Aunque este Desde la mazmorra (el ridículo nombre del editorial) fue publicado en el número de junio de la revista –lo cual quiere decir que algunos ya lo habéis leído–, no quiero dejar de compartirlo con el común de los mortales, aunque sea un par de semanas más tarde. No es demasiado largo y probablemente tampoco demasiado interesante, pero aquí lo tenéis.
Recuerda, si lees este Desde la mazmorra u otros posteriores, que se trata de opinión, a veces emocional y a menudo estúpida, de modo que sólo tiene el valor que quieras darle a mis diatribas. Como suele suceder cuando expreso opiniones, no puedo evitar ser intenso, pero mi intención es realmente hacerte pensar, más que convencerte de mis propias ideas (que también, para qué vamos a engañarnos).
Hoy quiero simplemente reflexionar un poco sobre el valor de enseñar Historia de la Ciencia, como hacemos en la serie de los Premios Nobel o en Hablando de… No hace falta que diga que me parece importante hacerlo, ¡o esas series no existirían!, pero quiero explicar algunas de las razones por las que creo que no se hace lo suficiente a pesar de lo necesario que es.
Debido en parte al poco tiempo que hay para explicar ciencia en los colegios y universidades, tendemos a centrarnos en el objeto de los descubrimientos, y no el proceso que llevó a ellos, ni las personas que los realizaron. Como ejemplo, en el artículo de junio acerca de los rayos catódicos vimos cómo muchos físicos pensaban que se trataba de “ondas del éter”, y cómo realizaron multitud de experimentos para intentar desentrañar los secretos de esos misteriosos rayos; muchas veces llegaron a conclusiones que hoy nos pueden hacer sonreír por lo que nos parece ingenuidad.
De modo que a veces pensamos, ¿para qué pararnos en todo eso? ¿para qué perder tiempo en ideas que hoy sabemos que no son ciertas, en personas que llevan décadas o siglos muertas y que en muchos casos ni siquiera llegaron a las conclusiones correctas? ¿No es mejor aprender directamente lo que sí es cierto y correcto? ¡No, no, y mil veces no!
En primer lugar, ¿somos tan arrogantes que pensamos que aquellos científicos se equivocaban… y nosotros no? El propio concepto de “verdad” en Ciencia es borroso y temporal. La Ciencia no es un producto, es un proceso. Ahora mismo utilizamos las teorías y modelos que más se ajustan a nuestro ligero conocimiento del Universo, pero no hay la menor duda de que dentro de cincuenta o cien años muchas de las cosas que ahora entendemos como correctas habrán sido superadas con creces. Y entonces mirarán hacia atrás, y si son como muchas veces somos nosotros, se reirán a carcajadas. “¡Pensaban que la masa es una propiedad de la materia!”, exclamarán, divertidos. “¡Y que hubo un Big Bang!”, y sus risas serán tan estúpidas como las nuestras ((¡Ojo! Esto no quiere decir que mañana vayamos a descubrir que la Tierra tiene forma de langostino, ni que cualquier ocurrencia pseudo-científica tenga la misma validez que una teoría basada en la experimentación)).
Enseñar conceptos en Ciencia a partir de la historia de sus descubrimientos, por lo tanto, nos ayuda a recordar que nadie, nunca, por la propia definición de Ciencia, tiene la verdad última. Si las conclusiones de la época eran coherentes con los datos de los que se disponía, eran conclusiones tan válidas entonces como las equivalentes de ahora. Evidentemente, sí hace falta enseñar las teorías actuales, pero hacerlo desde el contexto del flujo y el cambio proporciona una visión menos dogmática y más racional de la Ciencia.
En segundo lugar, dar pinceladas históricas al enseñar un concepto nos permite recordarlo mejor, porque le proporciona un contexto. La forma en la que aprendemos involucra relaciones entre conceptos, de modo que cuantos más “enlaces” proporcionemos al contexto nuevo, más fácilmente será recordado porque está “amarrado” con más solidez. Cuando nos enseñan un concepto aislado, que surge de la nada –lo cual es, además, contrario a la manera en la que de verdad surgió el concepto–, nos cuesta mucho más asimilarlo porque no podemos agarrarnos a nada.
Y, supongo que porque somos seres sociales, esto parece especialmente cierto para los “enlaces” que tienen que ver con las personas y sus relaciones. Por ejemplo, tras leer sobre Philipp Lenard, estoy seguro de que recordarás los rayos catódicos mejor por las luchas de ideas anglo-germanas, y por la afiliación al nazismo de Lenard, y el propio hecho de que te caiga mal el individuo, que si nunca hubieras conocido esos datos “extra”.
Es más, incluso conceptos diferentes pueden beneficiarse; en el caso de los rayos catódicos y Lenard, al alegrarnos de que Einstein obtuviera la respuesta a su emisión mediante el efecto fotoeléctrico e imaginar la reacción de Lenard, enlazamos a uno con otro, a Thomson y Röntgen a través de Lenard con Einstein… como he dicho muchas veces, absolutamente todo está relacionado, y cuanto más énfasis se hace en estas relaciones, más fácilmente recordamos cada nodo entre ellas a largo plazo.
Finalmente, incluso cuando alguna idea de la época no sólo ha sido superada por descubrimientos más recientes, sino que aun en su época era incoherente, irracional, o se llegó a ella por las razones equivocadas, eso también tiene valor al enseñar y divulgar. Porque los seres humanos somos monos cascarrabias, muchas veces irracionales y estúpidos, y nos viene bien que nos lo recuerden de vez en cuando. Conocer los errores de bulto no sólo nos ayuda a apreciar más los aciertos, sino que nos previene contra cometer esos errores de nuevo.
Por si puede haber confusión, lo que estoy defendiendo no es añadir a la enseñanza de las ciencias un “ladrillo” de modo que haya que aprender listas de fechas y nombres por el mero hecho de hacerlo. Es más, tal vez no haga falta ni siquiera exigir que nadie se aprenda nada que no sean los propios conceptos, si es que ellos son el objetivo del currículo: el mero hecho de hablar del contexto histórico, las personas y las emociones ya añade valor a lo que se está enseñando (o divulgando).
De modo que, aunque no siempre es posible por falta de tiempo, me parece importante tener en mente esas tres cosas: mostrar la Ciencia como proceso y no producto ni dogma, crear enlaces entre conceptos y personas, y mostrar nuestros errores según avanzamos. Perder tiempo en esto… no es perderlo.