Hoy vuelvo a hablar, en esta impertinente serie musical, de una obra del gran Ludwig van Beethoven, que ya ha aparecido tres veces por aquí con tres de sus grandísimas obras: Su monumental Novena Sinfonía, Coral, su Sonata para Piano “Waldstein” y su Concierto número 5 para piano y orquesta, “Emperador”, tres de las más grandes obras de la historia de la música, cada una en su género.
Sin embargo, la obra de hoy es una obra menor, relativamente poco conocida y de un género bastante poco esperable en un genio como nuestro inmortal Ludwig van: música militar. Y además, una música militar bastante “extraña”, si se me permite la expresión, puesto que conmemora un hecho bélico concreto: la victoria de Sir Arthur Wellesley, Duque de Wellington, sobre los ejércitos napoleónicos dirigidos por el propio hermano de Napoleón: José Bonaparte, nombrado Rey de España por su hermano el Emperador francés tras el exilio forzoso de Carlos IV y su familia a Francia…
Y si el motivo que el genio de Bonn eligió para esta composición es ya de por sí un poco raro, lo es aún más conocer para qué composición orquestal lo escribió inicialmente… En fin, es evidente que no son los mejores quince minutos que compuso Beethoven en su vida, pero estoy seguro de que os van a llamar muchísimo la atención y, por qué no, os van a gustar mucho, como a mí me gustan.
Lo primero que parecerá raro es… ¿Qué hacía el Duque de Wellington, un distinguido general obviamente inglés, ganando una batalla decisiva al ejército francés… en Vitoria en 1813?
Para los que no seáis españoles, Vitoria es una de las tres capitales vascas, en la zona norte de España, y está situada a unos cien kilómetros al sur de Bilbao. La batalla tuvo lugar, pues, en una España que, en 1813, todavía mantenía sus provincias americanas y asiáticas, y a primera vista parecía ser lo que se podría denominar “una potencia”. Pues no, lo podría parecer, pero no lo era ya, hacía más de un siglo que había dejado de serlo.
En 1700, tras la muerte sin descendencia del último rey de los Austrias, Carlos II, el Hechizado, se produjo una situación esperpéntica: se presentaron dos candidatos al trono, por una parte, Felipe de Anjou, el Delfín francés, que era quien figuraba en el testamento de Carlos II para sucederle, y por otra el archiduque Carlos de Austria, que no aceptó el testamento del rey fallecido y pensaba que él tenía más derechos sucesorios para hacerse con el trono. Estalló el conflicto, que duró más de diez años, y aquí intervino todo el mundo: Francia, Austria, El Imperio Sacro Germánico, Inglaterra… en esa guerra metió la cuchara casi todo el mundo, menos, prácticamente, los propios españoles, a quienes parecía que les importaba un ardite si al final su Rey era uno u otro… Eso sí, la guerra tuvo lugar en España, claro, y fueron las ciudades y los campos españoles, el paisaje y el paisanaje españoles quienes sufrieron los “efectos colaterales” de la guerra. Igual os suena de algo eso de que las grandes potencias se partan la boca, pero en la casa de un tercero, que es el que paga la fiesta.
Al final de la guerra, fue Felipe de Anjou quien se quedó con el momio, con el nombre de Felipe V de España, inaugurando el reinado de la Casa de los Borbones en España y consumándose de una vez la OPA hostil que Francia hizo sobre España, que quedó, de facto, como una mera provincia francesa. Una provincia, eso sí, que aportaba una riqueza inconmensurable proveniente de las minas americanas, sobre todo la plata del Potosí, que sirvió para pagar las campañas… francesas.
Esto siguió así durante todo el Siglo XVIII, donde España y Francia llevaron una existencia muy amigable (recuérdese la venta de la Florida o de la Luisiana, sin ir más lejos), hasta que el advenimiento de la Revolución francesa en 1789 dejó un tanto en la cuerda floja a los monarcas españoles, a la sazón el recién llegado al trono Carlos IV, que además no era precisamente lo que se dice un águila. El que de verdad gobernaba era el primer ministro, Manuel Godoy.
