Hace un par de artículos en esta serie musical dediqué uno al Ciclo de poemas sinfónicos Mi Patria, de Smetana. El de hoy estará dedicado a otro poema sinfónico, de menor duración que los de Mi Patria (unos ocho minutos solamente), y también muy conocido: En las estepas de Asia Central, obra del compositor ruso Alexander Borodín.
Además, el artículo de hoy será más tamicero de lo que es normal en esta serie, dado que Borodín era, según él mismo se definía, un compositor dominguero, pues se ganaba la vida, obteniendo de paso una enorme reputación, de otra manera. Era… pero no nos adelantemos. Dejemos el suspense un poquito más, mientras aprendemos algo más del compositor de las famosísimas Danzas Polovtsianas de El Príncipe Igor.
Alexander Porfiríevich Borodín era hijo del príncipe georgiano Luka Stepanovich Gedianishvili y la joven rusa Evdokia Constantinovna Antonova. Hijo natural. Ilegítimo. En 1833 y en San Petersburgo, la capital de los zares, era muy común que los miembros de la aristocracia tuvieran hijos naturales con jóvenes sirvientas, admiradoras, mujeres de fortuna…[1] pero la moral imperante en la corte les impedía registrarlos como suyos. Así que los inscribían como hijos de algún sirviente que sólo podía decir amén o ser despedido ipso-facto. Y Alexander fue inscrito como hijo de Porfirie Borodín. De ahí lo de Porfírievich (hijo de Porfirio) y Borodín, cuando debería haberse llamado Alexander Lukanovich Gedianishvili… Borodín tuvo otros dos hermanos, de nombre Dimitri Sergueievich Alexandrov y Evgueny Fiodorovich Fiodorov, que ya podéis imaginar por qué peculiar procedimiento obtuvieron sus rusos nombres, en lugar de uno georgiano acabado en “vili”…
El príncipe, sin embargo, no le abandonó a su suerte, sino que le proporcionó una exquisita educación, incluidas lecciones de piano y el aprendizaje del alemán, francés e inglés. El príncipe falleció cuando Alexander tenía siete años, pero lo incluyó en su testamento, por lo que pudo proseguir su educación. A los 14 años hablaba correctamente todas esas lenguas, era capaz de hacer ensayos técnicos en italiano y había compuesto ya alguna obra musical, la primera de ellas a los nueve años, llamada “Elena” y dedicada a una niña de rubias trenzas y nombre Elena, claro, de la que estaba perdidamente enamorado. Se especializó en tocar el cello, lo que hizo siempre que pudo toda su vida.
A los diecisiete años comenzó a estudiar medicina, pero al tener como profesor a Nikolai Zinin, rápidamente se interesó por la química.[2] Efectivamente, la profesión de Borodín era químico (y él siempre se consideró a sí mismo como eso, un químico profesional), pero no un químico cualquiera, sino uno que revolucionó la química del momento. Sin ánimo de ser exhaustivo, Borodín hizo las siguientes cosas:
Participó, nada menos que con Dmitri Mendeleiev (el inventor/descubridor/constructor de esa maravilla que es la Tabla Periódica de los Elementos) en el congreso de Karlsruhe de 1859, donde se inauguró la química moderna, al aceptarse allí las hipótesis que cincuenta años antes hizo un tal Amadeo Avogadro.
Se dedicó a la síntesis de derivados aromáticos fluorados, cosa que hizo en Pisa (se había mudado allí debido a su clima, dado que su mujer, la pianista Ekaterina Protopopova, había enfermado de tuberculosis) quince años antes que lo hiciera Lenz, quien por alguna causa ignota tiene el mérito de haberlo hecho el primero.
Trabajó en el método de condensación de aldehídos, compitiendo con otro grande, Kekulé, entre acusaciones mutuas de robarse las ideas y apropiarse del trabajo del otro. En 1872 publicó una serie de artículos sobre sus investigaciones que supusieron el descubrimiento del importantísimo método de condensación aldehídica, cosa que hizo simultánea e independientemente con el francés Charles-Adolphe Wurtz, a quien, por cierta oscura razón, se atribuye hoy en día todo el mérito.
