Franz Liszt (o Ferenc Liszt, como dicen los húngaros) es seguramente, tras Ludwig van Beethoven, el músico del Siglo XIX que más influencia ha tenido en el desarrollo musical posterior… y a pesar de ello aún no le había dedicado ninguna entrada en esta humildísima serie sobre música clásica. Hoy se remediará esta carencia evidente en este artículo dedicado a “Los Preludios”, el tercero de los trece Poemas Sinfónicos que Liszt escribió, numerado como S.97 en el catálogo de obras de Liszt.
Aunque se trata de una música bastante conocida, quizá la más universalmente conocida del compositor austro-húngaro, sin embargo se trata, de alguna forma, de una música maldita… o mejor dicho, de una música maldecida, y que durante muchos años se ha programado bastante poco en las Salas de Conciertos occidentales, sobre todo en las europeas. De hecho yo, que acudo con cierta frecuencia a escuchar conciertos desde hace bastantes años, por fas o por nefas sólo he escuchado en directo Los Preludios una única vez… y ha sido en 2013, con una formidable dirección de Rafael Frühbeck de Burgos dirigiendo a la Orquesta Nacional de España.
Aclaro inmediatamente que si se ha tenido muchísimos escrúpulos para programar Los Preludios no ha sido culpa del pobre Liszt, ni mucho menos, sino que fue debido a…
…pero no nos adelantemos. Comencemos por presentar a uno de los primeros divos musicales (si no el primero) de la historia. Los que creáis que los acaloramientos, histerias, desmayos y soponcios que produce oír, ver o tan sólo pensar en los modernos astros musicales, ídolos multitudinarios de la juventud[1], o de los no-tan-modernos[2] son cosas de la modernidad y consecuencias del mass media de la segunda mitad del Siglo XX o del XXI… pues estáis equivocados. Y mucho, porque el protagonista de la obra de hoy ya tuvo que soportar cómo las damiselas de la muy educada y conservadora Europa de mediados del Siglo XIX le arrancaban pañuelos, botones, guantes, gabanes y todo lo que pudieran que hubiera llevado o tocado el gran Franz para repartírselos entre ellas como trofeos.
Vamos, pues, con el Justin Bieber (o, en su defecto, cualquier otro que esté de moda esta semana) del Siglo XIX y su obra más maldita.
Nació Franz Liszt en 1811 en Raiding, un pueblo húngaro (aunque actualmente esté ubicado en Austria) perteneciente en la época al Imperio Austro-Húngaro, descendiente de una familia de germanoparlantes que emigraron a esta zona a mediados del Siglo anterior; por entonces se llamaban “List”, la “z” la añadió el padre de Franz para facilitar la pronunciación del apellido a los que hablaban en magiar, mayoritarios en la zona.
Tuvo Liszt una educación sólo en alemán, pues era el idioma que se hablaba normalmente en la comarca,[3] y el húngaro apenas lo hablaba.[4] Su abuelo tenía formación musical, pero su padre era un melómano que sabía tocar varios instrumentos y que se codeaba con la crème de la crème musical de la época. Ello le permitió darse cuenta en seguida de las inmensas aptitudes como intérprete de su hijo Franz para la música, sobre todo con el piano. Consiguió que comenzara a dar conciertos a la edad de ocho años, y rápidamente se convirtió en… sí, un niño prodigio, como lo fueran Mozart o como intentara el padre de Beethoven que su hijo lo fuera.
Sí, un niño prodigio de esos que pagaba la cena a toda la familia, uno que seguramente ha sido el más prodigioso de todos los niños prodigio musicales que ha habido a excepción, quizás, de Wolfgang Amadeus Mozart. El padre consiguió fondos de la nobleza para que el joven Liszt tomara clases con el mejor profesor de la época, Karl Czerny, y posteriormente con Antonio Salieri[5] (la familia Liszt no tenía recursos para pagar la formación). El caso es que hacia 1822, con once años, el niño Franz daba conciertos con regularidad, y en 1823 la familia se trasladó a París… luego a Londres… y luego a toda Europa, pues todo el mundo quería escuchar al prodigioso pequeño Liszt.
