En Hablando de… recorremos el pasado saltando de asunto en asunto de manera aparentemente aleatoria, enlazando cada artículo con el siguiente y tratando de mostrar cómo absolutemnte todo está conectado de una manera u otra; los primeros veinte artículos de la serie están disponibles, además de en la web, en forma de libro y los siguientes doce van de camino a formar un segundo volumen, pero la cosa sigue su curso aquí. En los últimos artículos hemos hablado acerca de Thomas Henry Huxley, que utilizó para defender las ideas de Darwin un cráneo de Homo neanderthalensis, nombre científico según el sistema creado por Carl Linneo y empleado en su obra magna, el Systema Naturae, que acabó en el Index Librorum Prohibitorum, lo mismo que todas las obras de Giordano Bruno, prohibidas por el Papa Clemente VIII, quien en cambio tres años antes dio el beneplácito de la Iglesia al café, bebida protagonista de la Cantata del café de Johann Sebastian Bach, cuya aproximación intelectual y científica a la música fue parecida a la de Vincenzo Galilei, padre de Galileo Galilei, quien a su vez fue padre de la paradoja de Galileo en la que se pone de manifiesto lo extraño del concepto de infinito, cuyo tratamiento matemático sufrió duras críticas por parte de Henri Poincaré, el precursor de la teoría del caos, uno de cuyos padres, Sir Robert May, fue Presidente de la Royal Society de Londres. Pero hablando de la Royal Society…
El siglo XVII fue un momento crucial en la historia de la Ciencia: de hecho, en cierto sentido supuso su nacimiento tal y como la conocemos hoy día. Ya hemos hablado aquí mismo de Galileo Galilei y su papel como padre de la Física moderna, y podríamos hacer lo propio con muchos otros, como Robert Boyle, cuyo The Sceptical Chymist (El químico escéptico) tuvo una influencia parecida en Química. Sin embargo, figuras individuales aparte, la Ciencia con mayúscula no sería la misma tras el XVII por otra razón más: el nacimiento de las primeras sociedades científicas.