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Cerebro: del año 0 al año 20 (III)




Con esta nueva entrada seguimos avanzando a través de la miniserie que comenzamos hace unas semanas y que habla de la evolución neurocognitiva durante los primeros años de la vida. Como podéis imaginar se trata de un campo que necesariamente bordea la neurología y la psicología. Si has leído la entrada anterior más o menos te habrás podido hacer una idea de lo que le sucede a un niño de hasta tres años. Ahora sigamos la flecha del tiempo.

En los próximos siete a ocho años su complejidad cerebral se va a seguir desarrollando con particular intensidad, aunque no se va a ver significativamente reflejada en el tamaño externo de la “máquina”: su perímetro craneal se va a ver incrementado en menos de un 10%.[1] Qué lejos queda aquel 60% de crecimiento anárquico de los tres primeros años de vida. Al inicio de esa fase, 3 a 11 años, la anatomía neuronal básica está ya creada y ahora sólo falta mejorarla y darle más eficiencia.

Evolución del perímetro craneal según la edad, diferenciado entre niños y niñas. Curvas de Nellhaus G. Head: “Practical Composite International and Interracial Graphs”, Pediatrics, 1968; 41:106-114. (Imagen obtenida de la red, fair use)

Con base en los circuitos neuronales desarrollados durante los tres primeros años, aparecerán otros nuevos más ordenados con los que manejar no solamente la novedosa información que comportará el inédito mundo que llega rico en experiencias, sino también con los que gestionar el cada vez más abundante y duradero fondo de memoria. Vamos a iniciar un prolongado momento de armonización encefálica global que aprovechará la gran cantidad de caminos de interacción que van a conectar, ahora ya a “larga distancia”, la gran mayoría de las áreas de percepción, emoción y raciocinio del cerebro. Por otro lado, se irán reforzando las llamadas áreas de asociación secundarias y terciarias, lugares del córtex donde se gesta un manejo más sofisticado de las percepciones y memorias, más complejo que la función de percepción básica que se había dado en las cortezas primarias, tal como comentábamos para los niños de hasta tres años. En la figura inmediatamente posterior podemos apreciar la complejidad de estas vías de interconexión entre las diversas áreas corticales, subcorticales e interhemisféricas del cerebro, y con el resto del organismo. Se trata de la imagen real de cómo está organizada la aparentemente amorfa sustancia blanca del encéfalo, bajo la capa externa de sustancia gris de la corteza. Estamos contemplando los fascículos neurales del cerebro, auténticas autopistas axonales que ya comienzan a estar disponibles para el niño en estos momentos de su vida.[2]

Apoyado en este “nuevo” cerebro, los próximos tres años del niño, hasta los seis o siete, van a discurrir en un campo de entrenamiento de las habilidades apuntadas: gestionar el valor y posibilidades del medio entorno; gestionar las relaciones como individuo en un entorno social y consolidar el uso de la herramienta crucial para el aprendizaje y raciocinio llamada el lenguaje. Todo ello le va a colocar en condiciones óptimas para desarrollar conocimientos y destrezas escolares que va a necesitar a partir de los 8 años, como comentaremos un poco más abajo en esta entrada.

Más o menos a lo largo de la primera mitad de esta segunda fase, que se va a prorrogar hasta los diez-once años, el niño cambia tres aspectos fundamentales para su desarrollo: su fisonomía física se hace más esbelta, digamos que más adulta, lo que le permite ir haciendo su motricidad más eficiente y sofisticada; va a dejar de hablar como el indio americano de las películas del Far West para pasar a dominar de forma espontánea la sintaxis en el lenguaje. Además, se va a encontrar en un mundo social más ampliado donde tendrá que defender lo que él crea que son sus intereses y en donde va a encontrar por primera vez un atisbo de amistades próximas e incondicionales. Me imagino que en la apreciación que pueda hacer de la vida un niño o niña de seis años ha quedado muy en segundo término el asombro por la catarata de experiencias nuevas cuando bebé para pasar a un asombro racional y consciente de los interesantes misterios de la naturaleza. Lo que necesariamente le va a llevar a poner en más valor un mundo, su mundo, de emociones nuevas.