La Revolución francesa terminó eventualmente con el nombramiento como primer cónsul de Napoleón Bonaparte; como a las ultraconservadoras “fuerzas vivas” españolas de la época no les gustaba nada[1] la apertura que se vislumbraba allende de nuestras fronteras, las que traían los afrancesados, la cosa se fue enconando hasta que Napoleón decide acabar de una vez con el germen díscolo de su provincia del sur, y ordena exiliarse a Bayona a la familia real española, y a Carlos IV le “convence” para que abdique, poniendo entonces como Rey de España a su propio hermano José.
A los españolitos de a pie no les gustó nada esta injerencia (a pesar de llevar ciento y pico años aguantando injerencia tras injerencia) y se levantó en armas el 2 de mayo de 1808… Sólo los paisanos se levantaron: los mandos militares estaban acuartelados y no se movieron más que para obedecer órdenes francesas para reprimir la sublevación… El caso es que ahí comenzó la Guerra de la Independencia, que duró seis años, costó centenares de miles de vidas, dejó a España totalmente arrasada y acabó con la derrota de Napoleón y la vuelta al trono de un monarca “deseado”, el hijo de Carlos IV: Fernando VII.
El Deseado, sí, pero… ¡menudo deseado! Fernando VII es seguramente el monarca español más nefasto que han visto los tiempos, lo que, vistos muchos de los monarcas que hemos tenido, es realmente decir mucho. Y… un monarca de una casa francesa, para más inri. Tantos muertos, tanto sufrimiento, para eso.
En la Guerra de la Independencia, igual que ocurrió con la Guerra de Sucesión cien años antes, aquí metió la cuchara todo el mundo. Inglaterra, obvio enemigo de Napoleón, rápidamente envió tropas para ayudar a los españoles en su lucha contra el francés, y envió a uno de sus mejores militares: el Duque de Wellington, que al poco se hizo cargo del mando de los ejércitos aliados que luchaban en España.
En ese contexto se produce, ya al final de la guerra, en 1813, la Batalla de Vitoria, entre el ejército aliado (ingleses, portugueses y españoles) al mando del Duque de Wellington y las tropas francesas que abandonan Madrid camino de Francia escoltando un tren de bagajes inmenso, donde estaban miles de obras de arte y de metales preciosos que José Bonaparte había decidido “expropiar” y llevarse a París… Si hoy vas al Museo del Prado de Madrid o al Palacio Real, sabe, lector, que muchas de las obras que allí contemplarás extasiado están ahí gracias a que Wellington consiguió pararle los pies a José Bonaparte y sus tropas en Vitoria. Si no hubiera sido así, igual habría que ir al Louvre para admirar los cuadros de Velázquez…
Y en cuanto a Beethoven… ¿Por qué compuso esta obrita en conmemoración de la victoria de Wellington? ¿O sería quizá como conmemoración de la derrota de Napoleón?
Resulta que Beethoven era una especie de enfant terrible, que siempre consideró a la realeza y la nobleza como una lacra que debería eliminarse, o, al menos, regularse. En este contexto, tomó como una gran noticia la llegada de Napoleón como Primer Cónsul a la más alta magistratura de la República Francesa. ¡Por fin el pueblo tenía a alguien de su estirpe gobernando, no a un rey que Beethoven despreciaba! Beethoven pensaba que ése sería el principio, y que pronto toda Europa estaría por fin “liberada” del yugo del Ancient Règime.
Tanto era el entusiasmo de Ludwig van por el nuevo orden encarnado por Napoleón que, en 1803, cuando estaba componiendo su Tercera Sinfonía, obra con la que dio un golpe sobre la mesa y con la que revolucionó la música, dando fin al clasicismo e inaugurando el Romanticismo, la dedicó a… Napoleón.
Peeero… Siempre un pero.
En 1804, cuando la Sinfonía no estaba aún acabada, Napoleón se autocoronó Emperador. Y el siempre ciclotímico Beethoven pasó del entusiasmo a la rabia. Al cabreo más monumental. Tachó la dedicatoria, llegando a rasgar el papel pautado, y la sustituyó por una a “Un Gran Héroe”. De ahí su sobrenombre: Sinfonía Heroica.
Quizás, en 1813, cuando, tras los hechos de Vitoria que significaron el fin de la dominación francesa en España, ya estaba claro que Napoleón estaba acabado, Ludwig van Beethoven aprovechó la oportunidad para ensalzar al archienemigo de Napoleón, y su victoria, casi definitiva, en tierras vascas. El caso es que ahí está esta “Victoria de Wellington en la Batalla de Vitoria”.
