En la primera parte del artículo sobre la naturaleza de la luz hablamos sobre nuestras concepciones primitivas sobre este fenómeno tan cotidiano y, a la vez, tan misterioso. Viajamos desde la Sicilia de Empédocles hasta la Florencia de Galileo pasando por Atenas, Alejandría y Bagdad. Hoy, sin embargo, en gran parte gracias a la herencia del pisano, entramos de lleno en la ciencia moderna. Ya no se trata de filosofía natural sin matemáticas ni repetición de experimentos, ya no hablaremos de hipótesis más o menos imaginativas sin base empírica sólida.
No, cada duelo sobre la concepción de la naturaleza de la luz a partir del XVII sería más sofisticado que el anterior, basado en un mayor número de experimentos y predicciones y, sobre todo, centrado en encontrar aspectos que invalidasen una u otra concepción, aspectos cada vez más sutiles. El primero de esos duelos fue por lo tanto el más ingenuo que veremos a partir de ahora. Sin embargo, fue también fundamental porque definiría la división entre concepciones durante casi tres siglos: ¿ondas o partículas?