“La mente humana no percibe ningún cuerpo externo como si existiera realmente, excepto a través de las ideas de las modificaciones de su propio cuerpo“.
Benedicto Spinoza[1] en su obra “Ethica” publicada en 1677.
En esta serie sobre los sistemas receptores me propongo analizar los sistemas corporales receptores de las señales que, en líneas generales, necesita el organismo para interactuar con su medio. Son sustanciales en sí mismos, ya que son los mensajeros en los que nuestro director de orquesta vital, el cerebro, confía para poder realizar sus funciones. Funciones que a todas luces se nos ocurren trascendentales para nuestra supervivencia.
Como dice el neurólogo Rodolfo Llinás, el cerebro es una caja negra. En el camino de la evolución de los artrópodos hacia los animales vertebrados, el exoesqueleto de los primeros se fue dando la vuelta para posicionarse en el interior del cuerpo al que da sustento. Menos… pues sí, el cerebro que quedó encerrado en una caja ósea: el cráneo. Tiene su sentido, ya que, así, el que puede considerarse como el órgano principal para mantener nuestro delicado equilibrio químico vital quedaba en una posición de máxima protección frente a acciones que venían del exterior. No sólo esto, ya que, a su vez, fisiológicamente está parcialmente aislado de lo que pueda venir a través del sistema circulatorio, que lo alimenta y lo limpia, gracias a una serie de células gliales que llevan a cabo la función de frontera hemodinámica. Aclaramos que las células gliales son las grandes olvidadas de la población encefálica, en donde parece que sólo hay que tener en cuenta a las superestrellas, las neuronas. Por cada neurona hay diez gliales. Pero no es momento de hablar de ellas.
Volvamos a nuestra caja negra. El encéfalo queda, pues, encerrado en su jaula de aislamiento en donde no tiene más interfaz con el medio exterior que la que le viene a través de las señales que le envían los receptores sensoriales. Bien como señales eléctricas a través de los nervios craneales o periféricos -que actúan a nivel de la médula-, o como señales químicas que le vienen a través del torrente circulatorio o de la linfa. Es en esta circunstancia anatómica donde encuentro la gran trascendencia, la asombrosa importancia, de nuestras antenas sensoriales. Sin ellas el cerebro “encerrado” no podría llevar a cabo sus maravillosas y vitales funciones.
El cerebro humano es capaz, no sólo de dirigir la fisiología del cuerpo, sino también de llevar a cabo funciones que nosotros conceptuamos como de orden superior. Recibe señales con las que contextualiza el medio interno y externo en un determinado momento. Compara con sus patrones internos de funcionamiento y decide una actuación que pueda ser coherente con la información recibida, normalmente con un propósito último, que suele ser motor. Actuación que no tiene que ser la mejor ni la más eficaz. Hecho esto, el cerebro desconecta, mientras el organismo actúa siguiendo sus órdenes, para con posterioridad recibir a través de los inputs actualizados por los receptores sensoriales la información de la nueva situación del organismo en su entorno. Con esta nueva información, y en base a los mismos modos de funcionamiento -comparar con sus patrones internos-, modifica el rumbo, comenzando un nuevo ciclo.
Como veis, el cerebro no tiene un modo continuo de funcionamiento sino un modo digital, podríamos decir. No puede funcionar en analógico, ya que la información que debe manejar, las infinitas alternativas que debe sopesar y la coordinación tan endiablada que debería realizar sobre los innumerables mecanismos del cuerpo -prácticamente a nivel de respuesta celular- es tan astronómica que el propio cerebro colapsaría. No le queda más remedio que -y así se observa al estudiar su origen y devenir evolutivo- actuar mediante un tren de fotogramas generados en base a la información recibida y a las valiosas pautas internas, patrones de respuesta corporal, que incorpora su genética y que adapta en su epigenética. Inventa, propone, observa resultados y corrige. Y si las señales que le dicen como está de bien o mal la interfaz cuerpo-exterior en cada momento no existen o son manifiestamente erróneas… mal puede cometer su función de preservar el equilibrio homeostático.
Mencionaré que la consecuencia de esta forma de funcionar, el inventar el exterior, ha sido objeto de preocupación e interés a lo largo de la historia de la humanidad. ¿Es lo exterior real o sólo un constructo cerebral? ¿Vivimos una mentira, una ilusión personal? Como aseguran los neurólogos y filósofos constructivistas, parece probable el hecho de que la realidad, lo que es el objeto de nuestras percepciones, no deja de ser más que un útil invento de nuestras neuronas, un código universal de señales -aunque no tienen por qué ser percibidas universalmente como iguales- que nos permite interactuar eficientemente, desde el punto de vista vital, con lo que sea el exterior. De ahí la tremenda importancia de los sistemas sensoriales, que no por casualidad fueron surgiendo a lo largo de la evolución como eficientes asistentes del encéfalo. Merece la pena que los conozcamos y que sintamos la especial sensación de asombro al saber cómo dirigen nuestra vitalidad.
Evidentemente, los sistemas sensoriales son parte del milagro. El resto lo pone el cerebro, sus neuronas y su particular organización. Condición de la que deberíamos pensar también en profundidad ya que es parte importante en la concreción y la percepción de nuestra humanidad: ¿soy algo más o soy simplemente un milagro de la materia y la energía?
