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Biografía de lo Humano 16: Entre 1,8 millones y 250 mil años III, simbologías




Hoy vamos a completar la visión de la etapa que hemos nominado como la de “entre 1,8 millones de años y la sutil frontera con el primer Homo sapiens“. Hablaremos de simbologías. Conviene recordar lo que hemos visto hasta ahora en las dos anteriores entradas de esta serie sobre la ”Biografía de lo Humano“, la número 14 y la número 15, base para contextualizar y entender lo que viene. Gracias a ellas hemos sabido de los personajes y sus entornos familiares, cómo organizaban su vida -sus habitaciones, sus métodos de caza, sus herramientas…- y de cómo la obligación les empujó a salir de su tierra natal hasta “conocer” todo el viejo mundo.

No he podido evitar el compartir esta imagen que se maneja en la red. Me recuerda el Yacimiento israelí de Gesher Benot Ya´Aqov del que hablamos en la entrada anterior. Junto a la cueva, una zona de vida y, alejada de ella, una zona de talla y fuego. (Fair Use)

Los comportamientos observados -la caza coordinada en grupo, los enclaves habitacionales, los restos de fogatas en lo que suponemos hogares…-, aunque lógicamente muy variables a lo largo de un periodo tan extenso, permiten imaginar que los homos que vivían en aquellos momentos poseían unos sentimientos de grupo tribal arraigado. No obstante, todo permanece aún en el campo de lo controvertido, ya que algunos antropólogos creen que, a pesar de lo que tuvo que traducirse como un avance en la complejidad de las relaciones sociales, y a pesar de ser tan trascendental para la supervivencia, aquellos hombres aún no serían plenamente conscientes de ese sentimiento, el de pertenencia al grupo. Personalmente creo que esto pudo ser cierto en la primera parte del extenso periodo analizado -1,6 millones de años-, pero que de ninguna manera debió ser así en su final, cuando observamos unas pautas de comportamiento sociales ya muy complejas. Incluso, como veremos un poco más abajo, despuntan ya detalles que denotan el hecho de que algunos individuos comenzaban a diferenciarse dentro del grupo. Así, se habría sobrepasado la percepción de que el clan era el único elemento vital por excelencia. Las nuevas tecnologías, el mejor conocimiento de la naturaleza y la mejora en las comunicaciones verbales (que debemos suponer) habían reforzado las naturales habilidades sociales, lo que en su conjunto facilitó la supervivencia. El clan funcionaba con más soltura y, por tanto, quedaba tiempo para sentirse “importante” dentro del grupo.

Quizás el sentimiento de individuo fuera aún muy incipiente, o bien la capacidad de razonamiento en aquellos cerebros aún no les permitía correlacionar sus inteligencias básicas -social, ambiental y tecnológica-, como pudiera ser el encontrar una relación emocional entre la habilidad para hacer herramientas u otra clase de objetos con la realidad de sentir el grupo o a sí mismo como único e independiente: Un artesano seguro de sus habilidades, que se esforzaría en hacer las mejores herramientas para la caza del elefante, tan necesaria para el grupo y su fortaleza.

Lo cierto es que cuesta encontrar objetos que pudieran ser empleados como elementos propios y diferenciadores del grupo o como para destacar a una persona señalada, pudiéramos pensar que uno de los artesanos o uno de los jefes. No obstante, algunos antropólogos opinan que ciertas tallas líticas presentan una “perfección” tal y una posible evidencia de falta de uso, que bien pudieran ser objetos hechos con el único propósito de resaltar a quienes las fabricaran o poseyeran. Evidentemente, con este pensamiento estamos proyectando, no sé si correctamente, nuestras propias ideas de hombres del siglo XXI. De todos modos, este tipo de “comportamiento” sólo se observa al final del periodo analizado.

Entre estos objetos “especiales” tenemos que mencionar la excepcional hacha bifaz encontrada en el yacimiento de Atapuerca, bautizada como Excalibur. Tiene unos 400.000 años de antigüedad, y su curiosidad es que está hecha de un material no habitual para este tipo de herramientas y poco frecuente en la zona, cuarcita roja y marrón de una calidad excepcional. Además, se puede afirmar casi con total seguridad que nunca fue usada por el hombre. ¿Símbolo de poder? ¿Una ofrenda a los hombres cuyos esqueletos acompañaban a Excalibur, o al menos a uno de ellos? ¿Un ritual funerario, quizá?