Pero en 1827 su padre y personal trainer (hoy diríamos representante) falleció, y entonces Liszt, con 16 años, dio por concluida su carrera como niño prodigio. Digamos que estaba… harto. Harto de que le trataran como un mono de feria y de que le echaran cacahuetes entre los barrotes de la jaula… o algo parecido. Para subsistir, Liszt comenzó a impartir clases de piano: hasta diez y doce horas diarias dedicaba a la docencia en la época, y muchos años después, cuando era rico y famoso, aún daba clases a algunos talentosos que escogía cuidadosamente… pero sin cobrar nada por esas clases magistrales. Buena parte de los mejores músicos de la segunda mitad del Siglo XIX fueron alumnos en algún momento de Franz Liszt, y su influencia en ellos fue enorme.
Sólo para aquellos curiosos que queráis profundizar, os dejo a continuación unas de listas de cortes de youtube de tres de los más famosos discípulos de Liszt: Emil von Sauer, Frederic Lamond y Arthur Friedheim, de los que se conservan grabaciones como intérpretes, pues vivían aún cuando los aparecieron los primeros fonógrafos.
En 1831 asistió nuestro buen Franz a una de las ejecuciones de la recién estrenada Sinfonía Fantástica, de Berlioz, que ya apareció en su día en estas páginas, y fue para él como un flechazo, la causó una hondísima emoción y cambió su idea de la música para siempre: le convirtió en uno de los adalides del Romanticismo.
Por entonces era ya un pianista excepcional, pero un año después, en 1832 (con 21 años) asistió a un concierto del grandísimo violinista Niccolò Paganini, y allí mismo tomó la firme determinación de convertirse en un virtuoso del piano como Paganini lo era del violín. Para ello no sólo tendría que mejorar aún más su técnica y expresividad, llevándola más allá de todas las técnicas conocidas en la época,[6] sino también su carisma… y lo logró. Ya lo creo que lo logró: Se convirtió en ”el mejor pianista que han visto los tiempos”, según los críticos de su época y de épocas posteriores.
Hoy en día es inútil intentar determinar si efectivamente Liszt ha sido o no el mejor pianista de todos los tiempos: tanto los pianos como las técnicas de ejecución han seguido evolucionando, así que comparar a Liszt con, por ejemplo, Artur Rubinstein, o con Arcadi Volodos no tiene el menor sentido,[7] pero sí que debió ser un pianista de lo mejorcito que se haya visto jamás. Además, era apuesto, simpático, amable y tenía un magnetismo personal y un don de gentes que hacía que todos los que le conocieron le amaran, además de admirarle.
Hacia 1840, poseedor de una capacidad técnica y artística fuera de lo común, decidió comenzar a hacer giras por toda Europa, y no circunscribirse sólo a París, por muy capital mundial de la música que fuera entonces. Alemania, Austria, Italia, España, su Hungría natal… Allá adonde fuera, su fama excepcional le precedía, y era recibido con algo que hoy describiríamos como histeria colectiva. Sus admiradores (y, sobre todo, admiradoras) se volvían literalmente locos, chillaban, se desmayaban, le quitaban pañuelos o guantes que luego cortaban en trocitos para repartírselos como trofeos, intentaban que les hablara, les firmara autógrafos, les regalara camisetas con su nombre firmadas y… ejem, ya sabéis a qué me refiero. Cómo sería la cosa que en 1842 un prestigioso diario acuñó para esta adoración popular el nombre de “Lisztomanía”; creo que podéis haceros una idea de cómo sería el asunto viendo la reacción de tanta gente ante la llegada a algún sitio de un ídolo de adolescentes, un futbolista famoso y laureado, un piloto de Fórmula 1 y no digamos un campeón provincial de petanca…
Fue por entonces cuando nuestro Franz inventó el concepto de “recital” que se mantiene hoy en día: un solista de un cierto instrumento o de la voz canta o toca en solitario una serie de piezas suyas o de otros compositores, acaparando la totalidad del tiempo del concierto; en la época eso no se hacía, sino que eran varios los artistas los que intervenían en cada sesión, ejecutando cada uno unas piezas, y a veces interviniendo todos juntos. Para que esta actividad recitalística fuera satisfactoria, Liszt necesitaba continuamente partituras nuevas que interpretar. Dicen las crónicas, por ejemplo, que al tocar el primer movimiento de la Sonata Claro de Luna de Beethoven (famosísima: aunque no sepas que la conoces, la conoces, seguro) metía trémolos y adornos de su cosecha… Entonces no sólo buscaba partituras de buenas piezas para piano, sino que arreglaba obras orquestales de otros para piano y así poder tocarlas.
