El Tamiz

Antes simplista que incomprensible

Robert Boyle (II)

La semana pasada terminamos la primera parte del artículo sobre Robert Boyle diciendo que su contribución máxima, magnífica, a la Ciencia no tuvo que ver con la termodinámica, la óptica ni ninguna otra cosa parecida (aunque en algunas, como en su estudio de los gases, nos hiciera avanzar mucho). Boyle consiguió, con un libro extraordinario, establecer las bases de la Química moderna que, sin él, hubiera nacido probablemente más tarde (no digo que no hubiera nacido, por supuesto), y de la que en un momento voy a llamarlo, sin rubores, su padre.

Antes de él, lo que luego sería química era alquimia, pero tras Boyle la alquimia tendría los días contados. No porque la alquimia supusiera cosas que no eran ciertas, como la posibilidad de transmutar plomo en oro mediante procesos químicos: ¡el propio Boyle pensaba que eso era posible! Es más, dado el conocimiento de la época ni siquiera era una idiotez pensar que era posible, ya que no se conocía la existencia de los átomos, no digamos ya de protones, electrones, neutrones y demás.

Robert Boyle (I)

Hablando de… es la serie caótica de El Tamiz. En ella recorremos el pasado saltando de asunto en asunto de manera más o menos errática, enlazando cada artículo con el siguiente y tratando de mostrar cómo todo está conectado de una manera u otra; los primeros veinte artículos de la serie están disponibles, además de en la web, en forma de libro y los siguientes doce van de camino a formar un segundo volumen, pero la cosa tiene pinta de ir para largo. En los últimos artículos hemos hablado de Giordano Bruno, cuyas obras fueron prohibidas por el Papa Clemente VIII, quien en cambio tres años antes dio el beneplácito de la Iglesia al café, bebida protagonista de la Cantata del café de Johann Sebastian Bach, cuya aproximación intelectual y científica a la música fue parecida a la de Vincenzo Galilei, padre de Galileo Galilei, quien a su vez fue padre de la paradoja de Galileo en la que se pone de manifiesto lo extraño del concepto de infinito, cuyo tratamiento matemático sufrió duras críticas por parte de Henri Poincaré, el precursor de la teoría del caos, uno de cuyos padres, Sir Robert May, fue Presidente de la Royal Society de Londres, sociedad formada a imagen de la Casa de Salomón descrita en el Nova Atlantis de Francis Bacon cuando científicos de las siguientes generaciones, como Robert Boyle, leyeron sus escritos. Pero hablando de Robert Boyle…

Si eres químico no hace falta que diga casi nada sobre Boyle, pero muchos otros (incluidos nosotros, los físicos, a quienes Newton nos deslumbra de tal modo que no vemos nada más) no son conscientes de la enorme importancia de este anglo-irlandés. Mi intención es precisamente tratar de mostrar no sólo el genio de Robert, sino los contrastes tremendos en su filosofía y personalidad y el papel fundamental que desempeñó en la fundación de la ciencia moderna. Pero vamos poco a poco porque, créeme, tienes lectura para rato si dispones de tiempo y ganas.

Enviado el número de febrero de 2013

Portada El Tamiz 201302

Ya está en la bandeja de correo de mecenas y colaboradores el número de febrero. O, mejor dicho, ya debería estar, porque el mes pasado con el cambio de hospedaje hubo quien no la recibió. Hemos cambiado el sistema de modo que esperemos que ahora sí haya llegado pero, si no es así, avisad e intentamos solucionarlo.

Os recuerdo que, desde que nos hemos mudado a Daelinka, el hospedaje no nos cuesta un duro, de modo que si eres mecenas te lo agradecemos de todo corazón, pero que sea porque quieres recompensar nuestro esfuerzo (no hay euros que gane que me hagan enorgullecerme más), pero no para mantener la página, que se mantiene de sobra.

El número de febrero es casi un monográfico de Robert Boyle en el que soy tan imparcial como merece ese Homo superior. Como siempre, gracias a johansolo por las versiones epub/fb2/mobi. Además de ellas, como siempre, están los formatos pdf y html.