La Excalibur de Atapuerca (Imagen, Fair Use)

También en el entorno del mundo de los objetos muebles sin aparente sentido hay que hablar de un tema muy controvertido: la posible aparición de un arte de figuras antropomorfas.

Nos referimos en primer lugar a la figura femenina denominada venus de Tan-Tan encontrada en un yacimiento marroquí y datada entre hace 200 y 300.000 años, aunque algunos opinan que su edad pueda ser mayor, incluso de hace 400.000 años. En cualquier caso, factura del Homo heidelbergensis. Si realmente es una estatuilla antropomorfa, pues el tema es muy polémico, habría que suponer a estos hombres africanos una capacidad de simbolismo abstracto muy desarrollada. Otra venus controvertida de esta época es la de Berekhat Ram, en Israel, con una antigüedad superior a los 350.000 años. Una vez más el tema se presta a múltiples preguntas: ¿son un exponente de una sociedad matriarcal? ¿Son una imagen de lo que pudiera ser pensado como la deidad madre de la naturaleza? ¿Son tal vez elementos estéticos que agradan y dan valor social al que los posee? ¿Un indicio de que el valor del individuo ya contaba en aquellos momentos?… o quizás más prosaicamente, como algunos opinan, ¿son casualidades malinterpretadas por nuestra mente moderna que quiere ver un cuerpo humano donde simplemente había piedras?

A la izquierda, venus de Tan Tan (Imagen, Fair Use). A la derecha venus de Berkhat Ram (imagen, Fair Use)

Pero no sólo es sorprendente, o por lo menos estimuladora para la imaginación, la existencia en aquellos momentos de objetos que entendemos como especiales desde nuestra forma moderna de pensar, sino también el uso de sustancias que de por sí no tendrían un sentido abstracto, pero que sí se lo ha dado el uso que de ellas hacían los hombres.

El ocre es una piedra blanda que contiene óxido de hierro y tiene una variada gama de colores. Muchos antropólogos han situado el uso del ocre por los humanos también en el ámbito de la simbología y el adorno individual, posiblemente para decorar el cuerpo mediante tatuajes y así afianzar y diferenciar la personalidad individual de cada uno. Hay dudas en cuanto a esta intencionalidad en el uso del ocre, ya que también pudo ser utilizada para el curtido de pieles o como rudimentario antiséptico. Pero si esto último fuera lo cierto, entonces ¿por qué utilizaron toda la paleta de colores del ocre?

Sea como sea, sabemos de forma más o menos clara que las poblaciones del Pleistoceno Medio del continente europeo utilizaban el ocre rojo hace ya unos 250.000 años en unos yacimientos próximos a Maastrich-Belvédère, en Holanda. En este caso se trata de hematina, un óxido de hierro que, curiosamente, se encuentra a 40 kilómetros de distancia del propio lugar donde se ha encontrado, lo cual manifiesta también un dominio del significado de la abstracción “espacio” en los hombres de aquel tiempo.

Por la misma época, en África se conocía también el uso del ocre. Las evidencias más antiguas en este continente corresponden a las encontradas en la formación geológica de Kapthurian, en Kenia, datadas en hace 285.000 años. Otro ejemplo africano lo tenemos en los yacimientos sudafricanos de Duinefontein, en donde se constata el uso de hematites, mineral que, mezclado con arcilla, forma el ocre, con una antigüedad de unos 290.000 años.

Ocre encontrado en el yacimiento de Maasthricht (Imagen: PNAS, Fair Use)

También encontramos trazas del uso del ocre rojo y de otras tonalidades en el yacimiento de Twin Rivers, en Zambia, con una antigüedad de 200 mil años. El arqueólogo Lawrence Barham ha estado estudiando las herramientas y otros artefactos encontrados en este yacimiento con el resultado, según su opinión (pag. 32), de que la gama de pigmentos minerales u ocres encontrados dan indicios de la existencia de pinturas, utilizadas posiblemente para decorar el cuerpo.

Mucho más antiguo, 500.000 años, y relacionado también con el uso del ocre aunque no con el material en sí, se ha encontrado en el yacimiento austriaco de Lehberg un percutor de piedra con evidencias de haber sido usado para moler el material. Lo curioso del percutor es que ha quedado desgastado tomando la forma de las manos que lo utilizaron, lo cual indica que fue usado con algún propósito repetitivo, de uso habitual, muy claro.

