Siguiendo el orden que plantea el profesor Lorenzo Hernández en su blog “Ciencia online” acerca de lo que le preguntan sus alumnos de 3º de la ESO, y que es objeto de esta serie específica de El Cedazo, hoy toca elucidar la respuesta a lo siguiente: ¿Por qué tenemos sentimientos que nos pueden hacer hasta llorar?
Lo primero que deberemos hacer es analizar un poco a qué nos referimos cuando hablamos de “sentimientos”. Parece obvio… y más cuando nos vamos a ver cómo los define el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, que en una segunda acepción para la palabra nos dice: “Estado afectivo del ánimo”. “Afectivo”… palabra que nos lleva a la abstracción “emociones”.
Una emoción es uno de los procesos más complejos de nuestro cerebro, realizado en gran medida por el inconsciente. No nos damos cuenta de cómo se lleva a cabo en su mayoría. Incluso hay procesos emocionales que ni siquiera los sentimos conscientemente. Sin embargo, los hombres lo solemos asimilar a lo que sentimos a lo largo de este proceso, lo que llamamos “sentimiento”: darse uno cuenta de forma consciente de lo que nos está pasando durante la fase de actividad emocional. Vemos en una película una escena de terror, nos sentimos dentro de la acción y el cuerpo reacciona: nos produce una agitación inicial descontrolada para pasar a una especie de parálisis como diciendo “aquí no estoy”, se nos acelera el corazón, se erizan los pelos de la piel, sudamos, sentimos ganas de huir del peligro, cerramos los ojos para huir de la escena, buscamos la protección del que está sentado a nuestro lado al que pegamos un pellizco tremendo e involuntario en su antebrazo, se nos cae alguna lágrima de empatía con el actor aterrorizado… todas ellas acciones inconscientes, reacciones a órdenes del cerebro para predisponer al cuerpo a la defensa ante una situación de peligro… para luego entrar en una fase racional que nos hace analizar la situación y ver si comporta de verdad un riesgo, tras lo que seguimos manteniendo la excitación hormonal y motora que ha aparecido en nuestro organismo, o bien constatar que ha sido una falsa alarma y relajamos este estrés al que nos llevó el subidón del terror.
Generalizando podemos decir que, en determinadas circunstancias, el cerebro detecta alguna situación vivencial que valora, según su experiencia pasada y basándose en los datos que tiene acumulados en su “almacén” de memoria implícita, como peligrosa para el organismo. Tanto por su posible malignidad para la supervivencia como, incluso lo contrario, por excesivamente euforizante, exceso que también puede poner en riesgo el equilibrio vital. A esta actividad de nuestro organismo nosotros la describimos como una situación de emoción, que detectamos a partir de la serie de cambios que se producen en el cuerpo tras una situación de estrés y que, al hacerse conscientes, lo conceptuamos como lo que los humanos hemos determinado expresar como un sentimiento: sentimos una emoción.
Diréis que esto pasa a todos los niveles de la vida y no sólo en situaciones de estrés. Pero ahí os quiero llevar, a las situaciones de estrés fisiológico durante las que es muy fácil observar cómo la emoción sentida va acompañada de llanto. Pues bien, éste es el núcleo de la pregunta que nos hacemos hoy. Hay muchas formas de llorar, o de lagrimear. La habitual e inconsciente es la que nos humedece los ojos lubricándolos y previniendo daños por sequedad. Otra forma de llanto es el que sirve para limpiar los ojos de agentes nocivos, como cuando nos llegan los efluvios de una cebolla que estamos cortando o nos entra una mota de polvo. Por último está la llorera que nos sirve para aliviar una situación emocional de estrés. Que es nuestro caso.
Hay gente muy estudiosa que se ha dedicado a mirar a través de un microscopio el aspecto que tiene la lágrima en cualquier tipo de llanto como los descritos arriba. Y realmente han observado una clara diferencia, como mostramos en las imágenes que siguen.
En estas diferencias no sólo se nos puede ocurrir encontrar, por ejemplo, un patrón de belleza como imagen, sino que indudablemente también nos lleva de la mano a pensar que en cada tipo de lágrima, además de la debida al agua y las sales, debe haber una química muy diferente. El análisis de las lágrimas emocionales -así se les llama a las que surgen con los sentimientos- nos indican lo siguiente:
- Las lágrimas provocadas por las emociones tienen una química diferente a las de lubricación o de protección física.
- Las lágrimas emocionales que derramamos ante una situación dramática propia o ajena contienen, con respecto a los otros tipos de lágrimas, cantidades diferenciales de cloruro de potasio y manganeso, de endorfinas -un neurotransmisor-, de hormonas tales como la prolactina y la adrenocorticotropa, y del analgésico natural leucina-encefalina. Con la mecánica del lloro estas sustancias, todas ellas consideradas como estresantes y, por tanto, potencialmente dañinas para el organismo, son eliminadas del cuerpo. De esta forma balanceamos nuestro estado de ánimo que vuelve más fácilmente a la situación de equilibrio que asimilamos a un estado vivencial “normal”.
