La gran campaña en la Galia (III)
Estimados tamiceros, hoy finalizamos la campaña en las Galias. En la entrega anterior vimos cómo César realizó con muchas dificultades dos invasiones a las Islas Británicas. Creyendo que había allí grandes riquezas, y con la excusa de que habían ayudado a los galos, emprendió la empresa que no le trajo ningún beneficio mas allá de ser el primer comandante romano en invadir las islas, tan remotas y misteriosas para los ciudadanos romanos. También combatió y venció una terrible rebelión de los belgas al mando de Ambiorix.
Hoy veremos una nueva y última gran rebelión, pero esta vez de los galos. La guerra se definirá a todo o nada en una terrible batalla que marcará la historia de un país para siempre.
Como siempre hago, aclaro que relato acontecimientos que sucedieron antes de la llegada de Cristo, por lo que las fechas mencionadas serán todas asumidas como a. C. Sólo aclararé con d. C. si algún hecho ocurrió después de Cristo.
Año 52. Rebelión de los galos. Campaña contra Vercingétorix
Como habíamos dicho, César favoreció a ciertos líderes dentro de cada tribu, ya que necesitaba paz en la Galia. Un ejemplo era el eduo Diviciaco. En todas estas rebeliones que vimos, los rebeldes expulsaban o asesinaban al líder afín a César. Las rebeliones tenían quizás algún tinte patriótico, pero también eran fomentadas por personas que ambicionaban poder y no se habían visto favorecidos por César, la verdad sea dicha
Sin embargo, la brutalidad con la que César reprimió las rebeliones causó un efecto contrario. Si a esto le sumamos el miedo de los galos a que los romanos decidieran asentarse para siempre en las Galias, todo esto inquietaba a ciertos lideres galos, especialmente en el centro y sur de la región.
Todo comenzó con unas reuniones secretas ese invierno del 53/52. César estaba, como siempre, en la Galia Cisalpina, preocupado porque Roma estaba sumida en el caos. Los triunviros estaban lejos de Roma y, además, Craso había muerto, por lo que empezó una guerra entre bandas. Por un lado, el siempre conflictivo Clodio, y por el otro Milo. Estos competían por puestos importantes en las elecciones, pero el asunto pasó a mayores. Las bandas guerreaban entre sí, y el saldo era varias muertes en verdaderas batallas urbanas. Tanto es así, que Clodio muere en una de ellas. El caos llegó a tal punto que se le propuso a Pompeyo ser temporalmente dictador e imponer el orden en Roma. Pompeyo aceptó, y trajo tropas con las que logra poner orden por fin.
Los galos, concientes del caos en Roma, creyeron que era el mejor momento para rebelarse. El primer paso lo dieron los carnutes, quienes masacraron a los comerciantes romanos en Cénabo, hoy Orleans. De a poco, todas las tribus empezaron a empuñar las armas.
Por primera vez muchos galos se pusieron de acuerdo; recordemos que si bien los galos hablaban el mismo idioma y tenían las mismas costumbres, solían guerrear continuamente entre ellos. Cada tribu era un mundo aparte. Pero ahora necesitaban un líder, y la figura elegida fue Vercingétorix, miembro de la tribu de los arvernos. Estos, junto a los carnutes, eran las más tribus importantes de la nueva coalición.
La dimensión de la rebelión trajo enormes dolores de cabeza en Roma, donde ya empezaban a dudar de César. El nuevo ejército galo de Vercingétorix sería inmenso y mejor organizado en cuanto a provisiones, inteligencia y logística.
Vercingétorix comienza amenazando a los remos y bituriges, ahora aliados de Roma. Estos últimos piden ayuda a los eduos, amigos de los romanos de toda la vida, quienes a su vez consultan con los romanos qué hacer. Pero pareciera que los romanos al cargo no le dieron importancia al asunto, por lo que a los bituriges, ante la amenaza y la presión, no les quedó otra opción que pasarse al bando rebelde.