Esta frenética actividad[8] se terminó bruscamente en 1847. Liszt se retiró como virtuoso a los 35 años de edad, en la cúspide de su fama, de su perfección técnica… y de la Lisztomanía. Ello ayudó a preservar su enorme fama a lo largo de los tiempos: ¡cuántos grandes intérpretes han envejecido de forma penosa delante del piano, agarrados al violín o haciéndose playback a sí mismos…! Pues Liszt, no. Desde entonces apenas dio recitales, salvo para obras de beneficencia. Sí, además de un gran intérprete Liszt era un filántropo convencido: donaba una gran parte de sus ingresos a obras de caridad, daba recitales benéficos (como pianista o como director), dio clases sin cobrar un franco… y, por si fuera poco, fue el mecenas y benefactor de toda una generación de músicos excepcionales, como Héctor Berlioz, Camille Saint-Saëns, Edvard Grieg, Aleksandr Borodin o el mismísimo Richard Wagner. Todos ellos, salvo Saint-Saëns, han aparecido ya en estas páginas.
Como era de esperar, Liszt participó activamente en la llamada “Guerra de los románticos” que sacudió la escena musical (sobre todo, alemana) en la segunda mitad del Siglo XIX. Fue fundador de la Allgemeiner Deutscher Musikverein (Asociación general Alemana de Música), encargada de defender el moderno y radical estilo de la “Nueva Escuela Alemana” frente a los “clasicistas”, encabezados por Johannes Brahms o Clara Schumann. Aunque Liszt fue uno de los fundadores y adalides del movimiento, la punta de lanza de los “progresistas” fue, sin lugar a dudas, Richard Wagner. ¿Cuál de los dos enemistadísimos bandos ganó, al final? Pues ambos… y ninguno. El bando “progresista” dio a luz o fue fuente de inspiración de grandísimos compositores (además de los mencionados), como Anton Bruckner, Richard Strauss y Gustav Mahler. En el bando de los clasicistas, la figura enorme de Johannes Bramhs hace palidecer al resto. Pero con el cambio de siglo la guerra se saldó, finalmente, con la victoria de… las nuevas corrientes de expresión, que avasallaron con todo. El dodecafonismo, el serialismo y un montón de “neos”, “pos” e “ismos” más se impusieron durante el Siglo XX y lo que llevamos de XXI, expulsando, de paso, a la gran mayoría de público de las Salas de Conciertos, puesto que no entendemos (y seguimos sin entender) el tipo de música que proponían (y siguen proponiendo) sus seguidores. Pero ésta es otra historia que Gustavo ha contado magníficamente en su espectacular serie de Música y Ciencia, y que yo no voy a repetir aquí.
Volviendo a Liszt, además de cómo niño prodigio, virtuoso, docente, director de orquesta y mecenas y benefactor de músicos, además de todo eso que ya de por sí le hubiera reservado un lugar preferente en la Historia de la Música, fue un gran compositor y, como dije antes, arreglador para piano de partituras de otros escritas originalmente para otro tipo de plantilla orquestal, pues en su época de “recitalista” necesitaba continuamente partituras frescas que llevarse a los dedos… Por ejemplo, transcribió para piano nada menos que ¡las nueve sinfonías de Beethoven!, incluida la Novena, con su Himno a la Alegría, sus cantantes solistas y su Coro. Algún día debería aparecer por aquí alguna de éstas…
Y en el género sinfónico también compuso grandes obras. Dos sinfonías suyas destacan: la “Sinfonía Dante” y la “Sinfonía Fausto”, basadas respectivamente en la Divina Comedia y en la obra homónima de Goethe, pero además él fue, también, el inventor del “Poema Sinfónico”, una especie de mini-sinfonía concentrada en un solo movimiento, basada en alguna historia o en un poema de algún autor convenientemente famoso, y en el que se intenta poner música a las peripecias que acontecen en la obra o a las muy románticas emociones que suscita el poema.