Pero no solamente sucede esto, ya que después del llanto el cerebro activa la secreción de los neurotransmisores adrenalina y noradrenalina. Estos neurotranmisores se segregan de forma natural también ante una situación de estrés, combatiéndolo desde diversos frentes ya que produce una sensación generalizada de relajación al regular la presión sanguínea, relajar los músculos gracias a su efecto sedante generalizado y al restaurar los niveles hormonales a valores normales. Es decir, el llanto ejerce un efecto llamada a otros procesos neuronales encaminados a relajar el organismo.
La relación emoción-lágrima tiene una explicación neurológica. Lo que se conoce como el sistema cerebral límbico, es decir, las estructuras neuronales que están muy directamente involucradas en la producción de impulsos emocionales básicos -como la ira, el miedo, la alegría…- tienen un grado de control sobre el sistema nervioso autónomo. El nervio parasimpático, que es una rama de este sistema autónomo, controla las glándulas lagrimales a través del neurotransmisor acetilcolina, que aunque podemos encontrarla en todo el cerebro, en nuestro caso debemos buscar la fuente en el hipotálamo, estructura clave, como era de esperar, del cerebro emocional. En las glándulas lacrimales se encuentran unos receptores, las cerraduras en donde acopla la llave acetilcolina, que cuando se activan estimulan a la glándula lacrimal para producir lágrimas, con lo que se favorece la relajación.
Pero no solamente encontramos una explicación fisiológica para llorar cuando sentimos una situación particularmente emocional. Intuimos fácilmente que la evolución ha dirigido el camino fisiológico de generar un lloro desestresante. Pero la evolución también tiene otra parte de la responsabilidad, ésta marcada por la presión selectiva del comportamiento social. Y aquí encontramos una segunda explicación para los lloros conectados con las emociones.
Es bien sabido que el llanto también tiene una función de comunicación, ya que puede producir una respuesta, de variada índole, entre los que presencian a la persona que llora. No sólo me refiero a momentos en que el pesar es insoportable y un consuelo ajeno es pieza importante para nuestro ánimo. Me refiero también, por ejemplo, a la función tan determinante que realiza el llanto en un bebé que no sabe manifestarse de otra manera y necesita alimento. A lo largo de la evolución ha quedado asociado indeleblemente en los humanos el sentimiento de necesitar ayuda con la activación de las glándulas lagrimales.
Y quizás también podamos intuir la misma causa, la de comunicación social, en el hecho cierto de que las mujeres lloran más que los hombres. Hasta cinco veces más unas que otros. No es una apreciación peyorativa, por supuesto, ya que los expertos opinan que se trata de una predisposición biológica. Y eso siempre es por algo útil para la supervivencia. Una predisposición provocada por el diferente balance hormonal entre hombres y mujeres. Estas últimas suelen llorar más por ira o impotencia y los hombres por alegría u orgullo.
Quiero creer que la evolución es también la causante de este comportamiento, que en gran medida es cultural. Por su especial papel en las relaciones sociales y de cohesión de clan que ancestralmente han tenido que desarrollar las mujeres, entre otras el cuidado de la descendencia, o por el mayor tiempo viviendo en el entorno de grupo, la expresividad comunicadora se manifestó en ellas crucial, o diferencial, ante las amenazas-oportunidades de la vida. Posiblemente aun antes de la aparición del lenguaje verbal, cuando todavía el lenguaje era gestual, el lloro debió cumplir un papel fundamental en la comunicación de las mujeres. Cosa que culturalmente debió ser reprimida en los hombres los cuales se dedicaban a otros menesteres. Cómo no pensar, por ejemplo, en las situación de alto requerimiento físico en que se encontraban nuestro antepasados varones -caza, defensa, defensa del estatus…- momentos en los que reprimir el llanto tenía entre otras consecuencias el aumento de la rabia y la agresividad, emociones que les aportaban el escalón de tensión que necesitaban para dar un plus de ellos mismos. Hay que pensar en la selección sexual por el cual las hembras escogerían y se aparearían preferentemente con machos de alto nivel de testosterona y con un casi insoportable autocontrol, de origen cultural, del llanto.
Con estas ideas voy acabando la entrada, con la que espero haber ayudado a comprender el porqué de la inquietud de “sus” alumnos de 3º de la ESO al sentir curiosidad por el tema. El acto de llorar emocionalmente es universal y se produce en todas las culturas. En primer lugar se manifiesta como una pieza clave, regalo de la evolución, para relajar el organismo cuando determinadas situaciones vivenciales, que experimentamos como particulares e intensos sentimientos emocionales, nos pueden colocar al borde de la quiebra vital o muy próximos a ella. Y en segundo lugar, usamos el llanto como un semáforo, una llamada de atención a los individuos de nuestro entorno cuando es tal nuestra impotencia emocional que imploramos desesperadamente su ayuda. Y esto es un regalo de la evolución refinado por el raciocinio y la cultura de los humanos.
No quiero acabar sin dejar esto claro: no es que tengamos sentimientos que nos hacen llorar, como se preguntan los alumnos. Es un poco al revés. La realidad es que hay situaciones en nuestras vidas que nos hacen llorar, porque es bueno para nuestro organismo, y que nuestro “yo” racional las interpreta como una “emoción” sentida, lo que conocemos como un “sentimiento”.
Nos leemos en la siguiente pregunta-respuesta.
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