A la izquierda un esquema de las áreas corticales primarias y de asociación. A la derecha una imagen tractográfica de los fascículos axonales que comunican las áreas anteriores (Imagenes: Izquierda de la red y derecha del Equipo De la Torre, Servicio de Neurocirugía del Complejo Hospitalario Ruber, fair use)

Todo ello a través de la continua práctica motora con un cuerpo más equilibrado, coordinado y, por tanto, más eficaz. Damos por contado que la corteza frontal motora y la somatosensorial parietal ya saben actuar coordinadas en modo adulto, ya sea directamente entre ellas o a través del tálamo. Aún ahora continúa incorporando en su acervo neuronal motor pautas automáticas que se gravarán en el subconsciente a pesar de ser aprendidas de forma muy consciente. Aprenderá a ir en patín sin necesitar poner la atención en esta actividad. Jugando al baloncesto lanzará con bastante precisión la pelota al compañero sin tener que pensar en cómo conseguir tal precisión. Aprenderá a hacerse el lazo del zapato de forma inconsciente y será capaz de hacerlo quizás mientras a la vez protesta vehementemente que no quiere salir al colegio. Subirá y bajará escaleras pensando solamente en no derramar el vaso de leche que llevan en la mano. Huirá despavorido de un inofensivo perro que le persigue sin mirar el suelo por donde pasa y sin, milagrosamente, tropezar en piedra alguna. La mejora de las redes neuronales entre la corteza y los ganglios basales y el cerebelo se va apreciando a través de esos aprendizajes automáticos. Estas habilidades no las va a perder en toda su vida, seguirá automatizando nuevas destrezas motoras y mejorando las antiguas, incluso siendo ya un adulto.[3] A los seis años la máquina del automatismo motor y sus programas integrados de funcionamiento están ya en pleno rendimiento.

Con la práctica, la experiencia y una atención más fina irá mejorando su lenguaje. Hay antropólogos y neurólogos que piensan que el módulo cerebral de la manipulación motora, con la que desarrollar habilidades manuales, coincide con el módulo de la comprensión del lenguaje.[4] No resulta así sorprendente que la evolución de las habilidades motoras vaya casi a la par con la del perfeccionamiento del lenguaje. Cuántas veces parece que intentamos extraer con los gestos corporales aquellas palabras que no encontramos espontáneamente en nuestro cerebro. La realimentación entre ambos módulos cerebrales fomenta el raciocinio y, del raciocinio, exploración de ideas, a las nuevas palabras. La interacción con su entorno le va sirviendo de base para experimentar su comunicación verbal, mejorando progresivamente en gramática y sintaxis. El perfeccionamiento en la “fabricación” de frases es evidente, ya que a los seis años ha dejado aquel habla de “indio de las películas del oeste” soltando frases sin conexión, pasando a subordinarlas con facilidad mientras las matiza con un sentido de causa-efecto. La natural y automática predisposición del humano a imitar inconscientemente gestos y matices de los sonidos ha ido completando el círculo, iniciado en los primerísimos años, mediante el progresivo dominio de la prosodia en el lenguaje, imprescindible para entender y ser entendido.

Cronología de los principales eventos en el desarrollo del cerebro. Este diagrama representa el desarrollo cerebral que comienza con la neurulación y continúa con la migración neuronal, la sinaptogénesis, la poda, la mielinización y el adelgazamiento cortical. (Imagen de ”Normal Development of Brain Circuits“, Gregory Z Tau y Bradley S Peterson, Neuropsychopharmacology. 2010)

La imparable mejora en el lenguaje es indicativa de una progresiva construcción de las redes neuronales especializadas y de la paulatina mejoría de la interconexión entre ellas. En estas edades, la mielinización y la sinaptogénesis son muy activas, como podéis apreciar en el esquema anterior. El lóbulo temporal da sentido semántico a las palabras almacenadas en los módulos de memoria; también en el módulo temporal se encuentra el área de Wernicke, que es en donde se interpreta y da sentido al lenguaje; mientras que en el lóbulo frontal se estará consolidando el área de Broca que va a dirigir la ejecución motora correcta del habla. Conectando todas esas zonas está el fascículo arqueado, verdadera autopista axonal que une los lóbulos parietal, temporal y frontal. Evidentemente, a los seis años está ya suficientemente mielinizado y operativo.

A esa edad parece que definitivamente el niño ha dado un giro brutal en sus procesos racionales. Ha decidido abandonar el pensamiento mágico que le ha acompañado hasta ahora por el que no tenía muy claro, ni lo precisaba, qué era lo real y qué lo imaginario -más bien para él era lo mismo-. Ha comenzado definitivamente a diferenciar su identidad en un mundo externo que él apreciaba casi como animista global, ya que progresivamente ha ido descubriendo que las personas que se movían por ese su mundo holístico están realmente fuera de él. Y descubre que el lenguaje no es solamente para entender su mundo individual y mágico, sino que le permite abrir mundos nuevos, ya que gracias a él interactúa con los demás, con los que puede actuar de forma coordinada. Claramente se aprecia, al observarlos, cómo van pasando de ser un individuo dentro de un loco enjambre en el patio de recreo a colaborar en sus juegos con algún compañero, al principio de forma brusca y desordenada, para poco a poco complicar la actividad conjunta. Se le han abierto las sutilezas y potencialidades de la relación social. Y, dentro de la realización social, su afianzamiento como individuo.

