Gustavo, cree que usted tiene razón, sacarse los prejuicios es más fácil de lo que uno piensa, y tal vez uno debiera ser más radical en ese sentido.
Sí, pienso que la tercera de un acorde puede ir fácilmente a una cuarta o una segunda, en realidad pienso que los acordes son móviles, puede variar una nota mientras las otras dos se mantienen. Esta idea creo que surgió un poco después de ver la partitura de una obra de Purcell, Queen Mary’s Music, ya que cambia mucho entre el modo mayor y menor, hay mucho intercambio modal, fluctuante, también lo he visto en algunas piezas de Beethoven, y por otro lado también es posible usar quintas sin terceras y dejar que la percepción sonora le de un modo a lo que se escucha.
También pienso que los acordes podrian ser vistos como la suma de dos intervalos, de dos acordes de dos notas, más que un sólo acorde de tres notas, así se pueden estudiar los intervalos por separado y puede ser más analítico. Nunca me ha parecido añadir mas terceras a los acordes, para mi es como una peineta o rastrillo musical, si no se quitan algunos sonidos a ese acorde simplemente suena como una masa sonora más o menos consonante, pero densa.
Es verdad que la calidad de la música popular ha disminuido muchísimo, no sé a que se deba pero pienso también existe lo “clásico” en música popular, y se puede recurrir a eso cuando se necesite.
Me falta un poco entender el concepto de lo diatonico y de teoría, entiendo lo medular segun creo pero pienso me falta profundizar en algunos conceptos, es importante estar siempre aprendiendo, saludos!
errata, debe decir “creo”, en vez de “cree”
¿¿¿como puedo encontrar los experimentos que menciona y en los que se basa esta investigación??? necesito ayuda, con mi grupo de trabajo en la universidad necesitamos estudios experimentales previos para poder realizar el nuestro. seria de gran ayuda entre mas rápido me respondan, nos intereso este tema y me a ayudado mucho la información pero necesito experimentos en concreto para saber sobre la manipulación de variables y todo lo demás. también queremos aportar algo a la ciencia por favor seria de gran ayuda
Escribe un comentario