Trece Poemas Sinfónicos compuso a lo largo de su vida Franz Liszt, de los que Los Preludios es el tercero y el más famoso, basado en una Oda de las Nuevas Meditaciones Poéticas (Nouvelles Méditations Poétiques) de Alphonse de Lamartine, poeta romántico a la vez que político que llegó a ser Ministro de Asuntos Exteriores francés. En este enlace podéis disfrutar de la romántica y apasionada belleza del poema en su versión original. Un poco recargado para mi gusto, pero…
Aunque Liszt estuvo desde 1844 jugando con la idea de componer una obra sinfónica basada en dicho poema, hasta 1856 no se estrenó, dirigida, lógicamente, por el propio compositor, y fue finalmente publicada en 1865. En la Wikipedia inglesa tenéis una descripción absolutamente detallada (pero detallada-detallada) de todos los pormenores habidos y por haber de Los Preludios; leer el artículo entero requiere mucho más de los quince minutos que dura su ejecución, aunque exige conocer lo suficiente la lengua de Shakespeare. Tanto es así que casi no voy a contar nada de la obra en sí, que escucharemos en la versión de la Sinfónica de Chicago dirigida por el pianista y director argentino Daniel Barenboim,[9] en un video con una imagen fija, una foto del propio Liszt muy mayor, avejentado y bastante feo, pero que tiene mucho mejor sonido que este otro video en el que el histriónico Valeri Gerguiev dirige a su peculiar manera a la Wiener Philarmoniker (o sea, la Filarmónica de Viena) en un concierto al aire libre en los jardines del Palacio vienés de Schönbrun… muy bonito el ambiente, vale, pero malísima la acústica y, encima, la realización también deja bastante que desear. Pero el que desee ver cómo se ejecuta la obra (más o menos) puede seguir a Gerguiev.
Los que hayáis leído y comprendido el poema de Lamartine, veréis que se trata del típico poema romántico que en España hubiera podido firmar Gustavo Adolfo Bécquer, con referencias al eterno amor por la amada, la naturaleza y la paz del campo y las nubes y los pajarillos y cómo me pone pensar en ti, amor mío, y bla, bla, bla. En una palabra, un tobogán de emociones, donde se pasa del pesar por la ausencia de la amada al enardecimiento de su presencia, la melancolía de su recuerdo y toda la parafernalia habitual de la poesía romántica… pues el poema sinfónico es igual: otra montaña rusa donde se pasa de momentos de pura exaltación a íntimos momentos de melancolía y bucólico recogimiento. Y vuelta a empezar.
La famosa fanfarria con visos de marcha militar que tantos recuerdos trae a algunos (luego veremos por qué) se repite dos veces a lo largo del poema, una casi al principio, tras una oscura introducción llevada por la cuerda grave, y la otra en el apoteósico final, separadas por una serie de pasajes mucho más tranquilos, algunos casi bailables, que suben y bajan, bajan y suben como las emociones del poema… Si el director hace bien su trabajo, la primera de dos fanfarrias debe ser contenida, como con un poco de prevención y timidez; luego la música debe transcurrir poco a poco in crescendo, aumentando imperceptiblemente el nivel sonoro hasta que por fin, en la fanfarria final, debe dar rienda suelta al metal y la percusión (tremendos los “platillazos” y los “bombazos” de esta parte), para que generen todos los decibelios de que sean capaces… y son capaces de muchos, os lo aseguro.
Como la obra dura alrededor de quince minutos, tampoco necesita mucha más literatura por mi parte; sólo que la oigáis y disfrutéis con ella.
Dije antes que, aunque su autor no tenía la menor culpa, Los Preludios ha sido considerada una obra maldita durante muchos años, y se ha programado muy poco en las últimas décadas. La culpa la tuvo algún genio del marketing radiofónico del Tercer Reich, que decidió utilizar la fanfarria final, tan (supuestamente) alemana, tan marcial y exaltada ella, como sintonía para acompañar el principal noticiero de la radio alemana durante la Segunda Guerra Mundial, y en particular para anunciar las victorias, reales o inventadas, de la Wehrmacht por suelo europeo.