Progresivamente, la dependencia emocional de los padres, imprescindible y vital hasta ahora, va dejando pequeños huecos por donde se cuelan las amistades, sus iguales, con los que encuentra nuevas oportunidades de experiencia y aprendizaje. Hasta ahora el 100% estaba decidido por los padres y las circunstancias ambientales. A partir de ahora descubre la posibilidad de comunicar y negociar a su mismo nivel. Comienza a entender cómo el mundo puede ser vivido dentro de otros parámetros: el mundo es eminentemente social y cada uno puede manejar sus propios hilos. Es fantástico observarlo en tus hijos o nietos, cómo progresivamente comienzan las fidelidades entre amigos, el fortalecimiento de la independencia personal y la progresiva pérdida de la omnímoda ligazón emocional con los padres.

Maduración de la materia gris a lo largo del desarrollo. Vistas lateral derecha y superior del cerebro (la frente está abajo) que muestran la secuencia dinámica de los cambios temporales en el volumen de la materia gris de la superficie cortical. La escala de color representa el grado de maduración de la corteza, de rojo, menor, a azul, mayor.  (Imagen a partir de “Normal Development of Brain Circuits”, fig 6, Gregory Z. Tau y Bradley S. Peterson, Neuropsychopharmacology, 2010, fair use)

Todo ello nos dice que el desarrollo neurológico está llegando a la corteza prefrontal. A partir de los seis-siete años hace falta darle pautas, normalmente culturales, como para que sepa de qué manera utilizar sus potencialidades de memoria, raciocinio, planificación y gestión emocional, así como para saber navegar en un mundo social donde no siempre sus emociones primeras son las que le deben llevar por la vida. El niño de seis y siete años está preparado para lo que le espera. No es que no tenga problemas motores, sino que maneja con soltura su motilidad en todos los sentidos. Sabe ya que el mundo no es mágico y que las estrellas son bolas de fuego: tiene capacidad de asimilar la realidad. Se comunica verbalmente con precisión tanto interiormente -puede razonar con mayor fluidez- como externamente -puede socializar con progresiva eficacia-. En eso su cada vez más maduro mundo neurológico emocional le va a ayudar para tomar aire y volar.

Pero aún le queda mucho por hacer. Tiene que experimentar con esas habilidades, pues tras los primeros diez años le espera la adolescencia, preludio necesario de la madurez. Pero todavía no es el caso. Ahora, de seis a diez años, es aún una época de aprendizaje “superior”, de fortalecer la atención selectiva, de agilizar el proceso de comprensión, para lo que le va a ayudar el perfeccionar su lenguaje, ahora con el estudio de la lectura y escritura, sin olvidar gramática y sintaxis, de forma que, apalancado en esas habilidades, pueda abrir el melón del mundo. Afianzar un modo de pensamiento lógico a través del aprendizaje de las ciencias naturales o humanísticas. Profundizar en las ciencias naturales le hará entender el entorno y, a la larga, le hará entenderse a sí mismo. Es momento de empezar a considerar como parte de su acervo vital la idea del especial valor del ser humano,[5] sumergiéndose en el conocimiento y las motivaciones del devenir de la historia. Tienen que ir a la escuela para vivir todo ello, en un mundo de trabajo -esfuerzo-, colaboración -empatía y generosidad-, creatividad -imaginación y libertad mental- y competencia personal -autoestima-, dentro de un entorno que necesariamente conlleva contacto personal -socialización y gestión de emociones-. Y eso, además de ser armas para el futuro personal, es gimnasia cerebral. Gimnasia que, como hemos dicho más arriba, no incrementa el volumen del cerebro, pero sí es esencial para “lubricarlo” y darle una base racional y de pensamiento crítico, de curiosidad e iniciativa. Le va a ayudar el hecho de que hacia los diez años ya habrá pasado del pensamiento concreto al pensamiento abstracto con proyección de futuro característico de la madurez. Todo son habilidades que le van a ser imprescindibles en la nueva etapa que le espera con la adolescencia y más allá.