A estas alturas César se enteró de lo sucedido e inmediatamente, con unas pocas tropas (400 jinetes germanos), se dirigió hacia Narbo, la colonia romana que estaba siendo amenazada. Allí organizó con éxito una defensa de la colonia reclutando gente de la zona. Luego de repeler los débiles ataques, decidió ir con este ejército improvisado a atacar a los arvernos. Era invierno aún y los avernos no se esperaban este ataque. Vercingétorix, a 100 millas al norte y entretenido con los bituriges, bajó al sur a socorrerlos.
César aún necesita de sus legiones, por lo que deja momentáneamente al mando a Décimo Bruto, quien había comandado la flota en la batalla naval que vimos en la entrega anterior, para entretener a los galos, y se dirige a la tierra de los lingones, donde acampaban dos legiones, y ordenó que otras se le acercaran.
Vercingétorix se dio cuenta de que todo era una trampa para entretenerlo deambulando mientras César organizaba su verdadero ejército (recordemos que sus legionarios estaban desparramados durante el invierno), por lo que el jefe galo se dirigió a atacar a los boyos. Recuerden a estos boyos de entregas anteriores, pues habían viajado con los helvéticos y se habían quedado al final en la tierra de los eduos.
César sabe que, si no muestra a los galos que Roma no abandona a sus aliados, estos se pasarán al bando rebelde. La velocidad con la que César comenzó a organizar su ejército dejó atónitos a todos. Así era César, priorizaba la sorpresa y la velocidad por sobre la organización.
Es costumbre en Roma responder a una rebelión antes de que ésta se propagara. A cambio el riesgo es la improvisación y la subsiguiente falta de provisiones. Y César, en nuestro caso, tendría problemas para conseguirlas. Al menos, la celeridad convencía a las tribus de aún dudosa lealtad (como los eduos) para que no tuvieran dobles pensamientos.
Para llamar la atención de Vercingétorix, se dirige a Cénabo, donde los comerciantes romanos habían sido asesinados. Claro que sin provisiones no podía ir muy lejos, por lo que antes pasa por la tierra de los senones y captura provisiones en Vellaunodunum.
Los galos de Cénabo, atemorizados de la posible represalia romana, le solicitan ayuda a Vercingétorix, quien se encontraba amenazando a los boyos, como dijimos. Finalmente el jefe galo deja a su suerte a Cénabo y se dirigió de nuevo hacia los bituriges. César entonces entra con sus legiones en Cénabo mientras la ciudad era abandonada, logra capturar muchísimos prisioneros y luego la prende fuego.
César se dirigió después hacia los bituriges (quienes, ante la presión de Vercingétorix, se habían pasado al lado rebelde) y atacó la ciudad de Noviodunum, que se rindió. Sin embargo, instigados por infiltrados de Vercingétorix, rompen la paz y atacan a los emisarios romanos. Ante el horror de ser arrasados por los romanos, los mismos ciudadanos de Noviodunum entregaron a los instigadores a las tropas romanas. Además, el ejército de Vercingétorix se encontraba lejos aún como para defenderlos.
Sin darle respiro a Vercingétorix, César se dirige a Avárico, hoy Bourges, la más importante y mejor defendida ciudad de los bituriges. Contaba él con 25.000 o 30.000 hombres más los auxiliares.
Avárico
Vercingétorix sabía que no podía vencer a César en batalla abierta, por lo que realiza pequeñas emboscadas, y además, conociendo el punto débil del ejército de César: las provisiones, ordena quemar todo lo que pudiera ser útil para los romanos. Es decir, toma una política de tierra calcinada. Incluso ordena quemar pueblos enteros. Él y su ejército acecharían a los romanos desde la distancia.
César se quedaba sin provisiones y sus partidas de búsqueda eran atacadas por contingentes galos. Les ordena entonces a sus aliados eduos y boyos que le envíen provisiones, pero estos no mostraron mucho entusiasmo. Su lealtad estaba tambaleando.