Molino de ocre de Lehberg (imagen: A. Binsteiner, Fair Use)

No sólo se observa este tipo de objetos simbólicos en el entorno de los hombres heidelbergenses europeos o africanos, sino también que lo vemos en Asia en unos momentos en que la habitaba el Homo erectus. Es conocida la pasión del anatomista holandés Eugène Dubois, que le llevó a finales del siglo XIX a descubrir en Java unos huesos de un espécimen humano que él clasificó como Pithecanthropus erectus aunque hoy es más conocido como el “Hombre de Java”. En el mismo yacimiento de Trinil donde aparecieron estos fósiles se encontraron otros vestigios interesantes relacionados con Homo. Entre otros, unas conchas de moluscos bivalvos de agua dulce, datadas entre hace 540.000 y 430.000 años, con signos evidentes de que habían sido abiertas usando dientes de tiburones, se supone que con el propósito bastante obvio de que les sirviera como alimento. Una de aquellas conchas presentaba unas rayaduras que seguían unos patrones geométricos. La textura, diseño y firmeza de los trazos ha hecho pensar en que debieron ser hechos por aquel hombre de Java con un cierto propósito estético.

Conchas con grafías geométricas del yacimiento de Trinil (Nature, Fair Use)

Sigamos con otras manifestaciones culturales que también parecen evidenciar la existencia de un cierto sentido estético en esta época del Paleolítico, o quizás meramente simbólico. Nos referimos a los petroglifos. Se tratan de diseños alegóricos –en su mayoría desconocemos de qué- grabados en roca, que aparecen en distintos y variados puntos geográficos y en muy diversas épocas. Alguno de los más característicos, y más antiguos, se denominan cazoletas, oquedades talladas en la piedra que presentan unos determinados patrones y simetrías. Las más antigua corresponde a las halladas en la denominada “Cueva del Auditorio”, cerca de Daraki-Chattan en el estado indio de Madhya Pradesh, realizadas entre hace 500 y 200 mil años. En Europa tendríamos que esperar hasta hace de 70 a 40 mil años para encontrarlas en el enterramiento de La Ferrassie en Francia.

¿Qué intencionalidad habría llevado al Homo erectus de India a tallar estas cazoletas? Bien pudiéramos encontrar la motivación en su utilidad como marca territorial del grupo, un hito en sus lindes, o como un inicio de un sentimiento de gozo estético que desembocaría en un arte consolidado. ¿Un afán, quizás, de diferenciar al grupo con determinados símbolos? ¿Con qué propósito? Posiblemente nunca se sabrá.

A la izquierda las cazoletas indias de Daraki-Chattan (imagen: Robert Bednarik, Fair Use). A la derecha petroglifos -una vulva- y cazoletas de La Ferrassie (wikimedia, CC BY-SA 4.0-3.0-2.5-2.0-1.0)

Objetos míticos como Excalibur, las posibles estatuillas de las venus femeninas, el uso del ocre o incluso el placer por lo estético que destilan las conchas de Java o las cazoletas indias, todo ello nos da serias pistas de lo que los expertos mantienen como los primeros síntomas de que los cerebros de los hombres de la edad de piedra temprana ya manejaban la abstracción del sentido de individualidad. En los clanes, algunos de sus miembros comenzaban a diferenciarse dentro del grupo, especialmente aquellos que tuvieran las habilidades y conocimientos necesarios con los que conseguir una buena herramienta, un eficaz y polivalente bifaz, una lanza especialmente equilibrada, el que nunca fallaba al encender fuego, el que dirigía mejor la cacería, el que fabricaba objetos sugerentes, el que “hablaba” mejor con la naturaleza… Y aunque siguieran apoyados firmemente en la identidad social de su grupo, hay ya datos que soportan la realidad del sentido del yo individual como entidad diferente a los otros. En resumen, reafirmación del grupo propio, en cuyo seno algunos empezaban a ser necesarios y, por lo tanto, empezaban a ser “distintos”. Aunque quizá no tan sólo empezaban

Dentro de este campo de hipótesis acerca del valor de lo individual, y desde nuestra forma de pensar fundamentada en una cultura moderna, ¿cómo deberíamos interpretar la siguiente realidad? ¿Hasta dónde estaba arraigada la idea del valor del individuo para el grupo?