Sí, quizás el plan es ambicioso para unos niños de 7 a 11 años. Pero es en esta fase cuando se les deben dar las bases de conocimientos y gestión emocional para, a lo largo del periodo de adolescencia, acrecentarlas y consolidar así un acervo de actitudes y potencialidades que se van a hacer imprescindibles cuando se deba experimentar en la edad madura. En estos momentos el cerebro está en un punto óptimo para trabajar en ello.

Como la cronología del desarrollo neurológico nos ha llevado a hablar de educación, y aunque me salga de la línea maestra de esta miniserie -el desarrollo del cerebro en los primeros años de la vida de un humano-, no puedo por menos de acabar esta entrada dedicada a la fase en que el mundo “escolar” es vital, transcribiendo la opinión del conocido historiador israelí Yuval Noah Harari, que propone en su libro “21 lecciones para el siglo XXI” (2018):

Así pues ¿qué tendríamos que enseñar? Muchos pedagogos expertos indican que en las escuelas deberían dedicarse a enseñar “las cuatro ces”: pensamiento crítico, comunicación, colaboración y creatividad. De manera más amplia, tendrían que restar importancia a las habilidades técnicas para hacer hincapié en las habilidades de uso general para la vida. Lo más importante de todo será la capacidad de habérselas con el cambio, de aprender nuevas cosas y de mantener el equilibrio mental en situaciones con las que no estemos familiarizados. Para estar a la altura del mundo de 2050, necesitaremos no sólo inventar nuevas ideas y productos: sobre todo necesitaremos reinventarnos una y otra vez.[6] ¿Un nuevo paradigma para el futuro?

Y sí… todo debe empezar a lo largo de este importante periodo “académico” que va desde los siete a los once años. El cerebro está esperando con su equipamiento operativo. Lo veremos en la siguiente entrada.

  1. Hago referencia al perímetro craneal (PC) puesto que es el indicador más utilizado para estudiar el correcto desarrollo del cráneo según la edad infantil, ya que pude indicar patologías como macro y microcefalias. Un “modesto” 10% de incremento del PC puede suponer hasta un 33% de incremento volumétrico, lo cual no es tan “modesto”. La verdad es que a los 3 años el peso medio del cerebro es de 970 gramos mientras que a los 10 años ya es de 1.310 gramos. []
  2. Si estáis interesados en profundizar un poco más de los fascículos neurales que conforman la materia blanca del encéfalo, podéis acudir a estos apuntes sobre “Anatomía de las funciones mentales superiores” de Gabriel J. Castro U., 2015. []
  3. Como pueda ser el conducir un vehículo pensando en la cerveza que se va a tomar, o el tejer un jersey viendo y comprendiendo la telenovela de las cuatro de la tarde. []
  4. Para más información podéis leer la entrada 16 “Entre 1,8 millones y 250 mil años III, simbologías” de la serie “Biografía de lo humano” publicada en este mismo blog. []
  5. No entro en posibles disquisiciones metafísicas acerca de este supuesto “valor superior” del ser humano. Aquí me apunto a la opinión de José Antonio Marina, filósofo y docente, que en su libro “Biografía de la Humanidad” (2018), escrito al alimón con Javier Rambaud, propone con gran solidez la idea de que el “invento” de la dignidad humana es la mejor solución ideada por el sapiens para asegurarse la felicidad objetiva, gracias a un catálogo de normas basadas en este concepto de dignidad del hombre absolutamente “asépticas”, universales y aceptadas por la gran mayoría de los humanos. El “invento” de la dignidad sustituyó a las históricas legitimidades que justificaban los modos de dirigir -moralmente o políticamente- a los humanos, basados en los antiguos arcanos, ya fueran dioses cosmológicos, mitos ancestrales, el propio orden de la naturaleza o la auctoritas de un rey. []
  6. La opinión clave de Harari es que el mundo, la humanidad, está cambiando a pasos agigantados. Nadie sabe a dónde nos va a llevar la tecnoinformática, la tecnobiología, la inteligencia artificial, la realidad aumentada o la megagestión de datos. Es decir, el mundo de los algoritmos que viene cual tsunami. Que sin ninguna duda cambiará la vida. Tarde o temprano, aunque haya resistencias. El que no sea capaz de prepararse para ese futuro lo tendrá mal. El que se prepare para ser resiliente y poder reinventarse una y otra vez lo tendrá menos duro para moverse en la nueva vida. []

Sobre el autor:

jreguart ( )

 

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