En noviembre os hice la última recomendación de ¿Has leído…?, donde hablamos de libros de ciencia-ficción (alguna vez fantasía) que merecen la pena ser leídos. Entonces os recomendé La rata de acero inoxidable de Harry Harrison, un clásico de 1957. Hoy hablaremos de un libro bastante más moderno pero que mantiene lo mejor de los clásicos: Navegante solar (Sundiver), de David Brin.
Como sabéis los habituales, en esta suelo intentar dar una idea de si el libro va a gustarte o no sin destriparlo, porque para gustos hay colores y lo que a uno puede parecerle fascinante para otro puede resultar una castaña. Sin embargo, muy ocasionalmente soy bastante drástico al recomendar un libro. Hoy tengo que hacer lo mismo que hace un par de años, cuando hablé de La paja en el ojo de Dios de Niven y Pournelle:
¿Has leído Navegante solar? ¿No? Pues léelo. Ahora.
Una vez clara mi versión reducida de la crítica de esta delicia, voy a los detalles.
Navegante solar es una novela de 1980 escrita por un astrofísico y consultor de la NASA, David Brin. Como resultado de su formación científica en general, y en astrofísica astronáutica en particular, Brin es un extraordinario escritor de ciencia-ficción rigurosa y, en muchas ocasiones, del género “duro”. Si no sabes a qué me refiero con eso, la ciencia-ficción “dura” es aquella en la que el núcleo de la historia tiene que ver con la propia ciencia, y no sólo se refiere al hecho de que se preocupa por el rigor científico de la historia.
David Brin (1950).
Este libro, sin embargo, no está dedicado a explicar complicadísimas teorías científicas ni nada parecido. No, se trata básicamente de un libro de misterio científico. Si eres un asimoviano como yo, sabes exactamente a lo que me refiero. Si no lo eres, deberías serlo, y Navegante solar es una puerta de entrada magnífica, asequible y divertida, a este estilo de ciencia-ficción.
El misterio inicial sobre el que gira el libro –no te preocupes que no voy a destripar nada que tenga importancia– es el hecho de que se han observado una especie de “fantasmas” en la cromosfera del Sol, algo que parecen ser formas de vida inteligente. Esto parece completamente absurdo e inexplicable, y se convierte en el primer enigma que hay que descifrar: ¿son reales esos seres, o ilusiones? ¿son inteligentes? ¿es posible entonces comunicarse con ellos? ¿cómo es posible que exista vida en las condiciones extremas de la cromosfera solar?
Como en las mejores historias de Asimov, se nos presentan hechos inexplicables, y los protagonistas de la historia deben utilizar su inteligencia para extraer conclusiones de lo que ven, plantear hipótesis e intentar descubrir la verdad. Es algo así como una historia de detectives, pero el misterio inicial no es un crimen sino un enigma, y las herramientas para descifrarlo no son policiales sino científicas. Y, como digo, este tipo de ciencia-ficción a mí me hace disfrutar muchísimo.
Al interés del enigma se une el del universo que se nos presenta en Navegante solar. La historia transcurre en un futuro relativamente cercano, 2246, tres décadas después de que la especie humana haya contactado con seres de otros mundos. Cuando somos descubiertos nos damos cuenta de que la Galaxia está muy poblada, que han existido civilizaciones avanzadas desde hace mucho tiempo y que, dicho mal y pronto, somos casi unos salvajes y no pintamos absolutamente nada.
Ése es el segundo entuerto del libro que lo hace fascinante: la relación entre la humanidad y el resto de especies inteligentes. Toda especie conocida en la Galaxia ha sido elevada a la inteligencia a partir de formas de vida “inferiores” por otras civilizaciones (todas, en último término, a partir de una especie legendaria, los Progenitores). De hecho, cuando empieza el libro la especie humana está haciendo lo propio con los delfines, y uno de los personajes de la novela es un científico que, casualmente, es además un chimpancé.