Cansado, César ordena poner sitio a la ciudad de Avárico, que se encontraba en la cima de una colina. La zona era boscosa y pantanosa, y la ciudad estaba fuertemente protegida por paredes de piedra cubiertas de madera que hacían inútil el uso del ariete.
Los romanos construyeron dos enormes rampas que unían la ciudad con su campamento: 330 pies de largo y 80 pies de altura. En cada rampa habría una torre de asedio. Fue una gran obra de ingeniería con fines destructivos.
Vercingétorix miraba, como dijimos, desde la distancia, hostigando al ejército de César, pero su ejército empezaba también a quedarse sin provisiones. Provoca a César a emprender una batalla, pero éste la rechaza sabiendo que el líder galo había elegido una posición elevada que sería difícil para sus legiones. Ante el rechazo de César de pelear, Vercingétorix envía 10.000 hombres a la ciudad como refuerzos para poder aumentar el hostigamiento a los constructores de la rampa. Los galos, hábiles mineros, cavaron un túnel desde la ciudad y aparecieron del otro lado para prender fuego a la rampa. Sin embargo, tras dos intentos fallidos por parte de los defensores de destruir la rampa, César decide atacar durante un día tormentoso. Los galos no lo esperaban.
Los romanos entraron en la ciudad y, tras durísimo combate, los galos se rindieron. La masacre fue total: hombres, mujeres y niños fueron aniquilados. Se cree que 40.000 personas perecieron y que tan sólo 800 lograron escapar. No está claro si César ordenó masacrar a la población o sencillamente fue que se descontroló el ejército. Los legionarios ardían en ansias de vengar a los masacrados en Cénabo, y, además, el rencor crece en el ejército sitiador durante un prolongado asedio.
Pero el efecto final fue contrario al deseado, pues los galos se indignaron ante esta masacre y creció el espíritu rebelde.
Gergovia
Es la primavera del 52, después de tomarse un breve descanso en Avárico y de aprovisionarse correctamente, César dirigió el grueso de su ejército, 6 legiones, a la capital arverna, de donde Vercingétorix es oriundo, Gergovia. Al mismo tiempo envía a Labieno, al mando de 4 legiones, a poner orden en los pueblos del norte (senones y parisii).
Vercingétorix le siguió de cerca, hostigándolo y evitando el enfrentamiento directo. Su táctica habitual. César marchaba siguiendo el curso del río Allier, mientras Vercingétorix le seguía del otro margen del río adelantándose y destruyendo los puentes, retrasando así a César que necesitaba cruzar el río para dirigirse a Gergovia.
Cansado, César decide engañar a Vercingétorix. En vez de continuar la marcha con todo el grueso del ejército, deja dos legiones escondidas y las otras 4 marcharon normalmente. Vercingétorix, como era habitual, continuaba apantallándolo y destruyendo cualquier puente. Cuando se alejó, César construyó rápidamente un puente improvisado y cruzó el río con esas dos legiones, evitando así ser atacado por los galos que habían seguido a las otras cuatro. Para cuando el jefe galo se dio cuenta, César había dado orden a aquellas cuatro legiones de que volviesen y cruzasen por el nuevo puente que estaba bien custodiado.
Vercingétorix fue burlado por la habilidad de César, y se dirigió rápidamente a defender Gergovia.
La ciudad de Gergovia se haya en una colina y Vercingétorix situó su ejército en las laderas alrededor de la misma ciudad. César, procónsul romano, dispuso acampar cerca sus tropas, pero un asalto frontal era imposible. Tampoco tenía tiempo ni provisiones para un largo asedio. Las provisiones que los eduos debían enviar no llegaban aún.
Luego de pequeñas escaramuzas, César tomó una colina cercana a la ciudad y la fortificó con dos legiones, amenazando desde allí las provisiones de la ciudad.
Mientras tanto, ciertos líderes eduos urdieron lo siguiente: engañaron al tren de provisiones eduo que estaba esperando César. Le dijeron a los responsables del tren que los romanos estaban en su contra y, falsamente, que César había ordenado matar a varios eduos aliados en su ejército.
