Por si no conoces Hablando de…, en esta larga serie de artículos recorremos diferentes aspectos de ciencia y tecnología de manera aparentemente aleatoria, haciendo especial énfasis en aspectos históricos y enlazando cada artículo con el siguiente. Tratamos, entre otras cosas, de poner de manifiesto cómo absolutamente todo está conectado de una manera u otra.
En las últimas entradas de la serie hemos hablado acerca del proyecto nuclear Nazi, algo que nunca llegó a ocurrir posiblemente gracias a Werner Heisenberg, aunque el bando aliado sí utilizó armas atómicas en los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki, llevados a cabo por bombarderos B-29 Superfortress, cuyos motores estaban construidos por la empresa fundada por los famosos hermanos Wright, los primeros en hacer volar un aeroplano, máquinas que se convertirían en armas en la Primera Guerra Mundial, aunque no tan terroríficas como el gas mostaza, que en el mar se polimeriza y puede ser confundido con ámbar gris, utilizado en la Edad Media como amuleto de protección contra la Peste Negra, posiblemente causada por la bacteria llamada originalmente Pasteurella pestis en honor de Louis Pasteur, una de cuyas hazañas fue terminar con la plaga que estaba acabando con los gusanos de seda franceses. Pero hablando de la seda…

Bombyx mori. Crédito: Gerd A.T. Müller/Wikipedia (GPL).
Los gusanos de seda franceses de la época de Pasteur son los mismos que producen seda comercialmente hoy en día: se trata de la especie Bombyx mori, también llamada polilla de la seda o mariposa de la seda. Esta especie no existe en libertad desde hace milenios: hace mucho tiempo que la convertimos puramente en una fábrica de seda para nosotros. Tras miles de generaciones de selección de los ejemplares más grandes y rollizos, los ejemplares adultos ni siquiera pueden volar. Lo que sí son capaces de hacer los gusanos de seda –y, como veremos, muchos otros invertebrados– es hilar una fibra proteica extraordinaria que, por mucho que lo intentamos, no logramos reproducir.