Dado que hace bastantes meses desde el último artículo de Alienígenas matemáticos, es posible que algunos nuevos lectores no conozcáis esta absurda serie. Para que os hagáis una idea, ese último artículo se llamaba Los conejitos zweldreordanos, tenía dos partes larguísimas y ponía en grave riesgo la cordura de cualquier insensato que lo leyera. De hecho, fue el último artículo que muchos leyeron, y no me refiero al último aquí, sino a lo último que leyeron. Punto.
De modo que mi recomendación –y dice mucho sobre mi honestidad que te avise aquí, al principio– es muy clara: no leas este artículo. Como todos los de esta serie es pedante, rebuscado, verborreico e inane, además de hacer uso de un humor negro, desagradable, tentaculado y baboso. Ver Sálvame Deluxe ((No. No preguntes lo que es si no lo sabes. Es mejor así.)) es más provechoso para tu psique que seguir leyendo. Para que ni siquiera tengas que ver el texto que viene a continuación, aquí tienes un retrato de Nyarlathotep.

Visión artística de Nyarlathotep, de Dominique Signoret (CC Attribution-Sharealike 3.0 License).
Imagino que ya estamos solos (sí, ya sabía que tú te quedarías, lo cual dice mucho de mí y poco de ti). El caso es que vas a leer algo parecido a los artículos de esta serie dedicados al principio antrópico: ¿Por qué el otro carril siempre va más rápido?, ¿No es mucha casualidad que haya vida en el Universo? y ¿Cuántos corredores hay en la carrera? Como entonces, y a diferencia de otros artículos de esta misma serie, no pretendo enseñar nada concreto. Se trata simplemente de una paradoja probabilística que me ha hecho disfrutar bastante cuando la leí, de modo que quiero compartirla con vosotros… como siempre, por supuesto, a través del prisma baboso de los alienígenas matemáticos.