Pero, antes de escucharla, aún hay otra curiosidad: Beethoven la compuso inicialmente para panarmónico.
Mmmm ¿Para qué? preguntaréis con razón. El panarmónico era un instrumento musical de teclado que era capaz de reproducir él solito todos los instrumentos de una banda militar: metal, madera, percusión, incluso violines, inventado y construido en 1804 por Johann Nepomuk Mälzel. Para que luego digáis: ¡un teclado sintetizador, inventado en 1804!
Desgraciadamente, el último panarmónico que quedaba fue destruido en Stuttgart en un bombardeo en la Segunda Guerra Mundial. Menos mal que Beethoven arregló posteriormente la pieza para orquesta (para banda militar, mejor dicho), y ésa es la versión que escucharemos (y la única que se interpreta hoy en día, por razones obvias).
Y no, la obra no es en absoluto lo mejor de Beethoven, de un Beethoven en el culmen de su madurez como compositor; y menos aún si la ponemos al lado de sus obras contemporáneas; de hecho el mismo Beethoven decía que la obra era una birria, y si la comparamos con, por ejemplo, su Concierto número 5, “Emperador”, escrita por la misma época, la diferencia es evidente.
¿Y por qué la compuso, entonces? La razón es muy evidente: Porque había que comer. Simple y llanamente eso: la obra fue un encargo del propio Mälzel para promocionar su invento, y llegó en un momento en que Beethoven estaba tieso, pues se había quedado prácticamente sin protectores, unos porque habían muerto y otros porque se hartaron de ser ridiculizados una y otra vez por el cada vez más amargado Ludwig… Fue ésta una faena de aliño, sin duda, una obra alimenticia, pero tuvo un gran éxito en su momento, más debido a su intención política y propagandística (hacer leña del napoleónico árbol caído) que a su calidad musical, y ayudó a ambos, Beethoven y Mälzel, a conseguir un buen dinero para poder seguir cada uno con lo suyo, aunque del tal Mälzel hoy no se acuerde prácticamente nadie…
Escucharemos la versión de la Gewandhausorchester de Leipzig, dirigida por Heinz Bongartz, una versión muy sólida. Además, el video esta vez no tiene fotos de cielos ni de ciudades (sería lógico que fueran vistas de Vitoria, una bellísima ciudad), sino… ¡de la propia partitura de la obra! Las páginas van pasando sincronizadas con la música, permitiéndonos seguir la audición a “vista de director”, puesto que esto es lo que el director tiene en su partitura: las notas de cada instrumento que interviene, todas ellas agrupadas. Una excelente idea, que requiere no sólo disponer del material, sino entender de música como para saber cuándo hay que cambiar de página.
La obra se divide en dos partes, La Batalla (Schlacht), en primer lugar, donde se describe la batalla en sí, y la Sinfonía de la Victoria (Siegesymphonie), un himno de agradecimiento por la victoria. No obstante, está toda la obra completa en un solo video, lo que es mucho mejor que andar partiéndola, creo yo.
Vamos ya con el video:
La Batalla comienza con las llamadas de tambores y trompetas en el lado inglés, evocando la marcha de las líneas de fusileros al ritmo de los tambores. Y ¿cómo sabemos que son tambores y trompetas del lado inglés? Fácil: porque inmediatamente después se escucha una de las marchas inglesas más características: el “Rule Britannia”.