Incluso descubrió un método general para transformar ácidos orgánicos en bromuros. Nadie hizo el menor caso por entonces, y tuvieron que pasar nada menos que 73 años para que otros “descubrieran” el método. Por alguna extraña razón, hoy se conoce como reacción de Hunsdiecker.
No sigo, que podría. Era un químico excelso y un excelente profesor, pero por lo que se ve le ninguneaban sus colegas. Quizá le ninguneaban porque en sus ratos libres se dedicaba a tocar su cello o a componer música… Porque si hoy en día es conocido Borodín no es, como habéis visto, por su contribución a la química, que no fue poca, sino por sus composiciones musicales. Y eso que no compuso muchas obras, porque dedicaba su tiempo a su profesión (la química) y sólo era… eso, un compositor dominguero, como él mismo decía, así que produjo escasas obras musicales. Pero ¡qué obras!
Junto con Mili Balakirev, César Cui, Modest Mussorgsky y Nikolay Rimsky-Korsakoff formó el llamado Grupo de los Cinco, Grupo de compositores ligeramente free-lance muy importante para la música rusa, y que ya ha salido en esta serie un par de veces, cuando hablamos hace tiempo de los Cuadros para una Exposición y del Capricho Español. Borodín, en mejor situación económica que los otros cuatro, era frecuentemente quien pagaba casa y comida al Grupo. Y sin embargo, a pesar de su escasa producción, Borodín fue quizá quien hizo música más seria, o quizá debería decir más pura, más formal, sobre todo sus dos extraordinarios cuartetos de cuerda, de los que alguno debería salir por aquí en alguna futura ocasión. Además, compuso dos sinfonías también estupendas, y cuatro óperas, algunas terminadas por algún colega del grupo, de las que la más famosa es, desde luego, El Príncipe Igor (que fue completada por Rimsky-Korsakoff y Glazunov, ya que quedó inacabada a su muerte). Y también el poema sinfónico En las estepas de Asia Central, del que trata este artículo.
Falleció Alexander Borodín en 1887, a los 53 años de edad, en el mismo San Petersburgo que le vio nacer. Le dio un infarto fulminante mientras estaba en un baile de disfraces. Estaba vestido con la típica indumentaria del campesino ruso, y con ese disfraz exhaló su último suspiro. Un final seguramente muy adecuado para uno de los grandes adalides del resurgimiento de la música rusa. .
Compuesto y estrenado en 1880, el poema sinfónico o cuadro musical “En las Estepas de Asia Central” (su traducción literal del ruso es “En Asia Central”, no sé de dónde viene lo de “las estepas”, pero así es como la conoce todo el mundo en todos los idiomas occidentales) fue compuesto inicialmente como el primero de una serie de “Cuadros Vivientes” sobre diferentes regiones de Rusia, serie dedicada a las bodas de plata de la coronación del zar Alejandro II de Rusia, un zar de carácter liberal (liberal para la época, no nos confundamos) durante cuyo mandato se consolidó la expansión hacia el Este del Imperio Ruso, adquiriendo el control definitivo sobre las regiones del Asia Central. Sin embargo, el proyecto musical fue bruscamente truncado cuando dicho zar fue asesinado en 1881, en el propio San Petersburgo capital de todas las Rusias. Pero este único poema estaba ya compuesto, y ha quedado como una de las piezas de Borodín más interpretadas del repertorio, más que sus sinfonías, y más o menos igual que sus Danzas Polovtsianas.
Está el poema dedicado a esa región anexionada por Alejandro II, lo que entonces se llamaba el Turquestán Ruso, situado en el corazón del continente asiático y que abarcaba ingentes extensiones de estepa o desierto, alrededor de cuatro millones de kilómetros cuadrados cruzados de tanto en cuando por caudalosos ríos (el Amu-Darya y el Sir-Darya) o gigantescos mares interiores (como el mar de Aral, alimentado precisamente por esos dos ríos).[3]
Diferentes campañas de los militares rusos habían ido conquistando los diferentes kanatos de la zona (Khiva, Bukhara, etc) reminiscencia de la dominación árabe o persa de siglos anteriores, y todo ello inmerso en “El Gran Juego” con el Imperio Británico que dominaba India y Afganistán, entre otros países.