Imaginaos la escena[10]: el locutor comienza a dar noticias de esto y de lo otro y, de pronto, a modo de preludio (menudo jueguecito de palabras), suena la fanfarria durante un minutito o dos… y a continuación el locutor grita, exaltado, en perfecto alemán: “¡Victoria! ¡Los gloriosos ejércitos del Reich han logrado una aplastante victoria contra los repugnantes ejércitos de aquí y de allá en tal y cual sitio…!” Y, cual perro de Pavlov salivando al escuchar el timbre, los escuchantes sabían, con la sola aparición de la dichosa fanfarria del bueno de Don Franz, que inmediatamente vendría el indefectible anuncio de una victoria de los ejércitos de Hitler. O sea, fanfarria de los Preludios = victoria de la Wehrmacht. En fin.
El genio del marketing consiguió su propósito con creces, pero esto unió sin solución Los Preludios a los uniformes nazis, las cruces gamadas y todo lo que conllevaban, y a muchísimos europeos escuchar la fanfarria les retrotraía inmediatamente a épocas y momentos que hubieran preferido no vivir… la consecuencia es que ha sido una obra prácticamente proscrita durante décadas, y sólo estos últimos años, pasados 70 desde los hechos de autos, parece que vuelve paulatinamente a los programas de las orquestas de todo el mundo.
Ni que decir tiene que ni Liszt ni Lamartine ni la obra en sí tienen la menor culpa de haber sido utilizada para algo que a su autor le hubiera revuelto las tripas… porque Franz Liszt, en los últimos años de su vida, incrementó aún más su beneficencia y su mecenazgo, y, religioso como había sido durante toda su vida, él mismo acabó tomando los hábitos, siendo tonsurado y recibiendo las cuatro órdenes menores en 1865 (aunque nunca llegó a ser sacerdote).[11] Pasó sus años finales compaginando sus obligaciones como honorario del canónigo de Albano con la impartición de clases magistrales (siempre gratuitas), la dirección de música sacra, la composición de sus últimas obras, la mayoría corales, y la protección de músicos con futuro pero sin posibles. Requerido por aquí y por allá, viajó muchísimo, de Weimar a París, de Budapest a Roma…
Falleció Franz Liszt en 1886 en Bayreuth, durante la celebración del famoso Festival wagneriano (uno de los primeros de todos los celebrados allí, donde se siguen celebrando cada año a mayor gloria de Richard Wagner y sus interminables óperas), festival que había sido organizado por la esposa de Wagner, que a la sazón era su hija (la hija de Liszt, quiero decir): Cósima Liszt, aunque por entonces era ya Cósima Wagner, claro está. Cósima Liszt fue el fruto de su relación (sin matrimonio, desde luego; Liszt nunca contrajo matrimonio) durante 12 años con la condesa Marie d’Agoult, con la que tuvo una hija y un hijo más (Blandina y Daniel). Cósima, ferviente adoradora de Wagner y su música, casó primero con el famoso director de orquesta Hans von Bülow, otro admirador de Wagner hasta extremos ridículos, y en segundas nupcias con el propio Richard Wagner, y tuvo un papel crucial en la organización de los primeros Festivales de Bayreuth. Cuando falleció tenía Franz Liszt 75 años, una edad muy avanzada para la época, y dejó un legado musical inmenso.
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Con el tiempo se han hecho muchas grabaciones de Los Preludios. Como sólo dura unos quince minutos, suele estar acompañado por otras obras de Lizst, normalmente otros Poemas Sinfónicos, o bien de otros compositores, en uno de tantos discos de refrito que pululan por las estanterías físicas o virtuales del mundo.
Por recomendar alguna, podéis mirar éste de la Filarmónica de Berlín dirigida por Herbert von Karajan y que lleva además la consabida colección de otros poemas y obras de Liszt, el Moldava de Smetana y tal, pero Karajan en este tipo de música alemana del Siglo XIX se desenvolvía muy bien, y la Berliner Philarmoniker suena de maravilla, así que el resultado es muy bueno. Pero hay decenas de discos que incorporan Los Preludios, no os resultará difícil encontrar alguno que valga la pena.