En el número de febrero:

  • Premios Nobel - Química 1913 (Alfred Werner)

  • Robert Boyle (I) (aún sin publicar)

  • Robert Boyle (II) (aún sin publicar)

Que ustedes lo disfruten.

Las enanas blancas, en vídeo

Sí, sí, ya ha llegado… David y Pedro siguen, infatigables, convirtiendo poco a poco la serie La vida privada de las estrellas en vídeos divulgativos. Ya está subido el sexto capítulo, que habla de las enanas blancas y negras, la presión de electrones degenerados, el límite de Chandrasekhar y demás. Como siempre, no tengo más que admiración y agradecimiento. Espero que lo disfrutéis.

Enlace al vídeo (mucho mejor verlo a máxima resolución, como siempre).

Para quienes hayáis llegado tarde a esto, los cinco capítulos anteriores:

Premios Nobel - Química 1913 (Alfred Werner)

La serie de los Premios Nobel recorre estos galardones desde su fundación en 1901, en sus ramas de Física y Química –generalmente con más calidad en la primera que la segunda, todo hay que decirlo–. En cada artículo, como bien sabéis los habituales del lugar, intentamos dar un contexto histórico al descubrimiento y a sus descubridores, explicar cómo se llegó a realizar y, cuando es posible, sus consecuencias e importancia en general.

El anterior episodio estuvo dedicado al Premio Nobel de Física de 1913, otorgado a Heike Kammerlingh Onnes por su obtención de helio líquido y su descubrimiento de la superconductividad. Hoy, por lo tanto, saborearemos juntos, si tienes a bien quedarte, el Premio Nobel de Química de 1913, el último de la relativa paz anterior a la Primera Guerra Mundial.

Este galardón fue entregado al suizo Alfred Werner, en palabras de la Real Academia Sueca de las Ciencias,

En reconocimiento de su trabajo sobre los enlaces atómicos en las moléculas, mediante el que ha arrojado nueva luz sobre investigaciones anteriores y ha abierto nuevos campos de investigación, especialmente en química inorgánica.

Sí, has leído bien: ¡química inorgánica! Como sabes si has leído el resto de la serie, es el primero de todos. El resto de los premios que hemos visto fueron de “borrado de líneas”: entre la física y la química o entre lo orgánico y lo inorgánico. La “vieja” química inorgánica de toda la vida había sido, hasta 1913, ignorada.

Me gustaría decir que la cosa cambió a partir de entonces, pero lo cierto es que no fue así, y Werner fue una excepción durante muchísimos años… pero eso ya lo verás según sigamos avanzando por el siglo XX. Además, tengo que decir que incluso el premio de Werner en cierto sentido supone un desdibujar de líneas entre la química orgánica y la inorgánica, aunque en este caso al revés de lo habitual: el suizo logró en inorgánica cosas que antes sólo se habían logrado en orgánica.

Antes de empezar, avisos varios: en primer lugar, este artículo no es demasiado bueno. No es falsa modestia, porque no tengo ese defecto: es que no soy tonto y sé perfectamente cuándo escribo bien y cuándo no. El caso es que no soy químico, sé menos de esto de lo que me gustaría y además, si profundizo más de cierto grado en cosas como ésta, me aburro. De manera que no sólo no lo explico demasiado bien, sino que además no sé hacerlo lo fascinante que realmente es (porque estoy seguro de que lo es). Lo siento. Podría simplemente abandonar esta rama de los Premios y centrarme en la Física pero, mientras pueda dar una crónica de cada uno, aunque sea concisa y no demasiado brillante, intentaré seguir haciéndolo; si veo que la cosa empeora con los años, lo dejo.

En segundo lugar, como he dicho antes en la rama de Química de los Nobel, agradezco enormemente que los químicos que me leéis corrijáis las barbaridades e inexactitudes que pueda decir. ¡Cuento con ello!

Dicho esto, veamos cómo Alfred Werner dio la vuelta a la tortilla de las químicas orgánica e inorgánica, tomando de ejemplo a la primera para mejorar la segunda, en vez de como suele ser habitual.