Hace 530.000 años, por la española geografía de Burgos deambulaba una tropilla de heidelbergensis. Una buena parte de este clan fue ¿enterrado? en lo que hoy conocemos como la Sima de los Huesos del yacimiento de Atapuerca. Un conjunto de los fósiles allí encontrados –pelvis y vértebras- correspondían a un individuo de unos 45 años. Un anciano para la época. Sus descubridores, en un rasgo de humor, lo bautizaron como “Elvis” –Presley, el rockero de las caderas provocadoras-. El pobre padecía una terrible y dolorosa deformación que le impedía moverse con soltura. Sufría espondilolistesis, una degeneración de la vértebra que tenía encima del sacro. No podría cazar o desarrollar otras funciones físicas y por tanto no era útil para el grupo. Pero, sin embargo, había llegado a una avanzada edad para la época. Está claro que para subsistir necesitó de la ayuda de la gente de su grupo nómada. Un grupo que mantenía una atención especial con UNO de sus mayores… ¡Hace 530.000 años el individuo ya era importante!

Últimas vértebras y hueso sacro de Elvis, el anciano de 45 años de Atapuerca, con localización de su patología (imagen: PNAS, Fair Use)

Avancemos un poco. Fijadas nuestras ideas sobre el grado de consolidación de las abstracciones relacionadas con el sentimiento de grupo o individuo, hablemos ahora del uso de las abstracciones sobre el espacio y el tiempo manejadas por los homos del Paleolítico inferior. Adelantamos la idea de que, por lo que hemos visto en las dos entradas anteriores acerca de sus conductas, casi podemos asegurar un manejo hasta cierto punto habilidoso de estas dos abstracciones. Las propias migraciones, el poblamiento de amplias zonas geográficas, la necesidad de acomodar su vida a los cambios estacionales anuales, el uso de materiales más nobles… ¿dónde irlos a buscar? Se recordaba dónde se habían almacenado. Se conocía cuándo y dónde había que ir a buscar a los animales que se cazaban, se sabía la zona donde se podían montar las mejores trampas… Los asentamientos llegaron a tener una cierta durabilidad. Estamos hablando de que aquellos hombres debían manejarse con soltura en una zona geográfica relativamente inmediata –varios kilómetros-, en donde conocerían y podrían describir todo lo que quedaba en su interior, con un horizonte temporal que debía abarcar varias estaciones de un ciclo anual. Gracias a la mayor comprensión de las ideas de lo que es tiempo y espacio, los imbricaba de una forma racional, previsora, planificadora, en sus vidas.

Sabiendo ya la intensidad en el manejo de las abstracciones tal como lo hemos analizado y las capacidades encefálicas conocidas, nos podemos preguntar: ¿serían capaces de desarrollar un lenguaje verbal? A través de los endomoldes realizados a partir de los cráneos fósiles encontrados se va observando una progresiva potenciación volumétrica de las áreas de Broca y de Wernicke, que, como sabemos, están relacionadas en la gestión del lenguaje.

Áreas de Broca y Wernicke (wikimedia, CC BY-SA 3.0)

El biólogo José María Bermúdez de Castro, en su libro “La evolución del talento“, plantea la opinión de que la idea de “simetría” que llevaba implícita la recién adquirida tecnología de la talla de bifaces sería una manifestación del inicio de una lateralización cerebral, indispensable para el desarrollo del lenguaje. Neurológicamente parece que el hemisferio izquierdo del cerebro humano es el que toma la mayor responsabilidad a la hora de gestionar el lenguaje. Contextualizando lo propuesto en un marco temporal, la tecnología lítica más “exquisita” y, ¿por tanto?, el lenguaje, aparecen más o menos hace unos 300.000 años, momento en el que se fija el inicio del achelense inferior.

Lo anterior quedaría también respaldado por el estudio realizado por Natalie Thaïs Uomini y Georg Friedrich Meyer en el que se abunda sobre el mismo tema. Afirman: “La confección de herramientas de piedra y la generación de palabras clave producen en el cerebro de los participantes de nuestros análisis las mismas señales en la lateralización de flujo sanguíneo“.