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No se ha programado mucho esta obra, es cierto. Pero yo, que he tenido la oportunidad de escucharla en directo, puedo asegurar sin ambages que no tiene nada que ver esta experiencia a escucharla en el mejor stereo que os podáis agenciar. Como de costumbre, en directo, mejor. Afirmo.
Disfrutad de la vida, mientras podáis. A ser posible, escuchando música.
- Por ejemplo Justin Bieber, David Bisbal, Tokio Hotel, One Direction y demás héroes de adolescentes. [↩]
- Elvis Presley, The Beatles, etc. [↩]
- Fue repoblada años atrás por emigrantes germanoparlantes. [↩]
- No me extraña. Si el alemán es ya lo suficientemente complicado, no veáis el magiar cómo es… [↩]
- Sí, el mismo Antonio Salieri que hace la malo en la peli “Amadeus”, y bla, bla, bla… creo que esto ya lo he contado antes al menos un par de veces o tres. [↩]
- Estuvo años y años estudiando sistemáticamente cómo sacar el máximo partido a los pianos modernos, mucho más poderosos y musicalmente precisos que aquellos en los que Beethoven hiciera exactamente lo mismo 50 años antes. [↩]
- Además de que, naturalmente, no existen grabaciones de Liszt al piano, pues aunque a algunos le sorprenda el hecho, en su época aún no se había inventado la grabación y reproducción de sonidos por medios mecánicos, ni mucho menos digitales. [↩]
- Se calcula que pudo dar más de 1.000 recitales durante esos siete u ocho años. [↩]
- A mí Barenboim me gusta más como director que como pianista, la verdad. [↩]
- Radiofónica, claro: aunque ya estaba inventada la televisión, nadie emitía todavía. [↩]
- Muy típico de los románticos: tomar los hábitos al final de su vida, vida en que disfrutó de los muchos placeres de la mesa y la cama que le brindó su “lisztomaníaca” fama. [↩]
The Historia de un ignorante, ma non troppo… Los Preludios, de Franz Liszt by , unless otherwise expressly stated, is licensed under a Creative Commons Attribution-Noncommercial-No Derivative Works 2.5 Spain License.
{ 8 } Comentarios
Muy buena la entrada, ideal para aquellos que busquen un texto con el que iniciarse en Liszt; porque aquí, como en tantos otros casos, la bibliografía se presta a lo mejor y lo peor. Yo quiero recomendar un librito, a mi juicio excelente: “Franz Liszt y su tiempo”, en el que capítulo por capítulo se van enfocando musical y biográficamente las diversas facetas de Liszt: piano, orquesta, lied, música sacra; libertad, preocupaciones, estética… Equipado además con fotos, cronología y un catálogo completo, que no viene nada mal jeje “Los preludios” todavía no lo he escuchado, pero de entrada me sorprenden las consecuencias que ha generado la mancha nazi. ¿Doble vara de medir por parte de las orquestas y los organizadores? No veo que a “Los maestros cantores de Núremberg” se le haya dado el mismo trato, ni que a R. Strauss se le ponga fuera de juego por haber dado la mano al nacionalsocialismo. ¿Y Beethoven? ¿No se lo adjudicaron también esos lunáticos de la raza?
Gracias por la entrada Mac. He de decir que apenas había escuchado nada de Liszt en mi corta etapa de amante de la música clásica. El año pasado puede asistir a un concierto donde se interpretaba a Liszt y la 9ª de Dvorak. Yo saqué la entrada porque tenía muchas ganas de oir la sinfonía del nuevo mundo en directo, sin embargo, la pieza que me cautivó fue la que abría el programa del concierto: “Los Preludios”. Desde aquel día está en mi lista de favoritos del Spotify.
Realmente, los húngaros dicen “Liszt Ferenc”
Mac este tipo de música entra enseguida. Pero no he podido evitar, con eso de los nazis, el sentir que las fuerzas del mal triunfen al final por encima de las fuerzas románticas de la naturaleza. Las pobres tras la presentación inicial de ambos bandos parecía que tras algunas dificultades iniciales se iban encontrando estupendas hasta que en plena euforia vuelven al final la fanfarria nazi para deglutirlas. Es broma, pero es lo que me ha hecho sentir este fantástico poema sinfónico.