Años más tarde, a finales de los años veinte del Siglo ídem, cuando la URSS estaba ya bajo la férula de Stalin, unos burócratas en Moscú trazaron unas líneas en un mapa y crearon cinco Repúblicas soviéticas, que, tras la autovoladura del la URSS del año 1991, se convirtieron, aún a su pesar, en países independientes. Sus nombres: Kazajstán, Uzbekistán, Turkmenistán, Kirguizistán y Tayikistán. Tierra de nómadas y caravanas, y de ricas ciudades caravaneras, pues desde hacía milenios era parte crucial de la Ruta de la Seda, trufada de desiertos y estepas interminables, allí no había habido nunca fronteras, salvo las naturales impuestas por ríos o montañas, y había visto pasar por allí a los mayores genocidas… perdón, conquistadores, de la historia: Gengis Khan, Tamerlán, Ulugh Beg y otros muchos.
Todas sus grandes ciudades fueron conquistadas y destruidas innumerables veces, y siempre eran reconstruidas con aún mayor esplendor. Así ocurrió con Tashkent (la ciudad más poblada de la zona y actual capital de Uzbekistán), Khiva (cuna de Al Juarizmi, matemático del Siglo X al que los informáticos honramos cada día cuando creamos un algoritmo, pues algoritmo es precisamente su nombre occidentalizado), Bukhara (ciudad santa del Islam y cuna del eximio Avicena, el mayor médico de la Edad Media, cuyo precioso minarete del Siglo XI es la única construcción que Gengis Khan indultó de la destrucción en toda su vida) o Samarkanda (la Marakanda de Alejandro Magno, la mayor ciudad de Asia durante siglos, y cuya Plaza del Registán, una foto de la cual tenéis justo encima de estas líneas, sigue hoy en día dejando sin aliento a los viajeros que la contemplan).
Pero tras la destrucción, siempre se reconstruían, una y otra vez, porque el tráfico de caravanas no se interrumpía, la Ruta de la Seda seguía funcionando, y seguían haciendo falta caravanserais, murallas, lugares donde orar, comer, descansar, etc. Dependiendo de sus lugares de origen (India o China, sobre todo Xián, la capital del Imperio) o de destino (Bizancio/Estambul, Venecia, Viena, Moscú, etc) había en realidad muchas rutas posibles, pero todas ellas confluían en Samarkanda y todas ellas seguían la misma ruta, la única posible, hasta Bukhara, desde donde se dividían de nuevo… y de ahí la enorme importancia de ambas ciudades durante tantos y tantos siglos.
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Borodín intenta reflejar en la obra ese floreciente pasado caravanero de la zona, pero dotándole de la adecuada y políticamente correcta “visión rusa” que se esperaba en el jubileo del zar… así que describe de forma idílica la colaboración de rusos y asiáticos en esas tierras, colaboración que en muchas ocasiones se produjo a cañonazo limpio… Una típica caravana de tajikos, uzbekos o kazakos atraviesa, al ritmo cadencioso de los camellos, el desierto[4] mientras es escoltada por tropas rusas…
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Vamos a escuchar esta obra tan cortita (unos ocho minutos) con un video sobre las estepas… de Mongolia. Vale que en Mongolia hay estepas, estepas para dar y tomar, pero Mongolia no es Asia Central, ni fue rusa, ni mucho menos se les había perdido nada por allí a las caravanas cargadas de seda (o de oro, a la vuelta). Pero bueno, es seguramente mejor que ver fotos de cielos o de mares o algo así… La versión es de Kurt Sanderling con la Staatskapelleorchester de Dresde, y es una muy buena versión, así que perdonemos el off-topic mongol, y disfrutemos de la obra, que obviamente cabe entera en un video. .
Veamos y oigamos ya En las Estepas de Asia Central:
Empieza la obra con un agudo sonido del violín… es el viento del desierto, que ulula sin ninguna montaña que lo detenga, y que sonará durante toda la primera parte de la obra. A continuación suena el “tema ruso”, que evoca a los militares rusos que dan seguridad a la caravana, pero pronto, en el minuto 1:20 se escucha el siempre peculiar sonido del corno inglés (pariente del oboe) que canta un nuevo tema, el tema de los asiáticos que componen la caravana. Ambos temas se oirán durante la obra, en ocasiones en contrapunto uno del otro, mientras oímos de fondo cómo la caravana marcha, representada por el pizzicato de las cuerdas, que se puede distinguir perfectamente en el minuto 2:10. Ese pizzicato también se escuchará de fondo durante toda la obra… la caravana continúa su camino, quizá a Estambul, quizá a Damasco, a Viena o incluso al propio San Petersburgo.