Pero sigamos con Bermúdez de Castro, ya que matiza un poco más su idea. Cree que las especiales habilidades que había que desarrollar para trabajar en la fabricación de las herramientas de Modo 2, las cuales precisan de una lógica y ordenada secuencia de impactos, exigiría la existencia de determinadas áreas cerebrales que fueran capaces de “imaginar” este proceso. Bien pudieron ser las de Broca y Wernicke, que así habrían reforzado su capacidad de organizar el lenguaje y su sintaxis gracias a las sinergias con la capacidad de organizar un trabajo manual complejo. La idea parece a todas luces lógica, ya que entre los cometidos del área de Broca está el del ordenamiento fonológico y sintáctico del lenguaje: ordenar fonemas para producir palabras con sentido y ordenar palabras para producir frases con sentido. Y parece estar demostrado que esta capacidad de jerarquizar que tiene esta área cerebral se activa también cuando se precisa ordenar los movimientos con los que se manipulan, en la realidad física o de forma imaginaria, los objetos. La idea de fondo de Bermúdez de Castro es que, si el cerebro estaba preparado para una delicada expresión lítica, debía estar también preparado para una delicada expresión de comunicación.

La conclusión de todo lo anterior parece obvia: la progresiva sofisticación observada en la manufactura de herramientas puede ser un claro indicador de un mayor grado de sofisticación en el lenguaje de los hombres del paleolítico inferior. ¿Un nuevo indicio para los albores del lenguaje complejo que nos lleva a los 300 mil años?

Abundemos en los datos anatómicos. Podemos recordar lo comentado en una entrada anterior, en la que decíamos cómo los antropólogos del yacimiento de Atapuerca han demostrado que el oído del Homo heidelbergensis -en fósiles de hace 400 mil años- estaba físicamente preparado para apreciar todos los matices de un habla moderna. Apoyados en la idea lógica por la que ambos órganos, el fonador y el auditivo, tuvieron que evolucionar a la par, se induce que entre estos hombres, al menos, el lenguaje oral pudiera ser semejante al actual. Además, a partir del estudio de las formas de la base del cráneo en los fósiles de esta época se deduce que la laringe habría tomado posiciones bajas en el cuello, característica física imprescindible para una vocalización variada del lenguaje.

400.000 años pudiera parecer una datación demasiado temprana en el paleolítico inferior. Sin embargo, tenemos más datos que lo refuerzan. Así lo apreciamos en la opinión de algunos científicos, como los expertos en lenguaje y cognición del Instituto holandés Max Planck, Dan Dediu y Stephen C. Levinson, quienes aseguran que, a finales de la época que estamos estudiando, el lenguaje oral ya era una realidad dirigiendo los procesos del pensamiento. Aseguran que anatómicamente los neandertales estaban igual de preparados para el lenguaje que los sapiens. Y lo argumentan basándose en un buen número de evidencias de todo tipo, desde lingüísticas hasta genéticas, paleontológicas o arqueológicas, a partir de las que proponen que las bases del lenguaje moderno fueron filogenéticamente muy antiguas y no consecuencia de una mutación genética, pudiendo estar presentes ya en el común antecesor de Homo sapiens y Homo neanderthaliensis, es decir, con el Homo heidelbergensis de hace medio millón de años.

¿Fue eso posible? (imágenes: Cicero Moraes, extraídas de ATOR, CC BY 4.0)

Con todo esto, ¿cómo sería el lenguaje? A la vista de lo dicho, se hace plausible el pensar que los hombres de finales del Paleolítico inferior practicarían un tipo de comunicación oral en la que progresivamente se había ido enriqueciendo la variedad en la articulación de los sonidos. Una idea que es consecuencia lógica de la creciente simbología descriptiva observada, que queda manifiesta al analizar las luces que han dejado sus culturas y, a partir de ellas, la mayor o menor consolidación mental en el manejo de las abstracciones espacio y tiempo. Al interiorizarse este lenguaje más rico en ideas abstractas se tuvo que ir perfeccionando la capacidad de pensamiento y de intercomunicación con los otros del grupo. Inicialmente se trataría de un lenguaje simple del que, a la vista de los simbolismos que se manejaban, algunos expertos opinan que aún no estaríamos hablando de un tipo de lenguaje argumentativo, sino meramente descriptivo, que estaría preparando a la especie para el salto definitivo hacia un pensamiento totalmente racional y simbólico. Pero esto iba a suceder más tarde en algún lugar de África.