Rápidamente se oyen tambores y trompetas en el lado francés, seguidos, cómo no, por una marcha típicamente francesa: “Marlborough se va a la guerra”, compuesta 100 años antes para ridiculizar a John Churchill,[2] Duque de Marlborough, uno de los más distinguidos militares ingleses, marcha compuesta para burlarse del derrotado duque en la batalla de Malplaquet en 1709. De tanto oírsela tocar a los franceses que ocupaban España esos años rápidamente la convertimos en ese irónico “Mambrú se fue a la guerra, qué dolor, qué dolor, que pena…”. Aquí el lector avispado quizá se pregunte por qué Beetohven no usó lo obvio: el inmortal himno francés, La Marsellesa, como Tchaikowsky hizo unos años después en su Obertura 1812. La respuesta está de nuevo en las creencias liberales y antimonárquicas de Beethoven, que consideraba a La Marsellesa como el himno universal, no sólo francés, de la Revolución contra la Monarquía y la Nobleza y por la Libertad y la Igualdad y esas cositas tan de mal ver en la Austria Imperial, así que usó el mucho más modesto “Marlborough se va a la guerra” para representar a los franceses. Y sí, la habéis reconocido: es la misma música del “porque es un chico excelente, porque es un chico excelente, porque es un chico excelenteeeeee… y siempre lo será” que los que no desafinan cantan en los cumpleaños en homenaje al homenajeado…
Bien, dejémonos de cuentos, porque las tropas están ya en posición, bien alineaditas una frente a la otra, casacas rojas frente a casacas azules, y la batalla está lista para comenzar. Las trompetas inglesas ordenan atacar, e inmediatamente su contraparte francesa ordena la misma cosa: ¡que empiece ya ese tiro al blanco que eran las batallas en la época napoleónica!
Y en el minuto 3:10 comienza, efectivamente la batalla. Cañonazos a tutiplén,[3] trompetas que dan órdenes, carracas que simulan las descargas de fusilería, tambores que marcan el paso de carga, y todo con la madera (o sea: flautas, oboes, clarinetes y fagotes) y la cuerda (es decir: violines, violas, cellos y contrabajos) llevando el ritmo de la batalla…
Ésta se va decantando poco a poco del lado de los aliados, los franceses huyen al fin, y el campo queda franco para los vencedores: el Duque de Wellington ha obtenido una nueva victoria sobre la horda napoleónica.
Entonces, en el minuto 7:50, comienza con brío el Himno de la Victoria, agradeciendo a los hados (y al buen general, aunque no tanto a los soldaditos de a pie que, como tuvieron mejor puntería en el tiro al blanco, fueron quienes ganaron la batalla) esa victoria. Suena el himno inglés, el conocido “God save the King”,[4] porque no creo yo que se trate del himno de Liechtenestein o del de Noruega,[5] y sigue desgranándose la marcha de la victoria. Suena de nuevo el “God save the King” (ya veis: ninguna referencia a los soldados españoles o portugueses, que también ayudarían lo suyo a la victoria, digo yo), pero ahora en tono más majestuoso, y así se va desgranando el Himno hasta su grandioso final, en el minuto 14:50.
Vale, no es de lo mejor de Beethoven, pero se escucha muy bien, creo yo. Otras veces han aparecido por aquí obras mucho más “duras”, así que tampoco está mal que hoy sea una obra “blanda”, ¿no?
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A mí me gusta mucho la versión que Herbert von Karajan grabó de esta Batalla de Vitoria con “su” Filarmónica de Berlín, más rápida y brillante, pero, como de costumbre, para los gustos, los colores. Tampoco es una pieza muy grabada, así que no hay tantísimas ediciones donde elegir.
Y precisamente la versión de Karajan con la Berliner Philarmoniker existe en Spotify, así que ésa es la que voy a enlazar: He aquí su enlace. Hay allí como ocho o diez versiones más; yo he escuchado alguna y… sigue siendo la de Karajan la que más me gusta, con sus 193 cañonazos (simulados, eso sí) y toda la parafernalia. Desde luego, tiros hay un rato en esta versión…
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Nunca he oído esta obra en directo: ya dije antes que no se programaba muy a menudo, y yo no he tenido la suerte de oírla en una Sala de Conciertos. Pero eso no me inhibe de deciros lo que siempre os digo: la música en directo es siempre, siempre, superior a cualquier versión en CD o en YouTube o donde sea.
Disfrutad de la vida, mientras podáis. A ser posible, escuchando música.