Indignados, los eduos pasaron por las armas a algunos romanos del convoy. Enterado de esto, César se dirige a interceptar el convoy con la caballería de los eduos y cuatro legiones (dejando sólo dos en Gergovia) y tranquilizar a los eduos mostrándoles que aún eran aliados. Los eduos se arrepintieron, pero los conspiradores lograron huir y enviaron mensajes similares sobre ruptura de alianza al mismísimo país de los eduos. César, a su vez, también envió emisarios allí, tranquilizándolos.
Durante su ausencia, Vercingétorix ordenó un ataque que pudo ser sostenido a duras penas por Cayo Fabio, que había quedado al mando de las dos legiones. Enterado de lo sucedido, César volvió a marchas forzadas a Gergovia, exigiendo al máximo a las ya veteranas tropas.
Allí reconoce la difícil situación. Tomar la ciudad por asalto era casi imposible y muy costoso en hombres. Pero retirarse le haría ver débil, y más tribus se pasarían al bando rebelde. Decide entonces marcharse para unirse con Labieno y sus tres legiones pero, para no quedar mal, planea una pequeña victoria, aunque no contundente, para cuidar así las apariencias.
Su plan fue el siguiente: notó una sección mal defendida y otra fuertemente defendida. De noche envió jinetes contra el sector bien defendido, con la orden de hacer el mayor ruido posible para que parecieran ser más en número. Por la mañana disfrazó esclavos en mulas para crear el mismo ardid. Incluso dejó cerca una legión. Mientras tanto, mandó a sus legionarios para que, en silencio, se dirigiesen contra el sector débil y esperasen la orden. El silencio y la sorpresa eran claves. Una vez listos se dio la orden de atacar por el lado débil. Los legionarios avanzaron por la ladera sorprendiendo a los galos acampados frente a la ciudad. Luego de rebasarlos llegaron a la pared de Gergovia.
La sorpresa fue total y la victoria, inminente. Los galos de la ciudad pedían desde la muralla piedad a los romanos. Según César, lo logrado era suficiente y servía para cuidar la imagen, ya que tomarla por asalto sería costosísimo, por lo que dio orden de cancelar el ataque y volver. Sin embargo, los legionarios continuaron luchando en la muralla, excitados por el envión, la sed de la victoria y por el potencial botín. Los oficiales, mientras tanto, hacían lo posible por contenerlos y retroceder. Vercingétorix, a estas alturas enterado, envió refuerzos a toda prisa.
Los legionarios comenzaron a cansarse y llegaron al límite de sus fuerzas para cuando llegaron los refuerzos de Vercingétorix. El pánico fue total cuando los aliados eduos llegaron para ayudar a los romanos pero, en la confusión, estos los tomaron como enemigos, y al verse rebasados y rodeados comenzaron a desbandarse. César intentó proteger la retirada con la X y la XIII legión y evitar que fueran masacradas mientras huían.
Según César, murieron 700 hombres, de los cuales 46 eran centuriones. Al día siguiente obligó a las tropas derrotadas a desfilar ante él de modo humillante y les explicó lo sucedido y el error por haber desobedecido.
César sabía que la derrota, aunque pequeña en hombres, era un golpe fuerte a la moral de sus hombres, pero al enemigo, al contrario, le elevaría la confianza. Para mitigar este efecto y mostrar confianza en sí mismo y en sus hombres, puso a su ejército en formación de batalla, ofreciéndole batallar a los galos. Pero Vercingétorix rechaza la oferta. Un pequeño aliciente.
Sin más nada que hacer, César se retiró al país de los eduos. La noticia de la derrota se propagó como reguero de pólvora por toda la Galia. Muchas tribus comenzaron a rebelarse, entre ellos los propios eduos, su principal aliado. Los eduos asesinaron a los destacamentos romanos en su país.