Recopilando propuestas, podemos pensar que el lenguaje estaría entre los homos desde hace unos 500 a 300 mil años, es decir, muy alejado de la teoría más usual que propone situar su aparición por una especie de emergencia puntual, un cambio genético, entre 100 y 50 mil años. Una explicación de esta diferencia cronológica la podemos encontrar en el libro de Rivera Arrizabalaga ”Arqueologías del lenguaje“, y estaría en la profundidad de la expresión: en un principio se trataría de un lenguaje meramente descriptivo del aquí y ahora próximos y, al final, de un lenguaje expandido en tiempo y espacio, próximo al argumentativo.

Quedémonos mientras con la opinión del antropólogo Mithen Steven, en su libro “Arqueología de la mente“: “Parece que los humanos primitivos se parecían mucho a nosotros en algunos aspectos, puesto que poseían esas áreas cognitivas especializadas [tecnológica, medioambiental y social o de lenguaje], pero al mismo tiempo eran muy diferentes, porque carecían de un ingrediente vital de la mente moderna: la fluidez cognitiva”. Su actividad aún seguiría fuertemente pilotada por sus cerebros inconscientes, emocional y motor.

Con esto acabamos la visión general de esta época del Paleolítico. Como creo que el ver con nuestros propios ojos a los personajes de la historia le da un plus de emotividad y viveza, repito aquí la panoplia de actores que ya se presentaron en la entrada anterior. Al asomarnos ahora a sus retratos estoy seguro que los vemos, los sentimos, de otra manera. Sus miradas se  han llenado de vida, en ellas podemos imaginar no unos dibujos fríos, sino las emociones de unos hombres que casi nos son propias.

Reconstrucciones forenses de algunos de los personajes del momento. Realizadas por el diseñador brasileño Cicero Moraes, especialista en este tipo de imágenes (extraídas de ATOR, CC BY 4.0)

Vamos a dejar aquí a nuestros amigos, ya que a partir de la siguiente entrada nos adentraremos más acá de la frontera temporal cuyo hito está puesto en hace 250.000 años. Allí nos leemos.


Sobre el autor:

jreguart ( )

 

{ 3 } Comentarios

  1. Gravatar Cataclysm | 19/07/2016 at 02:19 | Permalink

    Interesantísima entrada, como de costumbre :)

    Me pregunto cuánto de especulativo habrá en todo esto que nos has contado. Al fin y al cabo, siempre me quedará la duda de hasta qué punto nos estamos ‘inventando’ las cosas.

    Un saludo.

  2. Gravatar kambrico | 20/07/2016 at 01:49 | Permalink

    “La idea de fondo de Bermúdez de Castro es que, si el cerebro estaba preparado para una delicada expresión lítica, debía estar también preparado para una delicada expresión de comunicación”…. “Además, a partir del estudio de las formas de la base del cráneo en los fósiles de esta época se deduce que la laringe habría tomado posiciones bajas en el cuello, característica física imprescindible para una vocalización variada del lenguaje”.

  3. Gravatar jreguart | 20/07/2016 at 09:45 | Permalink

    Hola Cataclysm,

    haces muy bien en hacerte la pregunta. Estamos proyectando nuestras habilidades racionales del siglo XXI a unos hombres que no tenían casi que ver con nosotros.

    Sin embargo me fío de los expertos, estudiosos de la psicología del hombre, en los que sí encuentro bastante concordancia en sus opiniones, y sobre todo en las metodologías de análisis. Y en lo que se puede deducir a través de los restos culturales -ahí están, aunque también en cierta medida interpretables- en relación a la conquista del sentido individual, de tiempo y espacio. Y ver como poco a poco se iban expandiendo y enriqueciendo dejando atrás los anclajes del clan y el aquí y ahora. Y como poco a poco van apareciendo pistas de las conquistas abstractas. Hay que colegir que detrás está la película de unos “yo” cada vez más implicados en el grupo social, más imbricados en su medio ambiente y con una tecnología cada vez más eficaz. Se va viendo como los clichés van aproximándose poco a poco a los que son habituales en nuestras sociedades.

    Lo que nos cuentan los estudiosos del tema me parece mucho más plausible que cualquier otra cosa. Y si no es exactamente veraz no creo que se aparte mucho de lo que pudo ser. Un saludo y seguimos en contacto.

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