Volvamos a los sentidos. Tradicionalmente se nos ha explicado un abanico de cinco sentidos: la vista, el oído, el olfato, la vista y el tacto. Pero la nómina es más extensa, ya que a estos cinco hay que añadir el sentido del equilibrio o vestibular; el sentido de la propiacepción o de la posición corporal; el sentido de la interocepción o de la situación fisiológica interna; o el sentido de la nocicepción o de la percepción del dolor -o temperatura-. A partir de unos se van a generar percepciones que notaremos de forma consciente, mientras que el resultado del trabajo de otros va a quedar en el subconsciente. Unos tienen la misión de la supervisión lejana, como la vista o el olfato; otros la de corto alcance, como el gusto, el tacto o la capacidad de sentir el dolor; otros aún más a corto, tanto que detectan información interna, como la interocepción, mientras que otros actuarán como giróscopos ante campos de aceleración. Hablando del conjunto de sentidos no “clásicos” es lógico el pensar que la torre de control y mando, que es el encéfalo, precisará de algo más que la información exteroceptiva de los cinco tradicionales más la nocicepción, ya que la tiene que integrar con su propia realidad tanto posicional propioceptiva como con la interocepción de la situación del propio equilibrio químico interno. Y todo esto en cada momento, con lo que conforma un todo informativo: exterior más interior.
Lo más sorprendente de todo ello es que, a pesar de los múltiples sistemas sensoriales que dan servicio al cerebro, ninguno da señales especiales propias: todos transducen la situación exterior, o lo que sea que detecten, a un mismo tipo de respuesta, lo que en neurología se conoce como un potencial de acción -o una cadena de ellos- que no deja de ser mas que una variación del potencial eléctrico en las neuronas, particularmente en sus axones y dendritas, que va desplazándose a través de estas ramificaciones neuronales conformando algo semejante a una corriente eléctrica. Las variaciones de potencial mencionadas, que al final conformarán la señal eléctrica neuronal, se producen en las membranas de las células y son consecuencia de un juego de permuta de iones entre el interior y exterior de las mismas. Los mecanismos para ello son físicamente muy semejantes en todas ellas. No en vano prácticamente todas las células tienen un medio interior -el citoplasma- químicamente semejante, y un medio exterior también muy parecido, de aquí que todas propongan patrones similares. Y aunque las neuronas de la retina -vista- son distintas a las neuronas de la clóquea -oído-, por poner un ejemplo, ambas producen señales semejantes. Señales que llegan a estructuras cerebrales específicas y que allí son interpretadas como diferentes, ya que, a la postre, unas darán como resultado la percepción de vista y otras la percepción de sonido. Quizás lo más fácil del proceso sea el intuir que, ya que la señal de entrada al cerebro es siempre la misma, la interpretación de la percepción la tienen que definir los núcleos neuronales que las reciban. Lo neurológicamente difícil es determinar el porqué un núcleo nos proponga la percepción de color verde y otro la percepción de los sonidos agudos… ¿cómo lo gestiona el cerebro? Hoy por hoy es el gran misterio de lo que se conoce como los cualia o las percepciones subjetivas de cada individuo. Lo cual nos lleva al constructivismo mencionado antes: el cerebro de cada uno inventa y propone algo coherente y eficiente con el hecho de seguir viviendo. Una comida peligrosa me la “colorea” con la sensación de amargor. Pero al ser un invento cerebral, ¿es tu amargo igual que mi amargo? Y rizando más el rizo, ¿por qué rayos una sensación exterior muy específica percibida en mi boca y transmitida a mi cerebro, éste me lo propone como “amargo”?
Aunque no sigo por ahí, ya que estas últimas consideraciones se escapan al propósito de esta serie, que estará dedicada en exclusiva a la maravilla de nuestras antenas sensoriales. Ciertamente, aunque los procesos cerebrales sean cuasi milagrosos, está claro, al menos para mí, que no enmascaran la importancia de los procesos sensoriales a cuyo conocimiento, sin duda, es obligado, e ilusionante, dedicar nuestra atención. Y en esto estamos. Continuando con la entrada siguiente.
- Filósofo de raíces sefardíes portuguesas, país de donde había sido expulsada su familia que recaló en la Holanda del siglo XVII. Nació en Amsterdam en 1632 ciudad en la que creció en el seno de una familia de mercaderes y donde desarrolló su pensamiento libre. Con el tiempo sus ideas provocaron que sus correligionarios judíos le expulsaron de la sinagoga y de su pueblo. Gran pensador cuyas tesis, rechazadas de plano por la sociedad de su momento, son consideradas por muchos como las precursoras que sentaron la base del pensamiento ilustrado del siglo siguiente. [↩]
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{ 2 } Comentarios
pinta para bueno , es un tema apasionante, aquí estamos esperando .
Hola Franco,
a mi también me lo parece. Quizás la serie tenga mucho de anatomía y fisiología, pero personalmente me parece ya de por sí muy interesante. Y si lo unes al fondo de lo que es la percepción…
Espero que guste la serie y que pueda servir para la reflexión.
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