Éste fue un golpe fortísimo a las líneas de provisiones de César. Para colmo, ya no puede confiar en las fieles tropas aliadas de los eduos en su ejército, por lo que los licencia, sabiendo que seguramente les enfrentaría en el futuro. Eliminarlos no sería honroso y mancharía su imagen en la Galia y en Roma.
El resultado de Gergovia demostró que César no era invencible. Lo mejor está por venir.
Capítulo final en las Galias: Alesia
Después de lo acontecido en Gergovia se reunieron, en Bibracte, los líderes galos rebeldes. Celtas y belgas se les unieron. Allí el hombre del momento, Vercingétorix, les pidió jinetes de refuerzo a las tribus. Además solicitó a los eduos que ataquen ¡la Galia Transalpina! La idea era provocar rebeliones entre las tribus de la provincia romana, especialmente los alóbroges.
César se reagrupa con Labieno que, como dijimos, estaba realizando algunas campañas por su cuenta en el norte. Juntos sumaban 10 legiones, poco menos de 40.000 hombres. También recibió refuerzos de jinetes germanos, a quienes les cambió el pony por caballos propios más grandes. Se dirigió entonces hacia las tierras de los sécuanos y de los lingones. En la marcha, Vercingétorix los acosa y realiza ataques con su caballería.
César lo enfrenta con sus nuevos refuerzos germanos. En la batalla apoya a su caballería con infantería dándoles a sus jinetes un punto de seguridad para reagruparse y volver a cargar. La caballería de Vercingétorix es derrotada en una carga de caballería de César. El jefe galo se reagrupa y se dirige al norte, hacia Alesia, ciudad situada en una colina de los mandubios, donde acampará en la ladera de la colina frente a la ciudad como hizo en Gergovia.
La victoria anterior elevó los ánimos de los romanos. César siguió a Vercingétorix y, al ver que un ataque frontal era suicida, ordenó sitiar la ciudad y construir una empalizada alrededor de la misma de 11 millas de longitud. El cerco sería fantástico y quedará recordado para siempre. Contaba dicho cerco con 23 puestos fortificados conectados entre sí, y la altura de la empalizada era de 6 pies. Vercingétorix hostigaba a los constructores, que contaban con los jinetes para rechazar cualquier ataque galo. Sin embargo, antes de que se cerrara el cerco, Vercingétorix mandó partidas de jinetes a pedir ayuda del exterior.
Según las cifras que da César, dentro del cerco había cerca de 80.000 guerreros, una cifra un poco exagerada ya que su propio ejército rondaba los 40.000 y no es probable que se dejasen cercar tan fácilmente. Al enterarse de que algunos emisarios lograron pasar la valla para pedir ayuda, manda agrandar la empalizada, que sería ahora de 12 pies de alto y tendría puestos cada 80 pies de recorrido. También ordena poner todo tipo de estacas en la empalizada y en el suelo, junto con trampas frente a la misma. Esto detendría cualquier carga enemiga y forzaría al atacante a andar con cuidado, transformándolos así en blancos más sencillos.
Los emisarios lograron contactar con jefes tribales galos, que se reunieron y juntaron un gigantesco ejército. Ante la amenaza de un ejército que socorriera a los sitiados César mandó ahora construir la misma empalizada, pero esta vez orientada hacia el otro lado, es decir, ¡contra el exterior, circunvalando la primera!. En el medio de ambas cercas se encontraría distribuido su ejército con provisiones para varios días.
Pasaron los días y la ayuda no llegaba, por lo que Vercingétorix decidió sacar de la ciudad a las personas no aptas para combate, es decir mujeres, niños y ancianos, con el fin de ahorrar bocas que alimentar y dar prioridad a sus guerreros. El jefe galo esperaba que César los liberase del cerco. Pero no, César no los dejó salir, probablemente con el fin de que debieran ser aceptados adentro, para que así consumieran provisiones de Vercingétorix y acelerasen su rendición. Estos pobres diablos quedaron entonces en tierra de nadie, entre ambos ejércitos, pues tampoco Vercingétorix les admitió de nuevo, y la gran mayoría moriría de hambre. Una de las imágenes más tristes de la historia antigua. Algo similar al sitio de Escipión Aemiliano sobre Numancia ochenta años antes, en el año 134.