Excelente. A mi también me gusta más barenboim como director.
Basta ya de los rollos nazis y no nazis. Todo eso pasó hace miles y miles de años. La utilización de la música como marco, emblema, icono etc. es típica de las gentes sin escrúpulos tanto de lo que hoy llamaríamos “de izquierda” como “de derecha”. Por otra parte nos hemos tenido que tragar auténticas vulgaridades literarias, musicales, pictóricas etc. porque eran “de los nuestros”. Los Preludios es una música muy interesante aunque Liszt tenga, en mi opinión, cosas mejores. Era un auténtico portento como virtuoso y compartió su tiempo con, entre otros, Chopin, su amigo y camarada de los salones, otro portento al piano, con la diferencia de que Chopin llegó mucho más lejos como compositor. Después de Mozart, que hay que ponerlo en un lugar aparte en todo, y sin olvidar a Clementi, del que hablaban también maravillas, los grandes virtuosos del XIX han sido Liszt, Chopin y Beethoven probablemente en ese orden (como virtuosos del piano, se entiende no como compositores).
En fin, me ha agradado mucho leer a la gente interesada en música de verdad. Un abrazo a todos.
De acuerdo, Harry, con todo lo que dices… Salvo lo de que “el rollo de nazis pasó hace miles de años”. Porque acá en España y en otros países “neutrales” no se dio tanto esa identificación Preludios=Tercer Reich, pero en casi toda Europa… Uff, vaya si se dio.
En efecto, en Austria, Checoslovaquia, Polonia, la URSS (ahora Rusia, Bielorrusia, Ucrania y catorce países más), Francia, Noruega, Dinamarca, Holanda, Bélgica, Yugoslavia, Grecia… todos esos países invadidos y masacrados por las tropas alemanas en la Segunda Guerra Mundial, allí, mientras vivían las gentes que padecieron la invasión, la asociación fue tan intensa que nadie quería saber nada de tan fantástica obra. Les hacía recordar demasiado una etapa de su vida que preferían haber olvidado.
Y casi lo mismo podemos decir de la propia Alemania o sus aliados (Italia, Hungría, Rumanía, etc), o de los países aliados que se enfrentaron a ellos: Reino Unido, Estados Unidos, Australia, Nueva Zelanda, la autollamada “Francia Libre”…
Sí, ni Liszt ni Lamartine tienen la menor culpa de ello, pero lo cierto es que Los Preludios se ha programado poquísimo, se ha grabado poquísimo y se ha emitido poquísimo para la enorme calidad que tiene la obra. Ya lo digo en el artículo: yo llevo más de veinte años asistiendo cada año a más de quince conciertos de media… y sólo lo he escuchado en directo una única vez. Por algo será.
En fin, no nos gusta nada por qué es una obra “maldecida”, pero es caso es que lo es, o al menos lo ha sido hasta hace muy poco. Esperemos que vuelva a ser considerada como la obra maestra del sinfonismo romántico que es Los Preludios.
Saludos
Sinceramente Macluskey no conocía todas esas precisiones que me cuentas y admiro cómo lo cuentas, aunque yo ya sabía algo de todo ello. Me alegro de haberte leído y lamentaría muchísimo si mi malestar pudiera ofender a algún superviviente o a algún descendiente de aquella gente masacrada, pero es que me parece tan increíble que una obra así pueda haber sido utilizada de esa manera y me harta la adscripción de tal o cual obra en un lado oscuro, como contaba en mi anterior comentario.
Pasa con otras obras, y me irrita sobremanera (Ricardo Strauss, Orff, el mismo Wagner… que no es santo de mi devoción) Particularmente a mí me gusta mucho más la obra de piano de Listz, sobre todo los estudios trascendentes o la sonata en b, incluso los Années (que no son fáciles de escuchar) y también los conciertos. Esto es piano. Puro piano, que se adelanta a muchos que vienen después. Él y Chopin arrasan con el piano en el XIX, y luego están los que copian.
Gracias por tu último comentario, amigo. Me gusta mucho la gente que habla de música. Un abrazo a todos.
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