Así, la Galaxia es una especie de sociedad feudal: una especie eleva a otra y se crea una relación de señor-vasallo (en términos del libro, de patrón-cliente), no de igualdad. Al cabo de poco tiempo en términos galáctivos o evolutivos, unos meros cien milenios, la especie cliente obtiene un estatus de especie inteligente “de verdad”… pero esto se complica porque, a su vez, la especie vasalla puede elevar otras especies, convirtiéndose a su vez en patrona de otros.
El caso es que la especie humana no encaja en todo esto: las apariencias indican que hemos evolucionado a partir de formas de vida anteriores sin intervención de ninguna otra especie. Pero la comunidad científica galáctica considera esto algo absurdo: ¿cómo va a producir inteligencia la ciega evolución? De modo que muchos científicos no humanos creen que tal vez los “fantasmas” del Sol son realmente la especie patrona de la humana que, por alguna razón, se ha retirado a la estrella y nos ha dejado en paz en vez de tutelarnos como sucede normalmente.
La relación humanos-resto de la Galaxia también tiene interés por la actitud de unos y otros hacia el conocimiento. El resto de especies ha alcanzado la inteligencia al recibirla de otros, con lo que se unen a un Universo viejo, poblado desde hace mucho tiempo y en el que todo conocimiento científico ha sido alcanzado ya. No queda nada por descubrir. Cuando alguien quiere, por ejemplo, construir una nave espacial, consulta la Biblioteca y obtiene los diseños óptimos para cada situación: es absurdo experimentar y pensar en diseños nuevos, porque si fueran mejores que los de los archivos, ¡ya hubieran sido incluidos en ellos hace milenios!
Sin embargo, dado que los humanos han alcanzado la sapiencia de manera independiente y han ido aprendiendo cosas solos, les cuesta aceptar esto: quieren descubrir las cosas por sí mismos. Por esta razón, nuestras naves son peores que las de todos los demás, nuestros ordenadores patéticos y nuestra tecnología en general, ridícula de acuerdo con los patrones galácticos. Pero los seres humanos, obstinados, intentan siempre no depender del conocimiento “guardado” desde hace eones, sino que quieren avanzar aunque sea con un retraso casi de escala geológica respecto al resto.
La aparición de seres vivos en la cromosfera de una estrella, por lo tanto, resulta también inconcebible para la comunidad galáctica, por la sencilla razón de que eso no ha sido documentado jamás, luego, en la psicología de casi todos ellos, es imposible. De ahí el interés añadido de los no humanos en desentrañar el misterio de los “fantasmas solares”.
Como en los mejores libros clásicos de la ciencia-ficción de los 50, un equipo de científicos –humanos y no humanos– son enviados a la cromosfera solar para intentar descifrar el enigma. Los diálogos entre ellos son dignos de Asimov: nos llevan a ir extrayendo conclusiones sobre lo que descubrimos, descartando hipótesis erróneas y disfrutando como enanos. La impecable formación de David Brin lo lleva a tratar, además, los problemas prácticos de una misión de este tipo, tan cercana al Sol, con un rigor digno de mención.
Sin embargo, a diferencia de Asimov –a quien admiro profundamente, por otro lado–, los personajes de Brin tienen profundidad y sus emociones importan, y mucho. La psicología desempeña un papel fundamental en la historia, no sólo me refiero a la psicología individual y humana, sino también a la no humana y a los aspectos globales que he mencionado antes y que condicionan la manera de razonar y actuar de cada uno. Inevitablemente, según leemos, surgen simpatías y antipatías y, a veces, sorpresas.
Esta combinación entre el enigma científico y las relaciones personales está conseguida de un modo magistral. Tanto es así que, aunque este libro tuvo secuelas que ganaron muchos premios –y que recomendaré de nuevo al final de esta crítica–, Navegante solar me parece una obra tan perfecta, tan bien forjada, que me parece más digna de esos premios que las siguientes, a pesar de que no se llevase ninguno.
Pero lo mejor de todo no es esto, ¡que ya merecería leer el libro sin duda! Lo mejor es que, según avanza el libro, se une al enigma científico uno puramente detectivesco digno de Agatha Christie – algo que no es sorprendente, puesto que Asimov influye a Brin, pero Asimov a su vez era un gran admirador de las mejores historias de la inglesa. Ambos enigmas están relacionados, pero el enigma criminal consigue algo que hace al libro aún más redondo: añade una urgencia que anima mucho la novela.