A continuación tenéis una recreación artística de las caravanas y algunos monumentos de Asia Central por parte de un acuarelista callejero, que espero os ayuden a haceros una idea de lo que cuenta la música.
Los tres temas se van sucediendo unos a otros, toman intensidad, se vuelven majestuosos cuando la caravana llega a una gran ciudad (Samarkanda, Tashkent, Ashjabat… ¡quién sabe!) y se van luego desvaneciendo poco a poco cuando la caravana se pierde en el horizonte, hasta que sólo queda el mismo tema ruso que abría la obra, allá en lontananza, que se desvanece por fin acompañado de nuevo por el omnipresente viento del desierto…
Preciosa obra para haber sido compuesta por un químico profesional, que además, que yo sepa, nunca había estado en las estepas kazakas o uzbekas, ¿no os parece?
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Existen muchas grabaciones de En las Estepas de Asia Central, que irremediablemente se encuentran todas ellas en discos recopilatorios de esos que tanto me gustan a mí, mezclados con obras de Tchaikowsky, de Rimsky-Kosakoff, de Mussorgsky o de quien sea… Pero, claro, como sólo dura siete u ocho minutos, no da para un vinilo entero, y no digamos para un CD, así que esto es lo que hay. Si al menos estuviera con alguna de sus magníficas sinfonías… pero normalmente no es así, hasta donde yo sé. El único otro tema de Borodín con el que compartirá disco, como mucho, será con… ¡las Danzas Polovtsianas!
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En Spotify hay también bastantes versiones de todo pelaje. He seleccionado dos versiones , una más rápida, la de la Royal Philarmonic Orchestra dirigida por el ruso Vladimir Ashkenazy, cuyo enlace encontraréis aquí, y otra versión más pausada, con un ritmo similar al del video, de la Symphonieorchester des Bayerische Rundfunks dirigida por el finlandés Esa-Pekka Salonen, cuyo enlace está aquí.
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Aquí procede, como siempre, hacer un panegírico de la música en directo. Todos los que han oído un concierto en directo lo saben. Yo lo sé. Así que… hacednos caso: como el directo no hay ningún buen stereo que compita.
Disfrutad de la vida, mientras podáis. A ser posible, escuchando música.
- Ya puestos, toda la vida y en todas partes ha sido muy común que los nobles tuvieran hijos naturales. Pensad, por ejemplo en Don Juan de Austria, el magnífico general de Felipe II… y su hermano por parte de Emperador. [↩]
- Por eso, y porque parece que se desmayaba cada vez que veía sangre… ¡menudo médico del Siglo XIX estaría hecho en tales condiciones! [↩]
- Actualmente el Mar de Aral es más bien “La Charca de Aral”. Años de explotación intensiva de las aguas de sus ríos tributarios para cultivar algodón han reducido su superficie a una fracción de lo que era, provocando una catástrofe ecológica sin precedentes. [↩]
- Dos desiertos hay en la zona: El Kyzil-Kum, o “Tierras Rojas”, y el Kara-Kum, o “Tierras Negras”; entre ambos suponen el cuarto mayor desierto de la Tierra. La caravana transita justo entre ambos desiertos, de oasis a oasis en la única zona fácilmente transitable entre Samarkanda y Bukhara. En la Wikipedia inglesa dice que van por no sé qué lugar del Cáucaso. Nada de eso: están en el desierto de Asia Central, con toda seguridad, que eso dice el título de la obra. [↩]
The Historia de un ignorante, ma non troppo… En las estepas de Asia Central, de Borodín by , unless otherwise expressly stated, is licensed under a Creative Commons Attribution-Noncommercial-No Derivative Works 2.5 Spain License.
{ 10 } Comentarios
Preciosa! Sublime! Yo sabía que Borodin era químico, pero no que había hecho tantas cosas! Donde has encontrado esa información, es super curioso. Los otros miembros de los Cinco tenían tb otras profesiones. Rimsky Korsakov fue cadete naval. Mussorgsky fue de la Guardia y tb del Departamento forestal del Estado. Esta pieza me recuerda tb a la Gran Pascua Rusa de R-K. Saludos y gracias por venir a verme.