Ruidos, gritos y una nube de polvo se acerca por fin por el horizonte. Un gigantesco ejército galo se aproxima para felicidad de Vercingétorix. Las cifras que da César sobre el ejército de relevo que se avecinaba también suenan exageradas: 8.000 jinetes y 250.000 guerreros. ¡Una verdadera cruzada gala! ¿Pero podrá Vercingétorix coordinarla desde dentro?
El ejército galo acampó a una milla de la línea romana hacia el sudeste. Luego se desplegó, mostrando sus fuerzas. Vercingétorix, al ver eso, hizo lo mismo con el suyo desde adentro. César preparó sus hombres y envió a su caballería a atacar su contraparte del ejército de relevo. Parecía que la gala salía victoriosa hasta que nuevamente una acción de la caballería aliada germana volcó la victoria a favor de César. Lamentablemente, desde la ciudadela Vercingétorix no pudo coordinar con éxito los ataques con la fuerza exterior. Además, los galos no eran una fuerza donde la disciplina fuera su principal característica. Un pequeño comienzo, pues lo mejor estaba por venir. Los galos se retiraron y acamparon para pasar la noche.
Durante el día siguiente los galos del exterior construyeron cuerdas y escaleras, y atacaron por la noche gritando, dando así aviso a Vercingétorix para que saliera con los suyos y atacaran simultáneamente en ambos frentes. Pero son rechazados, gracias a las buenas actuaciones de Marco Antonio (ya era hora que apareciese Marco Antonio) y Trebonio, y además, nuevamente, los ataques no pudieron ser coordinados por los galos. La oscuridad de la noche aportó confusión que jugó a favor de César. Por poco pierde la batalla, ya que los galos habían avanzado considerablemente y conseguido romper sus defensas.
Los sitiados estaban al borde de sus fuerzas y faltos de provisiones, y a la mañana siguiente decidieron jugársela a todo o nada. El ejército exterior, esta vez, planeó mejor el próximo ataque. Detectaron un punto débil en las defensas de César en el noroeste del cerco, y realizaron una serie de movimientos de finta. Vercingétorix sabía que algo sucedía, pero la falta de comunicación volverá a jugar en su contra.
Para el mediodía atacan desde el exterior el sector mencionado y otros puntos más, para causar confusión y forzar a César a distribuir a sus hombres. Lamentablemente, las fuerzas interiores de Vercingétorix no pueden coordinar el ataque con los de afuera, y entran en combate cuando la batalla ya estaba teniendo lugar.
César, ubicado desde una posición elevada, hace gala de una enorme capacidad, pues analizaba la situación y enviaba reservas según lo consideraba necesario. En el sector débil, donde ocurría el mayor ataque, los galos progresaban, por lo que César envió allí a su mejor comandante, Labieno, junto con 6 cohortes a reforzar la zona. Además, bajó a alentar a sus hombres
El combate es desesperante. La presión de los galos es enorme. Los romanos pelean al límite. El cerco está cerca de romperse. César envió entonces a Décimo Bruto con más hombres a proteger el mismo sector. Pero no daban abasto. Saca más reservas y envía a Cayo Fabio a proteger la línea que estaba a punto de romperse. Además, ordena a la caballería que de un rodeo y ataque a los galos por detrás.
Éste es el clímax de la batalla. Los pobres galos llegaron al límite, pues si bien son numerosos, no son profesionales de la lucha, sino granjeros, y están rodeados. Los romanos, el cerco, la empalizada, las estacas y trampas causaron muchas bajas y desmoralizaban a los galos, que ya comenzaban a desbandarse. Al final, se rinden. Los ataques del exterior y del interior fueron rechazados en una batalla épica. El ejército de socorro decidió retirarse, ya que no podían mantener semejante cantidad de hombres.
