La semana pasada, en la serie Hablando de… hablamos de la teoría del caos originada en parte a raíz de los trabajos de Poincaré, Lorenz y May. Hoy, si tienes arrestos, vamos a zambullirnos juntos en las turbulentas –ja, ja, ja, qué chispa– aguas del caos en un caso concreto para ver cómo surge poco a poco de donde menos podríamos esperarlo, dentro de la serie Alienígenas matemáticos. El último artículo de esta serie, por cierto, fue sobre fractales, y no por casualidad, como veremos luego.
Afortunadamente para todos, May, Lorenz y Poincaré nunca leerán este artículo. Desafortunadamente para ti, es posible que tú sí lo leas pero, si no conoces esta serie, permite que empiece con un consejo: no lo hagas. Es pedante, absurda y dañina para el sistema nervioso central. Pasea al perro, mira la televisión o medita mientras observas el movimiento de las nubes, ya que cualquier actividad es más útil que la lectura de este artículo.
¿Ya se han ido? Bien, entonces un aviso en serio: vas a leer un artículo denso. Ni siquiera voy a incluir demasiadas tonterías alienígenas. Es difícil ir más allá del típico “el caos se produce cuando un sistema es impredecible por ser muy sensible a los cambios en las condiciones iniciales” sin empezar desde bastante atrás e ir descubriendo cosas poco a poco. Eso es algo que no quiero pedir en la serie Hablando de…, pues mucha gente la disfruta porque es una lectura relajada que no supone gran esfuerzo, pero aquí sí puedo pedirte paciencia y esfuerzo y, de hecho, eso es lo que estoy haciendo ahora mismo.
En este artículo en dos partes te iré pidiendo que utilices un pequeño programa para calcular cosas tú mismo y, ojalá, que llegues a experimentar en primera persona la aparición del caos y algunas de sus propiedades; el caos en sí mismo ni siquiera surgirá hoy, sino en la segunda parte, de manera que paciencia. Hoy me preocupa más asentar ideas como el estado del sistema, las variables que lo definen y la formalización de la evolución de un par de sistemas sencillos.