@OboeCrack: Sí que es una pieza realmente bonita y muy evocadora… Borodín fue un gran químico (donde apenas nadie le reconoce su trabajo, seguramente por ser ruso en un mundo dominado sobre todo por alemanes y franceses, con la excepción de Mendeleiev) y un compositor dominical, y todo el mundo le recuerda por sus composiciones, y no por sus descubrimientos… así es la vida.
Y efectivamente que tuve el placer de verte tocar ese estupendo estreno para piano y oboe… realmente tu nick hace justicia: ¡Eres un crack del oboe, amigo! Que la pieza fuera como era, eso no es culpa tuya (aunque reconozco que he escuchado cosas muchísimo peores). Pero la interpretación, genial.
Saludos, y a seguir deleitando al personal!!
¿Un quimico, músico?… vaya, la grandiosa naturaleza humana!
Pero esa misma naturaleza nos quitó el Mar de Aral!
En fin!
¡Químico! Cómo mola, no tenía ni idea…
La obra, preciosa; algún pasaje me ha recordado al Príncipe Ígor, que tuve ocasión de tocar en un conjunto de saxofones hace un par de años. Enhorabuena por el artículo, ¡y ya se espera el siguiente!
Ahhh, sí. Químico. Quién lo iba a decir… A lo mejor se inspiró viendo el baile de los formaldehidos y la sinfonía de las anilinas…
El caso es que Borodín compuso poco, pero todo precioso. Si no los conocéis, os recomiendo vivamente sus dos únicos cuartetos. Son extraordinarios, sobre todo el Nocturno de su Cuarteto número 2.
Quizás algún día este químico metido a músico dominguero vuelve a aparecer por aquí.
Muy bella obra, Borodin siempre me gusta…Pero , como puede el autor decir lo que dice de Mussorgky, el mayor genio de la mùsica rusa, y el unico que abrio nuevos caminos en la composicion musical?.(recordar solamente, la influencia inmensa que ha tenido sobre Claude Debussy, a quien le cambiò para siempre su vision wagneriana, que tenia en su juventud y lo hizo encontrarse a si mismo,)
@Horacio:
“Pero , como puede el autor decir lo que dice de Mussorgky…“
Pero, ¿yo qué he dicho de Modest Mussorgsky en este artículo? ¿Y mucho menos despreciativo?
Es un hecho que Borodin y Rimsky Korsakoff eran, de los Cinco, los de más posibles, así que eran quienes financiaban en mayor medida a los demás, pero quitando eso, ¿cómo podría yo decir algo en contra de la música de Mussorgsky, a cuyos Cuadros para una Exposición dediqué un artículo (casi un panegírico) ?
Desde luego, si parece que desprecio a Mussorgsky, o que no me gusta su música, es por error o torpeza mía en la exposición. En ese caso, mis disculpas.
Saludos
Macluskey
Mac, la verdad es que he quedado impresionado con el torrente de información tan interesante que volcaste en esta entrada. Te felicito. Yo tengo una versión de En las Estepas del Asia Central, junto a las Danzas Polovtzianas, en un solo vinilo. No recuerdo ahora los intérpretes porque el disco se me quedó en Uruguay, pero es una versión excelente y reúne justamente ambas obras. Y… el tema de los vinilos y los CDs sigue en discusión, pero creo que en ambos casos depende mucho del ingeniero de sonido que haya hecho la grabación. En general me parece que el vinilo tiene un sonido más natural, pero con ruido a púa (que por más que cuides el disco, un día empieza a molestar) pero también hay CDs donde el estéreo se asemeja casi (dije “casi”) a una sala de conciertos. Felicitaciones de nuevo, y que tu serie no se termine nunca! Un fuerte abrazo.
Extraordinaria obra de Borodin que tan bien nos transporta a esas tierras desconocidas y nostalgicas para quienes tenemos ascendencia eslava…!
Que buena reseña sobre esta obra, que importante es tener todos estos antecedentes antes de escuchar una obra de esta magnitud . Mil gracias Mac.
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