Vercingétorix se puso entonces su mejor ropa y armadura y se dirigió a caballo hacia César, dio unas vueltas alrededor de él, desmontó y entregó sus armas para pedir clemencia por los civiles en Alesia (no quería que la arrasasen y masacraran a la población).
En el comic de Astérix, de Goscinny & Uderzo, hacen continuamente referencia a esta escena. Según César, el jefe galo se arrodilla ante él, derrotado, vencido y humillado, frente a un César majestuoso, mientras que, según los galos, se ve a Vercingétorix de pie y orgulloso quien le tira las armas literalmente a sus pies, causándole un enorme dolor en los mismos.
De todas formas la noticia de la victoria llegó a Roma, donde se celebraron festejos por veinte días.
En el comienzo de la serie Roma producida por HBO vemos una parte de la batalla de Alesia y la rendición de Vercingétorix.
He aquí otro corto vídeo de la batalla de Alesia.
César no tomó represalias con las tribus que colaboraron con el ejército galo, pues sabía de la importancia de mantenerlos aliados en el futuro para que haya paz en las provincias, por lo que no los vendió como esclavos.
Vercingétorix sería llevado a Roma, donde sería guardado durante años hasta que César lo mostrara como botín de guerra ante los ciudadanos durante el triunfo celebrado en Roma, y después sería estrangulado, según el rito. Pero esto sería años después.
Algunas rebeliones más
Pues sí, a fines del año 52, durante diciembre, hubo todavía algunas rebeliones más, lideradas por viejos líderes del combate en Alesia que se rebelaron a César. Los bituriges, por ejemplo. César, con la X y la XIII legiones, se dirigió hacia allí y fácilmente los derrotaron. Luego, con la VI y la XIV, resolvió el alzamiento de los carnutes sin inconvenientes.
Después tuvo que enfrentar a los duros belgas belóvacos, que habían armado un gran ejército, y para ello fue con la VII, VIII, IX y XI legiones. Luego de unos pequeños enfrentamientos se rindieron, al morir en la misma sus líderes. Durante el resto de la campaña los romanos se dedicaron a dar caza a los líderes rebeldes.
En todos estos casos que vimos César se mostró benévolo, ya que, como dijimos, quería mantener paz en la provincia, pero hubo una nueva rebelión de los uxelladunum donde, después de ser vencidos por los romanos, César ordenó que les cortasen las manos a todos los guerreros, a modo de advertencia al resto.
La Galia fue por fin pacificada. Nunca más será la misma. De ahora en más será romanizada.
Aproximadamente 1.000.000 de galos murieron y otros tantos vendidos como esclavos. César era rico y sus hombres lo amaban, aunque fuera un comandante duro, pues también era justo con ellos, ya que siempre repartió el botín con sus hombres.
Espero que les haya gustado la gran guerra de las Galias. Ahora tocará ver el futuro de César. En Roma, la facción anti-César no espera el minuto de echarle el guante, pero ¿qué hará César? Hasta la próxima entrega.
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{ 2 } Comentarios
Cada vez me gustan más los artículos sobre Julio César… supongo que es muy difícil hacer comprender en nuestros tiempos el carácter de los romanos del tiempo de la República… y lo estás consiguiendo.
La despiadada competencia entre ellos por destacar (o por machacarse vilmente) les hacía hacer las cosas más grandiosas y dignas de admiración un día, y las más execrables al día siguiente. Ya es curioso que César, siendo triunviro como era y habiendo conquistado para la República una de las provincias más ricas, tuviese que estar cinco largos años en la Galia porque, de regresar a Roma, hubiera sido inmediatamente arrestado y encarcelado por cuestiones más formales que otra cosa… curioso, el tiempo de la República romana.
Un gran artículo.
Saludos
Mac
Gracias Mac. Me alegra te haya gustado
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