- Pero nada de nada: ¿democracia? ¿poder para el pueblo? ¿libertad religiosa? ¿igualdad entre hombres y mujeres? ¡¡Pero bueno!!! [↩]
- Antepasado del Winston Churchill que conoceréis bien por ser Premio Nobel de Literatura… bueno, y porque también fue el Primer Ministro del Reino Unido en la Segunda Guerra Mundial. [↩]
- Hasta 193 cañonazos marca Beethoven en su partitura: normalmente se simulan con percusión o algún artilugio electrónico, pero hay lugares en que se usan cañones de verdad. [↩]
- Aunque ahora se cante “God save the Queen”, que para algo ahora es una reina quien reina en Inglaterra. [↩]
- Resulta que este mismo himno, con diferente letra, es también el himno de Liechtenstein y el de Noruega, e incluso en el pasado lo fue también de Francia y de Alemania… ¡qué cosas! [↩]
The Historia de un ignorante, ma non troppo… La victoria de Wellington en Vitoria, de Beethoven by , unless otherwise expressly stated, is licensed under a Creative Commons Attribution-Noncommercial-No Derivative Works 2.5 Spain License.
{ 8 } Comentarios
Macluskey brillante como siempre… ¿qué digo brillante? ¡inmenso!: todavía no he oído la obra musical, pero me he quedado extasiado con toda la descripción (incluida, y sobre todo, la síntesis histórica que haces de todo un siglo de este país).
Enhorabuena, tanto por este artículo como por todo el resto publicado por ti en “El Cedazo”.
Excelente Macluskey, muchas gracias por compartirlo. Una historia magistralmente contada, la cuál le da a esta obra aparentemente menor alguna estrella más. No conocía el origen de Mambrú. Gracias por alimentar el ma non tropo, para decrecer la ignorancia. Abrazo grande HH
Gracias, Ancayb, y Hermano hungara, por vuestras flores…
No se merecen. ¡Ahora sólo falta que os guste la obra! Que seguro que sí… será menor, pero ¡es Beethoven! y eso siempre es mucho.
Saludos
Es una obra de ocasión, de “mensaje” – casi se podría decir -, pero es Beethoven!! ¿Habría permanecido en el tiempo si hubiese sido otro el autor? El genio se percibe de todas maneras por aquí y allá en algunos pasajes, pero ni hablar de que el contenido emocional está muy, pero muy lejos de la “Heroica”.
Muy interesante, por otra parte, todo el recuento histórico que no es muy conocido en tanto detalle.
Gran artículo, como todos los de esta serie. Enhorabuena.
¡Ya lo creo que es una obra de mensaje! Y nada subliminal, por cierto, hasta el más tonto lo entiende. La obra tiene destellos de genialidad (es Beethoven, como bien dices), pero contenido emocional, lo que se dice contenido emocional… eso hay que buscarlo en otra parte, por ejemplo en sus sinfonías 7 y 8, de la misma época, o en su sonatas para piano o… o… ¡hay tanto donde elegir en Beethoven!
Gracias por tu comentario.
Que sorpresa con este articulo, es la obra que menos hubiera esperado en esta serie musical (al menos yo). Se escucha mejor cuando sabes la histora detras de la composición. Que curioso que Beethoven no haya querido utilizar la Marsellesa y Tchaikowsky sí en la obertura 1812.
Saludos y gracias por tan interesante articulo.
Me he entusiasmado leyendo y escuchando esta trabajo de Macluskey. Es un acierto magnífico haber puesto la partitura y que ésta se vaya abriendo a medida que la música avanza. Sus comentarios históricos son divertidos y los musicales me han encantado. Además coincido plenamente con él en que la mejor versión es la de Karajan y la filarmónica de Berlín. Esta que nos propone es en verdad sólida y potentes pero ¡ay, amigo, cuando Karajan pone toda la cuerda a marcar el paso de la infantería, que parece que se te viene encima el ejército entero…! En ese manejo de la cuerda Karajan era incomparable y es el punto que diferencia su “batalla” de otras también buenas. Obra menor no lo es, porque nada en el divino sordo es menor, aunque compararla con la 3ª queda fuera de lugar: una cumbre de la música sinfónica junto a un divertimento wellingtoniano. Y yo me pregunto: si ya el famoso panarmónico no existe ¿cómo se consiguen efectos de disparos y matraca bélica tan logrados? Bueno, que ha sido un enorme, inesperado y dichoso placer.
Gracias, Pablo, por tus amables palabras.
Efectivamente, aunque sea una obra menor del genio de Bonn, no deja de ser eso, del genio de Bonn, todo lo que compuso el gran Ludwig van es maravilloso.
Saludos
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