En la serie sobre los Premios Nobel recorremos, dentro de las ramas de Física y Química, cada uno de estos galardones desde su nacimiento en 1901 hasta la actualidad –punto que alcanzaremos el siglo que viene, imagino–. En cada artículo tratamos de hacer dos cosas; por un lado, ponernos en la situación en la que estábamos por entonces, de modo que sea más fácil comprender la relevancia del premio y lo que significó en su momento. Por otro, hablar del descubrimiento en general y, básicamente, pasarlo bien parloteando un rato de ciencia. La mejor actitud para disfrutar de esta serie es no tener expectativas, porque ¿quién sabe dónde nos llevará la verborrea?
En la última entrega de la serie hablamos del Premio Nobel de Química de 1912, entregado a Victor Grignard y Paul Sabatier por sus descubrimientos en química orgánica –el reactivo de Grignard por un lado y la hidrogenación utilizando metales pulverizados en el otro–. Hoy haremos lo propio con el Premio Nobel de Física de 1913, que recibió el holandés Heike Kamerlingh Onnes, en palabras de la Real Academia Sueca de las Ciencias,
Por sus investigaciones sobre las propiedades de la materia a bajas temperaturas, que llevaron, entre otras cosas, a la obtención de helio líquido.
Sí, sí… puede sonar poco importante, pero puedo asegurarte que no lo es en absoluto. De hecho, la obtención de helio líquido en sí misma no hubiera hecho a Onnes ganar el Nobel: fue la combinación con un descubrimiento realizado utilizando ese helio líquido lo que le proporcionó el galardón, ya que un contemporáneo suyo condensó hidrógeno diez años antes y no se llevó ningún Nobel… es una larga historia.
Tan larga que, como verás, la estamos publicando en dos partes; estás leyendo la primera, y la segunda se publicará la semana que viene.
Y en esta historia se mezclan la generosidad, la ruindad (a veces de los mismos personajes), la persistencia y la visión empresarial. Además, está entrelazada con la historia de William Ramsay, un personaje viejo conocido nuestro; se trata de la dramática carrera para licuar los “gases permanentes” –que, por supuesto, luego resultaron no serlo– y, sobre todo, el último de ellos: el helio. ¿Preparado?