Claro, en muchas obras clásicas de este estilo el interés es puramente académico: consiste en explicar lo inexplicable. Sin embargo, aquí estamos ante un grupo de personas entre las que tal vez alguna ha cometido un crimen, con lo que ya no es un problema teórico ante el que actuar con tranquilidad y asepticismo científico: si no lo resuelvo pronto tal vez el próximo en morir sea yo. Ahí, una vez más, Brin aprende de Asimov pero va más allá que él.
Dicho esto, incluso en la parte “criminal” la influencia de Christie y Asimov es evidente, y creo que si has leído alguna novela de Agatha Christie vas a entender perfectamente lo que quiero decir. A pesar de que las novelas de Christie incluyen asesinatos, son “limpias”: no son deprimentes ni aparecen cosas terribles, y nada es demasiado explícito. Lo mismo sucede aquí, y aunque eso no sea realista, me gusta – lo mismo que disfruto más leyendo a Christie que a otros escritores de novelas de crímenes que muestran la realidad tal como es. Supongo que eso dice algo de mí y que ese algo no es bueno, pero me da igual.
La tensión entre los dos misterios, aderezada por las relaciones entre personajes y entre la especie humana y el resto de la Galaxia, hace de la segunda parte del libro algo fascinante y bastante rápido. Es cierto que –una vez más, como los clásicos del género– la primera parte es una especie de preparación, en la que la historia va tomando carrerilla, pero si empiezas el libro y te parece lento, ¡por Clarke, no pares! Merece la pena seguir.
El ritmo va acelerando y en la última parte pasamos de conversaciones razonadas a la acción, pero con la ciencia de trasfondo y con decisiones que tienen que ver con las condiciones extremas del entorno –y con ciencia bastante rigurosa, porque es David Brin–, de modo que una vez más el libro combina lo mejor de los clásicos con un ritmo más ligero, propio de novelas más recientes (sé que hablo de un libro con treinta años a la espalda, pero sigue siendo moderno comparado con Fundación de Asimov) pero sin caer en la acción sin fundamento.
De modo que sí, puedo decirlo sin tapujos: no soy objetivo. Me lo pasé teta leyendo sobre una expedición a la atmósfera solar, sobre razas extraterrestres exóticas e interesantes en lo físico y lo psicológico. Me lo pasé bomba intentando predecir junto con Geli, mi mujer –porque lo leímos a la vez– la solución al doble misterio de la novela; me lo pasé bomba con las relaciones entre personajes humanos, chimpancés y pila… y creo honestamente que tú también te lo pasarás muy bien si lo lees.
Como guinda del pastel, he dicho antes que Brin construyó una serie entera en el universo esbozado en Navegante solar. De esa serie hay libros mejores y peores, pero incluso los peores son buenos. Y esta novela es una manera excelente de entrar en ese universo y, si te gusta, seguir explorándolo en las siguientes, algunas de las cuales han ganado múltiples premios muy merecidos.
Llegamos a la parte más difícil de estas críticas: ¿cómo conseguir el libro? En este caso no es demasiado difícil. La Factoría de Ideas lo publicó en castellano en 2010, de modo que es posible conseguirlo en librerías: el ISBN es 978-8498005912. Además está disponible en Amazon, por ejemplo en tapa blanda, en Book Depository (que me gusta bastante para libros físicos porque no tiene gastos de envío) y en edición para Kindle.
En inglés hay muchas más opciones, como suele pasar. En formato físico, en el mismo Book Depository la versión en inglés tiene un precio muy razonable de 5,58€, y la versión para Kindle cuesta 7,99€… sí, más caro en formato electrónico que físico. Las editoriales son así de inteligentes.
Cualquiera que sea el precio me parece un dinero muy bien gastado y espero que, si lo lees, te deje un sabor de boca tan agradable como a mí. ¡Hasta la próxima recomendación en unos meses!